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Gleestory 26: Singin' in the rain/Umbrella

Esta es la vigesimosexta Gleestory, que desarrolla el mash-up número 5, "Singin' in the rain/Umbrella", original de la película musical "Cantando bajo la lluvia" y Rihanna respectivamente y cantada por Holly, Will y los New Directions en Glee.

Aquí adjunto la historia escrita por @Labanda inspirada en esta canción.

* * *

Oscuridad. Mi cruda realidad es esa y mi mundo se reduce al de los sentidos.

El olor a césped recién cortado, madera y la peste del cubo de basura en la acera de enfrente se cuelan por mi ventana.

El silbido de los pájaros, las bocinas de los coches acelerados por la transitada calle y mi hermano cantando en la ducha.

Algo suave acaricia mi antebrazo derecho y se frota contra él, buscando una caricia de mi parte. Sin duda es Gus. Gato aprovechado.

El sabor agrio de la tarta de naranja que mi madre prepara todos los jueves acaricia el último sentido que aún es utilizable para mí.

Eso es todo.

No hay formas, no hay colores, ni una simple mancha borrosa. No hay vida. Pero no os confundáis, no me estoy quejando. Estoy jodido, pero a la vez acostumbrado.

Tenía trece años cuando mi mayor problema llamó a mi puerta y golpeó mi realidad. Fuerte y duramente. Una enfermedad degenerativa que hace que pierdas la vista. Mis padres lo mantuvieron en secreto tanto para mí como para mi hermano Eric, hasta que se dieron cuenta de que sería irremediable, imparable. Y que yo me acabaría dando cuenta. Obviamente.

Después de eso todo cambió. Eric, mi hermano, se volvió amable y dejó de ponerme la zancadilla. Irónico. Mi padre me daba palmaditas en el hombro y me felicitaba por mi valentía. Y mi madre se dedicaba a agobiarme, a seguirme a todos lados, a agarrarme la mano, a medir cada paso que daba. Quería gastarse una exhortante suma de dinero en adaptar toda la casa a mi nueva situación, y la tuve que frenar, diciéndole que al menos me diese un mes de prueba. Un mes que me daría la oportunidad de quitármela de encima. Ella no entendía que tratándome así lo único que hacía era hundirme, hacerme sentir diferente. Y desde luego ya lo soy, no quiero que me lo recuerde el resto de mi vida.

Y no es tan malo, al fin al cabo ¿Qué es tan interesante para que merezca la pena mirarlo? Nada.

Me levanto de la silla, empujo a Gus a un lado y agarrando el irritante palo que me sirve de guía me dirijo hacia las escaleras. Sí, he dicho escaleras. ¿Extraño? Más bien cuestión de orgullo. Otro de los inteligentes cambios que quería hacer mi llorosa madre era bajar mí dormitorio a la planta baja, al cuarto de la lavadora. Y eso sí que no. Creedme cuando digo que esa habitación huele mal, y lo seguirá haciendo aunque la vacíes, la limpies, la desinfectes, la pintes y la vuelvas a amueblar. Nunca he sabido el porqué, quizás la humedad.

-¡Alexander!- Mi madre suena alterada desde el salón.

Pero antes tengo que bajar las escaleras, y eso es un punto y aparte. Muchas veces me planteo lo del cuarto de la lavadora. Pero mi amor propio, que es lo único que me protege, se vería muy dañado.

Pego un tropezón en el último momento, pero no llego a caer. Vuelvo a estabilizarme y agudizo el oído. Mi madre no está cerca, por suerte no lo ha visto. Cuatro malditos años de completa ceguera y sigo pasando por alto el mismo maldito escalón.

-¿Qué quieres?- Le digo, cansado.

-Te necesito.

-¿Para qué?

-Tienes que ir a la librería y devolver estos libros- Oigo el movimiento de una bolsa de plástico- Dame tu mano- Noto que me la roza con su asa.

Pero la aparto rápidamente.

-¿No hay nadie más que pueda ayudarte?

-Eric está en la casa de nosequien y tu padre en sus partidas de tenis matutinas.

-Mama, sabes que no es buena idea que vaya yo solo. No con mi problema- Pongo cara de cachorrito abandonado. Tiene que funcionar, siempre lo hace.

Silencio. He dado en el clavo, lo sabía.

-Ah no, señorito "utilizo mi desgracia para lo que me interesa"- Mierda- Es Sábado por la mañana, hace un día precioso de primavera...

-El cuál no puedo ver.

Me ignora.

-...Y llevas sin salir de casa desde... ¿El Martes? Sí, el Martes, cuando te mande a casa de la vecina Berta a por sal.

Inflo el pecho para volver a argumentar en su contra, pero no me deja hablar.

-Cariño, sabes lo importante que es para mí- Acaricia mi mejilla persuasivamente- Si no los devuelvo pensarán que soy una roñosa. O peor. Una ladrona.

Claro que sé lo importante que es para ella. No los libros, sino la opinión del corro de vecinas churreteras que habitan las inmediaciones.

Tiendo mi mano libre y ella deja caer la bolsa haciendo que mi mano ceda un poco por el peso. ¡Madre mía! ¿Cuántos libros tiene que devolver?

Me dirijo a la entrada y abro la puerta dispuesto a salir, cuando estoy en el umbral vuelvo a echárselo en cara.

-Mira que aprovecharte de tu pobre hijo invidente

Lo siguiente que noto es cerrarse la puerta tras de mí entre sus risas.

¿Dónde está la sensibilidad de mi madre y la pena que sentía por mí? Ah, sí, peleándose a muerte con su sentido del ridículo.

La calle está transitada. Lo noto por el repiqueteo de los pasos a mí alrededor, por la suave brisa producida al pasar la gente muy cerca de mí y por los esporádicos empujoncitos y disculpas de los que me pasan por alto.

La bolsa se siente resbaladiza en mi sudorosa mano, por suerte la librería está cerca. Me sé el camino de memoria. De hecho conozco Haspire de pies a cabeza, de ancho a largo.

-¡Mierda!

Mi culo choca contra el pavimento y la bolsa se escapa de mi agarre. Oigo un gritito de dolor y una serie de palabras mal sonantes referidas a mi poca habilidad y torpeza que lo acompañan

-¿Es qué no me ves?- Una voz femenina se queja a pocos metro de mí.

-Sonará gracioso cuando veas la razón.

Me incorporo y tiendo una mano a ciegas, con la intención de que ella la vea y la utilice como punto de apoyo para levantarse también. No sé si ella no se ha percatado o yo la he tendido en la dirección incorrecta porque no la utiliza.

-¿Qué maldita razón? ¿Sabes el trabajo que me va a costar volver a colocar en orden todos los apuntes?- Su voz proviene todavía del suelo. Aún no se ha levantado- ¿No vas a ayudarme?

Sí que es distraída.

-Prefiero mirarte- Digo divertido.

-¡Serás pervertido!- Esta vez sí que la oigo a mi altura- ¿Crees que puedes ir por ahí empujando a la gente y después soltar cuatro bromitas?- Se le nota acelerada y su alteración espesa el aire entre nosotros- Por lo menos mírame mientras te hablo.

-Ojala pudiese, seguro que eres preciosa.

Calla repentinamente, y poco a poco siento que se relaja.

-Mierda...yo...- Suspira avergonzada- Dios mío, sé que puedo ser atontada, pero me he pasado. De verdad que lo siento. Qué vergüenza.

-Apuesto a que ahora mismo te arden las mejillas- Vuelve a suspirar- Tienes suerte de que tenga buen sentido del humor, de lo contrario ahora tendrías mi bastón marcado en alguna parte de tu cuerpo.

Suelta una risotada a la que sigue una risa incontrolada, intentando ocultar su incomodidad. Me uno, hasta que me resulta demasiado familiar y me callo.

- Amelie...

-¿Sabes mi...mi nombre?- Dice entre risas.

-Cómo olvidarlo. Cómo olvidar a mi mejor amiga de la infancia.

Y ella también se sume en el silencio, pero el suyo es más repentino.

-Alex- Susurra.

Amelie. Una preciosa rubita con trencitas, de ojos chocolate soñadores y sonrisa mellada. Claro que ese es mi último recuerdo de ella, y ya no tiene trece años recién cumplidos, sino diecisiete. Cómo iba a olvidar a la que fue mi primer amor, la primera chica que aceleraba mi corazón. Ella nunca lo supo. Aún ahora, después de reconocerla, le cuesta un poco latir. La emoción me embarga.

-Te he echado muchísimo de menos, Ame. Te fuiste y me quedé solo. Nadie me entendía como tú lo hacías. Pensé que me apoyarías, pensé que nada cambiaría, que tú me harías volver a sentirme normal...

No dice nada.

-Di algo, por favor- Le suplico.

Continúa callada. Y lo hace los próximos diez minutos. Después me doy cuenta de que se ha ido, dejándome de pie, aquí en medio, solo.

Amelie no sale de mi cabeza el resto del fin de semana, y cuando llega el lunes me doy cuenta de que ella no quiere saber nada de mí. Y me hago a la idea, inyectándola en mi cabeza. Y duele tanto como la primera vez. Estuve meses esperándola, un crío de trece años con esperanza es la cosa más peligrosa que existe. Mi corazón se rompió y ahora también se ha quebrado un poco.

El pelaje de Gus es muy suave y ronronea cuando lo acaricio tras las orejas. Me muerde.

-¡Serás...!- Aúllo de dolor.

Estoy tocado y hundido. Yo soy Alex, Alexander el positivo, parezco una vieja y sucia versión de mi mismo. No es por ella, no es amor, es más bien un profundo pesar. Justo ahora siento que nunca volveré a ser el mismo.

Algo roza mi mano. Frío y cálido a la vez.

-Déjate llevar- Susurra una dulce voz en mi oído.

Se aferra a ella y tira de mí. Me levanta de la cama, arrastrándome por el borde y me precipita al suelo.

-¿Amelie? ¿Pero cómo...?

-Tu madre me dejó entrar.

Me saca de mi habitación, llevándome a las escaleras.

-¡Espera! Mi palo está...

-No te hará falta, sólo agarra mi mano- Me interrumpe.

Bajamos las escaleras a trompicones. Antes de salir grito:

-¡Mama! La próxima hablaremos sobre no avisar a tu pobre hijo de las locas que se cuelan en su habitación.

-Calla y disfruta ¡No seas tonto!- Responde desde la cocina.

Al salir, finas gotas pican mi piel. Está lloviendo pero a Amelie le da igual. Ella sigue corriendo sin soltar mi mano y riendo como una niña pequeña.

Nueve tropezones, tres caídas y veinte charcos aplastados después, para. No sé donde estamos, ella no me lo dice, pero sinceramente me da igual. Mi pecho sube y baja rápidamente, demandando el oxígeno que le debo. Estoy calado hasta los huesos.

Y entonces unos finos brazos rodean mi cintura, apretándome entre ellos, abrazándome.

-Lo siento- Murmura lastimosamente, y ahoga un pequeño quejido.

Beso su frente, pero no digo nada.

-Siento todo esto. Siento mi inmadurez. Te hice una promesa...- Continúa.

Una promesa que no cumplió. Una promesa de permanecer a mi lado siempre, pasase lo que pasase.

-Sólo éramos unos críos- La consuelo. Ya está olvidado, no tiene que lamentarlo más. Nadie podrá cambiarlo

-Lo sé. Pero para mí era mucho más. Éramos amigos, los mejores. Y me alejé. Justo lo contrario a todo lo que te juré.

Vuelvo a besarla, pero esta vez deposito un beso en su caliente mejilla. Se ha vuelto a sonrojar.

-Estábamos asustados...

-¿Y qué? Debía haber compartido tu miedo y el mío. Cada vez que lo pienso...Fui injusta-Sentencia, culpándose, al igual que yo lo había hecho años atrás.

-¿Acaso algo en esta vida lo es?

-Claro que no- Apoya su cabeza en mi pecho.

Tarareo una simple y alegre canción. "Singing in the Rain". Esa canción ha sido lo que me ha ayudado a no perder la cordura desde que me quedé ciego. Habla de reírse de lo malo, saludar a lo bueno, ser feliz. Y es todo lo que yo intento en este momento, cuando me doy cuenta de que Amelie ha vuelto y que esta vez se va a quedar.

Ella emite una tímida sonrisa al oírme cantar y se contonea levemente. Está bailando. Y no dudo en unirme a ella.

Es justo ahora cuando te das cuenta de que hay que quitarse la venda que ciega el alma para ver las cosas con claridad. Te percatas de que las gotas de agua son templadas. De que el olor a tierra mojada es más fuerte. De que nuestros pasos son amortiguados por una mullida alfombra. Notas la leve brisa que acompaña a la lluvia, una golondrina que gorjea en algún lugar, lejos de aquí. El leve temblor de su cuerpo, su aliento chocando en mi cuello, sus dedos estrujando mi fina camisa, su pelo acariciando mi nariz.

Y pasamos la tarde cantando y bailando bajo la lluvia. No nos hace falta paraguas, no nos importa mojarnos. Porque si no lo hiciéramos, si no nos empapáramos, perdería la gracia. La belleza está en las cosas pequeñas de la vida, y aunque no las pueda ver, intento disfrutar de ellas al máximo. Como buen recibidor que soy del regalo de la vida, de Amelie entre mis brazos.

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