El misterio de la cueva
Decidí quedarme en el pueblo hasta el día del festival. Arreglé con Aurelio una tarifa accesible y pagué por adelantado. Sólo faltaba una semana para aquella celebración.
Pospuse todas mis entrevistas. No tenía sentido esforzarme, sabía que no contestarían mis preguntas. Esperaría hasta el dichoso evento y, allí, haría mi movida.
Mientras esperaba, recorrí las afueras del poblado. Con algo de suerte, encontraría a algo interesante para hacer. Las casas más alejadas tenían un aspecto más rural. Sus paredes estaban blanqueadas con cal, sus aberturas pintadas de un apagado verde oscuro y sus techos, en su mayoría, eran de tejas.
Un terreno baldío llamó mi atención, estaba cubierto de malezas, escombros y todo tipo de basura. En el centro del mismo se hallaba un pozo, profundo, que descendía de manera oblicua quién sabe hasta donde. Parecía más una cueva, sentí el impulso de adentrarme en sus misterios. Iba a hacerlo, pero una mano nudosa y huesuda me sujetó del hombro.
—¡Aléjate de mis tierras o llamaré a la policía!
Era un anciano decrépito, de larga barba, blanca y sucia, que caminaba con dificultad apoyándose en una rama que usaba a modo de improvisado bastón.
—Lo lamento —me disculpé—, creí que nadie vivía aquí.
—¿Acaso no ves mi casa? —dijo señalando una precaria choza armada con ramas y chapas oxidadas—. Además, no querrás encontrarte con aquello que yace en las profundidades de la tierra.
No quise preguntar a qué se refería, sus ojos mostraban claros signos de locura y su aliento, un intenso hedor a alcohol. Me alejé en silencio, pensando en los secretos que ocultaba aquella cueva.
Llegué a la posada al caer la noche, con una idea fija: me adentraría en las profundas tinieblas de aquel túnel. Tomé, de mis maletas, una linterna y comprobé su funcionamiento. También, revisé mi celular, tenía la batería casi completa, no quería quedarme atrapado bajo la tierra en medio de la noche.
Aurelio me observó al salir, pero no me dijo nada. Caminé en silencio por el pueblo dormido, con sus ventajas y puertas aseguradas, quizá por miedo aunque no sé muy bien a quién o a qué. Borré esas ideas de mi mente, debía concentrarme en un misterio a la vez.
Finalmente llegué a destino, la oscuridad me permitía ocultarme del anciano que vivía en aquel desolado sitio. Me interné en la maleza, que alcanzaba mis rodillas, y lentamente me acerqué al pozo.
Encendí la linterna y la sujeté con mis dientes. Inicié, entonces, un cuidadoso descenso hacia las profundidades oscuras de aquella cueva. Me deslicé con precaución, agarrado a las piedras que sobresalían de las musgosas y húmedas paredes. Llegué a un descanso plano e hice pie. Iluminé a mi alrededor y divisé un estrecho corredor, bastante plano, con muy poca inclinación, permitiéndome continuar mi aventura sin peligro alguno.
Recorrí el pasillo natural y me encontré con una marcada curva, el túnel era incluso más profundo. Me detuve y examine con cuidado el terreno, un conjunto de piedras, similares a adoquines, formaban una suerte de escalera. Por un momento dude que aquella construcción sea obra de la naturaleza.
Un rugido profundo y lastimero resonó en la cueva y parecía sacudir la tierra bajo mis pies. Retrocedí asustado, aquello no era un animal, tampoco era humano y no deseaba quedarme a averiguar que era.
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