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La Supresión del Niño.

LA SUPRESIÓN DEL NIÑO

"Buscaban un placer egoísta: tuvieron un hijo imprevisto. Suprimieron al niño. Me llegó el turno de hacer lo mismo con ellos".

Un parricide, "Le Gaulois", 25 de septiembre de 1882. Guy de Maupassant.

La reunión transcurría como todas las semanas. Estaban a un paso de conseguirlo. Las negociaciones con el gobierno socialista habían llegado a su fin. La ministra de sanidad, el ministro de justicia y todos los agentes sociales, las clínicas abortistas, las asociaciones feministas, todos satisfechos con la nueva ley. Era un salto de 180 grados en progreso social. Tantísimos años de lucha habían merecido la pena. La sociedad Española había sido transformada y ni María Santísima la reconocería, si levantara la cabeza.

Aquella tarde noche, las compañeras se reunían con un aire más bien festivo. Analizarían el resultado de todo aquel proceso, tenían que ser extremadamente celosas, para que todo cuanto se había conseguido imponer al gobierno, fuera cumplido punto por punto, coma por coma. De ello dependía la libertad de las mujeres españolas. La camaradería afloraba entre ellas. Las había que eran parejas de hecho, las había que eran amigas de años de luchas por la igualdad, las había que eran jóvenes y recientemente incorporadas a la causa, y éstas eran las más fanáticas en sus ideas. Eran verdaderas luchadoras idealistas por los "derechos de la mujer".

Tras la reunión todas fueron a tomar unas copas, el triunfo y el bien social que habían logrado merecía una celebración, se sentían satisfechas y compartir el logro en el grupo, era inevitable. Un ritual necesario.

Marta, era una de las más jóvenes. Ni siquiera se había planteado todavía engendrar. Pero necesitaba el derecho para abortar. Lo necesitaba como quien necesita respirar. La muchacha se sentía extasiada, y pensaba que era alguien importante.

Así se sentían todas ellas. Importantes.

Tras su picoteo y su cena, fueron desapareciendo conforme el cansancio hacía mella en sus excitados cerebros vencedores. Marta regresó a su casa, al piso de estudiante que compartía con dos compañeras más. Estudiaba Ciencias Políticas en la Complutense. Su cuerpo entumecido por el alcohol, le pedía dormir con insistencia. Era tarde, pero no tanto como para sentir tal cansancio. "Son muchas emociones" pensó la joven. Se acostó tras lavarse un segundo los dientes. El pijama ni se lo puso. Se desvistió y como no sentía frio ni calor, en ropa interior, se acostó. A la media hora dormía profundamente pero un dolor repentino e insoportable, en su bajo vientre, la despertó horrorizada. Se desmayó casi de inmediato, no pudo pedir auxilio, su voz era un hilillo imperceptible. Algo la desgarraba desde lo más profundo de sus entrañas.

****

Al día siguiente, muy pronto por la mañana, la compañera de piso se asomó a la habitación de Marta, ya que ésta no daba señales de vida. Iba a hacérsele tarde.

Andrea, que estudiaba Derecho, llamó varias veces a la puerta de la habitación con los nudillos. No respondía nadie. Pero las llaves de Marta estaban en el aparador de la entrada. Eso significaba que no se había marchado. Marta tenía este defecto heredado de un viejo hábito, que adquirió en casa de sus padres. Todos dejaban, al entrar en su casa, las llaves en el aparador del vestíbulo. Marta lo había contado muchas veces para excusarse por su inadecuada conducta ya que, sus dos compañeras de piso, pensaban que cualquiera que les visitara y que no fuera muy de fiar, podría llevarse las llaves sin que se dieran cuenta.

Andrea entró. Andrea llamó a Marta. Andrea movió a Marta. El grito de Andrea estremeció al vecindario.

****

Marta estaba cubierta de sangre. Sus entrañas habían sido arrancadas con tal violencia que parecía que unas hienas se habían dado un banquete a su costa. Sobre su cuerpo sin vida, regado en sangre, profanado, mutilado, destruido, mancillado habían dejado una pequeña nota, metida en un sobre negro, escrita con tinta blanca:

Me he vengado, te he asesinado. Estaba en mi legítimo derecho.

Tu hijo.

Los informativos televisivos se sucedían sin solución de continuidad, los periódicos tuvieron que actualizarse esa misma mañana, en internet una furia de mensajes e información apocalíptica colapsaba la red.

Todas aquellas mujeres, las del grupo, la ministra, las ginecólogas, las funcionarias y asesoras del gobierno...TODAS aparecieron en las mismas circunstancias. Todas habían sido asesinadas con el mismo modus operandi. En los días sucesivos aparecieron más y más cadáveres con los mismos signos de muerte violenta en sus cuerpos.

Pero lo sorprendente del caso fue que las autopsias realizadas a todos y cada uno de los cuerpos, determinaron que las muertes no habían sido obra de una agresión externa. Ninguna de ellas había sido asesinada. Al menos, en apariencia, claro. Las mujeres habían estallado desde dentro. Era completamente inaudito, nadie entendió jamás aquella masacre. Nunca se pudo descubrir a los culpables. Nadie pagó por aquel genocidio colectivo.

Surgió un miedo ancestral en la sociedad, miedo a la barbarie. Fue un clamor popular. La Ley se retiró. Las muertes cesaron.

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