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Gleestory 5: Dancing Queen

Nombre de la canción: Dancing Queen

Artista: ABBA

Personajes que la interpretan: Santata y Mercedes

Episodio: 20 (Prom Queen)

Temporada: 2

@Axtriz y @YasmiinRequena_1D

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Todo era perfecto, el escenario, las luces, los demás bailarines... Todo, absolutamente todo, giraba en torno a mí; The Dancing QueenMe había costado años ganarme ese apodo. Años de duro entrenamiento y horrorosas dietas. Años que me pasé sola ya que mis amigos no lo entendían y hacerles entender me llevaría tiempo, un lujo con el que, en aquella época, no contaba.

Todo el mundo dice: "El que algo quiere, algo le cuesta:" Yo soy la prueba viviente de ello. Llegar a la fama y conseguir mi sueño me había costado mi vida.

Y no me hubiese importado si todo hubiese seguido así, conmigo en el centro, con todos los focos sobre mi pálida piel y sacándoles brillos a mis pelirrojos cabellos,  con mis ojos negros observando al público y viéndoles disfrutar  con mis gráciles movimientos, escuchando como soltaban gritos de admiración cada vez que hacia una pirueta peligrosa o aplaudir al acabar la función. Eso sí era vida. Así era como debía ser. Pero no, mi hermana tuvo que meterse de por medio, tuvo que demostrar lo buen bailarina que era sin esforzarse. El único problema era que ella no amaba bailar tanto como yo lo hacía, ella solo quería quitarme el protagonismo, hacerme sufrir. Y yo no estaba dispuesta a dejar que eso ocurriese, bailar era algo demasiado importante como para que alguien como mi hermana me echase de ese pequeño mundo al que me había acostumbrado a llamar hogar.

Pero tarde demasiado en darme cuenta.

Al principio ella solo venía  a verme a los ensayos y tomaba notas en una pequeña libreta, no me parecía extraño, ella era periodista y me había dicho que quería escribir un artículo sobre nuestras compañía lo que me pareció una maravillosa idea.

Por las noches, en casa, se oían ruidos procedentes de su habitación, como saltos y arrastrar de pies; estaba ensayando y yo no quería darme cuenta.

Empezó a entablar amistad con mi coreógrafo, sus conversaciones se solían mezclar con la música de los ensayos, sus risas inundaban el lugar. Los demás bailarines ya habían empezado a susurrar rumores sobre ellos, diciendo que estaban juntos, que él la había dejado embarazada, y millones de ideas disparatadas más. Yo no me los creía y ahora me arrepiento. Si tan solo hubiese escuchado todo lo que decían, si tan solo hubiese prestado más atención esto no habría pasado nunca y yo seguiría en el centro.

Las visitas a los ensayos si hicieron rutinarias y un día me retrase gracias a un taxista. Apenas habían sido unos minutos pero cuando entré ya nada giraba en torno a mí, nadie me había esperado, todos estaban en la pista y ocupando mi lugar estaba ella.

Nunca olvidare esa sonrisa triunfal que tenían sus labios, ese brillo de frialdad y recochineo que sus ojos desprendían.

Juré venganza. Ese día jure que me las pagaría todas juntas pues ese día empezó mi tortura.

Cuatro meses después:

 

Dejé el euro cincuenta que costaba el periódico sobre el mostrador y  salí fuera del comercio observando los titulares. Otra vez estaba en portada. Otra vez agraciaban sus dotes. Otra vez yo era la olvidada. Desde que ese día el ensayo empezó con ella y no conmigo los directores comenzaron a darle mis trabajos, comenzaron a darse cuenta de que era mucho mejor que yo y a mí me despidieron. Mi sueño se había terminado y todo por culpa de mi hermana que no podía soportar que me fuese bien por una vez, no podía soportar que nuestros padres me llenasen de elogios y a ella solo le dijeran un "buen artículo el de hoy" de vez en cuando. No podía soportar ser la segundona por una vez en su vida cuando yo lo llevaba siendo toda la mía. Pero se había acabado ser la olvidada. Mi rostro pronto aparecería en primera página de todos los periódicos, pronto la gente volvería a conocerme. Mi nombre sería el tema principal de todas las conversaciones y yo misma me encargaría de ello.

Tiré el periódico en la primera papelera que encontré y resguardé mis manos del frío aire de invierno en mis bolsillos. Las calles ya estaban cubiertas por una fina capa de nieve y las quitanieves ya habían empezado a hacer su trabajo para permitir que las demás personas que por aquí vivían o trabajaban pudiesen seguir con sus vidas. Esta sería la noche perfecta.

Y ya estaba todo preparado.

Comencé a caminar sin u rumbo fijo por las heladas calles de Broadway tratando de hacer tiempo hasta que llegase la hora en la que el mundo volvería a aclamar mi nombre. No voy a mentir, estaba nerviosa y no sabía si debía hacerlo. Una parte de mí que aún conservaba la cordura me decía que no debía hacerlo.

"Es la única manera de hacerle pagar todo el sufrimiento que te ha causado, la única manera de que ella experimente la misma sensación que tú experimentaste. La única forma de hacerle ver que nunca debió suplantarte. Ella te lo ha quitado todo, ahora tú se lo quitaras todo a ella." Esos susurros llevaban atormentándome demasiado tiempo como para no hacerles caso. Eran susurros oscuros, voces procedentes de algún recóndito lugar de mi mente que no recordaba haber escuchado nunca hasta que ocurrió todo. Eran esos susurros los que me disuadían sobre mis opciones, sobre cómo volver a ser el centro del mundo, sobre cómo actuar.

Me senté en un banco de central park y observé la nieve que cubría la hierba. Ya no había ni rastro del verde o el colorido de las flores, ahora todo era una superficie casi perfecta de nieve. Los lugares donde esa nieve no había sido mancillada por las pisadas de las personas tenía un blanco etéreo, casi imposible, y una belleza que rozaba lo imposible. Era pura, sería pura, hasta que alguno de nosotros la pisase y la despojase de todo lo bonito que tenía dejándola sucia y olvidada. Tal y como ella había hecho conmigo.

Oteé el parque en busca de mi lugar perfecto, un lugar que aún conservase su pureza. No lo encontré a la primera, el parque estaba lleno de personas y niños jugando con la nieve, muñecos y fuertes para que no les llegasen las bolas en plena guerra. Se respiraba el ambiente de la navidad, se podía palpar la felicidad que de aquel lugar emanaba y sonreí al ver a tantos ingenuos juntos. Puede que ahora se lo estuviesen pasando en grande, puede que ahora este lugar les pareciese el mejor del mundo, pero por la mañana este lugar sería la prueba de que yo no había desaparecido y estaba dispuesta a hacer justicia.

Entonces, como si de una señal del cielo se tratase, mis ojos encontraron un claro entre los árboles que nadie había pisado. Sin dudarlo un segundo me dirigí hacia ese perfecto espacio y coloqué allí todos los preparativos acordonándolo con una cinta para que nadie osase pisarlo. Me alejé unos pasos para observarlo y una risa psicópata se escapo de mis labios sin que pudiese hacer nada. Pronto ese hermoso lugar que ahora traía rotulado en la nieve mi nombre se convertiría en un infierno para ella. Pronto no quedaría nada perfecto en él y la nieve sería tornada al rojo.

Pronto, muy pronto.

Unas horas más tarde:

 

Todo estaba sumido en la oscuridad. Ya no se escuchaban las asquerosas risas de los niños ni el crujir de la nieve bajo sus pisadas, tampoco se escuchaba el ajetreo de los coches ni las cuchillas de los patines resbalando por el lago. Todo estaba en silencio.

Había llegado la hora.

Me levanté del banco en el que llevaba toda la mañana sentada y caminé con pasos decididos hacia su portal. No había nadie caminando por la calle para que pudiera mirarme con ojos acusadores o alguien que pudiera hacerme sentir mal por lo que estaba a punto de hacer. Ni si quiera esa parte de cordura que quedaba en mi era lo suficientemente fuerte como para luchar contra los susurros y, antes de que pudiese darme cuenta, mis dedos ya habían tocado el timbre.

Su voz resonó por los interfonos algo somnolienta. Ya no había marcha atrás.

-Soy yo, necesito tu ayuda-. Las palabras salieron de mi boca como si llevase años practicándolas aunque, en cierto modo, así era. Llevaba meses soñando con este momento, planeándolo en mi mente para que nada, absolutamente nada, saliese mal.

-¿Hermana? ¿Qué pasa?- Preguntó aunque en su voz no había preocupación alguna. No le importaba demasiado pero iba a bajar, de eso estaba segura.

-Necesito que bajes-.Susurré y trate de que mi voz sonase compungida-. Es papa, está mal.

Su respuesta tardo más de lo que esperaba en llegarme, no se fiaba de mí, pero tampoco podía arriesgarse a no bajar. Quería demasiado a nuestro padre.

-Ahora mismo bajo-. Susurró y el clic del telefonillo sonó anunciando que había colgado.

"Bien, ya no puedes echarte atrás."

-Y tampoco quiero hacerlo-. Dije con determinación y apreté los puños a mis costados. La parte de cordura se había esfumado y ahora no había nada que pudiese detenerme, se iba a llevar su merecido y eso me encantaba.

Las luces del portal se iluminaron y la silueta de una mujer apareció al final del pequeño pasillo. Sonreí perversamente antes de que pudiese verme y llamé a la puerta para que se diese más prisa.

-¿Dónde está papa?- Preguntó preocupada mirando al rededor y abrochándose la chaqueta.

-En casa supongo que dormido-. Respondí y frunció el ceño abriendo la boca para decir algo pero no la iba a dejar. Antes de que pudiese hacer o decir nada agarré sus cabellos con mis manos y tiré de ellos estrellándola contra el suelo.

-¡Hermana!- Chilló agarrándose el pelo tratando de hacer que el dolor cesase mientras lágrimas ya comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

-Hermana... No, tú ya no eres nada mío-. Siseé agachándome a su altura- ¡Dejaste de serlo hace mucho tiempo!- Tiré de su pelo hacia arriba al mismo tiempo que me levantaba y dio un bote sollozando.

-¡Por favor! ¡Para!

Una risa amarga broto de mi garganta.

-Tú no te detuviste cuando yo te lo pedí-. Comencé a arrastrarla por el suelo helado hasta la otra acera-. Me parece que así no sentirás el frío como es debido-. Estrellé se cara contra un árbol con la suficiente fuerza como para dejarla desorientada y le quité la ropa dejándola únicamente con la ropa interior. Lo único que ella conseguía hacer era soltar murmullos y dejar escapar jadeos, cosa que antes me hubiese dado pena, pero ya no quedaba ni una pizca de humanidad en mi.

Seguí arrastrando su cuerpo por la nieve hasta el lugar que había dejado preparado por la mañana. Para mi suerte los Neoyorquinos habían sido listos y ninguno había pisado ese trozo de nieve allí donde descansaba el rótulo : The Dancing Quee was hereNo eran más que palabras grabadas en la nieve pero, por la mañana, aparecería en todas partes.

-Hermana...

-Te he dicho que yo ya no soy tú hermana-. Las palabras salieron como un gruñido de mi garganta y mis manos dieron un fuerte tirón a su pelo para dejarla colgando de él.

-¡Hermana! ¡Por favor!

-¡Que te calles!- Tiré fuertemente de sus cabellos ahora atados a una cuerda que colgaba del árbol.

Sus gritos ya inundaban el sepulcral silencio de la noche y la carne comenzaba a tornarse blanca. Agarré sus muñecas y las até al árbol para que no me molestase y sonreí.

Esta iba a ser mi Obra Magna.

-Sabías que la piel en contacto con el hierro helado se queda pegada...- Me agaché en la nieve y desenterré una serie de cuchillos que junto al árbol descansaban-. Me pregunto cuan doloroso será para alguien ser despellejado con algo helado-. Nuestros ojos se encontraron y lo único que los suyos conseguían mostrar era el terror que en esos momentos sentía, lo que me produjo un gran sentimiento de satisfacción.

Pero aún no había ganado; ella aún respiraba.

Tomé entre mis manos uno de los cuchillos con cuidado de no tocar el metal y me levanté sin separar mis ojos de los suyos. Ella, aún aturdida, no dejaba de jadear y decir palabras como "perdóname" y frases como "no debí llegar tan lejos" pero el daño ya estaba hecho y ninguna de sus estúpidas palabras susurradas no desde el corazón, sino en un intento por salvar la vida y darme pena iban a funcionar.

Ella moriría esta noche y nadie podría cambiar eso.

Posé la hoja del cuchillo sobre su ya congelada piel y casi puede oír cómo se pegaba, al instante sus gritos se hicieron más sonoros.

-Me encanta oírte, en serio, tienes una voz preciosa, pero no entra en mis planes ser descubierta-. Me agaché a coger otro cuchillo y lo pasé rozando por sus labios sin llegar a tocarlos-. He de admitir que la idea de cortarte la lengua es muy sugerente pero no es lo que tenía planeado...- Saqué una mordaza de uno de los bolsillos de mi abrigo y se la até fuertemente a la boca-. Primero necesito terminar mi mensaje, ¿que sería sino sin tu sangre?, no me serviría para nada-. Tiré de la hoja del cuchillo hacia abajo desgarrando su piel. Notaba la fuerza del metal contra ella, los tirones que iba haciendo debido al hielo, escuchaba la melodiosa música atrapada que de sus labios salía. Era una sensación extraña la que me embargó en esos momentos. Estaba haciendo daño a mi hermana, la persona con la que me había criado y compartido tantas cosas.

No; estaba haciendo daño a la persona que había destrozado mi vida para quedársela ella.

Las primeras gotas escarlata tiñeron la pura nieve y mis ojos las observaron curiosos, agradecidos y expectantes. Puede que no mucha gente apreciase eso, puede que nadie apreciase ese simple acto de mancillamiento pero, para mí, The Dancing Queen, ese era un momento digno de recordar que merecía estar escrito en los libros de historia, ese era un momento que merecía ser deleitado y yo no le iba a hacer de menos, aún teniendo poco tiempo.

Sacudí mi cabeza. No, no podía arriesgarme tanto, debía acabar en menos de una hora, así lo había estipulado y así lo haría.

Volvía a agacharme en la nieve y recogí varios recipientes en los que recoger la sangre que ya había empezado a caer a chorros por sus brazos.

En menos de cinco minutos los cuencos ya estaban llenos y la vida de mi hermana era insignificante.

-¿Tú qué piensas? ¿Te mato lentamente? ¿O mejor acabo contigo rápido?- La única respuesta que obtuve fue su irregular respiración. Se había desmayado casi en el instante en el que un segundo cuchillo desgarró la carne de su otro antebrazo pero me había asegurado de mantenerla con vida. Aún inconsciente podía sentir el dolor.

Me alejé unos pasos de la escena y la observé con ojos críticos. El grabado en la nieve había quedado perfecto al teñirlo con la sangre y la posición del cuerpo sobrevolándolo daba la sensación de estar haciendo una pirueta, como hubiese sido en una representación. Ahora solo tenía que encontrar el lugar más idóneo para clavar el último cuchillo.

Sus ojos.

Sonreí perversamente. Si le clavaba dos cuchillos, uno en cada ojo, podría taponar la sangre fácilmente para no manchar el grabado y podría dar a entender que ella estaba siendo controlada por ellos... No... Podría dar a entender que todos estamos siendo controlados por lo que nuestros ojos captan y nuestro cerebro registra. Todos nos regimos por las acciones que nos enseñan están bien o mal e, incluso sin habérnoslas enseñado, las cosas que vemos ya las estamos catalogando por "eso está bien" o "eso está mal". Vivimos condicionados y la única manera de ser realmente libres es privarnos de ese privilegio.

Me acerqué de nuevo al cuerpo ya casi sin vida de mi hermana y comencé a jugar con los dos cuchillos en mis manos.

-Podría decir que siento lo que estoy a punto de hacer pero mentiría, y no soy de esas; lo que sí te voy a decir es que hubiese deseado con todas mis fuerzas que nunca hubieses nacido. Siempre has sobrado en nuestra familia y nunca me había dado cuenta hasta ese día; que ingenua que fui. Menos mal que todavía no es demasiado tarde para librar a nuestros padres de ese peso.

Y, sin más dilación, los cuchillos fueron clavados en sus ojos convirtiendo esa preciosa noche en la que la magia de la navidad estaba presente en todos los hogares del mundo en una noche fría y oscura que iba a ser recordada por muchos.

Y fue entonces cuando empezaron los remordimientos...

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