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Capítulo 8 «Una historia interesante»

—Dios —protesto con manos temblorosas.

—Allie, tómatelo con calma —dice Brenda sonriendo—. Solo es el primer día de clases. Nada más. —Suelto la corbata con frustración—. Déjame ayudarte con eso. —Se levanta de la cama y comienza a anudarme la corbata con tranquilidad—. Todo va a estar bien. Acostúmbrate. Esta será tu vida por lo menos este año. Corbata lista. —La golpeo en el brazo y se aleja sonriendo.

—¡Qué poca confianza tienes en mí! El torneo es a final de este año. Espero que pueda pasarlo.

—Allie —Se acerca una vez más y toma una de mis manos—, ya controlas el agua y además puedes curar con ella. Eso es un gran avance. Es más, nunca había escuchado de algo como eso. Aunque... la tienes un poco difícil.

—¿Por qué dices eso? —Tomo mis botas negras y me siento en la cama.

—Pues... causaste un poco de curiosidad en Javier y eso... es mucho decir. Es posible que llamaras su atención, y a Jess como que... no le gustó mucho eso.

—Por favor, eso fue una bobería. —Termino de anudar las agujetas de las botas.

—Si hay algo que noté ese día que choqué contigo es que... en cuanto a tu persona, nada es una bobería. —Se arrodilla frente a mí—. Mi amiga rompió un espejo que tiene miles de años, lanzó a un profesor por los aires en su primer día en el instituto, y cura con su elemento. Vamos... que eres algo especial.

—Brenda, eso...

—Eso es algo especial, Allie. Asusta un poco, pero fenomenal. Nadie curaría a un extraño y sonreiría a mis locuras. —Suelto una carcajada—. Eso dice mucho de ti. Ese corazón que tienes ahí —Me señala con un dedo—, es muy grande y bondadoso.

—¿Desde cuando eres tan sensible?

—Vaya... yo en un momento de apertura del corazón, ¿y tú me dices algo cómo eso? —Sonríe negando con la cabeza—. Si es que eres imbécil.

—Me amas y lo sabes, Brenda Clark.

—Hoy no tanto. McKeznie. –Ambas sonreímos.

—¿Estoy bien? —Me levanto y doy una vuelta en el lugar.

El uniforme es muy sencillo. Saya, short o jeans oscuros. Una camisa o camiseta blanca cuello de oca y la corbata es de color negro, pero en la parte delantera, tiene un dibujo exacto a la fuente del patio.

Esta vez me decanté por la camisa blanca y la arremangué hasta los codos. La saya es de pinzas y me llega hasta la mitad del muslo. Una coleta alta y mis botas de caña media como toque final. Gracias a Dios que tengo las piernas de mi padre.

—Yo te veo perfecta —finaliza, mirándome de arriba hasta abajo.

Ella había elegido los jeans oscuros y una camiseta, junto a unas botas de caña alta. Su pelo negro está recogido en una coleta alta mostrando sus rasgos asiáticos finos.

—Aun no entiendo como rayos te queda tan bien esa camiseta con la corbata —dije cruzándome de brazos

—Cariño, a mí todo me queda bien. —Una carcajada burbujea en mi pecho y salimos de la habitación. Mi estómago gruñe al instante de poner un pie en las escaleras—. ¡Uy, qué apetito!

—Lo siento. Mis padres siempre me preparaban el desayuno y ahora mismo... hasta mi estómago les extraña mucho.

—Vas a estar bien. —Pasa sus brazos por mis hombros—. Vas a ver que este día se va a ir volando.

Tres horas después...

—Así que el día se iba a pasar volando, ¿no? —comento, agotada. Las gotas de sudor corren por mi rostro y mi cuello—. Me siento asquerosa.

—No te vayas a quebrar ahora. —Brenda se sienta a mi lado en la banca—. Vamos. Todavía nos faltan un par de vueltas. –Gimo por lo bajo.

—Clark, McKenzie —grita nuestro profesor–, a correr.

—Después de esta no creo que sirva para algo más —murmuro, levantándome sin muchas ganas.

—Vamos, cobarde —inquiere Brenda y sonrío de soslayo.

Una hora después estoy bajo la ducha en la habitación. Bendito sea Dios por crear el universo y el agua dentro de él. A la mente llegó un truco que me enseñó papá. Coloco la palma de la mano derecha hacia arriba y cierro mis ojos. Cuando los abro, un pequeño remolino de agua se había formado y se mueve de un lado para otro. Sonreí por lo bajo.

—Venga, Alli... ¡Aaaaaaaaah! —grita Brenda al ser lanzada hacia atrás.

—¡Ay, por Dios! —Salgo del baño enrollada en una toalla en dirección a Brenda—. Dios mío, ¿estás bien? —El agua recorre su cuerpo.

—Que te jodan, Allison, soy yo. —Sacude su cabello negro salpicando todo el suelo—. ¿Pero y a ti que te ha pasado?

—Tenía un remolino de agua en la mano y cuando entraste al baño me asustaste, y yo... te lo lancé —explico aterrada—. Discúlpame, de verdad. No era mi intención... –Su carcajada corta mis disculpas y parpadeo perpleja—. ¿Y tú de qué te ríes ahora?

—Allison McKenzie —Coloca su mano empapada en mi hombro—, eres lo mejor. —Sigue riendo a carcajadas y resoplo.

—Tú estás loca —protesto, levantándome.

—Mira quién lo dice. —Golpeo su brazo y entro al baño nuevamente. Por si las dudas, coloco el pestillo.

En la primera hora nos adentramos al salón de clases de historia. Las paredes son altas. Del techo penden varias arañas para darle claridad a toda la estancia a pesar de los enormes ventanales de cristal. Al entrar, solo puedes ver las mesas de caoba oscura y las sillas metálicas. En el fondo se divisa una pizarra y cada lado de esta, hay dos puertas de madera. En las paredes laterales, hay varias estanterías llenas de libros y frascos. Parpadeo, perpleja, cuando veo un tornado dentro de uno de los frascos.

Yo y Brenda nos decantamos por sentarnos en el medio. Caminando a nuestra mesa, el resto de la clase me mira de soslayo. A mí siempre me ha gustado pasar desapercibida, así que es un poco incómodo que me miren así.

—No te preocupes —susurra la asiática una vez que nos sentamos—. Todavía están un poco atacados por lo ocurrido en la gala de bienvenida.

—Vaya, vaya. Miren quién decidió aparecer —dice una voz burlona a nuestra derecha—. La señorita explosiva y su amiga rara.

—Talia, me parece que no es el momento de...

—¡Cállate, Brenda! —irrumpe la pelirroja y pongo los ojos en blanco—. No estaba hablando contigo. Piérdanse. Ahí me siento yo.

—Me parece que aquí no dice tu nombre —comento con sorna mientras busco con la vista en la mesa y silla—. No obstante, dijiste chica explosiva y su amiga rara.

—¿Cómo dijiste? —pregunta, analizándome con sus ojos negros.

—Tengo entendido que este es también tu primer año en el colegio —Me levanto de la silla y me cruzo de brazos—, así que es imposible que esta sea tu silla, a no ser que seas una repitente. ¿Suspendiste el torneo del año pasado? —Enarco una ceja.

—No sabes con quién te estás metiendo. —Se acerca a mí en tono amenazante.

–Ni sé, ni quiero saber, Sprouse —recalco su apellido con rudeza.

—Te juro que...

—Buenas tardes, estudiantes. —Talia se separa al instante de escuchar la voz—. Pueden sentarse en sus asientos. La clase comienza en cinco minutos.

La pelirroja se retira muy molesta y yo me siento lo más rápido que puedo. Mis piernas tiemblan y las manos me sudan como nunca.

—Además de explosiva y sanar heridas, ¿también desafiante? —susurra Brenda en mi oído—. Me gusta.

—Buenas tardes —repite nuevamente la profesora recostándose a la mesa frente a la pizarra—. Mi nombre es Camille Stevenson, su profesora de Historia.

—Su esposo fue la persona que lanzaste por los aires el día de bienvenida —explica mi compañera y trago en seco.

Camille es de piel trigueña y cabello castaño claro en un estilo Bob. Unos jeans blancos se ajustaban a su silueta, una camisa de color champán se ajusta a su torso y a esto le acompañan unas botas de caña alta del mismo color de la blusa. Utiliza unas gafas de pasta negra, pero sus ojos son inusuales. Son color café pero con motas doradas.

—¿Alguien tiene una pregunta? —Levanto la mano–. Señorita McKenzie.

—Si son cuatro elementos, ¿por qué hay cinco emblemas?

—Ahora mismo se lo voy a contar. —Las luces de la estancia bajan la intensidad, formando una aurora de misterio.

—¿Esto es normal? —murmuro, extrañada.

—Es para darle un poco de drama —comenta, colocando sus codos sobre la mesa y acomodando su cara en la palma de las manos.

La mesa donde se estaba recostada Camille desaparece y toda la estancia se quedó sumida en la penumbra. La pizarra se convierte en una pantalla y comenzaron a proyectarse diversas fotografías.

—Hace muchos años, los elementos Agua, Tierra, Aire y Fuego estaban en completa armonía. El consejo estaba compuesto Laila, del elemento fuego; Leo, de aire; Aslan, elemento tierra y Hannah de agua.

En la fotografía un poco avejentada, se ven cuatro guerreros con un lago de fondo. Laila es de piel morena, cabello oscuro y ojos negros penetrantes. El cabello castaño claro de Leo hace contraste con sus ojos azules y piel pálida. Aslan, de piel bien oscura tiene la cabeza rapada y ojos color café. Y por último, Hannah, de hermosos ojos verdes y cabello color miel.

—Las personas que controlaban dichos elementos, disfrutaban de todo lo que les rodeaba, incluso podían vincular hasta dos de ellos, pero... hubo una persona que no estuvo contenta con lo que tenía. Quería más. —Aparece otra fotografía—. Lo quería todo. Esta persona que ven aquí, se llama Cassandra.

En la fotografía, la mujer de solo verla, tiene un aura de poder y autoridad. Su cabello es rojo como el fuego y de mirada profunda, como si sus ojos negros no tuvieran fondo. Manos finas y rasgos femeninos le hacen parecer un ángel acompañados de una nariz pequeña y labios delicados.

El dragón está enredado desde su muñeca hasta el antebrazo de su brazo izquierdo. Piernas largas y piel blanca con algunas pequeñas pecas en sus mejillas y puente de la nariz. Su vestimenta de guerrera, hacen que parezca una chica ruda y fuerte.

Una camisa de cuero cubre lo suficiente para ver solamente la cintura, pero ocultaba desde los codos hasta el cuello. Un pantalón, también de cuero, se amolda a su esbelta figura y la espada de su mano derecha está cubierta de fuego.

—Cassandra presentó una petición al consejo de elementos. Ella quería tener una porción de cada uno y saber que se sentía poder controlar todos los elementos al mismo tiempo. El consejo se la negó y ella aceptó... por el momento. Días después, personas de otros elementos comenzaron a desaparecer. Para cuando las encontraban, la piel estaba de color ceniza y su poder completamente drenado. Fueron en busca de Cassandra pidiéndole respuestas. Mandaron un ejército, pero días después no se sabía nada de ellos. El consejo tomó la decisión de ir a buscarla ellos mismos. La guerra por el poder había comenzado.

Mi cuerpo tembló con la siguiente fotografía. Aquello era horrible. Cuerpos esparcidos por todos lados. Y los elementos en descontrol total. Parecía una carnicería.

—Créanme, chicos —sigue explicando—, fueron tiempo muy feos y oscuros. Cassandra tenía un poder increíble. Cuando los del consejo estaban casi en las de perder, apareció esta niña. —Aparece otra fotografía—. Su nombre es Raquel, hija menor de Cassandra.

La profesora Camille comenzó a moverse de un extremo a otro.

La niña tiene unos ojos oscuros como la noche y la piel pálida como su madre. Su cabello dorado cae por su espalda en tirabuzones pequeños. Tiene un vestido azul cielo y en su cabeza un lazo blanco. Una niña preciosa.

—Cuando Cassandra iba a lanzar todo su poder contra el débil consejo, la niña se puso en el medio. —Ahogo un grito con las manos—. El grito de Cassandra al ver aquello fue desgarrador. La tierra tembló y su vida se desmoronó. —La voz de la profesora se quebró—. Lloró desconsoladamente encima del cuerpo de la pequeña. Los miembros del consejo se acercaron, unieron sus manos en torno a la pequeña y con el último resquicio de poder y aliento, la niña vivió, pero no fue la misma desde ese momento. Los ojos de Raquel pasaron de ser negros a violetas.

—Es la mejor historia de ficción que he escuchado en mi vida —opina uno de la primera fila y Camille sonríe de soslayo.

—Algunos dicen que Cassandra se volvió loca. Otros que devolvió el poder robado, y así es como algunos de ustedes tienen el control de los elementos el día de hoy. Lo que sí puedo asegurarles, es que después de esto —Señala la foto de la pequeña Raquel–, muchas guerras por el control total de los elementos se han hecho a lo largo de los siglos. La peste negra —Aparece una fotografía—, la viruela —Otra foto—, Primera y Segunda Guerra Mundial. —Cada foto más horrible que la anterior—. Las bombas en Hiroshima y Nagasaki, Chernobil. –A medida que menciona más catástrofes, aparece una fotografía—. Estos son solo algunos escenarios. Cuando la tierra grita de dolor, aparece el quinto elemento. Algunos dicen que tiene la capacidad de manipular todos los elementos al mismo tiempo, e incluso decidir entre la vida y la muerte. La unión de todos los elementos creó uno nuevo: la vida. He ahí la causa del quinto emblema, señorita McKenzie.

—¿Por qué se le asemeja a Raquel con el ave fénix? —esta vez preguntó Lilith.

—Cuando Cassandra murió, Raquel quemó el cuerpo de su madre como lo hacían en esa época. Una vez que todo estaba hecho cenizas, Raquel lloró y de sus lágrimas surgió un ave fénix. En ese tiempo estaban casi extintos. —Un nudo se me formó en la garganta—. El ave fénix es conocido como un animal que cuando muere, vuelve a renacer de sus cenizas. ¿He contestado a su pregunta? —Lilith asiente satisfecha—. ¿Otra pregunta más?

—Como elementos, ¿tenemos algún enemigo? Porque si el profesor Brad imparte Defensa es por algo —esta pregunto proviene de Tommy, y la profesora suspiró.

—Ahí es donde entra la otra parte de la historia —contesta, con voz neutra.

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