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Colmillo 01

La razón por la que Kageyama actualmente no era popular entre las vampiresas y vampiros del Reino de Vampiros, era por su actitud. Por supuesto, tenía sangre real, al ser de las familias nobles, un vampiro de sangre pura desde su nacimiento. No era el Rey, ya que ese puesto lo ocupaba su superior Oikawa, pero podía considerarse como uno de los 15 príncipes del castillo. Oikawa podía ser calificado como el Gran Rey, y Tobio como el Rey Solitario. Sí, prácticamente tenía una buena posición.

También era alguien atractivo. Perfil serio, reservado, sereno, irresistible si ese gesto seguía imperturbable. Sus ojos azules rasgados, su pálida piel blanca que daría la impresión de destruirse con el mínimo contacto con el Sol, sus delgados labios, puntiagudas orejas, sus uñas coloreadas de un esmalte negro y sus blanquecinos dientes afilados tan largos que se veían apenas abriera la boca para hablar. Ni hablar de su figura, alta, esbelta, con suficiente musculatura en su cuerpo y lo bien que le quedaba el elegante traje tradicional de los vampiros: con una camisa blanca, arriba de ésta un chaleco delgado completamente blanco, pantalones negros y su larga capa característica que a veces era acompañada por un sombrero de copa alta cuando salía a dar sus paseos nocturnos.

Un vampiro extremadamente perfecto, ¿qué era lo que le faltaba para ser popular? ¿Por qué no lo era? Porque siempre olía demasiado a un miserable humano, el aroma de una de esas criaturas se le había impregnado demasiado después de que Kageyama pasara todo un mes sin volver a casa, y se le veía más feliz.

Sí, no era como si Kageyama nunca hubiera sido popular, durante casi toda su existencia y en la entrada de su adolescencia, había tenido muchos pretendientes, vampiros y vampiresas. Tobio nunca les hizo caso, presentándose casi como un ser inalcanzable, que por supuesto, lo hacía más deseable. Pero recientemente muchos habían iniciado su huida y se retiraban de una batalla amorosa nunca iniciada.

Alguien ya había conquistado el corazón de Kageyama Tobio, el príncipe de los vampiros. O tal vez, sólo a su aparato reproductor...

—¿Fuiste a un burdel de humanos? —La risotada divertida de Oikawa cuando el chico que era unas décadas menor que él llegaba al castillo, quitándose su sombrero alto para ponerlo sobre el porche y dejando que la mirada café de Oikawa empezara a pintarse de un tenue color rojizo, interesado.

—¿Eh? ¿De qué habla, Oikawa-san? —Kageyama arqueó sus cejas, sin entender esa extraña afirmación que se iba convirtiendo en pregunta. Los ojos rojos del Gran Rey y el silencio absoluto que reinaba en el gran pasillo principal donde ningún criado se atrevía a decir algo ante la evidente marca de dientes humanos que Tobio tenía en el cuello.

Tooru lo disfrutó en grande, haciendo más grande su mueca y abriendo un poco sus labios, dejando escapar sus dientes que lo delataban como tal, e Iwaizumi, quien se encontraba a su lado, sin haber dicho palabra alguna, daba un suspiro pesado por lo infantil que llegaba a ser el Rey actual.

Tobio frunció más su ceño, viendo la divertida mirada del vampiro mayor antes de que éste se señalara su propio cuello, para que fuera captado por Tobio. Kageyama al principio parpadeó, sin entender absolutamente nada, pero ante los cuchicheos de las criadas y de la ama de llaves, algo conectó dentro de su mente.

¡Mierda!

El rubor empezó a subir por toda su cara, sus pupilas dilatadas y los nervios a flor de piel, lo terminaron obligando a acomodar su capa de una forma en la que no pudiera ser vista la marca de dientes que había quedado tras su encuentro amoroso con la persona a la que buscaba cortejar.

—¡N-no es eso, no fui a un burdel! —Se excusó con completa seguridad, apartando la mirada a una velocidad impresionante de sus dos superiores sin dejar de esconder la marca de sus dientes. Oikawa creyó que ésa era la oportunidad perfecta para burlarse de su adorable e idiota hermano menor por todas las veces que lo superó en las partidas de voleibol reales en la gran cancha del castillo.

Iwaizumi, otro joven vampiro, escogido por Tooru como su mano derecha, su amigo, compañero y amante, pudo pensar con más detenimiento y llegar a la conclusión de que Oikawa no era un vampiro muy honorable. ¡Un vampiro basura!

—Ow, ¿acaso Tobio-chan encontró a una humana atractiva y sale todas las noches para saciar sus deseos carnales? —configuró su duda a una más específica, azuzando sus facciones, y delineando una media sonrisa en su boca. Que Kageyama se pusiera de un adorable color rojizo sólo generó en el castaño la pequeña idea de querer molestarlo más. Si solos era deseo sexual después se le pasaría esa necesidad y la terminaría abandonando—. Si sólo estás buscando placer por mí está bien, pero honestamente estoy preocupado de tu futura situación sentimental. No has elegido a ningún vampiro o vampiresa...

El azabache se sintió ofendido en demasía cuando Oikawa soltó esas palabras, afilando sus facciones y arqueando sus cejas en la dirección que siempre utilizaba desde pequeño, cuando algo le preocupaba.

—¡No es eso, Oikawa-san! ¡No lo estoy buscando a él sólo por eso! —afirmó con una certeza emocionante y con un tono de volumen demasiado alto, dejando el gran pasillo en silencio porque logró poner mudos a Iwaizumi, Oikawa, las criadas y la ama de llaves—. No siempre hacemos eso cuando voy a verlo...

«Pero al final de cuentas, sí hacen eso», confirmó mentalmente Oikawa, dando un pequeño temblor en su ceja izquierda y un chirrido salió de sus dientes. Bueno, al menos era un hecho que Tobio tenía más vida sexual que él, desde que le hizo una broma a los dos hijos de Daichi y Koushi, los líderes de la Manada de Hombres Lobo, Iwa lo puso en abstinencia sin punto definido de que ésta terminara.

Y descubrir que su pequeño hermano adoptivo tuviera encuentros con un humano no era algo de que sorprenderse, el punto era que se trataba de otro chico... y que había sentimientos románticos de por medio. Que Tobio estuviera enamorado le causó vértigo en el estómago.

—¿No es una chica, es un chico? —pronunció Iwaizumi, con una seriedad innata y un tono casi paternal al joven de rasgados ojos azules. Esa tranquilidad con la que lo trataba, no contrarrestaba para nada a su mano colocándose sobre el hombro de Tooru, logrando que éste diera un pequeño grito por el pánico, al recibir la advertencia de que si abría de más la boca, lo golpearía.

Tobio asintió con mucha facilidad ante la interrogante, siendo breve con sus acciones y un poco más extenso con sus palabras.

—Sí, Hinata es un chico —atribuyó a la plática y relató los hechos. Oikawa tuvo un escalofrío al oír ese apellido y sintió que su centro de gravedad se balanceaba en una báscula donde el reino tenía todas las de perder. Iwaizumi pensó que ese apellido era la excusa perfecta para Oikawa de negar el romance... ay, no.

Tobio fue testigo de como todos los queridos oyentes y terceros de la conversación se mantenían con la mirada baja y empezaban a avanzar, listos para alejarse de ahí y no escuchar la posible riña que tendría el príncipe vampiro por relacionarse con un descendiente directo de la familia Hinata, los cazadores de vampiros, una familia de hábiles cazadores que le arrebataron la vida a muchos de sus antepasados. Aunque últimamente habían estado algo silenciosos.

—¿Pasa algo? —cuestionó Kageyama, logrando que Oikawa diera un pequeño grito ahogado a través de su boca cerrada, ahogándose en la profundidad de su garganta y mirando hacia el techo del enorme castillo antiguo al que no se le había metido las comodidades modernas a excepción del internet y algunos aparatos electrónicos por flojera del Gran Rey vampiro. Oikawa no podía creer que su Tobio se estuviera relacionando no sólo con un insignificante humano, si no que también, era un descendiente de esa terrible familia.

Debía de cuidar de él, era su deber, debía de actuar como un responsable y se sintió apoyado cuando la mano de Iwaizumi que lo amenazaba a no hablar de más, lo apoyaba con discretas palmadas en la espalda.

—Y, Tobio-chan, ¿cómo lo has conocido? —formuló de sus labios esa interrogante, ya que el primer encuentro era punto clave, podría diferenciar si ese tal Hinata quería a Tobio de forma sincera o quería verlo metros bajo tierra. El de hebras negras se ruborizó con fuerza, bajando un poco su mirada y comenzando a jugar con sus dedos y sus uñas largas de color negro, como un bobo enamorado. Oikawa sintió que el aire se le escapaba, ¡un bobo enamorado complicaría todo!

—La vez que salí por los dulces humanos que usted quería, Oikawa-san, en medio de la tormenta —contó su tema el mayor, dando un asentimiento sutil al recapitular su primer gran encuentro. El castaño de perfil atractivo sonrió nervioso al creerse descubierto de su pequeña crueldad hacia Kageyama, las facciones de su pareja se oscurecieron y no pronunciaba palabra: ¿por qué no pronunciaba palabra alguna Iwa?—. Esa vez, convertido en murciélago, me costó demasiado trabajo volar por la lluvia, cuando creí que podría llegar a mi destino con tranquilidad y pocos problemas, me estrellé contra un árbol, un rayo me cayó directamente y caí de cabeza, chocando contra el techo de una casa, para luego resbalarme del tejado antes de caer al piso.

Bien, Tobio en definitiva no tuvo demasiada suerte.

—¿Cómo es que sigues vivo? —cuestionó Iwaizumi, abriendo un poco su boca dejando relucir sus afilados dientes, antes de alejar su mano del cuerpo de Oikawa. Kageyama fue obvio y tampoco se mostró muy interesado en querer ocultar sus tímidas acciones delatoras que revelaron lo tan temido por Oikawa.

—Llegué al patio trasero de una casa que estaba en las afueras de la Villa de Fantasmas que colindaba con nuestro reino y por lo golpeado y rasguñado que estaba, me costó mucho trabajo convertirme en mi forma humana, pero lo logré —aseguró, dando un respiro algo resignado ante esa afirmación que se mezcló con algo que Oikawa ya temía desde tiempo atrás, al encontrar en los ojos oceánicos de ese serio joven, un brillo nunca antes detectado.

No, no, no...

«Kageyama dejó escapar un quejido de dolor, cuando recuperó su forma humana. Tenía toda la cara arañada y partes de su cuerpo lastimado entre sus ropajes intactos ya que no los usaba durante el impacto. Un escalofrío lo inundó, todavía sintiendo la electricidad golpeando su cara por el rayo.

En esos segundos en los que se enfocó en su propio cuerpo y las gotas cayendo sobre su cuerpo con una extrema violencia, no se pudo percatar ni tampoco pareció importarle en donde había caído. Por eso no se preparó para encontrarse con el joven en el umbral de su puerta trasera de su casa similar a una morada tradicional japonesa.

—¡Fuiste tú lo que se escuchó! —La voz de chico lo hizo sobresaltarse, Kageyama entró en pánico ante su poco sentido de supervivencia, y por creer que podrían aprovecharse de él gracias a su estado, terminó mirando con el ceño fruncido al chico que se preparaba para abrir un paraguas y correr hasta él; en el acto, el vampiro abrió su boca lo más que pudo para enseñarle sus dientes y un gruñido escapó de su garganta.

Pero el chico ni siquiera se inmutó. Lo vio con sus rasgados ojos cafés, curioso, antes de decidirse a dejar el paraguas de lado y no prestar mucha importancia a mojarse porque había entendido que necesitaría sus dos brazos para meterlo a la casa.

Kageyama tembló entre la cercanía y las distancias siendo acortadas, sabiendo que no podría defenderse ni atacarlo con sus colmillos porque las leyes de paz prohibían herirse entre razas. Aunque si se trataba por defensa propia otro asunto sería...

Estás todo lastimado, debemos de tratar tus heridas con rapidez —expresó, mientras las cercanías se iban acortando y Tobio acrecentaba sus gruñidos, similares a los de un animal indefenso que daba su último intento desesperado de no ser devorado.

Shoyo ignoró sus advertencias como si no le temiera a las consecuencias de ese acercamiento, y cuando menos se había dado cuenta, Tobio ya tenía a su lado a Hinata, hincado, y mirándolo directamente a la cara. El siguiente gruñido se quedó en su boca a medio camino, dilatando sus pupilas sin saber cómo reaccionar cuando ese apacible rostro que inspiraba confianza terminó por delinear una curva hacia arriba, tranquila, con sus labios bien marcados en esa mueca. Kageyama no pudo evitar confiar ante ese acto, quedándose mudo, con su corazón empezando a latir demasiado fuerte y con el rubor empezando a poblar sus mejillas.

¡No te asustes, vampiro-san! manifestó en una pequeña canción desafinada que sonó muy bonita a oídos de Kageyama. Para empeorar el desastre que estaba hecho ante la rápida atracción física instantánea, el humano colocaba su mano sobre sus cabellos y les daba unas leves caricias que lo terminaron obligando a confiar.

Un chico simple de pantalones color vino y una sudadera gris, con sus cabellos naranjas ligeramente caídos por la lluvia, bonita sonrisa, piel blanca y rasgados ojos azules...»

—Era un ángel —completó su relató el mayor, dejando a Iwaizumi sin palabras y a Oikawa explotando en furia, con su cara roja y con mucho que decir. No estaba molesto con Tobio, estaba molesto con esa persona desconocida, con el descendiente de los cazadores.

—¡Pégale a Tobio-chan, Iwa-chan! —ordenó el que era dos décadas más grande que el pequeño vampiro enamorado, a punto de lanzarse contra él, todo con la intención de purificarlo. Suerte que fue sostenido por atrás por Iwa, apresándolo e irritado por su actitud infantil que la mayoría del tiempo presentaba con sus vampiros más cercanos—. ¡Se está volviendo un cristiano devoto, eso no está bien! ¿Qué es eso de «ángel»? ¡El humano le está metiendo ideas conspirativas contra el reino! ¡Hay que reiniciarle la vida de una cachetada!

—¡Ya cierra la boca! —Lo calló el hombre de cabellos puntiagudos, terminando por colocar su mano sobre la boca del Rey inmaduro y lo obligó a guardar silencio. Oikawa se quejó más fuerte y estuvo a punto de morderle la mano, de no ser porque Iwaizumi fue más veloz que él y terminó por alejar su mano.

—¡Qué cruel, Iwa-chan! —Lloró Oikawa, con sus ojos cafés empezando a ser amontonados por las lágrimas prisioneras y daba sorbos largos a sus mocos que casi siempre se asomaban cuando quería llorar.

Iwaizumi dio un respiro pesado, al ver al idiota sollozar a su lado, quedándose callado tras la última queja y pudiendo continuar para hablar con el vampiro que tenía toda la cara roja, similar a la de un adorable tomate.

—Kageyama, ese chico... ¿es tu pareja? —increpó sin una pizca de tacto el de rasgados ojos y mirada afilada. El susodicho escuchó esas palabras, arqueando una de sus cejas y pareciendo indeciso a la hora de afirmar con un movimiento de cabeza.

—No, pero sí.

—Decídete —solicitó, para poder entenderle un poco.

—No es mi pareja oficialmente porque no hemos realizado una ceremonia de sangre para unirnos, tampoco lo he convertido en vampiro —insinuó, bajando su vista al suelo y continuando con el movimiento de sus dedos. Iwaizumi de cierta forma ya se lo esperaba, pero aun así era extraño ver a un atractivo chico vestido de negro actuando como un tímido que apenas experimentaba su primer amor—. Sí planeo convertirlo en vampiro, pero primero estoy tratando de cortejarlo.

Esa confesión tímida, esas acciones tan discretas de un idiota enamorado que sólo podían pertenecer al tonto de su hermano adoptivo, lograron que Tooru dilatara sus pupilas y apretara sus puños a sus costados, aguantándose las ganas de arruinar ese ambiente después de ya haberlo desbaratado casi por completo. Un vampiro con un descendiente de cazadores, era una broma, ¿no? ¿Cuándo su raza había caído tan bajo?

Sí estaba enojado por eso, ¿o no?

—Dejaré que sigas a su lado —confirmó Oikawa de improviso, llenando los oídos de ambos vampiros con palabras de alguien que no aceptaba renunciar a sus caprichos. Luego, Tobio fue testigo de como Oikawa pasaba por sus ojos la manga de su elegante camisa negra y giraba sobre sus talones, antes de darle la espalda. El movimiento se su larga capa logró que el vampiro menor se mostrará fascinado por sus acciones. Iwa no pudo evitar desconfiar ante ese repentino cambio de opinión, algo tramaba Oikawa. No aceptaría tan fácilmente en situaciones normales—. Pero después no vengas a mí llorando si ese humano te lástima.

Las pupilas de Tobio tuvieron una iluminación inocente y sincera, lo suficiente como para que Iwaizumi no se atreviera a decir algo al respecto.

—¡Muchas gracias! —agradeció, dando una larga reverencia bien trazada que Tooru ni siquiera miró.

Tras el permiso concedido, el joven Rey empezó a alejarse, dejando que sus zapatos negros resonaran por los pasillos vacíos y con algunos pocos criados, cuidando lo suficiente para que nadie viera la sonrisa burlona que escapó de sus facciones.

Interesante, le iría a dar una visita a ese tal Hinata.

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