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Capítulo 6 «Resaca sin alcohol»

Abro mis pesados párpados con lentitud. Todo lo que veo es claridad y paredes de color blanco.

—¿Dónde rayos estoy? —Intento levantarme, pero el dolor punzante en la sien me advierte que hacer ese gesto es mala idea, así que me recuesto nuevamente—. Dios, que dolor de cabeza. Es peor que una resaca.

—Vaya, al fin despiertas —dice una voz a mi derecha.

—¿Brenda? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —Demasiadas preguntas y pocas respuestas.

—Tranquila, señorita McKenzie. —Hace un gesto de dolor en su mano derecha al levantarla. Aún sigue con la misma ropa de anoche.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —Intento mover la mano, pero una máquina a mi lado comenzó a pitar fuertemente. Mi dolor de cabeza va a seguir aumentado si no apagan la maldita cosa.

—Veo que ya está despierta —dice una voz a mi izquierda y el pitido cesa.

—Directora Carlisle. —Intento levantarme, pero ella me detiene con la mano.

—No es necesario, señorita McKenzie, necesita descansar. —Hoy utiliza jeans ajustados y una blusa blanca de vuelos en el pecho.

—¿Qué pasó anoche? —pregunto confundida.

—Eso mismo quisiera saber yo —añade Brenda pero hace otro gesto de dolor. La directora Carlisle debe haber visto la confusión en mis ojos así que sonríe de soslayo.

—Ayer en la noche, cuando le tocó su turno frente al espejo... —Limpia su garganta con un leve carraspeo— lo rompió.

—¿Cómo? —Me siento de un tirón, y el mareo fue tan grande que me agarro al borde de la camilla—. ¿Cómo que rompí el espejo?

—Dímelo a mí que casi muero de un susto —habla Brenda una vez más—. Si no es porque Javier interviene, no hubieras llegado al mañana.

—Espera un momento. ¿Qué tiene que ver en todo esto Javier? —La maldita máquina comienza a pitar nuevamente. Hago un gesto de dolor por el sonido estridente.

—Señorita Clark, la señorita McKenzie tiene un lío en la cabeza, será mejor que yo le explique.

—Lo siento, directora Carlisle —murmura la asiática, haciendo pucheros. La directora apaga el pitido y se sienta en una silla mullida al lado de mi camilla.

—Muy bien, señorita McKenzie, le explico. Ayer se colocó delante del espejo. Por un momento vimos que estaba trabajando en su hombro, pero desaparecía. Así pasó varias veces. De momento, su cuerpo comenzó a brillar tan fuerte que tuvimos que taparnos los ojos. Uno de los profesores intentó acercarse, pero la luz salió desprendida de su cuerpo y lo lanzó hacia una columna. —Hice una mueca de dolor.

­«Pobre profesor. No lo conozco y ya debe de odiarme», pienso.

—Afortunadamente, el profesor Stevenson es más fuerte de lo que aparenta. Resumiendo: el espejo se rompió y estalló. Si no es por el señor León, usted no hubiera vivido para contarlo.

—El pobre Javier. Esquirlas de cristal se le incrustaron en la espalda por cubrirte —explica Brenda y cubro mi boca del susto.

—¡Ay, Dios mío! ¿Cómo está? ¿Él está bien?

—Favorablemente, sí —responde la directora—. Ahora, por favor, ¿puede explicarme en qué estaba pensando anoche cuando le tocó el turno del tatuaje?

—Yo... pensé en mi familia. Las veces que fuimos a surfear, las noches de navidad cerca de la chimenea y la lluvia tintineando en las ventanas. Cuando... fui al acuario o la vez que me acerqué al arroyo. Yo solo pensé... —parezco una idiota tartamudeando—. Yo solo pensé... en un remolino de agua. Eran tantos sentimientos mezclados que me decidí por un remolino de agua. —Los ojos negros de la directora me estudian con detenimiento.

—Muy bien. Ambas deben de estar adoloridas. La señorita Clark por el tatuaje formado, y usted por la noche tan movida que tuvo. —Sus ojos se posaron mi colgante—. ¿Dónde lo consiguió?

—Lo tengo desde pequeña. —Toco el pequeño delfín con la punta de los dedos.

—Al parecer con todo lo provocado, su tatuaje no pudo terminarse. —Se levanta del asiento—. Espero que podamos arreglar este desastre antes que termine el semestre. Tengan una buena mañana. —Asiento avergonzada y se retira de la enfermería.

—¿Qué acaba de pasar? —pregunto estupefacta.

—¿Me preguntas a mí? —Resopla y sonrío—. Casi pego un grito cuando tu piel comenzó a brillar, ¿o sí lo hice? Y cuando lanzaste al profesor de Defensa por los aires... Uff. Y si es cuando Javier se metió en el medio para cubrirte... —Deja las palabras en el aire y abanica su rostro con las manos—. Simplemente... Wow. Nunca lo vi moverse con tanta rapidez. ¿Cómo te sientes?

—Un poco adolorida, pero bien.

—Más te vale. —Se levanta de su asiento—. Vengo ahora. Voy en busca de la enfermera para que te den el alta. —Asiento y un pequeño mareo hace que me recueste a la pared—. ¿Segura que estás bien?

—¡Qué sí, pesada! Ve en busca de la enfermera, y por favor, necesito saber cómo está Javier.

—¡Qué clase de suerte tienes! Ese pedazo de hombre te salvó anoche. Lo que daría por estar en esos brazos. —Comienzo a reír por su comentario.

—Anda, boba.

—Ya voy, ya voy, señorita impaciente. —Pone los ojos en blanco y se retira también.

—¿Qué rayos pasó anoche? —Esa pregunta me vino a la mente y solo alguien puede responderme: papá o mamá. Necesito un teléfono.

Hola, cariño —dice mi madre al otro lado de la línea–. ¿Cómo te fue en la noche de bienvenida?

—Estoy en la enfermería.

­—¡Cómo! —chillan los dos al unísono.

Allie, ¿estás bien? —pregunta mi padre preocupado—. ¿Qué ocurrió?

—Aún no lo tengo muy claro, pero el espejo de los tatuajes se rompió cuando me llegó el turno.

¿Qué has dicho? —insiste papá, sorprendido—. Pero eso es imposible. Ese espejo está formado con el poder de los elementos. Tiene milenios de antigüedad, y jamás he escuchado que algo como eso pasara.

—Creí que podían darme una pista o señal. Al parecer mi cuerpo comenzó a brillar y el espejo estalló frente a mí.

¿Estás bien? ¿Estás lastimada? Voy para allá. —La preocupación es notable y yo solo cierro los ojos por ser la culpable de esa preocupación en ella—. No me interesa lo que diga Rebeca, te estoy sacando del colegio ahora mismo.

—No, mamá. Este lugar me gusta. Además, que tengo un poco de curiosidad.

Pero...

—Voy a estar bien —interrumpo, intentando calmarla—. Brenda se pasó la noche entera conmigo y la directora estuvo a mi lado cuando me levanté.

Eso no me gusta —añade mamá, y por su tono de voz, sé que está haciendo pucheros.

Criamos a Allison para que sea fuerte, Anne. Ya tiene 16 años. A esa edad, tú pateabas traseros sin importar el que se te enfrentara —interviene papá y escucho una sonrisa de mi madre.

Pero puede ser peligroso, Steve.

—Mamá, voy a estar bien.

¿Estás segura? —La indecisión en su voz estruja mi corazón.

—¡Qué sí! Les tengo otra pregunta. ¿Por qué se cambiaron los nombres? —Silencio fue lo único que recibí—. Sé que Nanneth y Steve no son verdaderos. —La otra línea se encuentra en silencio—. Cuando nos veamos en Navidad me explican eso. Por favor, no más mentiras. —Escucho un suspiro derrotado de su parte—. Les quiero mucho. Besos a Ellie de mi parte.

Te queremos, cariño —dice mi madre y lanza un beso.

Adiós, Allie. Te amamos. —Terminan la llamada y suspiro.

—Yo también les quiero. —Coloco el teléfono en su lugar.

—Pero ¿qué haces levantada? —dice una voz desde la puerta—. A la cama, jovencita. —Obedezco sin muchas ganas y ella sonrió al ver mi desgana.

La enfermera es una señora mayor cerca de los 50 años. El cabello rubio cenizo colocado en un moño alto aporta un aire angelical a sus finos rasgos. Sus ojos color café me miran divertidos. Las avejentadas manos me arropan con delicadeza y en el borde de sus ojos y labios se notan unas pequeñas arrugas.

—¿Ya me puedo marchar?

—Aún no —responde sacando una pequeña linterna de su bata de enfermera—. Necesito hacer unos últimos exámenes. —Una vez terminado, me entrega una hoja—. Después que firmes esto, puedes irte. Mi nombre es Amelia, por cierto.

—Muchas gracias, Amelia. Mi nombre es Allison McKenzie. —Firmo el documento.

—Dudo que alguien a estas alturas no sepa tu nombre. —Le miro frunciendo el ceño—. Con todo lo ocurrido en la bienvenida de anoche, dudo que alguien no sepa quién eres —aclara, y sus ojos color café también recaen en mi colgante—. Lindo collar. Ya puedes irte. Si sientes cualquier síntoma en las próximas 24 horas, ven a verme. —Asiento y me retiro de allí.

Camino por toda la segunda planta aún con el vestido de anoche completamente arruinado y huele a quemado. Mi madre va a matarme. Al llegar al patio, todo está en calma. Al parecer, una vez que estás tatuado, el dolor físico comienza al día siguiente. Con los zapatos en mano, me dirijo hacia mi habitación.

Tengo que buscar a Brenda. Salió en busca de mi alta, pero nunca regresó. Después de un baño largo y encontrar a esa chica chiflada, necesito buscar a Javier. Me salvó la vida y tengo que agradecérselo en persona.

El aire en este lugar huele diferente. Es como si fuera dulce. Inhalo y energía llegó a mi cuerpo. Acaricio mis brazos con lentitud y mis manos palpan las pequeñas heridas provocadas anoche. Javier se llevó la peor parte del estallido, pero no pudo evitar que esquirlas de cristal me llegaran o rozaran los brazos.

En el centro del patio del colegio me fijo en la fuente y con lentitud me acerco a ella. La hierba hace cosquillas en la planta de mis pies y sonrío por la sensación. Toco el agua estancada en la base, y como si fuera algo mágico, el agua, en pequeños hilos como si fueran venas, comenzó a recorrer mis brazos desde las muñecas hasta mis hombros... curándolos.

—Wow. Tienes que enseñarme a hacer eso —dice una voz detrás de mí y doy un pequeño brinco alejándome de la fuente—. Disculpa, no era mi intención asustarte. —Se acerca un poco más—. Mi nombre es Jessie Carmington, pero todos me dicen Jess.

—Un gusto conocerte, Jess. Mi nombre es...

—Allison McKenzie —termina la frase por mí—. Con lo ocurrido anoche, dudo que alguien no te reconozca. —Se masajea la parte baja de la columna.

—Oye, ¿estás bien?

—Solo un poco adolorida. Mi tatuaje se formó en la parte baja de mi espalda y ni con todo el ibuprofeno del mundo se me alivia el dolor. —Pienso una cosa y sonrío.

—Acércate y toma mi mano. —Sus ojos verdes me miran con curiosidad—. Vamos, no muerdo, y tampoco soy una bomba nuclear explotando todo el tiempo. —Hizo un amago de sonrisa—. Prometo que no dolerá.

Coloco los zapatos en el césped y toma mi mano izquierda. Con la mano libre, toco el agua de la fuente, y como esperaba, comienza a hacer su trabajo. Finas líneas de agua van de mi cuerpo al suyo. Al principio, ella abre los ojos asombrada. Unos minutos después, el agua deja de correr por el trabajo hecho.

—¿Te sientes mejor? —pregunto.

—Sí —anuncia asombrada—. Es increíble. —Toca la parte baja de su espalda como si aún no se lo creyera—. ¿Cómo lo hiciste?

—Ni idea. Solamente pensé en eso y ya.

—Suena demasiado fácil.

Sus jeans le quedan ajustados a su silueta y la camiseta beige se acopla perfectamente como una segunda piel. Su pelo negro está recogido en una cólera alta para divisar sus rasgos: Labios carnosos, mentón pronunciado, nariz pequeña y piel perfecta. ¡Qué envidia! Y a eso le sumamos unas botas de caña alta. ¡Dios, qué mujer!

—Pues es muy fácil... con práctica. —Ambas sonreímos—. Oye, ¿crees que puedas guardar este secreto?

—Por supuesto. Estoy en la 110 por si necesitas algo.

—Te dejo, Jess, necesito cambiarme. No puedo andar con estas pintas por el colegio.

—Eh... claro. Nos vemos luego. —Recojo mis zapatos y me dirijo a la habitación

—Oye, al fin te encuentro —digo al entrar en la habitación—. ¿No que habías ido por la enfermera para que me diera el alta? ¿Qué clase de amiga eres? —Coloco mis manos en forma de jarra.

—Tú... cállate —protesta Brenda sentada en su cama recostada a la pared.

—¿Qué te pasa? —Dejo los zapatos dentro del armario.

—¡Qué duele! —chilla y me enseña el tatuaje en su brazo derecho. Me recuerda mucho al tatuaje de Oscar, en la serie Blindspot. Vamos... que es idéntico.

—¡Ay, qué bonito! —comento, acercándome para verlo mejor.

—Sí, claro. —Pone sus ojos en blanco—. Es "tan bonito" que me dio una noche horrible. Casi no pude dormir. —Aguanta su brazo con la otra mano como si le pesara—. Si hubiera sabido que esto dolería tanto después, te aseguro que me hubiera decantado por una rama seca en la muñeca.

—Brenda, no es para tanto.

—He tenido la noche más larga de mi vida, con un dolor horrible y sin poder dormir porque mi amiga estuvo inconsciente "toda la noche" ya que explotó un espejo que tiene miles de años. —Elevó sus brazos hacia arriba y hace un gesto de dolor por la acción hecha.

—Cuando lo pones así. –Ambas sonreímos y me siento frente a ella—. ¿Te hecho una mano con eso?

—Ya se me pasará. —Golpea la cama con la misma mano del tatuaje y maldice por lo bajo—. Dios, como duele.

—Déjame ayudarte, Clark. No seas testaruda. —Tomo un vaso de agua que estaba en la mesa entre las dos camas, entro al cuarto de baño, y lo lleno del grifo. Solo espero que funcione—. Dame tu mano —Ordeno cuando llego a su lado.

–Allie, el espiritismo no es lo mío. —Dejo escapar una carcajada y coloco el vaso encima de la mesa.

—Anda, boba, dame tu mano.

Con la mano izquierda tomo su brazo adolorido y con la punta de los dedos de la otra mano que tengo libre toco el agua en el vaso.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta, analizándome con sus ojos color café.

«Debe creer que estoy loca», pienso y sonrío.

—Vas a ver. No va a doler, cobarde. —Resopla elevando el cabello de su flequillo hacia arriba y me concentro como había hecho más temprano con Jess.

—¡La madre que me parió! –susurra al ver lo que pasa. De mi mano corre el agua hasta la suya, y minutos después ella se golpeaba el tatuaje sin dolor—. ¿Cómo lo has hecho?

—Un poquitín de práctica. —Me analiza con detenimiento y se fija en mis brazos.

—Oye, en la enfermería se te veían varios cortes. ¿Esto también te lo hiciste? O sea, curarte a ti misma —susurra, como si fuera un secreto.

–Cuando salí de la enfermería fui hacia la fuente que se encuentra en el patio y simplemente salió. Con Jess también funcionó de maravilla.

—Un momento. Pon el freno al tren que te estás pasando de estación. ¿Jess? ¿Jessie Carmington?

—Esa misma. —Frunzo el ceño—. ¿Por qué? ¿Hay algún problema con ella?

—¿Quieres mi consejo? No te acerques mucho a Jess o a Javier León cuando ella esté cerca.

—Ah, ya veo. —Una bombilla se enciende en mi cabeza—. A ella le gusta Javier, ¿no?

—En esta escuela, ¿a quién no le gusta Javier León? —aclara más como afirmación que como pregunta y nos miramos.

—Talia Sprouse —decimos al unísono.

—Esa chica bebe los vientos por Cameron.

—Cameron está muy bien. Se nota que es buena persona.

—El chico es un pedazo de cielo en la tierra —murmura y me mira nuevamente—. Creo que vas a necesitar un baño. Cuando termines necesito que me acompañes a un lugar.

—¿Pero no que estabas adolorida? —indico sonriendo.

—Gracias a una chica que chocó conmigo el día de ayer... pues no. No tengo dolor alguno. —Me levanto de la cama y tomo la toalla.

—¿A dónde vamos?

—A buscar el uniforme.

–¿Tenemos uniformes? –pregunto emocionada.

—Pero claro. —Aprieta su nariz con los dedos—. A darse un baño. Apestas a zorrillo de selva. —Sonríe, y segundos después grita al sentir su cabeza mojada—. ¿Pero qué rayos...? —Mira hacia la mesa estupefacta. El vaso ya no tiene agua—. ¿Tú hiciste eso? —Sonrío con picardía, y antes que me golpeara un almohadón, cierro la puerta del baño.

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