
Capítulo 26 «Cena a medias»
—¡Allison! —gritan y me zarandean por los hombros—. ¿Qué haces dormida aún?
—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunto con el corazón a todo pulso, pero con voz grogui mientras estrujo mis ojos.
—Son las 5:30 —responde Brenda con la cabeza metida en mi armario.
—La cena es a las 7 —protesto, cubriéndome nuevamente con la manta.
—¡La cena es en media hora! —espeta Lilith registrando los cajones del tocador y yo me siento de sopetón.
—Katie me dijo que era a las 7 —explico, aún confundida.
—Se adelantó para las 6 de la tarde. Si quieres hacer enojar a tu suegra, baja a las 7 cuando hayamos terminado —añade Talia y me quita el edredón de encima.
—Maldita sea —murmuro y me levanto de la cama en dirección al cuarto de baño—. Brenda...
—¡Estoy con la ropa! Tienes cinco minutos para bañarte y ya vas por dos.
Abro la ducha y el agua fría me espabila un poco. Al otro lado de la puerta escucho la voz mandona de mi amiga y sonrío.
—Lilith, busca el maquillaje. Talia, toma los zapatos de color beige. —Diez minutos después salgo del baño cubierta por el albornoz blanco.
—Por fin —musita la enana, aliviada con la mesa de tocador cubierta de cosméticos. Encima de la cama hay un vestido color champán y Talia busca entre las joyas algo que combine con el vestido y mi colgante.
—¡Apresúrate, Allison! —protesta la asiática, agarrándome por el brazo y me sienta en la silla—. Lilith, manos a la obra.
Mientras una se encarga del nido de cuervos en mi cabeza, otra pone empeño en el maquillaje. Diez minutos después estoy siendo vestida por Talia. Lilith coloca los zapatos frente a mí, y a medida que yo misma me los pongo, Brenda me coloca los pendientes largos de diamantes engarzados en oro.
—Estás lista —dice esta última cruzándose de brazos y las tres dejan escapar un suspiro de alivio.
El vestido es corte de princesa y se ajusta hasta la mitad del muslo. Brenda me hizo un peinado sencillo pero elaborado con pequeños ganchos dorados en forma de flores.
—Veinte minutos. Ese ha sido nuestro tiempo récord —comenta Lilith.
—Katie me dijo que la cena era a las 7 de la tarde —comento frunciendo el ceño.
—Yo supe que se había adelantado por Austin —responde Brenda.
—Alexa dijo frente a mí que la cena era a las 6 —añade Talia.
—Tommy mandó un mensaje que también era a las 6 —agrega Lilith—. No entiendo porque Katie no te avisó.
—Tiene que haber una explicación —murmuro extrañada.
—Mejor salgamos de aquí —delara Talia abriendo la puerta—. Llegar a la cocina nos va a tomar los 10 minutos que nos quedan. —Todas salimos de la habitación y me detengo.
—Chicas, ¿dónde están Ginger y Tony?
—Están con el resto —responde Brenda y seguimos nuestro camino a las escaleras—. Austin se los llevó para el jardín de atrás.
Mis amigas caminan a mi lado y me detengo en observar sus vestidos. Talia tiene un vestido color negro que resalta su pecho, abierto por el lado izquierdo hasta la rodilla. Muchas piedras blancas relucen con la iluminación dejando sus hombros desnudos. Su cabello rojo cae en largos tirabuzones, y su look se completa con unos zapatos de tacón fino de unos 15 centímetros y un maquillaje sencillo.
El vestido de Lilith es color esmeralda. Se ajusta a su pecho y cae hasta las rodillas. Dos tirantes finos dorados atraviesan sus hombros y estos se cruzan en la espalda. Su cabello negro está recogido en un moño alto. Un maquillaje sencillo y unos pendientes largos del cual caen diferentes hojas del mismo color del vestido
El vestido de Brenda es espectacular. Blanco, gris y verde hasta la rodilla, y ajustado a la cintura. El fondo es blanco, las plumas grises y el fino tallo de las hojas es verde musgo. Las plumas son de todos los tamaños y en muchas direcciones. Sus zapatos son de la misma tonalidad gris del vestido. Sus pendientes son largos y finos, y su cabello cae como cascada por la espalda.
Al llegar a la escalera vemos a los chicos reunidos. Javier es el primero en vernos y sus ojos verdes se quedan fijos en nosotros. Me paralizo por un momento. Hace tiempo que él no me miraba así. Su traje es de dos piezas y no lleva corbata. Los chicos al ver que no prestaba atención se giran hacia nosotras.
Los ojos de Austin casi salen disparados de su cara, como en los dibujos animados, al ver a Brenda. A mi oído llega el sonido de satisfacción de ella. El mentón de Cameron llegó al piso cuando ve a una coqueta Talia bajando las escaleras con sensualidad. Aprieto los labios para que mi carcajada no se escuche.
Lilith se enrojece cuando los ojos azules de Tommy se clavan en ella. Nuestra enana, con sencillez, se ve muy hermosa.
Mi sonrisa se esfuma cuando unos ojos negros chocan con los míos. Trago en seco al ver lo fantástico que está mi chico en su traje de dos piezas, una corbata negra, su cabello despeinado y una sonrisa que vuelve loca a cualquier chica. ¡Y es todo mío!
—Estás preciosa —dice, cuando llego hasta él.
—Sacaste la lotería, Gray —agrega Javier con sorna.
—Y que lo digas, León. —Sonríe y en sus mejillas aparecen sus hoyuelos—. Si no fuéramos a cenar, te besaría ahora.
—Es labial seco —murmura Brenda cerca de nosotros—. No se cae aunque le eches agua o bebas algo.
Sigue platicando con Austin y la sonrisa de Chris aumenta mucho más.
—Esa es una buena noticia —susurra muy cerca de mí y me besa. Fuegos artificiales se encienden en mi estómago y mi corazón aletea de felicidad. Un carraspeo nos separa: Alexa.
—La cena está lista —dice en tono neutro y se retira.
Caminamos por el pasillo hacia la cocina a nuestra derecha con paso lento. Es más grande de lo que me imaginé. Una enorme mesa color caoba está en el centro de la estancia. Al fondo, hay una encimera de mármol con un bar. Las ventanas son tan grandes como las de la fachada principal. El suelo es de mármol blanco al igual que la mesa-bar cerca de la encimera, y a su lado dos puertas inmensas blancas. Las cortinas doradas contrastan con las paredes blancas y las columnas color salmón.
A nuestra derecha, cerca de la pared, hay una hilera de sirvientes. Todos con sus
trajes para la ocasión. Y eso que solo se trata de una cena formal. No quiero ni imaginarme cómo será la fiesta de mañana por el cumpleaños de la hermana menor de Chris.
Cada uno se coloca frente a una silla. En la cabecera de la izquierda está
Alexa Gray y al otro extremo, su esposo. A la izquierda de Alexa está Celine y luego le sigue Cameron con Talia. Frente a Celine está sentada Emma Norrington, y después le seguimos Chris y yo. A mi lado Brenda con Austin, y frente a ellos están sentados Lilith con Tommy. Finalmente, Javier termina sentado al lado de Héctor. El cabeza de familia sonríe y se siente muy a gusto. Alexa es la primera en sentarse cuando uno de los mozos aparta la silla para ella.
Una sonrisa malévola se posa en los labios de la señora Gray cuando agita una pequeña campanilla y los sirvientes a mis espaldas comienzan a moverse por el local con habilidad. Platos, cubiertos, copas, vasos, todo se coloca frente a mí con mucha destreza y silencio.
Alexa da dos palmadas y las puertas al fondo se abren. El olor a pato asado hace que mi estómago se revuelva. Brenda aprieta mi mano y siento la mirada de Javier sobre mí. Mis amigos me conocen. Saben que no soporto ese tipo de carne. Trago en seco y respiro con profundidad aguantando las ganas de vomitar. Por el rabillo del ojo veo como el ceño de Chris se frunce.
—Mamá...
—¿Sí, cariño? —pregunta ella en tono cortés.
—Mi novia no come este tipo de carnes. Te lo dije antes de llegar y lo recordé dos horas antes de la cena —contesta, cortante, e intento aguantar la bilis que se aloja en mi garganta.
—Discúlpame, Allison. Eran demasiadas cosas y olvidé ese pequeño detalle —se disculpa con falsedad y asiento. El olor ha cerrado la boca del estómago.
—Necesito tomar aire —digo con voz quebrada.
Me levanto de la mullida silla y con paso apresurado, me retiro del comedor.
«¿Pequeño detalle? Vaya suegra me ha tocado», pienso, mientras las lágrimas se acumulan en el borde de mis ojos. Una mano me toma por el brazo y choco con su fuerte pecho.
—Pequeña. —Sus brazos me rodean y la calidez de su cuerpo hace efectos en mí—. Lo siento mucho
—Fue un error, Chris. No te preocupes. Ella... Ella tiene demasiadas cosas en la cabeza con la fiesta de tu hermana —digo, intentando convencerme más a mí que a él.
—¿Por qué eres tan buena? —Se separa y acuna mi rostro entre sus manos—. ¿Por qué haces y dices esas cosas cuando te das cuenta que lo hizo a propósito?
—Es tu madre, Chris —contesto aguantando las ganas de llorar por la impotencia—. Por ahora tengo que darle la razón.
Acaricia mi mejilla con el pulgar y cierro los ojos por la suave sensación.
—Christopher, tu madre te llama —interviene una tercera voz—. La cena está a punto de comenzar.
¿Si pudiera congelarla y quebrarla en pedazos, me llevarían presa? Le haría un favor al mundo. Miro a Emma Norrington con una de esas miradas que congelan hasta la sangre. Un día de estos voy a borrarle esa sonrisa triunfal de su rostro. Lo juro.
—Dile a mi madre que...
—Ve —interrumpo.
—Pero...
—No te preocupes por mí. El estómago se me cerró. Por hoy no podré comer nada.
—No me gusta dejarte así. ¿Estás segura? —Asiento sin dejar de mirar a la intrusa y escucho el suspiro de mi chico—. Dile a mi madre que ya voy. Tengo que hablar con ella —susurra y giro mi rostro hacia él.
—Es la primera noche de ambos en tu casa. De nada vale molestarse con una bobería como esa. ¿Dónde está el gimnasio? —Enarca una ceja—. Dudo que en este lugar no exista un gimnasio.
Niega con la cabeza. Sabe que solo estoy intentando desviar la conversación.
—Al final del pasillo de las habitaciones hay una puerta que conduce al gimnasio.
—Christopher —llama Emma con insistencia.
—¡Dije que ya voy! —espeta mi chico en tono molesto. Me mira y suspiro con desgana—. Discúlpame. No hay razón para que veas estas cosas o acciones por mi parte.
—Oye —Acaricio su mejilla y cierra los ojos por mi tacto—, en las duras y en las maduras, ¿cierto? —Sonríe y aparecen esos hoyuelos que tanto me gustan.
—Cierto. —Sus ojos son abiertos y noto ese brillo de admiración—. Nos vemos en un rato. Te quiero.
Después de un largo beso que me supo a gloria, besa mi nariz y se retira al comedor con la hurraca a sus talones. Con paso lento llego a mi habitación y me siento en el borde de la cama.
—¡Qué mujer más horrible! —protesto, fastidiada.
Me quito el hermoso vestido, los zapatos, el maquillaje y recojo mi cabello en una coleta alta. Hace unas semanas me lo había cortado, pero ya está por la cintura nuevamente. Abro el armario y tomo unos leggins de un azul oscuro, una camiseta negra, las vans, y salgo en dirección al final del pasillo una vez preparada.
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