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Capítulo 15. Presentimiento

3 de octubre (26 días desaparecida)

Eric no supo por cuanto tiempo estuvo interrogando a Vladimir Engels, apenas y recordaba si eran ya más de cuatro horas o si incluso era ya de noche; estaban en una habitación sin ventanas, blanca completamente, había solo una mesita con una cafetera, vasos de papel, azúcar y crema, un librero pequeño con libros viejos y libretas igual de gastadas, Eric se preguntó porque no había un reloj de pared en la habitación o porque ni siquiera trajo su reloj de mano que por primera vez no usó. Los dos hombres estaban separados por una mesa de madera redonda donde Eric tenía una pila de carpetas y una grabadora de voz activada, alado estaba un cenicero que sostenía el cigarrillo de Eric y que se estaba consumiendo por si solo.

El único sonido en el lugar era la respiración de Eric ya que ni siquiera Vladimir intentaba hacer algún movimiento o ruido, estaba evitando contacto visual con Eric, tenía la cabeza hacia abajo y las manos entrelazadas sobre la mesa.

—Pueden darte una condena mínima si hablas de lo que te pregunte —añadió Eric con voz cortante —Es sencillo, no hagas tardado este procedimiento, será peor para ti si crees que puedes hacerte el inteligente.

Vladimir pareció querer hablar en estos veinte minutos que se tomó de silencio, era la primera vez que Eric y él estaban solos, la mayoría del interrogatorio estaban dos agentes a los que se les dio su caso por red sexual pero como Irina estaba involucrada en estos videos, Eric tuvo que intervenir y buscar pistas nuevas.

Vladimir echó la cabeza hacia atrás para mirar a Eric a la cara, finalmente, creyó que no cedería.

—Creo que olvidé la pregunta, detective.

Eric creyó que le estaba tomando el pelo, tuvo que tener paciencia y respetar las estupideces de Vladimir.

—¿Irina estaba involucrada en esta red de videos sexuales? ¿La obligaste a hacerlo?

—No, no la obligue, se ve en los videos que ella aceptó, tuve su consentimiento para grabarla.

—¿Ella sabía que los videos eran para esta red que tienes tú y más colegas?

—Al principio solo intenté hacer estos videos por diversión pero al final todo resulto ser muy diferente...—Vladimir sonrió a medias, Eric quiso golpearlo, era un hijo de perra cínico y despreciable. —Ella no sabía que yo usaba sus videos para mi beneficio, creo que fue en lo único que le falle, pero, no hice nada malo si lo pone de esta manera, sus videos no estaban siendo más que compartidos por los miembros del grupo, somos un circulo exclusivo de siete personas.

—¿Ustedes se intercambian videos? ¿Cómo si fueran tarjetas de juegos?

—Es una buena comparación —acentuó su sonrisa estúpida, la misma con la que a Eric le hervía la sangre —Sí, supongo que sí, es un grupo selecto, de siete personas, no soy el único, ya se lo dije a los otros dos agentes, puedo darles la información que gusten y a cambio les pido tranquilidad y tiempo de hablar con mis hijos.

—¿Tus hijos? ¿No te da vergüenza que vean esto de ti? ¿Y que hay de esas chicas jóvenes que vi en tus videos, Vladimir? Ni siquiera se le acercan a la edad de tu hija, son más jóvenes.

Vladimir ni siquiera parecía estar desconcertado por la expresión indignada con la que Eric lo miraba, le daba igual, ni siquiera pareció haber remordimiento, Eric supo que incluso ni siquiera le importaban sus hijos, solo era un escudo para hacerle creer a todos que tenia algo de humanidad cuando no era así.

—Ellas solo fueron un instrumento para el material y aclaro que ellas si sabían a donde se estaban metiendo, solo fue algo de una tarde, sí sabe a lo que me refiero.

Eric no respondió, bajó los ojos hacia su libreta, apretó la pluma con suma fuerza que dejó trazos muy marcados sobre el papel, el hombre ya le estaba colmando la paciencia, la sinceridad de Vladimir y lo cínico que llegaba a ser lo dejaba con un mal sabor de boca. Comprobó cuando alzó sus ojos de nuevo hacia Vladimir que no le importaba seguir hablando del tema, para él no era incomodo, creo que hasta podía encontrar en la voz de Vladimir una clase de orgullo y satisfacción.

—¿Ya saben los demás agentes quienes son los otros siete hombres que pertenecen a su club selecto?

—Sí, fue como logré llamar a mis hijos.

—¿Cuántos de ellos tienen videos de Irina?

Vladimir tragó saliva, por primera vez Eric detectó un escalofrío en él, el pánico recorrió unos segundos el rostro de Vladimir Engels y cuando habló parecía estar un poco más nervioso, Eric no supo porque pero algo le decía que quizá, no podía decírselo.

—Ciertamente...ni siquiera lo sé pero ahora que me lo recuerdas, creo que la pude haber puesto en peligro.

—¿De que hablas? —inquirió Eric, torciendo el gesto, fue difícil para él no poder expresar el miedo que le produjo lo que Vladimir estaba insinuando —¿Qué peligro?

—Uno de esos miembros selectos, pertenecía a una clase de mafia importante en Rusia, un día me preguntó por Irina, sus videos le habían gustado mucho y tal vez cuando se enteró que ella tenia una relación sentimental conmigo, pudo conseguirla de alguna otra manera —el rostro de Vladimir palideció en un instante, la sangre se le había venido abajo por completo —¿Y si le hizo algo?

A Eric no le salieron las palabras, estaba putrefacto. Maldijo hijo de puta, la mafia rusa, ¿En que cosas estabas metido?, fue lo único que pudo pensar, no quiso imaginarse un escenario de horror pero fue inevitable, el rostro de Irina estaba en su mente, nada lo haría desaparecer.

—¿Y que hay de ti? —espetó Eric de repente, quiso olvidarse de aquella teoría y sacó una carpeta desde debajo de la gran pila y la abrió, comenzó a desplegar fotos de la escena del crimen y las apuntó con el dedo —Nunca nos explicaste como llegó tu corbata, el fragmento de tu cabello y la calceta, tu estuviste esa noche en su habitación pero tu cuartada parecer respaldarte.

Vladimir parpadeó un poco confundido, miró con atención las fotografías que tenía frente a él y empezó a negar con la cabeza como si quisiera sacarse una idea de la mente, Eric no supo que era lo que Vladimir quería descartar de su mente y lo mejor que el hombre podía hacer era decirle todo antes de que Eric perdiera la paciencia que tenía y que era mínima.

—Le parecerá estúpido lo que voy a decirle, detective, pero ustedes sabe que mi cuartada es perfecta porque yo no estuve esa noche en la habitación de Irina y se lo diré tal y como se lo explique a mi abogado; alguien quiere culpable de todo esto y no se cómo pero entró a mi casa y dejó esas cosas ahí.

—¿Y tiene pruebas de lo que me está diciendo? ¿Quién quiere inculparlo de esto?

—No —respondió Vladimir, evidentemente decepcionado, con las facciones decayendo en frustración y tristeza —Pero usted sabe que yo no estuve en esa habitación, ni tampoco cerca de la casa, yo estaba en otra parte y eso si se puede probar.

Eric sabía que perdería el tiempo discutiendo de aquel tema por lo que no quiso perder el tiempo y fue al gran, quería saber dónde estaba Irina, esa fue la razón principal de porque los dos estaban reunidos en esta habitación.

—¿Dónde esta Irina? ¿Quién se la pudo haber llevado? Dime el nombre de la persona quien  crees que la tiene.

Las manos que tenia Vladimir sobre la mesa se crisparon, aguardó en silencio y volvió a menear la cabeza.

—No lo sé —bufó —No puedo decirlo porque ni siquiera yo lo sé...

—El hombre ruso —pensó Eric, interrumpiéndolo, no le importaba los argumentos de Vladimir — ¿Se la llevó, sí o no? Responde.

Se quedaron unos minutos sentados en completo silencio, viéndose el uno al otro, Eric tenía los ojos muy fijos sobre Vladimir, en un intento por descifrar sus pensamientos; al final Vladimir accedió a responder y Eric intuía la respuesta al ver que a Vladimir le costaba decirlo con un ligero temor.

—No lo sé pero si quieres saber, es mejor que empieces a investigar antes de que sea tarde.

Eric Henderson se levantó de la silla inmediatamente, recogió las carpetas, conteniéndose el enfado y salió de la habitación, lo único que podía ayudarlo a tranquilizarse es que al menos no había sido en vano, logró poca información, no mucha como esperó, pero al menos tenía una nueva pista y quizá nuevo sospechoso.

(...)

Astrid Welsh caminaba sobre la acera menos concurrida, por dónde pasaba menos personas, iba con un gorro gris para invierno hecho de franela que recordaba había comprado en H&M, la ciudad estaba a unos doce grados pero la ligera lluvia que no dejaba de caer hacía que el ambiente estuviera húmedo y frío, además, aire gélido entraba desde el oeste a la ciudad así que era para menos que no se lo hubiera puesto, ni tampoco que se hubiera abrigado bien y puesto guantes para amortiguar el frío de sus manos.

Iba temblando cada vez más, esperaba que al caminar la gente no la reconociera porque no se podía librar de mantener la acera libre, la gente tenía que pasar por ahí y no había opción para evitarlo; se apretó fuerte la bufanda que se enrolló al cuello y aceleró el paso para llegar a la casa de Jessica con urgencia. La casa de Jessica estaba en un condominio de departamentos por lo que no fue difícil llegar, Astrid conocía muy bien la dirección, nunca se perdía.

Se sintió increíble cuando entró al edificio aclimatado, sentía que el dolor de los huesos por el frío se iba desvaneciendo y volvía a sentir poco a poco parte de la cara que estaba entumecida por el aire de afuera, llegó al ascensor y subió hasta el octavo piso; fue otra suerte que el ascensor también estuviera vacío, no quería que nadie sirviera de testigo y que la vieran entrar y salir del departamento de Jessica.

Avanzó con cuidado, asegurándose de que nadie la viera hacia el departamento de Jessica y tocó la puerta tres veces, no esperó mucho y ella abrió, la invitó a pasar y le ofreció un trago de ginebra o de lo que quisiera. El departamento de Jessica era pequeño, un poco desordenado pero no tanto para ser una pocilga, lo mantenía limpio lo más que podía porque ella trabajaba y no había nadie que hiciera el aseo.

—Tengo algo de prisa —se dirigió a Jessica sin rodeos, la siguió hacia la cocina donde ella se preparaba su ginebra —¿Tienes lo que te pedí?

—Claro que sí, ¿Tienes el dinero?

Astrid rebuscó en el bolsillo de su chamarra y dejó el dinero sobre la barra.

—Bien, iré a traerlo. Ya vuelvo —pasó a su lado, entregándole la ginebra que había preparado para ella.

Astrid vio el vaso de ginebra y esperó en la cocina, no supo a donde dirigir los ojos más que a la caja de pizza abierta que tenía una mosca merodeando por las sobras de la masa que alguien no se había comido, no tuvo que esperar tanto pues Jessica llegó con su pedido dentro de una bolsa de papel.

—Ahí está, tal como me lo pediste, tendrás que comprar las jeringas, yo no las vendo, esas ya sabes que puedes comprarlas en cualquier farmacia.

—Antes las vendías —le recordó Astrid con voz baja, verificando que todo estaba dentro de la bolsa.

—Sí pero decidí que lo mejor es que cada quien consiga lo básico, yo ya les doy lo importante—rió entre dientes —Oye ¿Qué tal van esas manos? La última vez que te vi estaban muy mal, ¿Te las curaste al fin?

Astrid se paralizó, se veía casi como si el aire congelado de afuera se hubiera colado por la ventana y le hubiera rodeado el cuerpo.

—Sí, solo las limpie y les puse una venda, fue todo —respondió cortante, impidiendo que Jessica preguntará más.

—Me parece bien que a fin les hayas dado importancia.

Astrid le entregó el vaso de ginebra para poder irse, no tenía nada que hacer ahí y se fue hacia la puerta, agradeciéndole de nuevo por su servicio pero Jessica la frenó cuando de la nada preguntó por Irina.

—¿Todavía no encuentran a tu prima?

Astrid hizo una mueca pequeña y negó con la cabeza.

—No.

Jessica torció la boca.

—Que mal, ojala la encuentren pronto, debes estar pasándola muy mal —comentó, bebiendo del vaso de ginebra —Ahora lo entiendo, debes estar muy estresada.

Astrid ignoró la referencia, las dos vieron la bolsa de papel que tenía las medicinas que había comprado de contrabando, las mismas que requerían receta médica pero que Astrid no tenía y que Jessica se las vendía porque ella era enfermera en un hospital casi saliendo de la ciudad, se las vendía a un precio elevado pero no le importaba pagar cualquier cifra, la necesidad y la dependencia era difícil de dominar.

Astrid parpadeó y se dirigió hacia la puerta otra vez, saliendo inmediatamente del departamento, casi corrió hacia el ascensor para poder irse, sostenía la bolsa sobre su estómago, apretándolo y cuidándolo de cualquiera, era su tesoro preciado, nadie debía verlo. Bajando hacia el vestíbulo pudo aprovechar que de nueva cuenta el recorrido lo hacia sola, vio su mano que tenía la venda sucia de café y comida porque no las había cambiado como Eric Henderson le sugirió, ella no quería borrarse el tacto de Eric con nada por lo que ni siquiera se molestó en quitárselas y cambiarlas, no quiso olvidarse de cuando tomó su mano y cómo rozaba su piel sobre la de ella y de cómo aquello la hizo sentir cómoda y segura por primera vez en tanto tiempo.

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