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31. La princesa mafiosa

Eduardo

Siento un peso sobre mí, así que abro los ojos ¿Pero qué? ¿Qué hago en un avión? ¿Y por qué Violette duerme en mi hombro? Ronca como cerdo al que van a sacrificar. Como sea, ya recordé, me puse histérico porque descubrí que Rosette es la prometida de Dominick, si ese tipo está buscándola o lo que sea mientras Violette está junto a ella, su hermano Derrick me va a encontrar, luego a mi hermana y quién sabe qué pueda pasar. Después al no conseguir ideas me puse a beber como desenfrenado. Para cuando llegó Violette yo ya había tomado bastante alcohol, ella me ofreció un viaje y yo accedí. Bueno, mala idea no es, pero me hubiera gustado estar más cuerdo a la hora de tomar la decisión.

Una isla paradisiaca, mi casita vacacional en lo alto del risco ¿Qué digo casita? Mansión, pero quería parecer humilde. Bajamos del auto y se siente el aire veraniego, luego nos dirigimos dentro de la casa.

—¡Es enorme! —expresa Violette emocionada—. Y se encuentra todo tan aislado que se respira tranquilidad y no hay nada que me moleste. Ah, no, cierto, estás tú —se burla mientras yo sonrío y alzo una ceja.

—No te librarás de mí tan fácilmente, Piruleta. —Hago una pausa—. Aunque dijiste tranquilidad, te daré paz por ahora y me iré por el otro lado. —Señalo la otra sala.

—Ay, qué aguafiestas, huyendo con la primera burla, cobarde.

—¿Por qué? ¿Quieres que me quede junto a ti?

Hace una mueca de desagrado.

—Por favor no.

Me carcajeo.

—Eso pensé. —Tomo mi maleta y me dirijo a mi cuarto mientras ella se queda quieta, siguiéndome solo con la vista, estando en silencio.

—¡¡Eduardo, no te vayas!! —grita de repente y me detengo—. ¡¿Me vas a dejar sola?! ¡Necesito atención!

Bajo la maleta, entonces observo detenidamente a la castaña de bucles despampanantes. Su vestido veraniego, todo floreado, la hace ver menos intensa y más normal, algo que no le queda mal. Necesita ser más natural, eso la hace mucho más real, que todo ese lujo que intenta mostrar siendo una nenita caprichosa.

—¿Qué? —expresa confundida y se sonroja porque me quedé mirándola demasiado—. ¿Tengo algo en la cara? —Palpa su rostro despacito.

—Pensaba que si fueras muda serías más atractiva —expreso sincero.

—¡¿Qué?! —Se indigna—. ¡¿Cómo te atreves?!

—O al menos sería mejor que dejaras de hacerte la importante y convertirte en una mujer más simple.

—¡¿Disculpa?! —Se altera más.

Me río.

—Que te queda bien el vestido.

—Gracias, supongo —dice confundida.

Me aproximo hasta ella y tomo su mano.

—Ven, vamos a la playa. —Comienzo a caminar.

—¿Ya? ¿No vamos a desempacar, ordenar, cambiarnos o algo?

Me detengo y la observo.

—Eso es aburrido, las reglas fueron hechas para romperse, ¿o no?

Sonríe satisfecha.

—Tú sí que me entiendes.

Se escucha música de fiesta y comenzamos a visitar cada lugar, bailamos, nos divertimos, tomamos a lo loco, festejamos y nos tiramos a la playa, unas auténticas vacaciones alocadas.

Corremos por el agua como dos críos, nos salpicamos y nos reímos cuando caemos.

—¡Pero estúpido! —me grita Violette y yo me río en alto—. ¡No te burles, mi vestido está todo empapado!

—Eres una niña, no te aguantas nada.

—¡Claro que...

La interrumpo al señalar en una dirección.

—Cuidado, ahí viene la ola.

—¡Ay! —chilla, cayéndose debajo.

Yo se lo advertí.

Me levanto del agua y le ofrezco mi mano.

—¿Nos vamos?

Me mira enojada, pero acepta mi gesto. Volvemos a la mansión en el risco, siendo ya de noche y mientras Violette se ducha, yo me preparo una bebida, esta vez con moderación. Tomo de mi copa despacio, entonces freno cuando oigo la puerta, me giro a ver a Violette, que reflejada por la luz que viene de la ventana, por culpa de la luna, hace que se vea más hermosa ¿O será el vino? Dejo mi bebida cuando ella empieza a desatarse su bata, acercándose de manera sensual hasta mí, mi ceja se alza cuando suelta la tela y queda completamente desnuda.

—¿Me estás coqueteando porque soy el único macho que queda en estas tierras, madame? —jugueteo, aunque ya no estoy seguro si sea por lo que tomé.

Ella se ríe y apoya sus brazos en mis hombros.

—Te estoy coqueteando porque me pareces supersexy.

—¿Nada más?

—Y divertido. —Se aproxima a mi boca.

Tomo su cintura, guiándola hasta la cama.

—¿Algo más?

—Encantador.

—Ah, me encanta ¿Hay más? Esos halagos sí que me ponen. —La suelto para que caiga sobre el colchón y comienzo a quitarme la camisa, para luego subirme sobre ella—. No seas tímida, quiero saber si la gran princesa mafiosa puede satisfacer a alguien más que a sí misma.

Se muerde el labio.

—¿Princesa? —Toca mi torso con su dedo índice—. Qué caliente que eres.

—Sí ¿Lo olvidas? Soy el dragón de la torre.

Me acerco a dejar besos en su cuello y se ríe satisfecha en aprobación.

—Ay, Eduardo.

—Cuéntame más, así me pongo más cachondo. —Mi dedo recorre su piel y todo su cuerpo vibra.

—Yo... yo quiero saber, sobre la princesa. —Se le entrecortan las palabras al estar excitada—. Te parezco... ¿Princesa?

—Ay, está bien, volvamos a ti. —Tomo su rostro—. Sí ¿Por qué no? Yo veo aquí a una princesa caprichosa.

—Dijiste mafiosa antes. —Hace puchero.

Me río.

—Sí, pero no eres tan mafiosa como lo haces querer ver, serás manipuladora, pero sigues siendo inofensiva.

—¿Disculpa? —Enarca una ceja—. Ya arruinaste el momento.

Me carcajeo y la aplasto, apoyando todo mi cuerpo sobre el suyo desnudo, así que se estremece.

—Se sincera, Violette, tus deseos van de la mano de la normalidad, te haces la malota, pero eres toda una niña. —Poso mis dedos en su labio.

Cierra los ojos, extasiada.

—No es cierto.

—Te vas de fiesta todo el tiempo, para evitar tus obligaciones, piensas "¿Cómo haré para no seguir en este mundo? ¿Cómo me libraré de tanta muerte y destrucción? ¿Tengo que seguir fingiendo que soy toda una niña mala? ¿Si me la paso arruinando la vida de los demás alguien se dará cuenta?" Bueno, tienes suerte, ya me di cuenta.

Abre los ojos, los cuales se le han humedecido.

—¿Cómo sabes todo eso? —expresa con sus labios temblando.

—Porque conozco ese deseo, esas ganas de irse a la mierda, aunque yo las manejo de otra manera.

—¿Cómo?

—No sé, esa es mi personalidad, no la tuya. —Me golpea y me río—. Auch, qué agresiva.

—No te burles, estábamos hablando en serio.

—Creí que estábamos teniendo sexo.

—Bueno, eso también. —Se muerde el labio y la beso, así que volvemos al contexto anterior.

Refriego mi pelvis con la suya y ella rodea sus piernas en mi cintura. Nuestras bocas juegan en un frenesí mientras Violette intenta abrir mi pantalón de manera desesperada. Alzo mi mano a agarrar el preservativo de la mesita de luz y ni sé cuándo pasa que no tardamos mucho en unirnos.

Los gemidos se escuchan en toda la habitación.

Luego de un sexo que fue más una charla sentimental, mejor dicho extrañamente sentimental, Violette duerme muy plácida de una manera profunda, yo me quedo quieto mirando a la nada. Reacciono al ver la bata y me levanto, no hay sábanas en esta cama, ni me fijé, levanto la bata y cubro a Violette con esta, luego me dirijo al ventanal y me siento ahí a mirar el horizonte.

Me quedé tanto tiempo pensativo que ni me di cuenta que se estaba haciendo de día. Violette se estira, bosteza y se sienta, se acomoda la bata, entonces se mantiene observándome fijo, aunque yo sigo mirando la salida del sol. Ella se levanta despacio, entonces camina a sentarse junto a mí, me sonríe, así que yo hago lo mismo.

—Buenos días, princesa.

—Buenos días, dragón.

Se mantiene el silencio hasta que Violette vuelve a hablar.

—Creo que esta es la vida que siempre había soñado y tú la cumpliste, Eduardo, gracias —expresa, pareciendo sincera, pero no le contesto, mantengo el silencio, así que prosigue, por lo tanto sus mejillas se tornan rojas—. Lo que quiero decir es...es que estoy feliz, pero feliz de verdad, este viaje es algo que no imaginé.

—Ya veo —susurro, pero no digo nada más, me quedo muy pensativo.

—Yo...

«¿En qué mierda me metí?», pienso y decido interrumpirla.

—No hace falta que sigas hablando, esto se está volviendo incómodo —opino.

Frunce el ceño.

—¿Disculpa?

—Eso, no me agrada a donde te estás dirigiendo, somos dos almas libres y tú estás pensando cualquier cosa de mí.

Su mandíbula se tensa.

—¿Sabes qué me gusta de ti, Eduardo? Que me entiendes, pero me comprendes tan bien que no somos compatibles.

Se levanta indignada del ventanal, se dirige a la puerta y cuando sale del cuarto se escucha el portazo.

Bueno, el asunto se me fue de las manos.

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