Colmillo 05
No podía existir un vampiro más contradictorio en todo el Reino que no fuera Oikawa Tooru.
«Nunca lo aceptaré, Mandarina-chan no será parte de la familia», fue lo que le dijo Oikawa, el día en que Tobio mordió a Hinata para volverlo uno de los suyos y así poder estar juntos. Eso se lo expresó a Kageyama, con la seguridad bien plasmada en sus facciones y sus cejas arqueadas hacia abajo con decisión.
Y sí, con esas palabras se llevó el enojo de Iwaizumi porque la unión de sangre no fue del todo recibida por el Gran Rey, pero tampoco fue prohibida. Al menos algo que logró rescatar Hajime de su amado vampiro, fue su decencia de que Shoyo no oyera esas palabras.
Ese día de celebración, la familia de Hinata fue invitada, y Oikawa conoció a otra pequeña mandarina, hermana menor de su ahora cuñado y a la madre de éste. Sí, en definitiva no daban apariencia de ser cazadores, sólo fueron invitados que trataron muy bien a los vampiros, e incluso les trajeron regalos, tanto así que, Hinata (Kageyama), lloró conmovido. Ni hablar de la forma en la que la mujer adulta trató a Tobio, le confió la vida y felicidad de su hijo, por lo que esperaba que no lo defraudara.
Los demás príncipes del enorme castillo de vampiros, lo disfrutaron y lo usaron como excusa para divertirse en grande. El único que no lo pasó del todo bien, fue Oikawa, incluso teniendo que aceptar y comerse sus ganas de arrebatarle la pequeña botella que llegó por correo (cortesía de Kiyoko) como un regalo de bodas: un incentivo certero de fertilidad, con mucho frambueso (Rubus idaus).
¡No! ¡Ahora tendría a un mocoso o mocosa con sangre de los Hinata en el castillo!
—En definitiva, nunca aceptaré a Mandarina-chan...
Sus palabras se las tragó demasiado rápido.
—¡Shoyo! —cantó Tooru al pequeño vampiro que llegó para desayunar, junto con Tobio. Hinata a pesar de haberse vuelto un vampiro, todavía demostraba rastros de su antigua naturaleza humana, como que sus orejas no eran puntiagudas, sus uñas eran del mismo color que las de los humanos normales y sus colmillos eran mucho más pequeños.
Apenas el chico ingresó por la cocina, con Tobio a su lado, Oikawa llegó a una velocidad impresionante hasta rodear con sus dos brazos el delgado cuerpo de Shoyo Kageyama, empezando a restregar su mejilla con la de su pequeño cuñado.
Sí, Oikawa estaba «enamorado» de Shoyo Kageyama.
Pero, ¿cómo se llegó a esa situación como para que Oikawa cambiara su forma de ver al enano demasiado rápido?
¡Muchos factores...!
El primero era que Shoyo no era alto, ¡no como sus queridos Kindaichi, Kunimi y Kageyama que ahora parecían unos enormes gigantes antes que otra cosa!
La segunda opción era porque el de hebras naranjas se emocionaba demasiado rápido y creía en cada una de sus palabras. Iwaizumi los encontró en más de una ocasión en el salón del trono, con Oikawa en su enorme silla donde le relataba a Shoyo historias inventadas que en ningún momento sucedieron, pero servían para enaltecerse, ¡nadie más en el castillo se lo creía! Las reacciones fascinadas de Shoyo y los muchos halagos que recibió Oikawa lo llevaron al punto más alto de la felicidad.
Otra era lo atento que era y lo divertido que se tornaba el voleibol desde que el más bajo llegó, ajustándose a las colocaciones de Kageyama y creando unos rápidos impresionantes.
Tooru claramente encontró a su favorito, y no fue para nada discreto al mostrar eso.
«Yo no tengo favoritos», decía seguido Oikawa con una gran sonrisa, sólo para que sus propias palabras no tuvieran sentido si revisabas en el pasillo principal de los retratos, la obvia diferencia del tamaño del cuadro de Shoyo Kageyama con el de los demás era demasiado notable.
Shoyo dio un bostezo largo y cansado, bastante adormilado y con la fatiga al límite. Últimamente, se sentía demasiado cansado, se quedaba dormido la mayor parte del tiempo.
—Buenos días, Oikawa-san... —saludó el más bajo, moviendo un poco su cabeza en señal de respeto ante la facilidad con la que se llevaba ahora con el Gran Rey.
Tobio, a su lado, contemplaba todo sin decir palabra, pero siendo él el que más buscaba proteger a Shoyo. Todos sabían lo que pasaba y no hubo necesidad de dar grandes vueltas a eso, desde que los cambios de humor y las nauseas llegaron una noche hace cinco días atrás.
—Hoy llegará Shimizu-san a revisar a Shoyo, así que debemos de apresurarnos —indicó Hajime a todos los ahí presentes, pero siendo más específico con respecto a Oikawa, Tobio y el mencionado.
Así desayunaron con tranquilidad, sólo Shoyo sintiendo náuseas a mitad de su comida, Kunimi y Tobio actuaron al acompañarlo al baño, y para que después de eso, regresaran con Shoyo llorando, abrazando el abdomen de Tobio en busca de su consuelo.
Pasadas dos horas del desayuno, el timbre principal de la casa sonó, y Matsukawa fue a recibir a la invitada. En el umbral de la puerta se encontró con la Jefa Bruja, una bella mujer de cabellos negros hasta los hombros, ojos de un tono grisáceo y un pequeño lunar que adornaba la parte inferior izquierda de su barbilla. Ella se presentó con amabilidad, quitándose el tradicional sombrero de las brujas y la escoba que tenía en la otra mano, la desapareció tras dar un conjuro. Esa bella mujer, dio una reverencia, y Matsukawa la terminó invitando a pasar.
—¿Está Kageyama? —cuestionó la fémina, aferrando más su sombrero contra sus ropajes negros y sin dar una expresión bastante clara que contrarrestara el amable tono de su voz. Por supuesto, aunque la bruja preguntó por «Kageyama», no se refería en lo absoluto a Tobio.
—Creo que estaba en el cuarto con Kageyama...
Con esa afirmación, la condujo a la sala, la invitó a tomar asiento y le ofreció un poco de té (sin ningún rastro de sangre artificial porque eran parte de los suministros de Shoyo ante el ataque de pánico que sufrió cuando creyó que debía de tomar sangre a fuerzas). Matsukawa salió en busca de Shoyo.
Cuando regresó, trajo también a Kageyama, Kindaichi, Kunimi y Oikawa incluidos. Shoyo saludó con alegría apenas se topó con la fémina, y la dulce mujer correspondió la sonrisa y movió su mano en señal de apoyo.
—Vine por tu revisión diaria —aludió sus planes, logrando que el chico asintiera con facilidad pero en lugar de acercarse, enredó sus dos delgados brazos en uno de los brazos de Tobio y se apegó a él lo suficiente, sin moverse.
Kiyoko se tomó las cosas con calma y no hizo ningún gesto que la delatara al ya haberse acostumbrado a que los cinco días que llegó de visita, el vampiro de ojos cafés rasgados, se la pasaba pegado a su pareja, en busca de sentirse protegido.
—Puedes acercarte tú también, Kageyama —pidió Kiyoko, sacando un asentimiento certero al más alto antes de caminar con pasos tranquilos y regulares hasta el sitio donde se encontraba la bruja. La mujer sonrió con amabilidad cuando cruzó otra vez miradas con el joven, invitándolo a que se sentara a un lado de ella en el largo sillón de la sala. Él obedeció, no sin antes tomar la mano de Tobio, entrelazando sus dedos y aferrándose demasiado a él que también terminó sentado en el sillón. Por un momento, Tobio sintió que Shoyo le rompía la mano, por lo fuerte que la tomó.
Shimizu se puso de pie y se colocó frente al chico, y tras unas cuantas palabras en su ritual mágico, se materializó en sus manos los instrumentos tradicionales de enfermería de las brujas.
—¿Cómo te sientes? —preguntó la chica, tomándolo de la barbilla y palpando cerca de su cuello para medir la presión.
—Me siento algo hinchado y a veces me duele el vientre —contó Shoyo, sólo permitiendo que Kiyoko asintiera con seguridad ante esa respuesta y se dedicara a pasar por el pecho del chico su estetoscopio, esperando que todo siguiera en orden.
Nadie se atrevió a hacer un ruido de más, viendo como la revisión diaria de igual forma seguía siendo tranquila y no había ningún punto de riesgo.
En ese momento de silencio, Tooru pudo contemplar al otro vampiro que estaba sentado a un lado del embarazado, siendo sostenido con fuerza por el menor: Kageyama ni siquiera buscó moverse, no quería incomodarlo. En el tiempo exacto en que Shimizu le pidió a Shoyo que abriera su boca para poder revisar sus dientes, Oikawa no pudo pasar por alto las acciones de su Tobio, ya que tenía un enorme rubor en su cara, su sonrisa torcida se hacía presente y el brillo en sus ojos azules era incomparable.
El futuro papá estaba orgulloso.
Hishou Kageyama, el pequeño príncipe más joven del enorme castillo real, un niño parecido demasiado a Tobio. Cabellos cortos negros de color lacio, potentes ojos rasgados de color azul, labios delgados, piel pálida y orejas puntiagudas. Ese niño era la adoración del castillo, la adoración de Shoyo y Tobio... y la de Oikawa también.
Al ser un pequeño bebé a punto de cumplir el segundo mes de vida, no era raro que siempre estuviera siendo cargado por Shoyo. Él le daba mimos y lo cuidaba demasiado. Gracias a su intervención, Hishou era un pequeño vampiro que sonreía demasiado (aunque no tenía colmillos todavía), y su pequeña risa escandalosa llenaba los pasillos de vida.
Kageyama Tobio era demasiado feliz desde entonces: cuidaba al pequeño junto a Shoyo siempre y estaba con ambos las 24 horas del día. A veces los encontraba por los pasillos paseando, y cuando lo cargaba Tobio, salía una maña que Hishou desarrolló, que era sin duda jalar los pálidos cachetes de Kageyama cada vez que lo tenía a su alcance. Shoyo disfrutaba ver eso, burlándose abiertamente de los rostros tan chistosos que hacía su pareja y se emocionaba porque su pequeño estaba creciendo en un buen ambiente.
Todos los príncipes querían al vampiro más pequeño del hogar. Todos.
¿Y Oikawa? Oikawa encontró un nuevo consentido, y otra vez, la idea de «no tengo favoritos» se volvía una mentira por el tamaño del retrato que colgaba en el pasillo, y era un poco más grande que el de Shoyo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro