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Capítulo 30 «¿Cita o salida?»

Con el estómago lleno salimos del colegio, y miles de ojos se posan sobre nosotros con cada paso.

—No sabes como te odio, Christopher Gray.

—Deja que todos miren, Allison. Lo que verdaderamente importa es lo que sabemos tú y yo. Deja que el mundo hable. Sus vidas son tan decadentes y vacías, que quieren saciar su insignificancia con nuestra maravillosa existencia.

—A veces no te comprendo. ¿Cómo pueden hablar tanto de ti y al final...? —dejo de hablar.

—¿Al final...?

—Eres otra cosa completamente distinta. —Deja escapar una sonrisa amarga.

—Allie, la vida es una sola y hay que vivirla. Es algo simple —añade una vez que atravesamos la verja del colegio—. Vive tu vida y deja que el resto se pregunte el por qué lo haces con tanta alegría. Hakuna Matata. —Dejo escapar una carcajada.

—¿Cómo rayos terminaron Timón y Pumba en la conversación? —Se encoge de hombros y sonríe—. Eres raro.

—Parte de mi encanto.

Bordeamos el ala de los chicos en dirección al bosque. Me detuve a mitad de camino cuando recuerdo lo que pasó más allá de él con Austin hace poco tiempo.

—No creo que sea buena idea alejarnos del colegio. Demasiados ataques de cold.

—Tranquila, pequeña. —Sonríe y pasa su brazo por mis hombros—. No vamos a demorarnos mucho. Bueno, esa última parte depende de ti.

—¿No vas a decirme a dónde vamos?

—No seas curiosa.

Seguimos caminando más allá del bosque y detrás de unas rocas nos encontramos un lago congelado. Delante de mí tengo una hermosa pintura entre colores blanco, marrón y el cielo azul.

Los copos de nieve caen del cielo con lentitud y se posan en la capa de nieve en la copa de los árboles. El aire casi no sopla y el frío es horrible. Algunos animales corretean por el bordillo del lago o entre las ramas de los árboles haciendo caer la nieve de estos.

—No me lo puedo creer —murmuro, acercándome al lago—. Pero no traje zapatos para patinar.

Me giro hacia Chris, y de una bolsa, sacaba unos zapatos para patinar.

—Lo tenías todo planificado.

—Hombre precavido vale por mil mujeres. —También sacó a la vista unos sándwiches y termos con chocolate caliente.

—Uy, sí. —Aplaudo emocionada.

—Eso será para después. Ahora hay que patinar.

Sus ojos negros me miran brillantes de emoción y una cálida sonrisa curva sus labios.

—Te lo digo por adelantado. Soy pésima en esto —aclaro, poniendo los brazos en jarras y mirando el lago congelado una vez más.

—Ya —reitera con ironía—. Así mismo decías referente al baile y eres una experta.

—Yo nunca te dije eso.

—A mí no —Me alcanza unos patines de mi talla—, pero a Javier sí.

Se sienta en una piedra y yo hago lo mismo.

—¿Cómo está la relación entre ustedes?

—Mejor de lo que pensé —explica, mientras termina de acordonarse las agujetas—. Las cosas ya no son como antes. Pero, al menos ya no queremos saltarnos a la yugular cada vez que nos vemos. —Suspiro aliviada—. ¿Lista? —Termino con el último lazo en mis agujetas.

–Lista.

El tiempo pasa, pero entre nosotros parece que el momento nunca termina. Después de darme unas buenas caídas y llevarme a Chris en el camino, finalmente logré patinar sin ayuda. Es como correr en el hielo o al menos es como entendí.

Chris me da un par de volteretas en el aire y encima del hielo. Es un poco abrumador y terrorífico, pero las risas son muy contantes. Desde hace un tiempo no disfrutaba patinar. Después que Ellie se rompió el brazo a los ocho años, dejé de hacer—lo. Había olvidado lo que se sentía.

Como me digas que eres mala en algo, juro que te incinero –—protesta el mayor de los Gray apoyado en una roca tomando un poco de aire.

—En verdad soy pésima... o eso es lo que creía. —Me siento en el bordillo del lago, encima de un montículo de nieve en forma de banco y él se acomoda a mi lado—. Hace años que no patino. Cuando mi hermana tenía ocho años se rompió el brazo. Yo quería ir a patinar, pero ella también. A escondidas de mis padres salimos de casa. Ya sabes cómo terminó la historia.

—¿Tienes una hermana menor?

—Su nombre es Elizabeth.

Sonrío cuando su rostro y sonrisa de ángel llega a mi mente, pero el dolor me embarga al instante. Saber que en un par de años no podré verla o disfrutar de su graduación de la universidad encoge mi corazón. Todo por la estúpida ley de los primogénitos.

—Oh, no. De eso nada. —Toma mi rostro entre sus manos tibias—. Te traje aquí para que disfrutaras y salieras un rato de esos muros. —Acaricia mis mejillas con sus pulgares haciendo pequeños círculos—. No quiero verte triste. No me gusta.

—¿Por qué yo? —pregunto, y él frunce el ceño. Baja sus manos con lentitud.

—¿A qué te refieres?

—¿Por qué de todas las chicas del colegio, te ensañaste conmigo?

Sus ojos negros me observan durante unos segundos y después desvía su mirada hacia el lago.

—Eres diferente —contesta y pongo los ojos en blanco.

—No puedo creer que de tantas respuestas absurdas, decidieras escoger la que lleva el primer lugar.

—Es la verdad, pequeña. Ninguna chica me había desafiado antes. Ninguna era tan divertida, alocada, luchadora, y sobre todo, con un corazón muy grande y bondadoso... además que eres la terquedad personificada. —Esto último me hace sonreír—. Así me gusta. Además... eres la primera chica que no intenta llamar mi atención. Al contrario, la primera noche me desafiaste, y si mal no recuerdo, creo que terminé con agua en la cabeza.

—Te lo tenías merecido por atrevido.

—Yo nunca dije lo contrario. Tenía que intentarlo. Esa noche me resultaste... interesante

—Te estás excediendo con la cuota de cumplidos, Gray. —El sonido de su carcajada se esparce en el aire.

—Y no sabes como tengo de esos bajo la manga.

—Además, ¿quién te asegura que esa no fue mi intención al principio?

—¿Lo fue? —Enarca una ceja con escepticismo—. Nah. No creo que seas una de esas.

—Puedo disimularlo bien.

—Esos hermosos ojos verdes son demasiado transparentes, pequeña. ¿Otra ronda?

—Solo falta la música. —Chasquea sus dedos y de la bolsa saca un teléfono—. ¿Es en serio? Chris, lo dije en broma

—Claro que sí. Chico precavido vale por mil, ¿recuerdas? ¿Qué quieres escuchar? —preguntó revisando el teléfono—. ¿Pop? ¿Rock? ¿Pop-Rock? ¿Clásico? ¿Barroco? Tengo la colección entera de preludios de Bach.

—¿Claro de Luna? —pregunto para probar suerte.

—Ajá —suelta emocionado—. La encontré. Claro de Luna por el pianista Beethoven. Buena elección, pequeña.

—¿En serio la tienes? —Le quito el teléfono de las manos para cerciorarme que sea cierto—. No me lo puedo creer.

—Soy un chico con gustos amplios —comenta con zalamería y resoplo.

—Ya lo noto. —Me levanto y sacudo la nieve de mi ropa—. ¿Bailamos?

Chris toma el teléfono con una mano y con la otra me guía al centro de lago. Las primeras notas de esa pieza de piano comienzan a envolvernos. Guarda el teléfono en su bolsillo delantero para agarrarme por la cintura con la mano derecha y atraerme hacia él.

—Bailemos pues.

Así estuvimos hasta que terminó el Preludio y el Minueto, los dos primeros movimientos de la pieza. Agotados, nos acercamos a la orilla y nos sentamos al lado de la bolsa.

—Este lugar está genial. ¿Cómo lo encontraste?

—Cuando entré en mi primer año. Aquí fue donde comenzó toda la historia con Alice.

«Dime qué está bromeando. Todo lo bello del lugar ha sido empañado por ese recuerdo tan... Ugh», pienso con tristeza.

—Ahora que lo digo en voz alta, suena peor que en mi cabeza. {

—Lo siento.

—¿Por qué deberías sentirlo? Estaba en mi mejor momento con Talia cuando Alice entró en mi vida. Javier estuvo enamorado de ella desde que tenía 10 años. Era solo un crío. Ya sabes cómo terminó todo.

—¿Aún duele?

—No tanto como pensé. Una chica de ojos verdes conquistó mi corazón la primera noche cuando regresé a este colegio. —Resoplo por lo bajo y él sonríe.

—Mira que eres zalamero. —Le empujo con suavidad por el hombro—. No pierdes el tiempo, Gray. Menos mal que solo somos amigos y que hay muchas chicas de ojos verdes en el colegio.

—Uno intentando ser tierno y cursi, y tú tiras abajo toda el aura romántica. —Niega con la cabeza y sonríe una vez más—. Eres dura de roer, pequeña.

—Esa es la firma de las McKenzie.

—¡Qué ruda! —dice con ironía y le saco la lengua de forma juguetona—. ¿Quieres hacer un muñeco de nieve?

—Después que hagamos ángeles en la nieve.

–Tú eres el ángel —creo que fue lo que susurró Chris. No entendí muy bien.

—Si ya terminaste... —Me levanto con rapidez, y por culpa de los patines, pierdo el equilibrio.

Chris me agarra y me lanza hacia su cuerpo. «Hombre, qué pecho más duro tiene», pienso cuando impacto contra él y caemos en la nieve.

Nuestras narices quedan a pocos milímetros. Sus ojos negros me observan y sus labios entreabiertos me tienen un poco alelada. Su olor almizcle es muy familiar y gracias al susto por la caída, mi corazón comienza a latir velozmente. Los ojos de Chris recorren lentamente mi rostro terminando en mis labios. El ambiente entre nosotros comienza a cargarse de sensaciones y sentimientos extraños para mí.

—¿Estás bien? —pregunta, después de salir del estado de shock.

—Eh... sí. Perdí el equilibrio por un instante. Perdón.

Me separo y nos sentamos en la fría nieve. Sacudo su cabeza llena de nieve y comienza a reír a carcajada limpia. Frunzo el ceño al no comprender su cambio.

—¿De qué te ríes ahora?

—Por un momento pensé que... que... —Casi no puede hablar y se retuerce sobre la nieve—. Olvídalo —finaliza haciendo gestos con la mano como si no importara, pero no deja de reír como loco.

El calor inunda mi rostro porque ya sé a lo que Chris se refiere. ¿Honestamente? Esa idea se me había pasado por la cabeza por un instante, pero debo guardar las distancias por mi bien mental. Todos me dicen que al mayor de los Gary siempre trae problemas, y a mi no me gustan los problemas.

Cuando logra calmarse, carraspea antes de incorporarse. Agarró mis manos entre las suyas y hace círculos en el dorso de las manos con los pulgares.

—Por esa razón eres la mejor amiga del mundo. Cualquiera se hubiera lanzado y tú te levantaste. Saber que al menos hay una chica que no piensa meterse en mis pantalones se siente muy bien.

—Dios, Chris. —Le empujo por el pecho, o al menos lo intento—. ¡Qué asco!

—¿Asco por qué? —Sonríe de soslayo—. Vamos, pequeña, no me digas que... —Se detiene al instante y abre sus ojos de par en par, con temor.

Me levanto mirando hacia atrás por si venía alguien o un ataque de cold, y en la palma de mis manos aparecen esferas de agua, listas para cualquier ataque.

—¿Qué pasa? ¿Viste algo? —inquiero.

Le miro y él niega con la cabeza. Su sonrisa se ha esfumado, dando paso a la comprensión. Me acerco con cuidado para no terminar en el suelo o encima de él nuevamente y me arrodillo hasta su altura, las esferas de agua desaparecen de mis manos

—Chris, ¿todo está bien?

—Eh... sí. Todo bien. ¿Lista para ángeles y muñecos de nieve? —Asiento, aún confundida—. Solo hay un problema. No traje zanahoria para la nariz.

—Vamos. —Dejo salir una pequeña sonrisa y ambos nos levantamos—. Ya encontraremos alguna rama por ahí.

Hacer muñecos de nieve fue más difícil de lo qué pensé. Las bolas de nieve nunca me quedaban redondas y Chris siempre las tiraba abajo cuando lograba colocar la segunda. En eso nos demoramos casi toda la tarde, además que las guerras con bolas de nieve eran cada cinco minutos.

Al final, caímos uno al lado de otro encima de la fría nieve. A mi derecha, los animales se habían reunido en el límite del espeso bosque, observándonos con curiosidad. Deben pensar que estamos locos de remate.

Cuando miro a Chris, tiene los brazos cruzados debajo de su nuca con los ojos cerrados. Estudio su perfecto perfil y suspiro con suavidad. Su cabello negro tiene varios copos de nieve y la sonrisa no se había separado de sus labios. Yo estaba muerta de frío y él solo tiene con un simple polo. ¡Qué envidia!

«¿Cuál será la sensación cuando él abraza a alguien amado? ¿Será suave y tierno? ¿Será fuerte y posesivo? ¿Cómo se sentirán las chicas cuando le besan? Allison, deja de pensar en estupideces», pienso mientras me golpeo mentalmente por imaginarme a mí en cada una de las acciones de mis propias preguntas.

—¿Qué harás en la noche? —pregunta sin mirarme, interrumpiendo mis tontos pensamientos.

—No lo sé. —Miro las nubes pasar con lentitud en el cielo—. ¿Qué tienes planificado?

—Es una sorpresa. —Sonríe y mi estómago ruge, hambriento.

Se sienta y flexiona los músculos de sus brazos cuando apoya los codos sobre sus rodillas. «Santa madre del verno Altísimo. ¡Qué bueno está!», pienso y me reclamo mentalmente por pensar de manera tan vulgar. Las hormonas me están jugando una mala pasada.

—Es hora de alimentar a la bestia —añade en broma. Tomo un puñado de nieve y se lo lanzo. Él solo sonríe—. Vamos, pequeña. Si nos demoramos demasiado, puedes agarrar un resfriado.

—¿Yo? ¿Un resfriado? —Suelto una carcajada—. En mi vida me he enfermado, Chris. Además, los usuarios no nos enfermamos.

Dos horas después...

—Como sigas así, no podrás bajar ni a cenar —dice Brenda y estornudo.

«¡Maldito seas, Christopher Gray! Mi primer resfriado en 16 años. Tengo que darle el crédito. ¡Qué lengua más santa tiene!», pienso al estornudar una vez más. Mientras niega con la cabeza, ella me alcanza la caja con los kleenex.

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