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Colmillo 04

Durante el desayuno —cena sólo para Hinata—, Shoyo por primera vez se sintió cohibido y amenazado por otros vampiros. Aunque el humano se portó curioso y alegre durante toda su estancia ahí, sí fue cierto que se sintió aterrado al ver a tantos vampiros en un sólo sitio. 16 de la familia real, y siete criados que se encargaban de servir la cena. Y para colmo de sus males, Oikawa era tan amable con sus sirvientes que permitía que se sentaran a comer con ellos cuando terminaran de servir la cena, ¡muchos vampiros!

Shoyo se colocaba a un lado de Tobio, aferrándose a su brazo y temblando con honesta realidad que el vampiro se vio obligado a envolver con su capa y sus brazos el pequeño cuerpo de Shoyo. Cuando menos se dieron cuenta, Kageyama ya tenía envuelto en su capa y en un abrazo protector a Shoyo, dentro de su campo de visión y punto de enfoque para que nadie tratara de pasarse de listo con él.

Hinata le tenía miedo a tres vampiros en específico: al Perro Loco (así lo llamó Oikawa), Iwaizumi y Matsukawa.

Iwaizumi se sintió un poco ofendido al percatarse de que realmente aterraba a Hinata a pesar de que tiempo atrás en su encuentro lejano a duras penas y cruzaron miradas. Matsukawa parecía divertirse al ver que al humano, dibujando una sonrisa socarrona en su boca y haciéndole gestos aterradores que sólo ponían los pelos de puntas al de cabellos alborotados.

—¿No te sientes cómodo aquí? —Kageyama indagó en la cuestión, al ver los hechos y percatándose de que Hinata se pegaba más a él. En definitiva, Hinata era alguien demasiado miedoso, que se encontrara fascinado con algo relacionado a seres sobrenaturales ya de por sí era un golpe de suerte, todo apuntaba a que Hinata se sentía cómodo cuando no había muchos vampiros junto a él (cuando llegó, sólo estaba con Kindaichi y Tooru), o que no vio a Matsukawa y al Perro Loco durante su visita porque ellos eran los únicos vampiros que realmente dormían durante el día, aunque no lo necesitaran—. ¿Quieres que nos vayamos?

—¡Claro que sí que no! —respondió con un tono y una seguridad en definitiva confusas, logrando que el mencionado arqueara sus cejas.

—¿Entonces eso es un sí o no?

—Bu-bueno, la verdad no quiero irme del castillo... —comentó con seguridad y honestidad el más bajo, apartando la mirada y respondiendo a medias la cuestión de su prometido. Kageyama dio un respiro ante esa propuesta, tomando una decisión rápida, preparando sus pies al girar hacia la salida principal del enorme comedor. Soltó a Hinata de su abrazo y lo dejó al descubierto de nuevo por unos breves segundos, antes de cargarlo con ese típico estilo nupcial.

Shoyo soltó un grito, y Tooru, quien ya estaba sentado en la mesa, abrió sus ojos como platos. Iwaizumi, Kindaichi y Kunimi copiaron su acción: ¿cómo era posible? Tobio, el tipo que daba indicios de no bañarse, con cara aterradora y carácter de mierda, actuaba caballeroso con alguien.

Oikawa bufó, recargando su codo sobre la mesa y recargando su barbilla en la palma de su mano: no sabía por qué se sorprendía a esas alturas. Meses atrás Kageyama procuraba cuidar su apariencia, era obvio que estaba enamorado. Hinata en definitiva le estaba lavando el cerebro a Tobio. Debía de frenarlo.

¡Le estaban lavando el cerebro a su Tobio! ¡La prueba era como ahora Kageyama caminaba hacia la puerta principal con el chico completamente ruborizado en sus brazos! Ese chico de sudadera amarilla que escondía su cara en el cuello de Kageyama.

¡Kageyama nunca se saltó las horas de comida!

—¿Adónde vas, Tobio-chan? ¿Y el desayuno? —exigió una respuesta el mayor, poniéndose de pie de golpe y asustando a Kindaichi en el proceso. Kunimi no se inmutó, dando una pequeña risa cortada cuando se percató de las acciones de Yutaro, y éste no pudo hacer más que enrojecer.

Tobio detuvo sus pasos, mirando al chico, con su mirada seria y sin dar indicios de estar juntos o de que iba a regresar. Oh, no, Oikawa entendió que Tobio le cumplía todos los caprichos a Hinata... ¡Hinata era un manipulador increíble!

—Hinata y yo vamos a desayunar en mi habitación...

¡Nooooo! ¿Qué era esa afirmación? Si se iban, no podría examinar a Hinata, ¿cómo podría estudiarlo?

—¡Eh! ¿Adónde vas, Tobio-chan? —exclamó en un grito más alterado Tooru, y Hajime, quien estaba a su lado, sólo podía avergonzarse por la forma de actuar tan infantil de su pareja, sabiendo que para iniciar, que Hinata estuviera en el castillo era su culpa—. ¡Vas a malcriar a Mandarina-chan al minarlo mucho! —exigió una respuesta entre su forma de ser alterada. Pero, Tobio lo pasó de largo, ya no lo volvió a voltear a ver, siguiendo directo hasta la salida, abriendo la puerta con unas pequeñas palabras mágicas y al salir, éstas se cerraron detrás de ambos. Oikawa se congeló.

Oikawa entendía todo poco a poco, lo mucho que cambiaría tener a ese enano en la casa, viviendo con Tobio. Kageyama dejaría de ser un sumiso, lo desobedecería, ¡ya no podría mandarlo a ciudades vecinas que estaban a horas de distancia por dulces!

—Tobio-chan no sabe lo que hace, si mima mucho a Mandarina-chan... —empezó murmurando el de cabellos café, sentándose de nuevo en su silla y apretando sus dientes, frustrado. Iwaizumi lo entendió, al verlo de reojo: Oikawa no estaba preocupado de que Hinata pudiera hacer algo contra la raza, tampoco que cambiara algunos favores que Tobio le hacía a Oikawa como encargos de cosas o dulces que le gustaran, no...

—Lo dice el que consentía a Kageyama, Kindaichi y Kunimi cuando eran niños —dijo el otro vampiro, dando un respiro pesado y siendo aceptado por Matsukawa al recordar de como era testigo de lo mucho que Oikawa se pasaba pegado a esos tres, les compraba cualquier cosa que pudieran, les cambió muchas cosas al castillo por sus deseos y nunca los regañaba (ése era el papel de Iwa).

—¡Cállate, Iwa-chan! ¡Eso lo hacía el precioso Oikawa del pasado! —declaró con seguridad, no dejando escapar incluso en situaciones donde sus ojos se ponían acuosos por la rabia y sus lágrimas empezaban a bajar, ese ego elevado con respecto a su apariencia. Y bueno, si Hajime se permitía ser honesto al menos dentro de su mente, Oikawa sí era muy atractivo. Le gustaba.

Oikawa sorbió sus mocos, y con decisión, se puso de pie con rapidez, afiló sus facciones y sus ojos se tornaron de color rojo. Enseñó sus afilados dientes y pasó con lentitud su lengua por sus labios, saboreando algo inexistente.

—Trataré de hablar con Tobio-chan para que recapacite con respecto a su relación con Mandarina-chan... —asimiló, preparándose para ir a la habitación de su hermano adoptivo, y esa vez, no estaba sonriendo.

Hajime sabía que Oikawa sólo estaba celoso. Su pequeño hermanito adoptivo, al que cuidó desde que era un niño, con el que jugaba, al que consentía y que abrazaba en las noches de tormenta... ¿cómo osaba esa mandarina con patas empezar a quitarle la atención de su Tobio? ¡Durante su estancia en el castillo, Kageyama estaba demasiado concentrado en Shoyo!

Para suerte de Oikawa, apenas se disponía a entrar, la puerta del lugar se abrió, dejando ver la figura elegante de Kageyama. Tooru al verlo soltó un grito del susto, pero aceptando que eso fue demasiado convincente y sospechoso que regresara demasiado rápido, sabiendo lo encantado que estaba el azabache de ojos azules con su pareja.

—¿Qué pasa? —Sacó de su boca Iwaizumi, al chico que acababa de entrar. Tobio miró a Hajime y asintió, dispuesto a responder.

—Vengo por los platos de Hinata y míos... —aludió con seguridad, sólo alzando su mano al aire y tronando sus dedos. Segundos después, los platos que eran destinados para Kageyama y Hinata se elevaron en el aire, junto con la copa de sangre creada artificialmente por la empresa de Matsukawa y el vaso con jugo de mandarina que le hizo Oikawa al invitado para asustarlo, algo tipo: «¡Mira, Mandarina-chan, aquí bebemos mandarinas! ¡Ten cuidado!» (No sirvió).

Kageyama no iba a comer con todos... y eso le dolió a Oikawa. Hajime dio un último suspiro.

Los cazadores de vampiros desde hace tres generaciones atrás ya no se habían metido con ellos, los Hinata no hacían nada y no daban indicios de querer atacarlos. Oikawa se ahogaba en un vaso con agua que se desbordó con una gota de color naranja. Aun así, fue de admirar que el Gran Rey pudiera recubrir su compostura, ocultando su pánico y afilando más el color rojizo en sus ojos.

—Tengo que hablar contigo, Tobio-chan, es sobre tu cortejo hacia ese humano y su apellido.

Tobio asintió con rapidez, sin titubear.

—Hinata ya no es mi cortejo, ahora es mi prometido, Oikawa-san —siguió con los hechos, para poner al tanto de la situación a su hermano adoptivo. Una daga atravesó el pecho de Tooru al enterarse de esa buena —horrible— noticia.

Por esa razón, con el corazón en la manga, salió del lugar, siguiendo los pasos de Tobio y sus platos y vasos volando cerraron la puerta del cuarto. Al principio Oikawa no dijo nada, sólo limitándose a enojarse mentalmente al fruncir con demasiada pronunciación sus cejas hacia abajo y apretando sus dientes, comiéndose las ganas de morderse los labios porque con sus colmillos los lastimaría. A su vez, sus ojos cafés teñidos de rojo miraban la espalda de Kageyama caminar en frente de él.

—¿De qué quería hablar, Oikawa-san? —cuestionó Tobio, girando un poco su cabeza para ver la silueta del mayor completamente seria caminar detrás de él, y parecía algo enojado. Kageyama se preocupó al verlo en ese estado—. ¿Le pasa algo, Oikawa-san?

El mencionado abrió sus ojos con sorpresa al ser llamado de repente, bajando su mirada al suelo por unos breves segundos antes de ver al chico que caminaba frente a él. Ahí fue donde todo se le escapó de las manos, y las ganas de querer decir todo simplemente fueron su extraña forma de actuar.

—Dime, Tobio-chan, ¿sabes que el apellido Hinata tiene que ver con las personas que masacraron a tu familia? —contempló esa pregunta, logrando que los pasos de Kageyama se detuvieran, y con eso, su cara mostró un claro signo de sorpresa contenida entre sus pupilas. Oikawa vio como el serio vampiro enamorado se quedaba estático, guardaba absoluto silencio.

Los dos se miraron a los ojos, no dijeron nada en absoluto, y en menos de unos segundos, el rostro sorprendido y colapsado de Kageyama se volvió uno perdido, alzando sus hombros con facilidad y dando un asentimiento raro.

—Sí, lo sé... —respondió, dando vuelta al asunto y dejando perdido a Oikawa. De verdad, el Gran Rey se esperaba un drama de telenovela, una escena donde Kageyama cegado por la furia corría a Shoyo del castillo y le prohibía volver a verlo... pero ésos no fueron los resultados.

—¿Y no estás enojado? —incentivó a continuar con la plática, sólo logrando que Kageyama arqueara una de sus cejas y negara con rapidez.

—¿Por qué lo estaría? —continuó la plática con una sonrisa, volviendo a mirar hacia el frente y continuando con su camino por el oscuro pasillo donde los autorretratos de los 17 vampiros que vivían en esa casa colgaban. Oikawa lo siguió a paso apresurado, completamente curioso.

—¿Por qué no?

—Creo que quiero a mis padres, pero nunca los conocí —relató los hechos, dando paso al diálogo cuando el mayor logró llegar a caminar a su altura. En definitiva, Oikawa no podía entender a Tobio por más que quisiera—. Y no sé si sea algo malo, pero nunca he sentido necesidad de vengarme de alguien...

Hizo una pausa, dando un pequeño movimiento con sus labios hasta realizar un pequeño puchero, al ver la puerta de su habitación a unos pasos de distancia.

—Además, Hinata no es los Hinata que masacraron a mi familia, ¿por qué me tengo que enojar con él? —debatió con mera facilidad, sólo permitiendo que Tooru se quedara mudo ante esa conversación.

Oikawa sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas, su vista se nublaba y sus manos con largas uñas repletas de esmalte negro, vieron a su pequeño vampiro crecer. No podía ser eso cierto.

—Además, Hinata no es un Hinata —murmuró Tobio, apartando la vista al mayor y haciendo un diminuto puchero con sus labios que acompañó a un notable sonrojo que se extendió hasta sus orejas puntiagudas. Oikawa terminó por sollozar y de sus ojos salieron lágrimas que rodaron de su mejilla—. Es un Kageyama, así que-... —Kageyama interrumpió su propia voz, al levantar la mirada y ver de nuevo a su hermano, pudo ver claramente como Oikawa lloraba, mostrando una honesta sorpresa y el pánico empezó a inundarlo—. ¿¡Se encuentra bien, Oikawa-san!?

—¡Has crecido mucho! —chilló Oikawa, era la primera vez que Tobio lo veía llorar. Tooru sorbió sus mocos, y pasó la manga de su camisa negra sobre sus ojos y los frotó.

Tobio con claridad entró en pánico, empezando a mirar por todos lados con destreza al no saber qué hacer, sólo atinando a pasar su mano temblorosa sobre los cabellos castaños algo alborotados de Oikawa. Y el de hebras cafés no podía hacer nada, porque Tobio estaba demasiado proyectado en su futuro al lado del humano al que convertiría en vampiro.

—Eres un mocoso... —Se limitó a responder el mayor, recibiendo las caricias de su hermano, mientras sus ojos rojos volvían a su color café habitual y apretaba sus dientes para no decir algo más—. Más vale que te cuide Mandarina-chan...

Los tiempos cambiaron, los hombres lobos ya no salían a atacar al ganado en las noches, ahora eran grandes manadas que vivían una vida moderna en su ciudad. Los diablos vivían entre el tunel del Infierno que conectaba al país de Halloween, alimentándose de las emociones negativas del mundo llamado Tierra, y gobernados por el demonio supremo, Kuroo. Las brujas dejaron los maleficios y maldiciones para dedicarse a la repostería y la cura de enfermedades misteriosas. Las momias vivían felices en su pequeña ciudad, generando grandes industrias del papel de baño y servilletas. Los humanos aprendieron a convivir con todos. Y los vampiros ya no buscaba presas en la noche y su civilización avanzó lo suficiente como para generar grandes cambios científicos, hasta el punto en el que podían fabricar su propia sangre artificialmente y se dedicaban a comer comida con altas cantidades de hierro. Los tiempos cambiaron. Los monstruos y humanos también lo hicieron.

—La comida estuvo deliciosa —afirmó Hinata, limpiando su boca con una servilleta tras comer todo el plato y beber el jugo de naranja. Tobio asintió, feliz y dando una sonrisa de sus labios bien marcada de su boca. Hinata seguía curioso, continuando en el mullido colchón y viendo como Tobio recogía los platos con su poder que hacía flotar las cosas y las llevaba a una pequeña mesa antigua que era usada como escritorio que nunca utilizó. Hinata estaba fascinado por ese poder—. ¿Cuándo me convierta en vampiro podré hacer flotar las cosas? —Señaló Hinata con emoción una copa vacía de sangre que flotaba hasta llegar al escritorio. Las pupilas del menor brillaban con fuerza, emocionado.

—Sí, también podrás convertirte en murciélago, ver a kilómetros de distancia y en la oscuridad con claridad y caminar por las paredes —recontó con sus dedos algunas habilidades que tenía el vampiro, logrando que Shoyo, quien estaba sentado frente a él se acercara todavía más a él, emocionado.

—¡Eso es genial, Kageyama! —afirmó el chico que era mucho más bajo que él, notablemente entusiasmado ante esa idea. Tobio dilató sus pupilas y ante la felicidad de Hinata por volverse uno de ellos, consideró que era crucial decir cuáles eran las desventajas que traería.

—Pero, también no podrás salir en plena luz del día, ni tampoco podrás volver a salir en fotografías o verte al espejo —expuso las desventajas de los vampiros, o al menos sólo algunas, dejando que Hinata asintiera al ya saber de eso por el linaje de su familia en el que actualmente ya no cazaba vampiros.

—Kageyama, ¿sabes cómo eres físicamente? —habló con una pregunta Hinata, acercándose a gatas entre el colchón hasta llegar al sitio donde Tobio se encontraba sentado. El mayor, se quedó quieto, al ver al chico colocado en cuatro frente a él y sólo pudo desviar la mirada apenado. Asintió más tarde, con seguridad de sus propias acciones.

—Sí sé cómo es mi cara, Oikawa-san contrató a un pintor para que nos hiciera un retrato —sonsacó en medio de sus pensamientos esas palabras, logrando que Hinata se sorprendiera y a la vez aceptara que era cierto, vio retratos de 17 vampiros en un pasillo. Cuatro eran de niños de aproximadamente cinco años de edad (Tobio iba incluido ahí), siete de niños un poco más grandes y seis de vampiros adolescentes.

—Pero eso fue cuando eras más chico, ¿no? —cuestionó con curiosidad y tratando de darle sentido a las palabras que fueron expulsadas de la boca de Tobio. Kageyama terminó por aceptarlo, meneando su cabeza de manera afirmativa y logrando que el chico enderezara su cuerpo, sentándose con normalidad frente a su pareja y demostrando en su cara unas notables facciones de emoción—. ¡Bien! Te dibujaré yo en ese caso —acuñó su propia acción perfecta, colocando una de las palmas de su mano abierta y con la otra en forma de puño golpeó su mano abierta.

—¿Me vas a dibujar?

—¡Sí!, necesito pluma y un cuaderno... —protestó el más bajo con seguridad, demostrando en sus facciones lo decidido que estaba. Kageyama dio un sobresalto al ver esas acciones, haciendo todo lo posible para conseguirle lo que quería, acercándose a su pequeño buró a un lado de su cama, y en el primer cajón al abrirlo, se asomó una libreta que ya no usaba hace mucho tiempo: su diario de vuelo, un escrito largo donde relató todo lo que tuvo que pasar con Kunimi y Kindaichi, a manos de Oikawa y el Perro Loco para aprender a volar. Quedaban algunas páginas en blanco, por lo que pudo ser de utilidad para lo que Shoyo buscaba, también había una pluma en ese cajón.

Se las extendió al humano de brillante personalidad, y él las aceptó con una sonrisa.

—¡Vamos, Kageyama, toma asiento! —pidió el de menor estatura, tomando del brazo al mayor para que no escapara y lo jaló hacia la cama, para que se volviera a sentar—. ¡Ponte cómodo y en un lugar donde pueda ver tu cara! —reveló el mensaje al que quería llegar, guiñándole un ojo e incentivando a que el vampiro hiciera la acción que en un principio se le pidió, poniéndose completamente quieto, sentado sobre la cama en posición de flor de loto y miró en dirección al chico que tras buscar una hoja en blanco y tomar la pluma, dando una exhalación larga antes de prepararse para dibujar. Shoyo sacó su lengua con seguridad, con la excusa de que así se concentró más y pasó un pequeño círculo mal hecho en el medio, donde se suponía estaba el rostro atractivo de Kageyama.

—¿Quieres que no me mueva? —masculló una de sus preocupaciones, al recordar que en definitiva, en su infancia siendo un pequeño vampiro, el artista le pidió que no se moviera como por dos horas, casi tres.

—No, no será necesario —recalcó Hinata, dando una sonrisa grande que enseñó sus dientes para contagiar a Tobio—. Sonríe, Kageyama —notificó su petición, sin mostrar ninguna pizca de borrar también su alegre sonrisa.

Tobio hizo lo que Hinata le pidió, dando una sonrisa torcida en su boca que se hizo pronunciada en más de un sentido, y en definitiva no fue en el sentido que Hinata esperaba; Kageyama cuando sonreía no se veía radiante. Daba miedo. Un escalofrío recorrió la columna vertebral del chico, antes de que la risa se le subiera a su garganta y teniendo que expulsarla en una enorme carcajada.

—¡Tu sonrisa es muy bonita! —opinó de improviso, logrando que Kageyama empezara a ruborizarse lentamente. Tobio se perdió entre las carcajadas certeras de Shoyo y en lo ruidoso que era, no pudiendo evitar creer que su prometido era alguien muy bonito.

Sí, Shoyo Kageyama era precioso.

Vivir con Hinata, estar juntos siempre, formar una familia juntos, divertirse...

—¿Cuando estemos juntos te gustaría vivir en el castillo o en algún otro lado? —Se le escapó de su boca esa pregunta a Tobio, deteniendo a medio camino el dibujo de Shoyo que apenas iba delineando los cabellos que caían sobre la frente de su novio.

—Bueno, Oikawa-san dijo que en el castillo había sobrepoblación, y no estoy muy seguro de que quiera que vivamos con él —precisó el chico, dando unos buenos argumentos que fueron desbaratados al instante por Tobio. Hinata pudo ver esos ojos azules usualmente tranquilos e irritados brillar de la emoción.

—A Oikawa-san no le molesta tener su castillo lleno de gente, y si lo que te preocupa es el espacio, puedo mandar a hacerlo más grande. —Atiborró, estando completamente decidido y sacando una tenue sonrisa a Shoyo porque era divertido verlo tan a la expectativa.

Hinata guardó silencio por unos segundos, empezando a pensar en sus planes a futuro.

—Aunque... algo que sí me gustaría es formar una familia contigo —increpó de improviso el de cabellos naranjas alborotados, dando una diminuta risa nerviosa y avergonzada por ese deseo revelado. Su corazón latió con fuerza al expresar ese deseo, empeorando cuando sintió que Kageyama lo miraba sin parpadear, y trató de enfocarse en dibujar al chico—. Sé que es un sueño tonto porque los dos somos hombres, pero, si tú también lo quieres, supongo que podríamos adoptar o no sé... —expresó sus sentimientos, pintándose cada vez más en el color que reflejaba su vergüenza y trataba de hundirse y esconder su cara en el cuaderno.

Imposible hacerlo, Kageyama se acercó demasiado a él, tomándolo de los hombros y provocando que por impulso el humano lo mirara a la cara.

—¡Hay una bruja llamada Kiyoko-san que sabe conceder fertilidad a las mujeres u otorgar una sola vez ese don a un hombre que tenga relaciones con otro hombre! —llamó Tobio, demasiado enfocado en esa afirmación. Hinata escuchó eso claramente, no pudiendo evitar sonreír con torpeza ante esa afirmación y aceptando el dato que le dio Tobio.

—Podemos considerar esa opción —enfatizó el de menor estatura, teniendo un largo brillo en sus ojos ante el mar de posibilidades que Kageyama la ponía a su merced.

Después de eso, la charla se volvió más trivial, mientras las líneas dibujaban el papel y se formaban los ojos, Kageyama y Hinata discutieron un poco tras hacer un duelo de miradas donde Tobio parpadeó primero y trataba de excusarse. Las risas se oyeron por la habitación, y el lápiz rodó por el papel, dando los últimos retoques a la boca de Kageyama.

—¡Listo! —exclamó lleno de emoción, extendiendo su creación frente a él y sintiéndose orgulloso de sus dotes artísticos no muy bien definidos. Aunado a eso y con su trabajo finalizado, le extendió orgulloso el dibujo al chico que estaba frente a él, quien apenas lo recibió, no pudo evitar pensar que en definitiva Hinata no sabía dibujar.

La boca estaba chueca, los dientes asomándose eran más largos de los que realmente Kageyama tenía, casi parecían llegar hasta donde estaba su barbilla. Ni hablar de sus ojos, que eran dos enormes círculos con un punto pequeño en el centro, daba miedo. Sus orejas salieron más grande de lo esperado, parecían los de un duende por lo puntiagudas que estaban y sus cabellos se asemejaban más a los de Goku que a los suyos. Ni hablar de la pequeña firma de Shoyo en una esquina del papel, con su nombre escrito de forma creativa y una pequeña carita feliz incluida.

Era horrible, pero apenas levantó su rostro para ver la cara que estaba haciendo Hinata, se quedó quieto y maravillado por la pronunciada sonrisa de oreja a oreja inundando su rostro y sus mofletes siendo atacados por el color rojizo, ni hablar de sus dos ojos rasgados brillando de la emoción.

¡Bien, Shoyo se esforzó!

—Le daré un buen uso —comunicó de forma breve, arrancando la hoja para separarla del cuaderno, y ante la curiosa mirada de Hinata, vio como Kageyama salía de la habitación.

El cuarto se quedó en silencio por unos segundos antes de que Kageyama regresara de nuevo, abriendo la puerta y cerrándola a su paso. Ya no traía el dibujo.

—¿Dónde quedó el dibujo? —añadió tono al ambiente el de menor estatura, viendo como Tobio se acercaba a él con lentitud, deteniéndose frente a la cama. Kageyama se inclinó lo suficiente, tomando del hombro a Hinata antes de darle un fugaz beso en los labios.

—Lo mandé a enmarcar —facilitó la situación con esas palabras, ahora pasando a besar la mejilla de Hinata antes de volverse a alejar y enderezar su cuerpo para poder quitarse la capa.

—¿¡Lo mandaste a enmarcar!? —Hinata se mostraba demasiado sorprendido y Tobio muy calmado.

—Sí... —dijo, caminando hasta una silla cercana donde pudo recargar su capa. Acto seguido, y al acomodar su capa de una forma en la que no cayera, se acercó de nuevo a la cama, metiéndose, quitándose sus zapatos al sacudirlos en el proceso y buscar ser mimado por Hinata al enredar sus brazos en el abdomen de éste y besar su mejilla tres veces seguidas antes de sentir el calor emanando dentro de su cuerpo porque Shoyo correspondió el agarre, aferrándose a su espalda.

Kageyama podía vivir por siempre con esa calidez en definitiva.

—¿Qué es esto? —preguntó Oikawa cuando vio el nuevo cuadro enmarcado que unos minutos atrás un sirviente colgó al lado de los retratos. Iwaizumi se detuvo cuando su pareja lo hizo, debido a que venían tomados de las manos. Sus ojos estaban algo hinchados y no lloró más de lo necesario gracias a que Hajime lo consoló.

—¿Un dibujo para Kageyama? —dijo, al ver en una de las esquinas del dibujo aterrador de la cara de Kageyama, el nombre de su prometido acompañado por una carita feliz.

Oikawa lo miró, dando un respiro algo burlón antes de volver a mirar el retrato del pequeño Kageyama. Sí, en definitiva su Tobio creció.

¡Su Tobio creció demasiado!

La mente de Oikawa se quedó absolutamente en blanco, en la mañana del día contiguo, cuando estaba a punto de tomar una siesta matutina. Tras una sugerencia de Hajime para que se llevaran bien, Tooru fue a preguntar si necesitaban algo. Al no recibir respuesta, decidió abrir la puerta, molesto porque fue ignorado.

La escena que vio lo dejó completamente quieto: los dos estaban dormidos, cubiertos lo más que podían con las cobijas. Shoyo roncaba, cómodo y boca arriba, sobre su abdomen estaba posado el brazo de Kageyama, que le daba un extraño abrazo, ya que Tobio estaba boca abajo. Sí, no debía de extrañarle que los dos durmieran demasiado brusco... el problema residía en que ninguno de los dos llevaba ropa, habían pequeñas marcas en la nívea piel de Hinata y la ancha espalda de Tobio que estaba a la vista, tenía rasguños y una que otra mordida.

Tooru parpadeó con lentitud, esforzándose mucho para no decir nada y salió lo más silencioso que pudo.

Sí, en definitiva, su Tobio creció.

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