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Desde que tuvo la edad suficiente como para estar consiente de su existencia el pastor Nick Colleman supo que su destino sería cuidar de las ovejas terrenales del rebaño de Dios. Sabía que no sería una tarea fácil, pero nadie lo preparó para el sentimiento de duelo que experimentó la primera vez que una de sus ovejas se descarrió, fue doloroso y confuso, no entendía porqué se alejaba, si era su culpa o qué situación atormentaba para abandonar el camino de Cristo. En la universidad estudiando teología le enseñaban a cómo afrontar a una pareja con problemas en su matrimonio, noviazgos, decepciones, duelo, rabia o demás, el pastor cumplía el papel de psicólogo, consejero y en algunas ocasiones de jardinero cuando la señora Cheng tenía problemas con su césped, siempre era un placer estar cerca de tan erudita mujer, llena de conocimiento y enseñanzas, llena de orgullo y anécdotas. En la universidad le habían dicho que eso iba a pasar, que habría algún desertor, pero no indagaron mucho en el tema, solo en orar por su alma y rogarle al creador del mundo que lo guiara tarde o temprano al camino del bien, nada más, el pastor Colleman se negaba a aceptar que ese fuera el final.

Sus primeros desertores fueron personas de 30 años hacía arriba, algunos lo hicieron por pereza de volver a la iglesia, otros por trabajo, algunos dejaban de creer o ya no encontraban sentido volver, fuera cual fuera el caso esas perdidas no dolieron tanto, eran adultos y podían tomar sus propias decisiones, las perdidas que realmente lo afectaron fue cuando los jóvenes de la iglesia comenzaron a apartarse: empezaban con cosas pequeñas, llegaban con ropa inapropiada, comenzaban a faltar a las actividades, llegaban solo a mirar el teléfono durante la predicación y un día no volvían; excusa tras excusa finalmente terminaban por cerrarle la puerta en la cara al pastor Nick, pero eso no lo detenía, al menos no hasta que Séfora se fue. 
A diferencia de otros Séfora no hizo un espectáculo, tampoco siguió los típicos pasos anteriores, solo se fue y cuando el pastor Colleman fue en su búsqueda se encontró con una apática chiquilla dispuesta a usar hasta el ultimo pasaje de la biblia para defender su posición. Pronto la muchacha infecto con sus pensamientos las manipulables mentes de sus amigos, quienes creyeron todas sus mentiras.

Pronto esa jovencita dejo de ser aquella servicial chica que usaba lindos y recatados vestidos a una fiera pálida, y sombría llena de tristeza. Pese a ello el hombre todavía la amaba y deseaba con la misma pasión, y vehemencia de cuando era más pequeña.

Ver a Séfora alejarse de la iglesia era una tortura, lo mismo con Mustafá y Adán, eran chicos tan talentosos, desperdiciaban los talentos de Dios en cosas sin sentido, en fama efímera.
Pero el pastor Nick Colleman se negaba a rendirse, traería a sus ovejas descarriadas así fuera una travesía de ida y vuelta al infierno en donde esos niños tan ingenuamente vivían, sus ovejas necesitaban de su pastor.



Mustafá: Me tienen amenazado de muerte, ¿Alguien más?

Adán: x2, mi madre me dijo que si no participaba en el concierto me dejaría sin el auto, ¿Será está una señal de Dios para independizarme?

Séfora leyó los mensajes de sus amigos con especial interés, todos estaban sometidos por las órdenes de sus padres a cumplir con aquél concierto, la muchacha suspiraba de forma agitada sintiendo sus manos sudar, odiaba cuando su madre hacía esa clase de cosas, la usaba, Astrid solía decir que impulsaba a su hija a adorar a Dios por medio de sus talentos, pero la ultima vez que Séfora leyó la biblia no decía en ninguna parte que debía ser obligatorio, alabar a Dios debía ser algo que saliera del corazón, pero Astrid, en su eterno afán de aparentar y destacar empujaba a su hija a hacer alabanzas especiales cada cierto tiempo, la mujer inventaba cuanta cualidad pudiera en su pequeña, incluso que tocaba con gran afinidad la flauta cuando Séfora nunca había tocado una en su vida. La chica se recostó en su cama dejando su celular a un lado y mirando el techo, fantaseando con decirle a su madre sus verdades y como su constante presión por aparentar algo que no era comenzaba a afectarla, la chica levanto sus manos y comenzó a moverlas al ritmo de lo que sería el himno que tocaría con su violín, amaba el instrumento, tocarlo en su banda era encantador, pero tocarlo sola siempre resultaba aterrador, en especial tomando en cuenta todas las miradas sobre ella, por eso se sentía tan cómoda tocando con sus amigos, entre todos esos sonidos y acordes había espacio para errores, y nadie lo notaría, en cambio como solista no había espacio para la imperfección, eso la abrumaba.

Con especial atención miro sus dedos, tocando su dedo anular derecho con su dedo anular izquierdo, la chica sonrió, imaginando partiendo su dedo, con un dedo fracturado no podría tocar y nadie la juzgaría, podía ser una excusa valida sin necesidad de enojar a su madre.

Si tan solo tuviera el valor para hacerlo.

Pensaba la joven envolviendo sus dedos sobre el anular de su mano izquierda, la mano que apretaba las cuerdas del violín, colocando sus manos sobre su pecho comenzó a apretar su dedo, lo apretó hasta que se puso de un color rosa y luego a uno rojo para terminar en una tonalidad morada, empezaba a ponerse frío, sus demás dedos sudaban. Séfora cerro los ojos, mordiéndose los labios para canalizar su deseo de soltarlo y las señales de su cerebro para liberar su extremidad, haciendo caso omiso a ambas señales se giro sobre si misma colocando su cuerpo contra sus manos apretando, luego bajo aún más sus manos apresadas entre sí, hasta la parte de la pelvis, después aún más abajo, haciendo uso de su flexibilidad (producto de su delgadez) subió su pierna derecha hasta su estomago, apoyándola encima de sus manos apretadas, dejando caer su estomago sobre su pierna. Comenzaba a doler. El hormigueo se volvió insoportable, sentía miles de pequeñas agujas pinchando colectivamente su dedo, la joven levanto la cabeza y arqueo el cuello, volvió a morderse los labios y tomando aire levanto todo el peso de su mano.

— Uno.

Comenzó a contar, respirando profundo.

— Dos...tres ángeles...cuatro...cinco...seis...siete iglesias...ocho...nueve...y diez vírgenes.

Diez vírgenes y dejo caer su estomago, y pierna flexionada sobre su mano, abrió los ojos y estos casi saltaron de sus cuencas mientras mordía sus labios reprimiendo sus gritos acompañados por el traqueo de los huesos de sus dedos separándose.

— ¡Séfora! — grito Astrid desde la puerta — ¡No es hora de dormir! — la mujer bufó decepcionada, en vez de estar afinando su instrumento o agregando resina al arco estaba durmiendo boca arriba mirando al techo y con sus manos sobre su vientre, como una princesa a la espera del ansiado beso de su príncipe azul — El pastor Colleman vendrá a recogerte dentro de 10 minutos, vístete y lleva tu violín, él les mostrará el escenario, la escenografía, los temas a tocar y ustedes podrán ensayar.

Tras decir eso Astrid se marcho, dejando a su hija, Séfora levanto sus manos de su estomago mirando al techo cremoso con flores rosas de su habitación, no había ni una marca de presión, claro que no había marca, mucho menos dedos rotos, nunca haría algo así, no tenía suficiente valor. Miro su teléfono y en la pantalla leyó las ultimas palabras de sus amigos, y sus respectivos deseos: Mustafá le pedía a Séfora que se deshiciera de las revistas debajo del colchón de su cama y de los libros pegados con cinta detrás de su escritorio para que su mamá no las viera, Adán dejaba todas sus posesiones a su pez dorado, Tutankamón, a Mustafá sus tenis rojos y a Séfora su chaqueta de cuerina negra; la chica emitió una sonrisa; recordaba con añoro esos años de niñez donde leían revistas de Naruto a escondidas y usaban sus mesadas para comprar cuanta saga de fantasía se les ocurría, ninguna de sus madres les dejaba leer nada que tuviera que ver con magia, pero cuando incursionaron en el mundo de Cazadores De Sombras (cortesía a un fanfic Malec) unieron fuerzas para comprar la saga entera y esconderla, para evitar ser descubiertos cada semana rotaban los libros, escondiéndolos desde detrás de un escritorio hasta en una bolsa de sellado en el tanque del inodoro o en el tronco de un árbol, aunque ya no lo volverían hacer, Ángel Mecánico sucumbió bajo un violento asesinado orquestado por hormigas culonas despiadadas, usaban la tarea como excusa para reunirse y llenar sus pequeñas mentes con cuanto conjuro existiera, los jovenes entendían el temor de sus padres, pero era demasiado exagerado, prohibían absolutamente todo lo que tuviera que ver con la magia, todo bajo el mandato del pastor Nick Colleman, el hombre les había lavado la mente a los padres de los tres amigos y todo padre de su congregación, asegurando que si consumían dicho contenido estaban condenando instantáneamente su salvación.

Mustafá: Fue un honor luchar a su lado, queridos compatriotas.

Adán: Que la fuerza nos acompañe porque esta noche seremos sacrificados.

Séfora: Ni Abraham se atrevió a tanto. 

Escribió Séfora resignada a vivir el resto de su vida bajo el yugo ostentoso de su madre se puso de pie y preparo su instrumento, en su escritorio estaba la resina para el arco, por ello dejo el violín sobre el borde de su cama, si se partía al caer contra el suelo de mármol blanco no sería su culpa, los accidentes pasaban, al tomar la resina no pudo evitar notar las tijeras en su escritorio,  tampoco pudo evitar tomar las tijeras e ir hacía su violín, cortando una a una las cuerdas, primero corto Re, luego Sol, finalmente de un solo corte acabo con Mi y La, la muchacha ladeo la cabeza y sonrió satisfecha, no había forma de que pudiera tocar ni la más sencilla partitura, dejo caer las tijeras y al instante la golpeo el horror de lo que había hecho, Astrid la mataría, le gritaría y empujaría contra la pared como siempre hacía, le iba a decir los peores insultos del mundo, llorando y lamentándose entre cada uno, para finalmente darle alguna bofetada, quedarse llorando en el sofá e ignorarla por una o dos semanas, para luego actuar como si nada hubiera pasado. Eso la asusto. Lo que menos quería hacer la chica era evocar la furiosidad de su madre, había aprendido que hacerla enojar era un gran error, no podría contárselo  a nadie y nadie podría ayudarla, porque si lo hacía sufriría las consecuencias, sus abuelos la respaldarían pero la chica sentía que no valía la pena perder a su madre por lo que ella pensaba que era un "berrinche" y nada más, incluso si Séfora era invadida por la taquicardia e incomodidad, no tenía idea alguna del porqué pero tocar para otras personas que no fueran ella misma o a quienes quería deleitar con su música le resultaba tortuoso, queriendo ocultar su talento al mundo. Por lo menos no entregar su talento a un publico tan malagradecido. Séfora estaba cansada de la hipocresía del lugar, sabía que no todas las iglesias eran así, pero todas en la ciudad funcionaban bajo el mando del pastor Colleman y sus allegados, sabía que si iba a otra iglesia de la misma ciudad no encontraría un ambiente diferente, sería igual, algunos más discretos que otros.

Fue doloroso por decirlo menos, darse cuenta de que el lugar en donde creció, en donde su familia se dedicaba a adorar a Jehová no era más que un nido de fariseos, pero constantemente se consolaba a si misma recordado que la iglesia no salva, quien salva es Dios, rogaba al Creador del mundo que le permitiera crecer rápido para mudarse lo más lejos posible.

Séfora volvió en si y regreso a empacar su violín con sus cuerdas intactas, el libro de partituras y una botella de agua con hielo, algo que había aprendido durante sus años como violinista es que mantener las manos frías permitía que al tocar no sintiera tantos niervos y la arcada fuera más pulida, melódica y perfecta, era casi como tocar con su mente, no podía sentir ni el arco ni el violín porque no sentía sus manos pero su cerebro hacía todo el trabajo duro.

Mientras bajaba las escaleras de su casa Séfora estuvo tentada a abrir el cierre del estuche de su violín, dejando que este cayera por "accidente", tenía la certeza de que tan frágil instrumento no soportaría una caída de tantos metros.

Al salir vio a su madre charlando tranquilamente con el pastor, era casi coqueteo, Séfora dudaba que su madre no notará las verdaderas intenciones del hombre, pero no era su lugar para hablar de ello, si Astrid quería jugar a la inocente madre seducida por el pastor ese era su problema, como si su padre no tuviera un centenar de amoríos,.

— Bendecido día — saludo el pastor a Séfora en cuanto la chica se acerco.

— Bendecido día — dijeron Mustafá y Adán, dedicándole una mirada de disgusto a su amigo, parecían un par de corderos enviados al matadero.

— Portate bien y haz todo lo que el pastor Colleman te dice — Astrid tomo las mejillas de su hija y deposito en ellas varios besos, acto que solo hacía cuando había publico cerca, nunca a solas.

Borrándose los besos con la manga de su abrigo subió al auto del pastor, pensando en que no quería seguir viviendo de esa manera, siendo una marioneta que debía cumplir las expectativas de todos, menos las suyas.

— Bendecido día — repitió el hombre entrando en el vehículo, con voz más alta y firme, queriendo forzar a la muchacha a responder de la misma manera.

— Buenos días — comento Séfora con indiferencia colocándose los lentes de sol y mirando la pantalla de su celular, tecleo el buscador y escribió "Como romper un violín haciendo que parezca un accidente" pero en vez de información útil encontró formas de cuidarlo e incluso repararlo —, mierda — murmuro quitándose los lentes, el pastor carraspeo un poco, reprendiendo a la chica y comenzando un discurso sobre como la forma de hablar de un buen cristiano debía reflejar a Dios en todo momento, pero ella no le presto atención, solo respiro de forma agitada, apretando los dientes molesta y clavando sus uñas en el marco del auto, no quería eso, no otra vez, no quería tocar su instrumento por deber, quería hacerlo por amor, lo peor de todo es que comenzaba a resentir aquello que tanto amaba.


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