Capítulo 7 «Magia en el agua»
Media hora después, bajamos las escaleras hacia las oficinas. Yo me decanté por unos shorts cortos negros, una sudadera blanca, mis zapatillas vans grises y una coleta alta. Brenda es más de leggins y camisetas.
Al llegar al patio, me doy cuenta que hay algo distinto. De las torres oscuras, cae una bandera desde lo alto. Cada torre tiene un emblema de cada elemento.
En la torre cerca de la entrada principal, pero del ala de mi habitación, cae una enorme bandera azul y un delfín plateado esta incrustado en él. En la torre entre los dormitorios de las chicas y las aulas, pende una enorme bandera de color esmeralda y el emblema es un árbol con ramas sin hojas y raíces largas. Un poco parecido al que se había hecho Brenda en su brazo.
La torre cerca del dormitorio de los chicos es de color roja y podías visibilizar de manera muy clara el dragón plateado. Entre el dormitorio de los chicos y las aulas visibilizas la bandera de aire color turquesa. Una paloma blanca extiende sus alas y varias espirales se denotan debajo de las mismas y su cola.
Por último, está la torre del medio. Es la más alta de las cinco. Su bandera es de color blanco y era mucho más grande y ancha que el resto. En ella, un ave fénix se encuentra posando encima de una rama con las alas abiertas. Puedes reconocerlo por su plumaje entre rojo y anaranjado, pero también tiene algunas plumas de color azul, marrón, verde y violetas esparcidas entre las alas.
—Hermoso, ¿verdad? —habla Brenda. Yo me había quedado anonadada con semejante belleza
—Disculpa. Me quede absorta mirándola.
—No tienes que disculparte. —Entrelaza su brazo con el mío—. La primera vez que vine a este lugar, me pasó lo mismo. Estuve mirando durante horas esa bandera.
—¿Por qué hay cinco banderas si solo son cuatro elementos? —Ella sonríe de soslayo.
—Eres muy curiosa, ¿verdad?
—La vena cotilla es culpa de mi madre.
—Mañana debe tocar clase de historia. Ahí te van a responder todas las preguntas que tienes rondando en esa cabeza.
—¿No puedes adelantarme algo?
—Nop. Lo siento —añade y amplía su sonrisa—. Vamos. Tenemos un uniforme que buscar.
—¡Qué mala eres, Brenda Clark! —La golpeo suavemente por el brazo.
—¿Yo? ¿Mala? —Se señala ofendida—. Pero si yo soy un ángel caído del cielo.
—Sí, claro. Y yo el conejo de Pascuas.
—¿Ves? Esa es la razón por la que me llevo bien contigo.
—¿Y cuál es esa razón si se puede saber? —inquiero mientras subimos hasta el segundo piso.
—Me sigues la corriente sin importar lo chiflada que yo esté. —Seguimos riéndonos hasta llegar a secretaría.
—¿Otra vez aquí? Clarissa nos va a coger odio.
—Ella me ama demasiado como para llegar a odiarme. —Entramos sin tocar.
—Hola, Clarissa —saludo y la aludida levanta su cabeza de la mesa.
—Chicas —Se levanta y va a nuestro encuentro con un abrazo—, yo que creí que me libraría de ustedes por lo menos hoy. —La carcajada de Brenda no demora en llegar—. Señorita McKenzie, por lo que veo usted ya se encuentra bien. Nos dio un buen susto anoche. —El calor inunda mis mejillas y estrujo mis manos con nerviosismo—. Brenda, deberías de estar rabiando de dolor gracias a ese tatuaje. —Señala con la cabeza la mano de mi amiga y se cruzó de brazos—. No me digas que te volviste a colar en la enfermería.
—Te prometo, por el niñito Jesús, que no hice nada esta vez. —Brenda me mira buscando aprobación y yo asiento. Si ella confía en Clarissa, yo también podía—. Allie me ayudó. —La secretaria frunce el ceño y sus ojos azules nos miran fijamente—. Si te lo digo, no vas a creerme. —Brenda mira a su alrededor y ve una jarra llena de agua—. ¿Esa te sirve? —pregunta señalando con el mentón hacia la jarra.
—Con eso es suficiente —respondo.
Esta chica loca que tengo por amiga toma la jarra en sus manos y la coloca frente a mí. Clarissa pone una mano en su cintura y con la otra nos señala.
—Brenda, si este es otro de tus trucos...
—Silencio, Clarissa —le interrumpe—. Allie, haz tu magia. —El brillo de la emoción en sus ojos color café es notable—. Clarissa, Vas a querer tener una silla cerca. —La secretaria se cruza de brazos y espera expectante.
—Brenda, no le des tanta propaganda. No fue para tanto. —La aludida deja de mirar la jarra y sus ojos se concentran en mí.
—Tú, has lo tuyo, y deja que Clarissa saque sus conclusiones.
Resoplo y meto mi mano derecha dentro de la jarra de agua. La magia comienza a fluir a través de mis brazos.
—¡Ay, Dios mío! —susurra Clarissa estupefacta y cubre su boca del asombro. Saco la mano de la jarra y Brenda deja el objeto encima de la mesa.
—¿Ves de lo que te estaba hablando? —La chica pasa su brazo por mis hombros—. Allison McKenzie es una chica prodigio. Y no solo eso. Curó mi dolor del brazo y sus heridas de anoche. —Los ojos azules de Clarissa se abren como platos.
—¿Dónde aprendiste eso? —pregunta la secretaria.
—Mis padres —respondo estrujando mis manos.
—¿Alguien más lo sabe? —pregunta con curiosidad.
—Jessie Carmington —contesta Brenda sin muchas ganas.
—Le dije que guardara el secreto —aclaro con rapidez.
—Bien hecho —recalca Clarissa con seguridad—. No le muestres esto a nadie más, solo cuando sea necesario, o de lo contrario, te va a ser difícil descansar. Eso es algo muy... interesante. —Pasa su mano por el mentón como si estuviera pensando—. ¿Ustedes que quieren ahora?
—Clarissa, hablas como si cada vez que viniera es para pedirte algo. —La señora enarca una ceja con escepticismo—. ¡Oh, vamos, Clarissa! Sabes que no es así... la mayoría del tiempo.
—Esta niña es mala influencia para ti, Allison —añade la secretaria con sarcasmo.
—Auch. —Brenda coloca la mano en su corazón con fingido sufrimiento—. Eso me dolió.
—Anda, boba. Pero hablando en serio, ¿qué se les perdió a ustedes por esta ala?
—Vinimos en busca de los uniformes.
—Comenzaste aplicada en tu primer año, Brenda.
—Hay que dar buena impresión, ¿no? —Las tres comenzamos a reír.
—No puedo contigo, señorita Clark.
—Ugh, no me digas así, Clarissa —recalca Brenda con desagrado—. Tengo suficiente con la directora como para que tú también me llames así.
Salimos del despacho.
—¿Ya hablaste con la directora?
—Pasó a verme esta mañana por la enfermería —explico.
—Ella se preocupó mucho ayer en la noche —añade Clarissa y nos dirigimos a la tercera planta—. Primero por ti y luego por el espejo.
—¿Es verdad que nunca se había roto?
—Ese espejo estaba impregnado con la magia de los fundadores de este colegio hace miles de años. Que se haya roto, causó mucha confusión y conmoción.
Llegamos a una puerta que decía "Almacén" en su letrero. Clarissa dio tres pequeños toques con los nudillos, y segundos después la puerta se abre.
—¿Javier? —dijimos Brenda y yo al unísono.
—¿Qué haces aquí? —inquiere la asiática con asombro.
—Ayudo a Hugh con el inventario. —Disimula una mueca de dolor—. ¿Qué quieren?
—Eres un borde, ¿sabías? —inquiere Brenda—. Vinimos por los uniformes.
Javier resopla y el cabello negro que tiene en la frente se levanta por un instante.
—Pasen. —Abre la puerta para nosotras y entramos.
Inspecciono el lugar con detenimiento. Para ser un almacén, tiene muy buena iluminación y calefacción. Estanterías metálicas se encuentran empotradas en la pared. Todo estaba muy limpio y puedo oler a... ¿limón?
Una puerta al fondo se abrió y una cabeza con algunas canas emerge de ella. Debe estar entre los 55 y 60 años. Sonríe al vernos, o mejor dicho, al ver a Clarissa. Sus ojos azules brillan al reconocerla y su cabello cae por su frente. Unos vaqueros oscuros se cernían a su cintura y una camisa blanca se ajustaba a sus brazos y torso. ¿Será posible que hasta las personas mayores aquí estén en forma?
—Clarissa —La secretaria parece pequeña bajo el abrazo de este hombre.
—Hola, Hugh —respondió ella con cierto nerviosismo.
—¿Qué te trae por aquí?
—Me parece que Hugh no nos ha visto —murmura Brenda en mi oído y sonrío.
Por el rabillo del ojo veo que Javier hace una mueca de dolor. Su tatuaje también es bastante grande y debe dolerle. La cabeza del delfín está en la parte alta de su hombro y su cola le llega casi al codo.
—Las muchachas vienen por sus uniformes —responde la secretaria.
—Ah, ya. —Hugh nos mira fijamente—. Vaya, la chica del momento. Tienes que enseñarme como le hiciste eso a Brad. —Eleva una de las comisuras de sus labios.
—Hugh —reprende la secretaria y el aludido levanta las manos en señal de rendición.
—Espérenme aquí. Clarissa, voy a necesitar de tu ayuda. —Ambos entran por la puerta del fondo y todo queda sumido en un profundo silencio un tanto incómodo.
—Allison puede ayudarte con eso si quieres—explica Brenda rompiendo la tensión en el ambiente.
—Estoy bien —contesta, ofuscado.
—No seas terco, Javi. Sé que te duele. —Brenda se acerca a él. Con sus dos manos tomó una de Javier y este hizo un gesto de dolor—. Ni siquiera deberías de estar aquí con Hugh.
—No podía dejarlo solo, Brenda. Ya me conoces —insiste con voz grave.
—En verdad puede ayudarte.
—He dicho que... —Deja las palabras en el aire—. ¿Qué cosa es esto? —pregunta, asombrado, al ver las líneas finas de agua que van desde el cuerpo de Brenda hacia él. Intenta alejarse, pero ella no lo deja.
—Termino en un momento —comento.
Con una mano agarro el hombro de Brenda y con la otra, toco el agua de la jarra. Minutos después el dolor del brazo de Javier ha desaparecido, así como las heridas que le había visto en sus brazos. Al parecer, el cristal le atravesó el traje. La vista se me nubla y me agarro de lo primero que vi. Escucho un cristal romperse.
—Cógelo con calma, compañera —dice Brenda—. Esta es la última demostración por hoy.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta Clarissa con un par de bolsas plásticas transparentes en las manos. Al verme sentada en el suelo, se acercó rápidamente. Hugh salió detrás de ella.
—Allison...
—Allison casi se desmaya —Brenda interrumpe a Javier. Mis piernas se sienten como gelatina precocinada y me siento débil.
—¿Quieres un poco de agua? —pregunta Hugh.
—Sí, por favor. —Unos minutos después estoy mucho mejor.
—Voy a llevarla a la enfermería —dijo Brenda—. Clarissa, después paso por tu oficina a buscar los uniformes. ¿Puedes levantarte? —Niego con la cabeza.
—Yo la llevo —interviene Javier—. Hugh, regreso en un momento.
Con delicadeza, Javier me eleva del suelo entre sus brazos. La debilidad en mi cuerpo apenas me deja pensar con claridad y la colonia de él mucho menos. «¡Joder, qué bien huele!», pienso mientras salimos del almacén.
Ya en la tarde estoy en mi habitación. Brenda me subió unos bocadillos, y con ella vino Lilith, la chica de aire.
—¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor, Lilith —respondo.
—Vaya susto me has pegado, mujer —insiste Brenda a mi lado—. Aunque, ya dos veces ese buenazo de Javier te ha ayudado. Lo que daría yo por estar en esos brazos.
—Brenda, que ustedes casi que se criaron juntos —inquiere Lilith y hace un gesto de asco—. Además, ya conoces la historia de Javier. —Los ojos color café de Brenda se oscurecieron.
—¿Qué historia?
—Mejor no hablemos de eso —interviene Lilith—. Es... es mejor dejarlo como está—. Con nerviosismo, se levanta de la cama—. Nos vemos en la noche, chicas.
Se despide y sale de la habitación apresurada.
—Allie, hay cosas que son mejor que no sepas —comenta Brenda y entra al cuarto de baño.
«¿Por qué tanto misterio? ¿Quién eres, Javier León?», considero, mirando la puerta de la habitación.
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