Gleestory 10: Run the world
Nombre de la canción:
Run the world (Girls)
Artista:
Beyoncé
Personajes que la interpretan:
Brittany (Con apoyo de Santana y las Cheerios)
Episodio:
3 (Asian F)
Temporada:
3
@Perlsxoxo y @ValeeGlagos
.
Pasé mis finísimos dedos por la seda de mi vestido, hecho del tejido de las orquídeas y claveles. Mi mirada recorrió la calle y una sonrisa gatuna se deslizó por mis labios. Los elfos paseaban en fila, mientras Lilian, con látigo en mano, se encargaba de que el orden no fuera corrompido.
- ¡Lleva eso a la fábrica! - Lilian pateó a un hijo del reino de verano, que por desgracias de la vida y otra, llegó como contrabando al reino de primavera.
«Mi reino de primavera». Pensé ampliando mi sonrisa.
El pobre chico se arrastraba por el suelo con las cajas sujetas a su espalda, casi cayéndose.
Me quedé observando un rato las alas de Lilian, que iluminadas por el sol, le daban un toque arcoíris. Eran muy bellas, debía de admitir. Pero no más que las mías.
Tratando de sentir la convicción de mis pensamientos, eché una mirada hacia atrás, para ver mis alas blancas, como la nieve, como las nubes en pleno día soleado. Las aleteé un poco. Y lo hice más de lo necesario ya que sentí como mis pies abandonaban el suelo en donde me encontraba.
Dejé de batir mis preciosuras lentamente y caí con la elegancia y delicadeza que una reina de las hadas, podía tener.
Hoy era un buen día. No había nada mejor que respirar y sentir el olor a gloria, a poder, y sobre todo, el perfume de la agraciada naturaleza. Los elfos, los duendes, se arrastraban, gateaban, y caminaban cabizbajos. Sintiendo el sabor amargo de su derrota.
-Su Excelencia -Le lancé una mirada desdeñosa a Pucky quien estaba a inclinado a mis pies- Ya hice exactamente todo lo que me ordenó.
-Bien.
-Para mí es un honor servirle.
Le sonreí, dejando ver mi hilera perfecta de dientes puntiagudos. No tan puntiagudos como las ondinas, ninfas del agua.
-Retírate.
Él obedeció, y con una inclinación, se marchó.
Volví mi mirada a lo que ocurría en la calle central. Observé como un unicornio se paseaba cerca, observando con ojos inquisidores todos y cada uno de los movimientos de los esclavos.
-Su Majestad.
Solté un bufido. Esta era la cuarta vez en el día que interrumpían mi escrutinio general. Le lancé una mirada despectiva al chico mitad elfo que se encontraba a unos metros debajo de mí, ya que me encontraba en mi pedestal y ningún ser mágico de género masculino, podía subir aquí arriba sin mi consentimiento. El único que tenía ese derecho era Pucky, y era ya que tenía la virtud de ser mi esclavo.
- ¿Qué? -Solté tan hostil como pude.
-El Reino del Hielo y su majestad quieren hacer un anuncio.
- ¿En mi reino? -La estupefacción se plasmó en mi rostro de porcelana.
-S―Sí -titubeó-. Están pidiendo la entrada.
- ¿Y por qué eres tú quien hace el aviso y no una de mis cortesanas? -me indigné.
-Su Majestad, perdóneme, yo...
Fue interrumpido por el escándalo que se armó en la calle central. Mi corazón empezó a tronar cuando vislumbré como el príncipe de hielo entraba con su séquito a mi corte. Se detuvo frente a mí pero yo estaba con una altitud superior. Él estaba con su manada de energúmenos y pordioseros pisándole los talones.
El príncipe Cliff, con su cabello blanco como la nieve, sus ojos azules como el frío y su sonrisa mortífera pero seductora, se hallaba delante de mí.
-Princesa -hizo una pequeña reverencia.
-Reina -corregí, con toda frialdad posible. Le sonreí, tratando de darle a entender, que su presencia repentina no me afectaba en lo más mínimo.
-Reina -concedió-. Lamento no haberle informado sobre mi aparición más temprano.
-Disculpas no aceptadas -mi voz se volvió tan dulce como los frutos del árbol de ciruelas negras.
Su sonrisa vaciló un poco, pero luego volvió a ampliarla.
-Mi corte y yo, nos presentamos aquí, no con la intención de guerra ni disputa, sino con todo sosiego y calma, a hacerle una propuesta.
Mi reino se había agrupado. Todas las féminas. Listas para cualquier indicio de batalla.
Todo ser de género masculino, a excepción de unos cuantos elfos, fue encarcelado en el foso de las almas en penas, en donde deben de estar cuando las cosas se salen de control.
-Estaré encantada de escuchar lo que usted venga a proponerme.
-Su Excelencia, sus palabras son más dulces que el canto de las sirenas en plena luna llena.
-No más palabrerías, y proceda usted con su proposición.
-Vengo a darle tres mil libras en oro, forjado por los hermanos de hierro, a cambio de su reino.
Todas se indignaron. Réplicas y amenazas se escuchaban aquí y allá. No me detuve a calmarlas ni un segundo.
- ¡Qué dice usted! ¿Quién se cree? -Me envaré, y fruncí mi ceño-. Mi reino no está, ni estará a su disposición nunca.
Muchas asentían y corroboraban mis palabras.
La sonrisa del príncipe de hielo se desvaneció. Y su mirada se volvió tan fría como su reino.
-Me temo que esa no era la respuesta correcta, Reina.
Y como si sus palabras fueran un detonante, todo mi reino se alborotó. Las ninfas salían de todas partes. De la tierra, del agua. Las dríadas salieron de los árboles. A la distancia, en el lago de las mil y un flores, capté como las ondinas y las sirenas hacían su aparición, preparándose por si osaban a lanzarse al lago como escapatoria.
Pero ellos ni se habían movido. Esto me tocaba los cojones, es hora de mostrar quién tiene el poder.
― Pucky.― lo llamé sin dejar de ver a la asquerosidad que tenía adelante: un hombre.― Dile al resto de los hombres- conejito que se preparen para una verdadera pelea.
― ¿Y por qué no lo hacen ustedes?―dijo burlón el príncipe. No me hiso gracia en absoluto. Me alcé sobre mi pedestal y lo miré, desafiante:
― ¿Sabes quién domina el mundo?― le dije en un susurro.― las chicas.
Chasqueé los dedos y, como si de arte de magia se tratara, mis súbditos masculinos se iban a lanzar hacia los del reino helado, pero se detuvieron.
― ¿Por qué se detienen?― les grité. Esto es mucho para una reina como yo. Mis elfos callaron. ― Les he preguntado algo, ineptos. Respondan.
―Nos has tratado a los hombres como basura todo este tiempo, es hora de un nuevo líder.― dijo el traidor de ¿Pucky? ¿Es en serio?
― Bien, no necesitamos de seres masculinos para ganar esta batalla. Mi persuasión puede construir una nación, pero también puede destruir la tuya.―sonreí maliciosamente
Lilian apareció a mi lado y cruzamos miradas. Asintió, entendiendo lo que planeaba, y llamó a todas las chicas. Miles y miles de ninfas, dríadas, ondinas y sirenas se lanzaron al ataque. Las hadas, incluyéndome, tomábamos a los traidores y se los dejábamos a las Sirenas para torturarlos con sus extraños y persuasivos cantos. Las ondinas hacían corrientes que destruían la flota en la que habían venido los del reino de hielo. Las dríadas, que solían ser pacifistas, lanzaban miles y miles de hechizos en contra de los intrusos. Todo iba bien.
Lilian y otra hada más, cuyo nombre desconozco, tenían al príncipe agarrado entre sus brazos. El príncipe ya no sonreía, estaba bastante molesto.
― ¿Podríamos llegar a una solución pacífica?
Lo miré y pensé por un milisegundo en perdonarlo.
―Melanie ¿Vas a tener misericordia por este simple ser masculino?― rió Lilian y sonreí.
―Claro que no, yo misma lo encerraré en el calabozo.
Me entregaron al príncipe Cliff y lo tomé por los brazos. Se retorció como Anaconda para poder escapar, pero no podía. Nadie es más fuerte que una mujer.
Una vez llegando al rosa y perfumado calabozo, el príncipe se dignó a hablarme.
― ¿Por qué haces esto? Aún podemos llegar a una solución pacífica.
― Querido, solo he estado jugando. Si te parece que hemos sido malas, no querrás que esto pase a mayores.
―Podríamos casarnos y restaurar el orden que antes había en el mundo.
― ¿El orden?― reí.― Las mujeres cuando vivían antes, trabajaban para los hombres, peleaban por los hombres, vivían por los hombres, mientras estos no hacían nada. Discúlpame, pero eso no es exactamente un ideal de "equilibrio".
―Las cosas deben ser como en el reino de hielo. Los machos a la pelea y las mujeres a la casa.
― Lo siento, pero ya no estás en el reino de hielo. Estás en el reino primavera ¿Y sabes qué? Aquí el mundo lo mandamos nosotras.
Dicho esto, lo empujé para que caminara más rápido e hizo una mueca de dolor, debido a que ejercía mucha presión en su brazo.
-Tienes mucha fuerza para ser una mujer -Su comentario hizo que me detuviera en seco. Sentí su respiración tranquila y juraba que estaba sonriendo. Respiré profundamente tratando de no perder la compostura. Haciéndole ver que su comentario machista no me había afectado en lo absoluto.
-Nosotras podemos ser tan fuertes como los hombres.
-No lo creo -Sabía lo que trataba de hacer. Quería que me molestara.
-No pareces darte cuenta en la situación en la que estamos -le dije mientras lo empujaba otra vez para continuar con nuestro camino.
Él gruñó, casi inaudible.
Yo sonreí cantando victoria, una vez más.
-Disfruta de tu poderío mientras puedas. Al fin y al cabo, ya veremos a quien pertenecerá la gloria al final de todo -La firmeza en sus palabras, hicieron que algo dentro de mí se encendiera. Como una llamarada que se expande, cubriendo cada parte, proporcionando calor, y una necedad ferviente de decir lo que pensaba nació en mí.
-La mujer no es el sexo débil -gruñí empujándolo para que caminara más rápido y para que saliera un poco del calor abrasador y la furia que me embargaba -. ¿Se te olvidó quién te dio la vida?, nuestro proceso de reproducción no es muy diferente de el de los mundanos y deberías de tener en claro que la persona que te llevo nueve meses fue una mujer. ¿También se te olvidó quién fue el creador de los reinos? De todos ellos, de el de primavera, de el reino de verano, de el reino de otoño y de el reino de invierno -Seguía hablando, y hablando y a cada argumento que yo le lanzaba, su seguridad parecía disminuir -. Una mujer fue quien creó este mundo, una mujer fue quien dotó a estos hermosos paisajes de las cualidades y atributos que hoy en día tienen -Hice una pequeña pausa para dar énfasis a lo siguiente que diría -. No somos débiles, somos fuertes. No somos inservibles, somos indispensables. Somos mujeres y nosotras damos vida a la vida.
El príncipe Cliff no abrió la maldita boca en todo el camino, y mi sonrisa de complacencia y satisfacción no desaparecía de mi cara. Y al llegar, lo entré en el calabozo, todo rosa y perfumado, y lo dejé ahí. Ya lo sacaría cuando su machismo y prepotencia se le bajara un poco.
Tal vez lo podría poner a trabajar en el área de cultivos de naranjos rosas.
Sonreí al imaginarme al príncipe del invierno pasar toda una temporada entre flores, la verdura y colores vivos de nuestra tierra, y el cantar agraciado de los animales. El contraste era aterrador, debido a que él ya estaba acostumbrado al paisaje blanquecino, el frío mortífero y la ausencia de color y cantares.
Llegó la noche, trayendo consigo la suave ventisca, las titilantes luces que flotaban en el aire y el hermoso firmamento.
Tan hermoso como yo.
Sentada en mi trono, veía con minuciosidad con la que celebraban los seres mágicos de mi reino. Dríadas danzaban, sirenas cantaban; sólo que esta vez, no en plan mortífero; hadas ondeaban mientras reían melodiosamente y conversaban acerca de uno que otro tema banal.
-Su Majestad.
-¿Sí? -Le pregunté a mi nueva sirvienta. El traidor de Puck, está donde merece estar.
-Creo que tenemos un problema -La pequeña elfo jugaba con sus dedos, nerviosa.
Guardé silencio esperando que prosiguiera.
-El príncipe no está -Soltó y cerró los ojos, temerosa hacia mi reacción.
-¿A qué te refieres con que no está? -Me levanté bruscamente de mi asiento y le grité al ver que no me respondía- ¡Contéstame!
Pero no fue necesario que lo hiciera ya que un grito estruendoso rompió la atmósfera. Me di vuelta, rápidamente para ver como ese ser repugnante y asqueroso, tenía agarrada a Lily, mientras una navaja hecha en cristal apuntaba a su cuello.
Maldición. Debí haberlo revisado antes, no esperaba que tuviera un arma consigo y una de las más letales del reino del hielo. Porque sólo hacía falta que tocara la sangre circulante en el cuerpo de un ser mágico, para que una corriente de frío venenoso y deletéreo haga caer con un ruido sordo al cuerpo ya inerte.
Tragué saliva y al ver los ojos asustados de Lily, mi compañera de toda la vida, sentí verdadero terror.
El príncipe por el contrario, sonreía.
Los seres mágicos se preparaban para atacar, pero con un movimiento de mano los detuve. Sólo hacía falta un rasguño para que Lily cayera en un sueño profundo e interminable. No iba a tomar el riesgo.
-Débiles -escupió -, estúpidas, inservibles, y con una increíble falta de liderazgo -Su sonrisa se amplió -. Entrega el reino, y nadie...
-..."Y nadie saldrá herido" -Imité su voz grave, lo que hizo que algunas risitas nerviosas se escaparan de un lugar o de otro. Sabía que estaba tanteando terreno peligroso al burlarme de él -. Puras patrañas. Nos matarás a todas, o nos dejarás sin hogar alguno.
-No, no es cierto. Tendré misericordia y les permitiré permanecer aquí, siempre y cuando, acepten y reconozcan su lugar.
-¿Y cuál es nuestro lugar?
-Servir a los hombres, además de desperdiciar aire.
Ese fue el detonante para que todas perdieran el control. Ninfas, dríadas, pequeñas duendes y elfos replicaban y se quejaban. Varios elfos avanzaron hacia el príncipe con intenciones letales.
Él se fijó en mí, me sonrió nuevamente antes de enterrar el cuchillo en la garganta de Lily.
El suspiro lastimero fue lo último que escuché provenir de ella, antes de que su piel se volviera de un blanco hueso y cayera al suelo con un ruido sordo.
La ira me cegó, cuando solté una exclamación seguida de un improperio. Mi cuerpo empezó a temblar de rabia.
La noche, antes sosegada, despertó horrorizada. Las ramas de los árboles se extendían por debajo del suelo a rápida velocidad hasta los pies del príncipe, se enredaron en ellos y lo levantaron, quedando así de cabeza. Las dríadas sonreían. Tenía que ser obra de ellas.
Bajé de mi pedestal a paso firme y rápido, y llegué a él. Lo encaré mientras él se revolvía y lanzaba maldiciones.
-¡Van a pagar por esto! -gruñó.
Esta vez, le sonreí. Y me agaché a recoger el cuchillo que había dejado caer al ser atrapado. Apunté el cuchillo hacia su cuello, y él se quedó inmóvil al tiempo que contenía la respiración.
-¿Débiles? -inquirí al tiempo que ponía la punta fina en su piel -, ¿estúpidas? -Sus ojos pedían piedad -, ¿inservibles? -Él tragó lo que hizo que la punta se empezará a hundir - ¿Y con una increíble falta de liderazgo? -Solté una carcajada amarga y la imagen de Lily al caer al suelo destelló en mi mente -. Nosotras dominamos el mundo.
Clavé el cuchillo.
Las chicas dominan el mundo.
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