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13. La mujer misteriosa

Eduardo

Camino por los pasillos del salón mientras mi celular suena, pero no lo atiendo, estoy demasiado perdido en mis pensamientos. Pienso en esa tal Rosette, siento que la conozco de algún lado, aunque no sé de dónde. Me duele la cabeza de tanto intentar recordar. Dejo de estar desorientado en mis cavilaciones cuando Brayton Lovelace se me acerca, interrumpiéndome.

—Te suena el teléfono —me avisa mi socio.

Sonrío.

—Lo sé.

—¿No vas a atender?

—¿Quieres saber quién es? —Alzo el móvil.

—Ah, eres rápido —expresa el rubio satisfecho.

—Estaba casi seguro que era su número. —El de Violette—. Pero me lo acabas de confirmar.

Se ríe.

—Me alegro que lo memorices.

—Si voy a hacer bien mi trabajo, lo haré excelente —expreso con confianza.

—¿Por qué no le contestas? —insiste.

—Dijiste que utilizara psicología a la inversa, es lo que aplico.

—Lo sé, pero no tires tanto de la cuerda, es un buen momento para estar a su lado, se siente solita porque su juguete la abandonó —refiriéndose a Pietro, el ex, el cual se fue con la otra mujer—. Necesitamos que te siga y ya lo está haciendo, ahora dale un poco de atención, aunque no mucha, no queremos que piense que ya te tiene.

—Lo sé, lo sé, estoy en eso. —Atiendo—. Hola, Piruleta.

—¡¿Piruleta?! —chilla Violette del otro lado de la línea—. ¡¿Qué te pasa?!

—No te podía llamar Bombón, das más vueltas que una calesita, así que te queda mejor Piruleta.

—¡¿Cómo te atreves?! —se indigna.

—Oye, tú me llamas Español Imbécil, tengo derecho a ponerte un mote.

—¡Cállate! —Me corta la llamada.

Brayton se ríe.

—Bien ahí, combinan y todo.

Sonrío con arrogancia.

—Soy encantador, puedo con una piruleta.

Rosette

Llegamos a la mansión, Pietro se afloja la corbata al haber estado tenso todo el viaje de regreso. Me giro y le sonrío, entonces hace lo mismo. Camino hasta el equipo de música, se escucha el sonido cuando presiono el botón para encenderlo, luego suena una balada en este. Me doy la vuelta a mirarlo otra vez, para así ofrecerle mi mano, por lo tanto él niega con la cabeza.

—No sé bailar, yo no bailo. —Se ríe nervioso.

—Vamos, la pasamos mal en esa reunión, me debes al menos una canción, ¿no? Además es fácil, es música lenta.

—A pesar de tener poco respeto por tu vida, eres muy alegre —opina, creo que para evitar la vergüenza de bailar.

—No soy una suicida, ni una depresiva, tú mismo lo dijiste, solo tengo miedo a que ellos me maten.

—Ojalá me dijeras quiénes son. —Camina hasta mí.

—¿Vas a bailar? —insisto.

—No.

—Puedo no tenerle miedo a la muerte. —Ofrezco mi mano—. Y tener buenos ánimos también.

Se ríe.

—No voy a bailar.

—¿Qué tienes que perder?

—¿La dignidad? —Enarca una ceja.

—Esa ya la perdiste —me burlo.

—Estás hablando demasiado. —Me agarra de la cintura y me sobresalto, su rostro se acerca al mío—. No sé qué estás haciéndome, mujer misteriosa.

—No te pases —digo cortante—. ¿Vas a bailar o no? —pregunto en un tono suave.

—Creo que no me queda de otra, lo debo como disculpa.

Sonrío.

—Bien.

Nuestros dedos se entrelazan, entonces pongo mi otra mano en su hombro, él mantiene la suya en mi espalda y seguimos el ritmo de la tonada lenta. Se hace un silencio agradable mientras continúa la música junto a los pasos. Puedo sentir su respiración muy cerca de la mía, pero nada más llega a eso, aunque de alguna manera es tentador.

—¿Puedo preguntarte algo? —Corto el silencio.

—Dime.

—¿Es verdad que no tienes libido? —consulto.

Se forma un silencio por su sorpresa, aunque este es incómodo.

—¿Escuchaste nuestra conversación? —pregunta impactado, le afecta bastante al parecer, sus ojos están bien abiertos.

—Un poco —me limito a decir.

—Lo siento —se disculpa—. Siento decir que no eras nadie.

—Ah, sí, eso también lo oí. —Me río—. No te preocupes, tienes razón, soy una desconocida.

—Pero sonó mal.

—Ya que estamos disculpándonos, siento haber sido una entrometida escuchando su conversación y no haber intervenido antes, sé que no me compete, pero seguro hubiera ahorrado algunos sustos.

Se forma otro silencio y se me queda mirando fijo.

—¿Sabes? —Hace una pausa—. Me gusta oír tu voz, es tan delicada, deleitante, suave...

—Cálmate. —Me río—. Demasiados halagos.

—Me agradas, así que supongo que tengo que responder a la pregunta que te esquivé. —Bufa—. Sí, tengo libido, solo que no soy tan fiestero, soy aburrido en esos temas, supongo que por eso no combino con Violette.

—No creo que seas aburrido, quizás no encontraste a la persona indicada para divertirte. Te equivocaste, es normal, errar es de humanos, ya encontrarás a tu media naranja, no te preocupes.

—¿Y si la tengo justo en frente qué hago? —Me mira fijo, bien intenso, pero después cambia de actitud—. Es broma, solo estoy jugando.

Me río.

—Te juro que no la tienes en frente.

—¿No? ¿Segura? —Enarca una ceja.

—Creí que estabas jugando.

—Yo ya ni sé lo que digo.

—Lo siento, yo sí, y estoy muy segura.

—¿Por qué?

—Porque... —Hago una pausa, pero al final me aparto—. Mejor dejemos de hablar, y hay que dormir, estoy cansada.

Sonríe.

—Si no callaras no serías tú.

—Cierto. —Vuelvo a sonreír—. Gracias y buenas noches.

Él asiente, entonces me dirijo a mi cuarto. 

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