Capítulo 81
Bellatrix y Grindelwald lo vieron demasiado tarde, ya no podían detener el vuelo del Fawkes. Tampoco una llamarada de dragón hubiese bastado, pues se trataba de un ave de fuego. Dumbledore, hasta ese momento con la mirada casi muerta y aspecto ruinoso, alzó la vista. Sus ojos recuperaron viveza sabiendo que su fénix era el único que podía rescatarle. Vinda arrojó un arresto momentum intentando ralentizar su vuelo, pero no le afectó; tampoco los conjuros ofensivos que lanzaron otros de los seguidores del vencedor. Cuando faltaba un metro para que ave y mago se reunieran...
—¿¡Qué es eso!? —exclamaron varias personas.
Un objeto volador no identificado impactó a gran velocidad contra el pájaro y lo derribó. En cuanto Fawkes cayó al suelo, su perseguidor aterrizó junto a él y en un momento surrealista... se lo comió. Era la única forma de acabar definitivamente con un fénix y evitar que renaciera de sus cenizas.
—¡Antonio! —exclamó Bellatrix.
Había derrotado a Fawkes. La última posibilidad de Dumbledore había caído.
El chupacabra, muy satisfecho, volvió de un salto a su alfombra voladora y se alzó unos cuantos metros para que todos lo admiraran. Recibió una amplia ronda de aplausos y ovaciones y muchos comentarios de lo adorable que era. La criatura, denostada durante toda su vida, dio saltos de emoción sobre su alfombra. Grindelwald, ya sobrepasado por la situación y completamente extenuado, murmuró: "Ven aquí, campeón". Antonio se abalanzó sobre él y prácticamente lloraron los tres mientras se abrazaban.
—Tienes que curarte, estás sangrando —susurró Bellatrix cuando al fin se separaron.
—No es grave. Antes tengo que ocuparme de esto... —murmuró Grindelwald.
—Yo me encargo —aseguró Vinda con determinación—. Obligaremos a jurar lealtad a quienes puedan ser un problema, detendremos a quienes merezcan ser prisioneros y haremos que se extienda la palabra sobre lo sucedido. Vosotros marchaos, necesitas descansar, Gellert.
El mago oscuro sonrió al darse cuenta de que su lugarteniente era perfectamente capaz de gestionar todo aquello. Tal y como se encontraba él, Vinda lo haría mucho mejor. Solo había un asunto del que debía ocuparse...
—¿Lo vas a matar? —inquirió Bellatrix con curiosidad.
Grindelwald se acercó a Dumbledore y los dos pares de ojos azules se clavaron fijamente en los del otro. Tras unos segundos, el mago oscuro murmuró:
—No... Él no me hubiese matado.
Bellatrix escuchó suspiros de alivio entre los pocos vencidos que seguían junto a su líder caído. Fue la única que adivinó que aquello no era un gesto de piedad sino de venganza: Grindelwald sabía que a él no le hubiese matado, le habría encerrado para que agonizase en completa soledad hasta ceder a la locura durante décadas. El mago oscuro recordaba perfectamente la visión que tuvo y lo mal que lo pasó; no iba a regalarle a Albus un avada liberador...
—Apartaos —ordenó Grindelwald.
Bellatrix, con Antonio en brazos, se separó unos pasos y el resto hicieron lo mismo. Vio como pese al agotamiento, Grindelwald sacaba la varita y murmuraba un complejo maleficio en latín. Una luz oscura envolvió a Dumbledore y este cerró los ojos estremeciéndose. El proceso duró unos minutos y cuando terminó, aparentemente, no sucedió nada.
—He sellado su magia —reveló Grindelwald—. Ya no podrá usarla ni de forma no verbal, ni sin varita ni con ella. Es lo mismo que un simple muggle.
Se acercó a Vinda y le indicó en voz baja que lo encerrase en las mazmorras de Nurmengard, asegurándose de que disponía de lo necesario para sobrevivir en completa soledad. Vinda aseguró que por supuesto. Avisó a dos de sus subordinados de más confianza y les indicó que la acompañaran. Cerraron un par de asuntos más hasta que la bruja le ordenó que se largase de una vez.
—Gracias por todo, Vinda, por ser la única cuya fe en mí nunca ha flaqueado.
—Sabía que lo conseguirías, Gellert, y ha sido un honor presenciarlo.
Mientras ellos se abrazaban, un chico de cabello oscuro y ojos claros se acercó corriendo hacia Bellatrix con la varita alzada.
—¡Eres una maldita asesina! ¡Eres...!
—¡Siriusín! —exclamó divertida— ¿Qué haces tú por aquí?
—¡Me he quedado a luchar!
—¡¿Habéis puesto a luchar a críos de quince años?! —exclamó Bellatrix mirando a los profesores con desprecio— Qué falta de ética...
Se rio sola ante la ironía y los rostros furibundos de los maestros. No dudó que habrían evacuado el castillo, pero Sirius se habría escabullido para luchar, era demasiado rebelde.
—¡Libera a Dumbledore! ¡Él es el bueno, él...!
—Baja la varita, Sirius, no quiero darle otro disgusto a tía Walburga.
—¡Está bien, luchemos! ¡Y cuando te gane...!
—Es adorable que pienses que tienes algo que hacer contra mí —sonrió Bellatrix internamente orgullosa de su temerario primo.
Cuando Sirius parecía estar buscando un maleficio con el que atacarla, otro chico de su edad le agarró del brazo.
—Estate quieto, Sirius, igual tenía que ser así...
—¡¿Pero qué dices, James?! ¡Que van a matar a Dumbledore, Grindelwald es malo!
—¿Cómo sabes que es malo?
—Porque a mis padres les cae muy bien, no hacen falta más pruebas. Además, Dumbledore es el bueno y se ha enfrentado a él.
—¿Cómo sabes que él es el bueno?
—¡Qué dices, James! ¡Es Dumbledore, es...!
—¿Recuerdas que soy el mejor en Adivinación? Siempre es igual, siempre tengo esa pesadilla de que todos morimos por unirnos a Dumbledore y él permite que mi hijo tenga una vida miserable.
—¡Tú no tienes ningún hijo! —protestó su amigo.
—Pero lo tendré. Y los sueños, los posos del té, las cartas, la astrología, las previsiones de los centauros... todo confirma esas pesadillas. Sé que es un futuro que podría tocarnos vivir.
—Pero, James... —murmuró Sirius empezando a dudar.
—No me fío de Dumbledore... —confesó James en voz baja— No quiero morir joven y que mi hijo sufra por culpa de las manipulaciones de...
—¡Qué no tienes ningún...!
—Puedes estar seguro de que no moriréis —intervino Grindelwald—. Tú, tus amigos y toda la gente a la que ames vivirá por muchos años. Podrás criar a tus hijos en un mundo libre sin guerras ni conspiraciones. Te doy mi palabra, joven Potter.
El mago oscuro le tendió la mano al chico que lo miraba apabullado. Le temía, era evidente, pero también lo respetaba y había admiración. James, con gesto tembloroso estrechó su mano. Entonces, reunió valor y decidió pedirle algo para ver si cumplía o eran palabras vacías:
—Oiga... Sirius se quiere ir de casa a vivir con nosotros... Pero mientras tenga el rastro mágico no es posible, sus padres pueden impedirlo. Ahora que parece que está usted al mando podría...
Antes de que terminara, Grindelwald alzó su varita hacia Sirius. El chico retrocedió asustado, pero no sintió ningún dolor cuando unas chispas azules lo rodearon. Pocos segundos después, el mago oscuro le indicó que ya no tenía rastro mágico. Sirius pareció olvidar por unos segundos toda su indignación.
—Vaya disgusto le vas a dar a la tita... —murmuró Bellatrix negando con la cabeza.
—Me trata fatal desde que entré en Gryffindor —le espetó Sirius.
—Y con motivo, Siriusín, con motivo —aseguró su prima revolviéndole el pelo contra su voluntad.
Estaba tan eufórica por haber ganado la guerra que ni siquiera le importó demasiado que su primo fuese un traidor a la sangre. Aunque más le valía estar lejos cuando bajase la adrenalina... Grindelwald terminó con la situación:
—Volved a casa, muchachos, vuestros padres desearán saber que estáis bien.
—Eh... Sí... —balbuceó James— ¿Pero cómo volvemos? El tren no...
—Tienes aspecto de ser bueno volando, ¿me equivoco?
Con un giro de muñeca de Grindelwald, dos relucientes escobas se detuvieron ante ellos. Al momento, James saltó sobre una y exclamó:
—¡Es el nuevo modelo con sistema de navegación! ¡Faltan meses para que salgan a la venta!
—Te vendes muy barato, James —masculló Sirius tomando la otra.
—Mis padres son ricos y puedo asegurarte que estas escobas son de todo menos baratas. ¡Vamos a recoger tus cosas y haces ya la mudanza! ¡Muchas gracias, señor Grindelwald!
La última exclamación se escuchó ya desde el aire. A Bellatrix no le sorprendió: ese hombre se había ganado a países enteros y a los magos más importantes del mundo... Dos chavales de quince años no le habían supuesto el más mínimo problema.
A su alrededor, varias personas comentaban admiradas su buena voluntad y preocupación por esos dos muchachos rebeldes (pese a que pertenecían al bando perdedor). Mientras Grindelwald atendía un par de peticiones más, un mago se acercó a Bellatrix. Al principio no lo reconoció, porque también tenía signos de lucha y su rostro estaba enrojecido de la ira. Pero cuando empezó a gritarle en ruso, supo que era Alejandro, el hombre que le había cedido sus monstruos... y que sus dragones y ella habían aniquilado.
—¡No te los presté para esto! —bramaba Alejandro en su idioma natal— ¡Me ha llevado años conseguirlos y ahora están todos muertos!
—Los mandaste a una guerra, ¿qué esperabas? —preguntó ella divertida.
—¡Que no los mataras tú misma! ¡A todos, maldita...!
Bellatrix pensó en torturarlo por su insolencia, pero... Intentó pensar como Grindelwald y utilizar aquello para aumentar su propaganda. Retrocedió y llamó a su novio. Con expresión de cachorrito asustado murmuró:
—Gelly... Este hombre malo está enfadado porque he matado a sus monstruitos y me está amenazando y gritando...
Bellatrix vio un brillo triunfal en los ojos de su prometido. Este alzó la voz y exclamó para que le oyeran todos:
—Este es el hombre que le prestó los lisoviks a Voldemort, esos que tanta destrucción han causado. Quiero que quede claro que vamos a proteger a magos y brujas y no toleraremos ninguna agresión que perturbe la armonía del mundo.
Alejandro no entendió una palabra y no se movió. Cuando comprendió lo que sucedía, ya era tarde: Grindelwald lo torturó como lleva deseando hacer desde la primera vez que piropeó a Bellatrix. A pocos de los presentes les resultó desagradable, el mago oscuro estaba consiguiendo incluso que aclamaran la violencia. Se detuvo cuando no le quedaba un ápice de fuerza en el cuerpo. Lo mató y se despidió definitivamente de Vinda. Mientras, Bellatrix se fue a hablar con su dragón.
—Podéis volver a los Alpes o si no ven a la mansión Black, te encantarán los bosques. ¿Sabes llegar? —le preguntó Bellatrix— Claro que sabes llegar, me has llevado esta mañana y eres el más listo del mundo.
Saiph no respondió, pero la chica no dudó en que la habría entendido. Le frotó el hocico con la mano y el imponente dragón alzó el vuelo.
—¿Le has dado las gracias? —preguntó Grindelwald contemplándolo.
—No hace falta, sabe lo que pienso. Y también sabe que él y sus congéneres han sido lo más espectacular de la guerra. ¿Nos vamos?
El mago asintió mientras acomodaba a Antonio en su capa. La abrazó y susurró: "Aparécenos tú porque no me queda fuerza ni para pestañear". Bellatrix se concentró y, aunque era un desplazamiento largo, aparecieron en la Mansión Black sin ningún rasguño. En cuanto entraron al recibidor, Didi acudió corriendo.
—¡Ama Bellatrix! —chilló emocionada— ¡Ha vuelto, por fin ha vuelto!
—Eh... Sí, Didi, yo también me alegro de verte. ¿Están mis padres?
—No, ama. Se acaban de marchar con Narcissa cuando han llegado las noticias de que el Señor Oscuro murió. Didi cree que iban a Gales o a...
-Mientras estén lejos, me viene bien —la cortó Bellatrix satisfecha.
Tras el eufórico recibimiento, subieron a la habitación de Bellatrix. Didi la había mantenido en perfectas condiciones pese a sus años de ausencia. Al ver que a Grindelwald le costaba incluso mantenerse en pie, le indicó:
—Date una ducha mientras yo bajo al laboratorio de mi madre a buscar pociones sanadoras. ¿Podrás ducharte solo?
—No sé si podré, pero lo haré —aseguró él—. Me da miedo la forma en que me miras...
—Llevo extremadamente cachonda desde que has matado a Voldy... y después el asunto solo ha empeorado... —reconoció Bellatrix.
—Pero si nunca me he hallado en un estado tan deplorable —se lamentó el mago mirándose al espejo.
Su cabello rubio platino estaba gris del humo, lo mismo su piel de habitual pálida y ahora cenicienta. Tenía cortes en cuello, manos y pecho y litros de sangre de sus oponentes en el traje. Incluso en sus ojos azules se distinguía un enorme cansancio enredado con la euforia. Usar magia oscura tan poderosa como para derrotar a Dumbledore drenaba a cualquiera. Bellatrix lo miró lentamente:
—Te juro que nunca te había visto tan atractivo, Gellert —respondió con lujuria patente en la voz.
El mago retrocedió, por primera vez en todo el día verdaderamente asustado. Voldemort y Dumbledore le infundían respeto, pero Bellatrix y sus instintos eran un mundo que nunca había podido gestionar. Aún así, la joven tuvo que asumir que en ese momento no era factible si deseaba conservarlo con vida. Le permitió ducharse en soledad y mientras buscó las pociones y ungüentos para curarlo. Didi le consiguió un pijama nuevo, Grindelwald se lo puso y se tumbó en la cama ya mareado tras el esfuerzo.
—A ver, primero bébete esta, la reabastecedora de sangre —murmuró Bellatrix tendiéndole el frasco—. Valdrá con una hoy y otra mañana, las que hace mi madre son como tres veces más potentes que las normales.
Grindelwald obedeció mientras ella le abría la camisa y examinaba las heridas. Apareció entonces Antonio, que trepó a la cama y se sentó sobre la almohada observando con atención el proceso de curación de su amo. Tras comprobar que ninguna herida era grave, Bellatrix las cerró con su varita y después aplicó díctamo para que sanaran por completo.
—Esto es un ungüento de aloe que cura las quemaduras, te lo voy a extender por el pecho.
Viendo que al mago le costaba mantener los ojos abiertos, la chica murmuró:
—Duérmete, no te preocupes, esto ya casi está.
—Siendo sincero, Bellatrix, si me quedo dormido temo que me violes en lugar de curarme.
—Pensaba hacer primero una cosa y después la otra...
Se miraron a los ojos y sonrieron, compartiendo una felicidad tan inmensa que no podían ponerle palabras. Él la cogió de la mano y ella supo que quería darle las gracias por su ayuda, su compañía y su lealtad, pero tenían todo el tiempo del mundo para conversar.
—Duerme ahora, mañana hablamos —se adelantó ella.
—Te quiero, Bella.
—Yo también te quiero, Gellert —respondió ella inclinándose para besarlo—. Y a ti te amo con locura, pequeñín —añadió besando también a un expectante Antonio.
El mago se durmió en cuanto cerró los ojos. Bellatrix terminó de curarle y ayudó a Antonio a acomodarse junto a él. Después se duchó y bajó a cenar algo porque se moría de hambre. Por la ventana vio que Saiph y un par de compañeros se deslizaban entre los árboles de los bosques que rodeaban la mansión. Sonrió al sentirlo junto a ella, él también era su familia. Cuando terminó, subió a su habitación y se acostó junto a Grindelwald.
—Hemos ganado... Hemos ganado la guerra, el mundo es nuestro —murmuró para sí misma antes de caer rendida.
Durmieron unas doce horas. Solo Antonio se despertó hambriento de madrugada y salió a los bosques a cazar el desayuno. Después, volvió a dormir otro rato y finalmente se dedicó a recorrer la mansión sobre su alfombra voladora; su vida había mejorado mucho desde que contaba con ese artilugio.
Grindelwald abrió los ojos cuando Bellatrix empezó a desperezarse.
—Sigues aquí —murmuró él.
—No querría estar en ninguna otra parte —respondió ella acariciándole el rostro—. ¿Cómo te encuentras?
—Perfectamente. Dame cinco minutos —respondió sabiendo lo que quería.
Bellatrix asintió satisfecha. Al final solo necesitó dos minutos para besarla y saciar sus ansias de devorarse mutuamente. Cuando terminaron, a ambos les costaba respirar; adoraban esa sensación. Se quedaron en la cama, disfrutando del silencio y del frescor matutino que entraba por la ventana.
—Espera, voy a examinarte las heridas.
—¿No deberías haberlo hecho antes de hacer el coito como bestias? —inquirió Grindelwald.
—¡Qué egoísta eres! —exclamó ella— Sí, tú podrías haber muerto desangrado... ¡pero yo podría haber sufrido una embolia de la necesidad! No podíamos retrasarlo más.
El mago sacudió la cabeza y mostró su sonrisa burlona. Por suerte estaba bien: Bellatrix comprobó que las heridas habían sanado perfectamente sin dejar huella. Grindelwald se tomó la segunda poción reabastecedora de sangre y volvieron a tumbarse juntos.
—Ahora podremos casarnos, ¿verdad? —preguntó Bellatrix ilusionada.
—No lo dudes —respondió Grindelwald acariciándole el pelo—. Ha sido mi mayor motivación para ganar esta guerra... Creo que es la razón por la que las visiones en las que me derrotaba Albus no se cumplieron.
—¿Qué razón?
—Tú. Lo has hecho posible en todos los sentidos. Estaba tan obsesionado consiguiendo apoyos, las reliquias y viviendo en las sombras que no veía cuándo dar el paso de comenzar la batalla. Así que tú lo hiciste, de una manera tan soberbia que nos libramos de un plumazo de Voldemort y Dumbledore usándolo todo en nuestro provecho.
—Fue casualidad... Tampoco es que lo pensase mucho. Fue Voldy quien decidió empezar y yo solo aproveché la oportunidad.
—Lo hiciste todo, Bella, todo... —suspiró él besándole la frente.
—Oh y aún me quedan cosas por hacer... —respondió ella con una sonrisa maliciosa.
Le besó el cuello mientras le acariciaba el pecho y Grindelwald intentó frenarla:
—Bella, tienes que darme unos minutos para...
Dio igual. La joven consiguió su objetivo cuantas veces quiso. Solo se detuvo cuando reapareció Antonio: su campeón no merecía tener ningún trauma, solo la felicidad de haber ganado la guerra.
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