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Capítulo 82

Nota: Este es el último capítulo y no sabéis cuantísimo os amo a quienes habéis llegado hasta aquí y habéis votado y comentado. Es mi historia más larga sobre un ship que literalmente no existía. Escribí otra historia corta sobre ellos que publicaré pronto, me falta terminarla. Muchas gracias por vuestro apoyo, de verdad, ¡os adoro!

*    *    *

—Vamos, tienes que comer algo —murmuró Bellatrix—. Con la tontería de la guerra no comiste nada y por eso no tienes fuerzas.

—¡Tendrás la desfachatez de culpar a la guerra! —exclamó Grindelwald incorporándose— ¡Si me has tenido toda la mañana...!

Bellatrix le besó y acalló la protesta. Bajaron al comedor donde Didi había preparado un abundante desayuno. Ambos se abalanzaron sobre el Profeta en cuanto lo soltó la lechuza.

La portada decía: "La libertad se impone al Antiguo Régimen". Lo ilustraba una imagen de Grindelwald derrotando a Dumbledore. Se le veía grande y poderoso, como el héroe de una gesta épica; mientras que el director lucía gris y con actitud soberbia. Habían elegido bien la fotografía. Todo el periódico se centraba en la guerra: reportajes, resúmenes históricos, artículos de opinión, previsiones de futuro... De forma más o menos velada, todos eran completamente favorables a su causa. Nadie apoyaba al perdedor.

Grindelwald sonrió satisfecho.

—Por esto es tan importante tener a los empresarios de nuestra parte. El Profeta nos va a hacer la campaña sin pedirnos un knut.

—Mira, pone que el conflicto se ha extendido —comentó Bellatrix con interés.

Como se fueron enterando a lo largo de la mañana, su batalla no había sido la única. Al conocerse la derrota de Dumbledore, los Ministerios de muchos países declararon su apoyo a Grindelwald y en algunos lugares, la gente salió a la calle a protestar con las varitas alzadas. Se encontraron con los partidarios del mago oscuro y hubo múltiples enfrentamientos. Grindelwald pasó la mañana en el despacho del Ministro de Magia, junto a las chimeneas internacionales para no perder detalle.

—La comunidad vampira ha declarado que nos apoya —le informó Vinda triunfal—. Hay mucho miedo y respeto a los vampiros: muchos de los rebeldes se han retirado de las luchas, nuestros seguidores las están ganando todas.

—El Ministro de América ya me ha mandado su carta de apoyo —le comentó Grindelwald—. En muchos países están diseñando planes para revelar el secreto y en otros directamente los están poniendo en práctica. Será sencillo tras los sucesos de esta semana, ni siquiera los muggles son tan necios como para obviar que ocurre algo.

—¿Cuándo empezamos a matarlos y esclavizarlos?

—Descansa un poco, mujer —sonrió Grindelwald—. Nosotros ya hemos triunfado, dominamos el mundo. Ahora esperemos a ver cómo se van desarrollando los acontecimientos. Nos darán el trabajo hecho.

Ambos magos sonrieron y continuaron con sus labores.

Bellatrix también estuvo ocupada: escribió a Eleanor para informarla de que ya podía regresar con su familia y les hizo una visita rápida a sus tíos para ponerlos al día de la situación. Estaban bastante satisfechos de haberse librado de Sirius. Walburga ni siquiera lo había borrado todavía del tapiz, confiaba en que sin Dumbledore en el mapa, entrara en razón.

—Seguro que sí, tía —se despidió Bellatrix divertida.

Solventados esos recados, salió a volar con Saiph para celebrar la victoria. Disfrutó mucho de aquella libertad que resultaba más plena que nunca. Por la noche se apareció en el Ministerio y acudió al despacho presidencial. Grindelwald seguía ocupado con llamadas por la red flu, lechuzas de todas partes y subordinados a los que mandar; pero se deshizo de todos cuando apareció ella.

—¿Qué tal su día, señor dictador supremo? —preguntó Bellatrix sentándose sobre su escritorio.

—No soy un dictador, tan solo un humilde jefe magnánimo que consigue que todo el mundo cumpla su voluntad sin necesidad de pedirlo... Por eso he dedicado el día a echarte de menos.

Bellatrix rio y sacudió la cabeza.

—¿Termino esto y vamos a cenar?

—¡Claro! —aceptó ella.

Mientras Grindelwald organizaba los documentos urgentes, Bellatrix volvió a contemplar la imagen del periódico.

—¿Pensaste en matarlo?

No hizo falta que indicara que se refería a Dumbledore. Tras unos segundos, Grindelwald confesó:

—No. No hubiera podido.

Bellatrix le miró dolida. No podía ser que, tantas décadas después, siguiese sintiendo algo por él... Grindelwald se lo aclaró:

—Nuestras varitas comparten núcleo: pelo de cola del mismo thestral.

Bellatrix procesó la noticia con asombro. Recordó que en uno de sus encuentros en el despacho del director, Dumbledore le comentó de qué era el núcleo de su varita y ya entonces le llamó la atención.

—¿Desde cuándo lo sabías?

—No lo sabía, solo lo sospechaba. Lo comprobé ayer. Por la forma en que nuestros conjuros colisionaban, supe que estaba en lo cierto.

Bellatrix asintió pensativa. Realmente las vidas de los dos grandes magos siempre estuvieron entrelazadas... Menos mal que se había librado de Dumbledore.

Fueron a cenar y después volvieron a la mansión. No se acostaron: pasaron horas paseando por los bosques con Saiph y Antonio mientras comentaban sus planes de futuro.

A la mañana siguiente, Bellatrix recibió una carta de Eleanor. Acababan de regresar y le hacía ilusión invitarlos a cenar a su casa. A Grindelwald no le emocionaba la idea, pero aceptó porque a Bellatrix le hacía ilusión ir con él.

Esa noche, se aparecieron los dos en el Callejón Knockturn. Pese a la guerra, la zona estaba bastante bien, los edificios y las tiendas estaban siendo restaurados a gran velocidad y la vida volvía a abrirse camino. El edificio de Bloody Wonders no necesitaba ninguna reparación: estaba intacto, como siempre. Bellatrix sonrió al verlo.

Ya era tarde, la tienda estaba cerrada. No necesitaron llamar al timbre porque en ese momento entraba un hombre al portal. Llevaba un uniforme plateado y una escoba de última generación con una extraña cesta dorada que aparcó junto al ascensor. Bellatrix creyó que era un cliente de Sabrina, pero no iba al primer piso (donde ella tenía el taller), sino al cuarto (donde vivía el matrimonio) como ellos. ¿Habría más invitados a la cena? Cuando llamó al timbre, lo descubrieron.

Duler abrió la puerta presuroso y al ver al hombre, gritó hacia dentro de la casa:

—¡Ama Eleanor! ¡Vienen a por el señor Sweeney!

Pocos segundos después, apareció Eleanor con su escarbato en brazos. Se lo tendió al hombre y le dijo:

—Hoy anda hiperactivo, querrá volar bastante. Ya te indicará él.

—Por supuesto, madame —respondió el hombre aceptando con reverencia al escarbato.

—¡Bella! —exclamó Eleanor al verla junto al ascensor— Este es Lance, el porteador de Sweeney. Le tuve que contratar para que volara con él, por su culpa —comentó señalando acusatoriamente a Antonio que asomaba en la chaqueta de Grindelwald.

El escarbato y el chupabra se miraron con inquina mientras el último blandía entre sus patas su alfombra voladora. Lance se llevó rápido a Sweeney y no hubo que lamentar pérdidas.

—¡Pasad, pasad! —apremió Eleanor— ¿Cómo fue la guerra?

—Muy... —empezó Bellatrix.

—¡Pero qué pasada de anillo! —la interrumpió su amiga cogiéndole la mano— ¡Jamás he visto nada así! ¿De dónde es?

—No sé, es el anillo de pedida, me lo regaló Gellert. En fin, lo de la guerra: resulta que...

—¿Esto son diamantes de fuego?

—Sí —confirmó Grindelwald—, pero la...

—¡Necesito uno de esos! —exclamó Eleanor— ¿Me lo dejas probar? —preguntó poniendo cara de escarbato indefenso.

—Ni lo pienses, Bellatrix, o ya no lo recuperarás —la saludó Sabrina.

—¡Mamá! —protestó Eleanor— ¡Me has fastidiado el robo! ¡Ahora me tienes que conseguir uno como ese!

—No hay más como ese —le confirmó Grindelwald.

—Pero respecto a la guerra... —intentó continuar Bellatrix.

—Ha preguntado por cortesía, le importa un troll muerto —aclaró Sabrina—. De hecho, preferirá que no la aburras con batallas tediosas y poco glamurosas.

Bellatrix sonrió y abrazó a Sabrina que también recibió a Grindelwald con amabilidad. Lo mismo Paul, el padre de Eleanor, que había preparado una copiosa comida. Mientras cenaban, pese a que a la joven no le interesaba, Bellatrix y Grindelwald relataron lo sucedido durante la batalla. El matrimonio los escuchaba ojipláticos, Sabrina casi lamentaba habérselo perdido.

—Entonces, Dumbledore usó un conjuro de luz que... —explicaba Bellatrix.

—¡Hablando de luz! —intervino Eleanor— ¿Cuándo os casáis?

—¿Qué relación guarda una cosa con otra? —inquirió Grindelwald.

—Ninguna —suspiró Sabrina—. Nuestra maleducada hija no sabe ya cómo cambiar de tema.

—¡Lleváis tres platos hablando de gente peleando! ¡Me aburro! —protestó Eleanor— ¿Quién organizará vuestra boda?

—Eh... No sé, no hemos mirando aún nada de eso —comentó Bellatrix.

Su amiga abrió los ojos enormemente, como si acabara de recibir una repentina iluminación.

—¡Puedo hacerlo yo! ¡Conozco la empresa más prestigiosa de organización de bodas, puedo dirigirlos yo!

—No es necesario —se apresuró a responder Grindelwald.

—¡Tonterías, quiero hacerlo!

—¿Pero no trabajas en la pastelería, Nellie? —inquirió Bellatrix.

—Sí, pero a ratos me aburro. Nunca he querido casarme, pero sí quiero diseñar una boda cara y tengo muchas ideas: tengo mirados castillos donde celebrarla, diseñé el mejor menú, he seleccionado una decena de vestidos que me quedarán...

—Entiendes que no es tu fiesta, ¿verdad, cielo? —le preguntó su padre.

—Soy la dama de honor —decidió Eleanor— y ese es el puesto más importante.

—Sí, siempre se ha comentado eso —ironizó Grindelwald.

No hubo más debate. El resto de la comida la joven lo dedicó a parlotear sobre todos los sitios, vestidos y menús que iba a mirar. Incluso empezó a elaborar la lista de invitados sin conocer en absoluto las intenciones de Bellatrix y Grindelwald. Ellos pronto superaron el asombro: no les interesaba organizar nada que no fuese una guerra, pero sí deseaban casarse y que fuese un evento memorable. Les vendría bien que se encargara Eleanor... O en eso confiaban.

Tres horas después, Grindelwald se disculpó alegando que tenían trabajo y debían marcharse. La realidad era que a todos les dolía la cabeza; menos a Eleanor, que no daba signo alguno de cansancio y parecía capaz de seguir hablando de bodas durante horas.

—¡Ven mañana por la noche! He quedado con Julia, tiene ganas de verte —se despidió Eleanor abrazando a Bellatrix.

—Lo intentaré —sonrió su amiga—. Nellie, suéltame la mano.

—Es que te he echado de menos...

—No, es que me quieres robar el anillo.

—Sí, eso también... —reconoció Eleanor, que no se rendía.

"Seguro que con ayuda de Sweeney lo consigo..." murmuró para sí misma mientras su madre se despedía de la pareja.

Durante esos días, cuando Eleanor le preguntó por la lista de invitados, Bellatrix volvió a ver a sus compañeros de colegio. Rose y Rodolphus se habían casado y ya tenían un hijo de dos años. Rose estaba inmensamente feliz y saludó a Bellatrix con gran alegría; pese a eso, seguía guardándole rencor...

—¡Te vas a casar con Mr. Sexy, cabrona!

—No lo dudes —sonrió Bellatrix.

—Parece mentira que haga ya cinco años desde que le mirábamos el trasero en clase... —murmuró Rose.

Bellatrix asintió con nostalgia, pensando en la inocencia que había perdido desde entonces. No obstante, había ganado cosas mejores (como poder tocar el trasero que antes solo admiraba). El que parecía acumular más derrotas que victorias era Rodolphus. Quería a su mujer y a su hijo, pero se notaba que le habían quedado traumas de sus tiempos con Voldemort. No lucía ya apuesto y arrogante como en su adolescencia: parecía mucho mayor y vapuleado por la vida. Ocultaba además una enorme cicatriz en el brazo —donde antes estuvo la marca tenebrosa— que siempre quedaría como recordatorio.

Bellatrix lo vio tan derrotado que incluso olvidó la antipatía. Únicamente sintió lástima. Él no se disculpó, apenas se dirigieron dos frases de cortesía. Pero sí notó que se arrepentía de sus elecciones y que la miraba como queriendo pronunciar una disculpa que nunca llegó. Mejor, menos incómodo.

—Estáis invitados los dos —decidió Bellatrix, como una emperatriz magnánima—. Pero vuestro hijo no, mi organizadora de bodas dice que nada de críos llorones que estropean su espectáculo y requieren demasiada atención.

Como Rose y Rodolphus temían y admiraban a Bellatrix, asintieron sin rechistar por el insulto a su hijo.

A Dolohov le había ido mejor: pese a servir a Voldemort, tenía menos traumas y la guerra había unido a su familia.

—Casi incluso toleran que sea gay —le confesó—. No lo hemos hablado, pero no me tratan de ocultarme como antes, ni me obligan a salir con chicas.

—Me alegro —respondió Bellatrix—. Una de las primeras cosas que quiere hacer Gellert es promover el matrimonio homosexual entre familias de sangre pura. Ya está bien de que nuestra única función sea aparearnos.

—¿En serio? —preguntó Dolohov con ojos brillantes— ¡Qué buena noticia!

También le ilusionó saber que se casaba y prometió ir a su boda, fuese cuando fuese... cuando mejor le viniese a Eleanor.

Durante esos días Bellatrix debatió con ella listas de invitados y sus preferencias en el menú, pero nada más. La joven pastelera se sentía muy segura con todo.

—¿De verdad vamos a casarnos como diga tu peculiar amiga? —preguntó Grindelwald una noche.

—¿No confías en Nellie? —inquirió Bellatrix divertida.

—Ciegamente —respondió Grindelwald tan rápido y serio que hizo reír a Bellatrix.

—Saldrá bien... Y si no, nos casamos después otra vez sin decirle nada. Pobrecita, está muy ilusionada.

Estaba muy ilusionada... y con razón. Dos meses después, Eleanor manifestó que ya lo tenía todo listo. Les mostró el lugar elegido: un bosque mágico morado por dragones y hadas oscuras. Por si la belleza del paraje —con árboles infinitos con hojas de colores fantasiosos, cantos de aves milenarias y olor a flores silvestres— no fuese suficiente, había también toda clase de adornos mágicos: guirnaldas doradas con forma de criaturas mágicas, llamas de fuego de colores suspendidas en el aire y la orquesta más exquisita del mundo mágico. Los asientos para los invitados eran dorados con rosas blancas enroscadas y todo iba acorde a esos tonos.

—Nellie, esto es... —murmuró Bellatrix contemplándolo todo fascinada.

Hasta Grindelwald se quedó sin palabras.

—Los conjuros y todo eso los han hecho los de la agencia, ya sabes que a mí me aburre hacer magia —comento Eleanor alegremente—. ¡Y ya veréis la comida! La hemos elegido en la tienda con papá y va a ser el mejor banquete de la historia. El único problema con todo esto es que tengo que tener sujeto a Sweeney... lo intenta robar todo.

En cuanto abrió el bolso para mostrárselo, el escarbato escapó de un salto. Iba a abalanzarse sobre uno de los adornos voladores cuando vio a Grindelwald y se lanzó a su cuello. El mago estaba tan sorprendido con el arduo trabajo de Eleanor que consintió que el escarbato se quedara con él; tuvo la suerte de que Antonio había salido de caza.

—Eso soluciona el problema —comentó Eleanor viendo a Sweeney frotarse contra el cuello de Grindelwald—. Hasta aquí se llega con traslador, hemos mandado uno con cada invitación. Y hay un hotel-castillo a la salida del bosque reservado para nosotros.

—Eres la mejor, Nellie —susurró Bellatrix abrazándola.

—Sí, lo sé —aseguró su amiga muy feliz—. ¿Y mi cuñado no me felicita? —preguntó mirando altiva a Grindelwald.

Grindelwald la contempló en silencio (con Sweeney dormido sobre su brazo). Después, sacó unas llaves de su bolsillo y se las entregó.

—¿De qué son? —preguntó Eleanor examinando el dije en forma de lágrima que colgaba del llavero y que sospechaba que actuaría como traslador.

—De un palacio en Bremen, Alemania, que hace años que no visito. Está a tu nombre.

—¿Q-qué? —preguntó temblorosa.

—Dije que te regalaría un palacio cuando me casara con Bella, ¿no?

—Eh... En realidad lo dije yo... —recordó Eleanor apabullada, recordando aquella lejana conversación en su sala común.

—Es indiferente. Siempre cumplo lo que prometo... o lo que otros prometen en mi nombre.

Eleanor se quedó tan sorprendida, que solo acertó a abrazar a Grindelwald. El mago se tensó al momento y pronto intentó apartarla, pero era tan adhesiva como su escarbato. Bellatrix sonrió emocionada por ambos. Cuando al fin le soltó, se despidió a toda velocidad:

—En la tarjeta tenéis los datos de la agencia, preguntadles si tenéis dudas. ¡Ya nos vemos en la boda!

—¿A dónde vas tan deprisa? —preguntó Bellatrix desconcertada.

—¡A nuestro nuevo palacio! ¡Vamos, Sweeney!

Con suma dificultad, separó al escarbato de Grindelwald y utilizó el traslador del llavero para trasportarse a su recién adquirida propiedad.

No la volvieron a ver hasta el día previo a la boda. Solo apareció porque no quería que nadie estropeara su gran evento (lo consideraba más suyo que de la pareja) y debía coordinarlo todo. Aún así, pasó las horas hablando de su increíble palacio, de que ya había contratado sirvientes y de que pensaba abrir una pastelería gigante en Bremen para poder vivir siempre ahí. Sus padres le habían dado las gracias a Grindelwald tremendamente avergonzados.

La noche antes de su boda, cenaron con Eleanor, su familia, Vinda y la tía-abuela Bathilda, que con sus más de noventa años era la más enérgica de todos. Después, se retiraron a sus habitaciones en el hotel.

Bellatrix estaba muy ilusionada con la boda, pero no conseguía dormir. Y no era por nervios, no los tenía: quería casarse con Grindelwald desde que lo conoció. No tenía ninguna duda. Estuvieran casados o no, ya era su familia, no cambiaría nada. Sin embargo, había un asunto que...

—¿Gellert? —susurró en la oscuridad.

—¿Mm? —respondió él que el segundo previo estaba dormido.

—Hay algo que quiero contarte...

—Claro... —murmuró él— Qué mejor momento que las cuatro de la mañana... Dime —le indicó encendiendo una luz con un chasquido de dedos.

Nerviosa, Bellatrix tardó unos segundos en aclarar sus ideas, en elegir la forma de contárselo. Si Grindelwald se enfadaba por habérselo ocultado y se negaba a casarse, simplemente se suicidaría.

—¿Recuerdas cuando me preguntaste cómo derrote a Dumbledore? ¿Y cuando uso magia ancestral, los cambios en mi aura mágica y todo eso?

—Claro —respondió Grindelwald.

Bellatrix le confesó todo: Morgana, la naturaleza de su libro, el cierre que solo una digna heredera podía abrir, los conjuros, los rituales que había realizado... Grindelwald la escuchó en silencio sin decir una palabra.

—Y bueno, eso era —terminó Bellatrix.

Grindelwald no respondió. Hasta que Bellatrix no pudo más y le preguntó qué le parecía. Lentamente, él murmuró:

—Ya suponía algo así, algún otro maestro de alguna forma... Aunque desde luego no imaginé a la propia Morgana.

—Siento no habértelo contado antes...

—Entiendo que al principio no lo hicieras... Pero, ¿tantos años has tardado en saber que puedes confiar en mí?

—Confío en ti desde hace mucho... Casi desde el principio. Es solo que...

—¿Te queda el miedo a que las personas a las que quieres te traicionen?

Bellatrix asintió y murmuró:

—Sí, supongo que sí. Pero nosotros vamos a estar siempre juntos, ¿verdad? Gobernando el mundo y torturando a quien intente molestar, ¿verdad?

Grindelwald sonrió. La abrazó y respondió: "Por supuesto que sí". El mago apagó la luz y volvieron a acostarse. Hasta que el murmuró:

—El colgante es plata de esfinge, ¿verdad? Por eso sabías cuándo te mentía.

—Eh... Sí... —confesó Bellatrix acariciando el colgante de calavera que nunca se quitaba.

—¿Algo más que no me hayas contado?

—¿Que te quiero mucho?

El rio entre dientes y murmuró: "Y quién no". Bellatrix sonrió y le besó. Se durmió por fin tranquila, libre de remordimientos.

Su boda fue maravillosa: la celebraron al anochecer, los dos eran animales nocturnos. La familia Black asistió, aunque ni siquiera los sentó en primera fila. Sus padres, avergonzados pero arrastrándose ante ella, acataron sus deseos. Lo mismo Narcissa y su amado Lucius. Walburga no, ella apartó a un par de aliados de Grindelwald y se hizo hueco en primera fila. Bellatrix se lo permitió, siempre tuvo debilidad por su tía. También por su primo mayor, quien protestó mucho, pero no se perdió el gran evento. Por supuesto estaba Rita Skeeter, alguien tenía que dar fe de la boda más esplendorosa jamás celebrada. Saiph y el resto de su tribu sobrevolaron la zona sin perder de vista a Bellatrix.

La novia llevó un vestido negro, vaporoso y con diamantes bordados; el novio un esmoquin que le sentaba tan bien que Bellatrix sospechó que Rose y Walburga no iban a mirarla a ella en toda la velada. Antonio estuvo sentado sobre el hombro de su amo durante toda la ceremonia: se sentía parte de ese matrimonio como el que más. La madrina de Bellatrix fue Sabrina y la de Grindelwald, Vinda. Eleanor fue dama de honor con un vestido dorado tan brillante que la gente no se atrevía a mirarlo directamente. Junto a ella estaba Julia, su amante vampira que la adoraba como merecía.

Salió todo perfecto, solo hubo un par de percances cuando Sweeney intentó robar el anillo de diamantes de Bellatrix... Y otro similar durante el banquete, cuando fue Eleanor la que se lo intentó robar. Todo el mundo lo pasó muy bien... salvo los padres de Bellatrix, que fueron humillados por no haber sabido valorarla hasta que fue tarde. Bathilda los maldijo (literalmente) a los dos. Pero aguantaron como su sangre exigía. De la hermana ausente nadie dijo nada, nadie volvió a considerarla familia.

Lo pasaron muy bien: comieron, bebieron, bailaron... Pero el matrimonio agradeció cuando por fin, tras muchas horas de fiesta, se quedaron solos en su habitación (con Antonio en medio, eso siempre).

—Ha sido el mejor día de mi vida —murmuró Bellatrix mirando a quien ya era su marido.

—No es verdad —sonrió él—. Es lo que se suele decir, pero en nuestro caso no es verdad.

Bellatrix rio, tenía razón.

—El segundo mejor día entonces. El de la guerra fue mejor. Bueno, el tercero: el día que volvimos a vernos después de mis viajes fue maravilloso... ¡Ah no! El cuarto. El mejor fue el que me llevaste a liberar dragones y masacrar humanos y luego nos besamos.

—Ese sí que fue el mejor —coincidió Grindelwald—. Tenemos que buscar la forma de repetirlo, será una gran luna de miel.

Fue una gran luna de miel, aunque no muy larga porque hubieron de volver pronto para dominar el mundo. Lo agradecieron: preferían matar y conspirar que estar por ahí relajándose. Pasaban temporadas en Londres, otras en el deslumbrante palacio de Eleanor y de vez en cuando regresaban a Nurmengard. Estaban en este último cuando los gobiernos de todo el mundo los reconocieron como los jefes supremos y aceptaron todos sus planes. Grindelwald no resistió la tentación de bajar a la prisión a restregárselo a Dumbledore.

—De acuerdo —aceptó Bellatrix—. Pero no le des la espalda en ningún momento.

—Jamás podría hacerme nada, Bella, jamás podría recuperar su magia —la tranquilizó el mago—. Él mismo inventó el conjuro que se la arrebató y yo lo mejoré.

—Eso ya lo sé. Lo que no quiero es que te mire el trasero. Está en la cárcel, tiene que ser un castigo.

Grindelwald rio y prometió no darle la espalda. Dumbledore sintió rabia e impotencia, pero nada pudo objetar pues la locura provocada por la soledad empezaba a adueñarse de él. A Grindelwald le pareció estupendo. Lo dejó ahí a cargo de Armin y ellos dos volvieron a Inglaterra.

—Sabrina ya ha vuelto con el tridente de Poseidón —comentó Bellatrix ilusionada—. ¡Vamos a su taller y así te enseño el libro de Morgana!

Grindelwald aceptó, tenía mucha curiosidad por ver el libro que tanto había influido en Bellatrix. Mientras subían al piso de Sabrina se cruzaron con Duler, que había aceptado casarse con Didi.

—Pero más adelante —le explicó Bellatrix a Grindelwald—. Tienen unos cuatrocientos años entre los dos, no les va a entrar la prisa ahora.

Grindelwald arrugó la nariz, el apareamiento de los elfos no le era una imagen grata.

Sabrina los recibió con alegría, les mostró sus últimas adquisiciones y después, con mucho cuidado, sacó de la caja fuerte el libro de Morgana. Ahí seguía, antiguo y aún así brillante, con joyas incrustadas y secretos enclaustrados. Con sumo cuidado, lo colocó en una mesa y, con la sangre de Bellatrix, lo abrieron una vez más. No obstante, las enseñanzas de la hechicera no las recibieron como de costumbre.

—¿Qué pasa? —preguntó Bellatrix asustada— ¿Por qué está en blanco?

Pasaron las páginas con toda la rapidez que un volumen tan valioso podía permitirse. Estaban en blanco, no había nada escrito. Mientras Bellatrix probaba conjuros reveladores, Sabrina corrió a otra de sus cajas de seguridad. Comprobó con alivio que las copias que había hecho a vuelapluma seguían intactas. Pero el libro ya no.

—No puede ser... —susurró Bellatrix agobiada— Ha sido mi guía todo este tiempo... No puede irse...

Grindelwald, que había permanecido en silencio observando el proceso, ejecutó también un par de conjuros, pero nada sucedió. Él y Sabrina se miraron y lo comprendieron.

—Ha sido tu maestra, pero ya no puede seguir siéndolo —interpretó Sabrina más calmada.

—¿Qué? —replicó Bellatrix nerviosa.

—Ya te lo ha enseñado todo —concluyó Grindelwald.

La joven los miró desconcertada. Lentamente, para que comprendiera el calado de sus palabras (para asimilarlo incluso él mismo), Grindelwald repitió muy lentamente:

—La bruja más poderosa de todos los tiempos ya te ha transmitido todo lo que te podía enseñar... y tienes veinticuatro años.

Bellatrix le miró primero con temor. Luego con comprensión. Y, finalmente, con una emoción entre el orgullo y la euforia.

Era libre, libre por fin. Ya no necesitaba que nadie la guiara. Había aprendido de los mejores —Voldemort, Dumbledore, Grindelwald, Saiph y Morgana— hasta convertirse en quien era, hasta encontrar su propio poder y su don de comunicarse con dragones. Morgana seguía en las raíces del árbol de los Black, era su familia, por eso el libro se abrió y la ayudó. Pero ni siquiera ella era más grande que la propia Bellatrix. Ya no la necesitaba a su lado porque siempre viviría dentro de ella.

Bellatrix soltó una carcajada que para cualquiera hubiera sonado demente, pero Grindelwald y Sabrina comprendieron que era la expresión máxima del éxito.

Varios minutos después, cuando empezaron a apaciguar el éxtasis, Sabrina comentó que devolvería el libro. Lo llevaría al santuario de Morgana en los Bosques Sagrados de la isla de , donde la hechicera vivió sus últimos años. Era una reliquia de incalculable valor, pero Sabrina lo respetaba lo suficiente como para no acapararlo:

—Quizá más adelante puede ayudar a otras personas. Yo ya he tenido el tremendo privilegio de poder estudiarlo durante estos años. Además, tengo las copias.

Les ofreció pasárselas a ellos también, pero Bellatrix negó con la cabeza, ahora plenamente consciente de que no lo necesitaba. Ya tomó lo que le fue útil. Entonces miró a Grindelwald:

—¿Tú las quieres? —le preguntó a su marido— Así podrás leerlo también.

—¿Para qué? —replicó Grindelwald— Ya te tengo a ti.

Bellatrix dibujó la sonrisa más pura y feliz que jamás había mostrado. Había cumplido su sueño y tenía un marido que estaba tremendo y estaría a su lado hasta el fin de los tiempos. También tenía una madrina brillante, una mejor amiga especial y maravillosa, una manada de dragones que la protegían y acompañaban siempre y un chupacabra muy necesitado y mimoso. Era feliz. Y era la bruja más poderosa del mundo. 

-FIN-

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