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#1. El billete de avión.

¡Al fin el día llegó! Organizar estas vacaciones me ha llevado su tiempo:
-Llegar a mi destino un jueves.
-Que no hubieran pronosticado lluvias.
-Bajar los siete kilos que tenía de más, para poder lucir el bikini rojo que me regalaron mis amigas para mi último cumpleaños.
-Que no me coincidiera con la fecha del período.

Coordinarlo todo fue caótico, sobre todo la cuestión del clima...aunque las fechas del período también. Gracias al cielo todo salió bien, y aquí me encuentro, en el aeropuerto esperando mi vuelo con destino a Cuidad Semmé, donde están las mejores playas del país. Voy a nadar, broncearme, leer acostada en la arena...¡ay, paz!

Con la maleta a un lado, golpeo con ansiedad mi sombrero en una de mis piernas. La fila dónde debo levantar la reserva de mi billete es algo larga y lenta.
Avanzamos tres pasos cuando una pareja sale con sus pasajes en mano y es allí cuando lo veo, apoyado en la ventanilla, levantando su reserva.

Cabello rubio con rulos desordenados, ojos azules y sonrisa despampanante. Chaqueta de cuero, jean gastados y esa actitud de bad boy logran que comience a sufrir taquicardia. El chico es igual a la descripción del protagonista del libro que mis amigas y yo tanto amamos.
Lo veo retirarse de la fila y yo solo pienso en una cosa: Tengo que ir tras él.

La señora que está detrás de mí me pide que avance, lo hago. Estiro mi cuello y descubro que tengo por delante tres personas más. Busco al chico con la mirada y lo veo sentarse en unos bancos cercanos.

—Permiso, permiso —digo abriéndome paso hasta llegar a la ventanilla—. Es una emergencia, necesito mi billete.

—Señorita, debe respetar la fila —responde la chica detrás del vidrio.

—Es que usted no entiende, es una verdadera emergencia.

—Señorita, por favor. No me obligue a llamar a seguridad —me dice con tono firme.

—Escúcheme, por favor. Necesito ir al baño. Sufro de retención de líquidos y me están dando una medicación para ello. Necesito ir a orinar. Por favor, deme mi billete o me haré pipí en la ropa.

Todos quienes están a mi alrededor quedan viéndome de forma extraña.

—Dele su billete —agrega el hombre que atendía cuando interrumpí —. Mi esposa sufre de eso y es muy molesto.

Sin poder creer mi buena suerte, sonrío y aprieto mis piernas, para hacer más creíble la situación.

—¿A nombre de quién está la reserva?

—A mi nombre —otra vez la gente me ve raro y yo aquí pendiente de que el chico no se me vaya a perder de mi campo visual.

—¿Y cuál es su nombre? —Pregunta la vendedora con tono impaciente

—Verónica Rodríguez.

—Sí, aquí está. Un boleto para Ciudad Semmé, hoy a la 1:30 pm.

—Sí, pero no —le respondo pestañando repetidas veces.

—¿Cómo dice?

—Que quiero cambiar el destino.

—¿A dónde? —Pregunta suspirando con fuerza y de mala manera.

—A dónde va ese chico de allá —señalo al rubio que ojea una revista y bebe café.

—A ver, señorita Rodríguez. Debe usted decirme a dónde quiere viajar.

—Y se lo estoy respondiendo. Quiero ir a dónde va él. Usted debe saber, acaba de venderle su billete.

—Pero yo no puedo divulgar la información de los pasajeros, y menos a una psicópata que quiere seguir a alguien que le gustó.

¡Cómo se atreve!

—¡Es que usted no entiende! ¡Ese chico es el amor de mi vida!

—¿Ah, sí? ¿Y cómo se llama el muchacho? Recuerde que ese dato también está en mi registro —comienzo a balbucear sin saber que responder. Me pilló.

—Por favor —interviene el mismo hombre de la primera vez—, dele a esta chica el bendito billete que ya todos nos queremos ir —la gente en la fila asiente, aunque ninguno escuchó con exactitud la conversación.

La vendedora me da el boleto de muy mala manera, me cobra y salgo de allí corriendo.

Veo que mi rubio se levanta de su silla y va rumbo al kiosco. ¡Es tan perfecto!
Lo observo tomar un paquete de doritos y una sprite zero.

Esto es increíble. ¡Increíble, increíble, increíble!

Calma, Verónica, me dice una vocecita en mi cabeza. Tienes que pensar como acercarte a él sin parecer una loca.

Lo veo girarse hacia las mismas sillas de antes, las que justo quedaron detrás de mí. Disimulo mirando el titular de una revista en exhibición. Pasa por mi lado y su perfecto aroma me provoca un mareo de excitación.

Mira su reloj y eso me hace pensar en algo: no tengo idea a dónde me dirijo ni a que hora sale mi nuevo vuelo.

Abro el billete y veo:
Origen: Silex.
Destino: Puerto Palmiras.
Hora: 12:15 pm.
Asiento: 34 D.

Faltan dos horas para que el vuelo salga, debo desayunar sin perder de vista al chico. ¿¡Ay, pero cómo!?

Hago lo más sensato, le escribo a mis amigas al grupo de whatsapp.

Vero:
Chicas, aleta roja.
Repito, alerta roja.

Lula:
¿Qué tú no tendrías que estar en el aeropuerto?
En unas horas sale tu vuelo.

Vero:
Es que no te imaginas lo
que estoy viendo.
No me lo vas a creer.

Lula:
¿Qué pasa?
Es muy temprano,
estamos de vacaciones.
¿Qué puede ser tan urgente?

Vero:
¿Recuerdas a Dylan?
El protagonista de aquel libro
que leímos en wattpad.

Lula:
Sí, lo recuerdo. 🙄

Vero:
Pues, en el aeropuerto hay un chico
idéntico a Dylan.
Lo estoy siguiendo.
Cambié mi destino
para ir a la misma ciudad que él.

Lula:
😱
¡Júramelo!
Me muero.

Vero:
Te lo súper juro.
¡Ay, no!

Lula:
¿Qué pasa?
No me asustes.

Vero:
Se está yendo
tengo que seguirlo.
Pero me estoy haciendo pipí.

Lula:
¿A dónde fue?

Vero:
Está entrando al baño.

Lula:
Pues ve tú al bañó también.
Van a tomar el mismo vuelo
no lo vas a perder.


Vero:
Tienes razón.
Voy a tratar de calmarme
ir al baño,
asimilarlo todo...
Y damos tiempo a que Pao se despierte
Y se ponga al día con los mensajes.
Aviso cuando esté en Puerto Plamiras.

Lula:
¿Puerto Palmiras?
¡ESTÁS LOCA!
Eso queda al doble de distancia
que Cuidad Semmé.

Vero:
Pues para allá va «Dylan»
Tranquila, amiga
Voy a ir con cuidado.

Salgo del chat, apago el celular y me dirijo al baño. Lula tiene razón, iremos en el mismo vuelo, no habrá forma de perderlo.

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