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41. Adiós, madre

Eduardo

Miro todo desde lo alto del edificio con la mirilla de mi fusil de francotirador. Cuando dejo de estar expectante, me levanto del suelo, cuelgo el arma en mi espalda, para luego sacar mi celular, y marcar un número.

—Tengo una duda ¿Por qué me diste el código de la torre? —le pregunto a Rosette—. Te secuestré —le recuerdo.

Se oye una leve risa del otro lado de la línea.

—Personas como nosotros nos entendemos, intentabas proteger a Violette. La gente con un poco de moral pensaría que está mal lo que hiciste, pero yo no soy quién para juzgarte, he llegado a hacer cosas parecidas, por eso te entiendo. —Hace una pausa—. Ahora dime ¿Qué harás con esos datos?

—Nada, los tiré al río, se perdieron por el Támesis.

—Curioso ¿Por qué?

—Raro que tú lo preguntes, cuando menos sabemos siempre es mejor. Por años has tenido que estar callada, así que entiendes que tener información nunca es bueno.

—Tienes razón. —Llega otro silencio—. Y dime ¿Por qué has llamado? No creo que en realidad te importe avisarme que te deshiciste de esos datos.

—Más o menos, te hice un favor, ¿o no?

—Y sí —afirma—. ¿Qué quieres? —dice fríamente.

—Necesito hacer un envío y tú eres la única que puede entregarlo.

—Te escucho.

Violette

Corro desesperada mientras los hombres que antes trabajaban para mi hermano y ahora obedecen a Adler, me persiguen. No me dejan estar ni de luto que tengo que huir. Para mi mala suerte, me tropiezo, así que me atrapan. Me ponen una capucha en la cabeza, entonces me arrastran, oigo como me meten a un vehículo y puedo sentir mis nervios en todo el transcurso del viaje. Una vez llegamos, me empujan, luego se escuchan las puertas que pasamos, después me sacan la bolsa de la cabeza y veo sentado a Adler en un sillón de lujo.

—Vieja —expresa tranquilo—. Hoy al fin tendré el placer de matarte —dice emocionado mientras empieza a cargar su arma.

—¡Acaba de morir tu tío, un poco más de respeto! —grito triste.

—Arrodíllate —ordena mientras se levanta del sillón, así que su guardia me empuja para que caiga de rodillas, acto seguido pone el revólver en mi frente y me mira con frialdad—. No te preocupes, lo vas a acompañar ahora mismo. —Le quita el seguro al arma.

Se escucha la puerta y me sobresalto.

—Adler, por favor. —Veo llegar a Pietro.

Mi hijo sonríe.

—Papito, tú habrás superado sus maltratos, pero yo no, yo estoy lleno de ira. —Mueve el arma en mi frente y su mandíbula se tensa—. ¿Sabes lo triste que es que tu propia existencia no valga nada? Que te diga que eras un instrumento, pero que al final eras inservible ¡¡Yo no soy objeto de nadie!! —exclama furioso y yo me estremezco.

—Yo... en realidad... —expreso temblando y lloro—. No sé en qué estaba pensando cuando te dije esas horribles cosas, hijo.

—¡¡No me digas hijo, no soy tu maldito hijo, nunca lo fui para ti!!

—¡¡Lo siento, lo siento!! —grito asustada.

Se pone en cuclillas, agachándose hasta mí y posicionando el arma justo en mi cuello mientras sus ojos llenos de odio se impregnan en mi persona.

—Solo te disculpas porque tengo una maldita arma apuntándote y sabes que soy capaz de dispararte, pues ya lo he intentado, pero ahora no hay nada que pueda detenerme. —Alza su vista hasta Pietro—. Ni papito.

—Adler... —lo menciona su padre—. Escúchame, Violette no tiene nada contra ti, tiene un problema con el mundo, no es personal. Déjala, no es relevante, ahora eres el jefe, puedes ser mejor persona que ella. No te envuelvas en su cabeza, tú no necesitas dañar a nadie.

Él se levanta, pero no deja de apuntarme.

—Papito, no digas bobadas, porque soy el jefe puedo hacer peores cosas, soy el maldito líder de la mafia inglesa, así que no me digas que hacer. —Regresa a mirarme—. La voy a matar ahora y terminaré con esto.

—Te vas a arrepentir.

—No, lo voy a disfrutar. —Sonríe.

—Jefe, teléfono. —Se acerca un empleado y Adler atiende.

—¡¿Qué?! —grita molesto—. Estoy en algo importante. —Hace una pausa—. Ah, guardaespaldas ¿Qué haces?

¿Guardaespaldas? ¿Será Eduardo? Adler en otra ocasión lo llamó así cuando Eduardo me defendió de él. No, no creo, debo estar delirando antes de morir. Ojalá supiera dónde está ese imbécil, me dejó sola el infeliz, así cómo quiere que lo perdone por lo que le hizo a Rosette.

—Vieja. —Reacciono cuando Adler termina de hablar y vuelve aprestarme atención—. ¿Conoces esta melodía? Me la acaba de enviar tu empleado. —Enciende un sonido en su celular y me sonrojo.

—Es una canción de cuna, qué asco —digo con desagrado.

Pietro se ríe.

—No sé cómo Eduardo descubrió lo que le cantabas de bebé, pero eso es muy inteligente —opina mi ex.

Mi mandíbula se tensa.

—Qué patético. Maldita mucama, seguro le dijo —sugiero la supuesta razón por la cual Eduardo pudo haber averiguado eso—. ¡No lo perdono, odio que me investigue! —expreso con molestia.

—Cállate —manifiesta Adler enojado y me sobresalto—. Papito tiene razón, tú guardaespaldas sí que es inteligente. Esa vez, le dije a tu empleado que llegaste años tarde, se acordó y me manda esto ahora. Es todo un manipulador, deberías agradecerle, no quejarte —aclara con odio, así que me estremezco.

—Yo... yo... —Alzo las manos a modo de rendición—. Le agradezco, le agradezco —repito.

Agradezco no tenerlo en frente, pues sino le pegaría.

—Levántate —ordena y lo hago despacio—. Sígueme.

A paso lento lo acompaño, miro a Pietro en señal de ayuda, pero él no puede hacer mucho, entonces al final termino a solas en una oficina con mi hijo.

—Yo... —Hago una pausa mientras él sigue de espaldas hacia mí—. ¿Vas a matarme?

—Estoy pensando, cállate por una vez en tu vida.

Con un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo, termino por callarme y solo queda el silencio en la sala. Mi mente solo piensa en Brayton, el cual ya no está, este era su despacho. Recuerdo sus palabras, así que termino trayendo el sonido, destruyendo lo que mi hijo me pidió.

—Soy una niña caprichosa, la verdad quería librarme de este mundo mafioso y sin querer te incluí en mis delirios de poder, porque si creía que era poderosa, ya nadie me daría órdenes. —Bajo la vista, triste—. Siento si nunca me comporté como una madre, en ningún momento me sentí así. No me justifico, solo... —Me refriego los ojos—. Solo quería irme. Lo siento tanto, Adler. Jamás pensé en lastimarte, yo nada más fui estúpida, y lo sigo siendo, porque no encajo en esto, no puedo. Y Brayton ya no está, ojalá estuviera, quisiera pedirle perdón por las tantas veces que le traje problemas, quisiera disculparme como lo hice contigo, pero ya no es posible. —Cierro los ojos con fuerza para seguir llorando.

—Te perdono. —Oigo un susurro y abro los ojos, sigue de espaldas—. Pero no olvido. —Se da la vuelta a mirarme.

—Lo siento —repito en voz baja—. Y te entiendo, es comprensible. —Me refriego los ojos otra vez.

—¿Alguna vez me quisiste? —pregunta y me sobresalto—. Digo, me cantabas canciones de cuna, supuestamente.

—Yo...

—Está bien, ya sé que no. —Mira hacia un costado.

—No es que no —expreso mientras agarro mis dedos temblorosos—. Pero como ya aclaré, no me percibo como una madre, así que no sabría responder a lo que siento por ti, aunque tampoco es que te desee el mal.

Sonríe, pero es una sonrisa cariñosa y me parece tan extraña.

—Está bien, con eso me basta. —Se da la vuelta, poniéndose de espaldas hacia mí otra vez—. Adiós, madre. Espero no verte nunca más.

—Adiós, hijo. —Entonces me voy rápido de la oficina.

Una sensación de alivio llega hasta mí, es como si me hubiera sacado un peso de encima.   

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