Capítulo 80
Cuando Bellatrix llegó a Inglaterra se inclinó sobre el lomo de Saiph para contemplar mejor el paisaje. Sobre Londres se cernía la oscuridad más absoluta, solo quebrada por el fulgor de las explosiones que devoraban edificios y monumentos. Se escuchaban gritos y aullidos alternados con una calma tensa que resultaba mucho más inquietante. Olía a humo y a angustia. En la parte muggle había conflictos, pero muchos menos que en las zonas mágicas, en las que los hechizos surgían como pestañeos. Aún así, la mayoría de la población se había refugiado en sus casas.
Desde el aire, Bellatrix comprobó que Voldemort estaba ganando: ya había logrado conquistar el Ministerio de Magia y el Banco Gringotts, solo le quedaba Hogwarts y en ello estaba. Lo más letal eran los lisoviks rusos: se fortalecían con cada ataque que recibían y la única forma de matarlos era un fuego muy poderoso. Nadie quería arriesgarse a empeorar la situación creando un fiendfyre y ahí radicaba el problema. Las acromántulas, los hombres lobo y los trolls también contribuían a mantener ocupado al bando contrario.
Bellatrix vio a varios de los que fueron sus profesores luchando, también a reputados aurores y héroes anónimos. El que no estaba a la vista era Dumbledore, probablemente demasiado ocupado asegurando la ciudad para proteger a los muggles. Voldemort había advertido que no pararía hasta que el director estuviese muerto y hordas enteras de bestias lo buscaban para apresarlo. De momento sin éxito.
—¡Un momento, Saiph! Creo que esa es Vinda.
Con una escoba de último modelo, la bruja francesa sobrevolaba la escena dando órdenes de cómo actuar. Cuando distinguió a Bellatrix (más bien distinguió al enorme dragón oculto entre los oscuros nubarrones), voló hacia ella y la puso al día.
—Gellert ha hecho su oferta: si le dan el cargo de presidente en todos los organismos de magia y se comprometen a darle vía libre para implantar su visión, los librará de Voldemort. Obviamente lo ha proclamado con un discurso emocionante y glorioso al que muchos han sucumbido.
—¿Y qué han contestado?
—El Ministro de Magia está tan desesperado que prácticamente ha aceptado. Pero, McGonagall, que actúa en nombre de Dumbledore, ha asegurado que no lo van a permitir. Y el resto de altos cargos no saben ni por dónde les da el viento. Así que no se ponen de acuerdo —comentó Vinda divertida por la situación.
—Vale, ¿qué hacemos entonces?
—Gellert te avisará. Se está encargando de que sus seguidores más fieles hagan el juramento inquebrantable con el Ministro de Magia, el presidente del Wizengamot, el representante del MACUSA... Cuando se dé por satisfecho, te mandará la señal para que acabes con las bestias de Voldemort.
—Muy bien.
Vinda retomó sus labores de lugarteniente y Bellatrix y Saiph volaron a la Mansión Black. Voldemort cumplió su parte del trato y se había encargado de protegerla los días previos. No entró, pero comprobó con homenum revelio que sus padres y su hermana pequeña estaban ahí. Se avergonzaba de que no lucharan por defender su sangre, pero con lo ineptos que eran, casi mejor. Voló entonces al Callejón Diagon. Todo el edificio de Bloody Wonders que pertenecía a la familia de Eleanor estaba también protegido: Sabrina era una bruja excepcional. Ellos sin embargo no estaban ahí: Bellatrix les advirtió en su última carta que se fuesen de vacaciones a cualquier isla tropical lo más lejos posible y Eleanor y sus padres obedecieron encantados.
"Me pregunto dónde estará la traidora..." pensó mientras sobrevolaba Escocia. Quizá Andrómeda había huido con su novio semanas antes, pues las amenazas de Voldemort contra los sangre sucia no eran novedad. Tal vez estaban escondidos o quizá luchando...
—No es mi problema. Será el suyo como me los encuentre... —murmuró Bellatrix con una sonrisa cruel.
Una hora después, un lobo huargo traslúcido voló hacia ellos. "Ya he hecho mi parte. Acaba con ellos, princesa asesina" le indicó la voz burlona de Grindelwald. La sonrisa de Bellatrix se hizo enorme.
—Es el momento —le indicó a Saiph.
El dragón profirió un sonoro rugido y aminoró el vuelo. Pocos minutos después, los otros seis dragones que habían volado con ellos reaparecieron. Se habían disgregado para comer y abrevar tras el viaje, pero siempre estaban atentos a la llamada de su líder. Se colocaron en formación a espaldas de Saiph y se dirigieron a Hogwarts. Bellatrix no necesitaba dar órdenes, comprendían sus intenciones perfectamente. Por el camino, fueron carbonizando a todas las criaturas siniestras que Voldemort había pasado años reuniendo. Y cuando se aproximaron a Hogwarts...
—¡DRAGONES, VIENEN DRAGONES! —bramó con horror el profesor Flitwick.
Los gritos de espanto que se escuchaban hasta entonces se multiplicaron al millar. Bellatrix se echó a reír, disfrutaba de aquella sensación más que de nada el mundo. Y eso que no estaba haciendo gran cosa, solo gozar del espectáculo sobre el lomo de Saiph. Observó como Flitwick, McGonagall y los magos y brujas más capaces creaban barreras transparentes intentando proteger a todos del fuego.
—¡Me costaría medio segundo derribarlas! —rio Bellatrix inmersa en su locura.
Pero no lo hizo, no era el objetivo matar a esa gente... por el momento.
Ella y sus dragones acabaron con las acromántulas, los trolles, los gigantes y por último también con los lisoviks que agonizaron entre berridos. La gente los contemplaba entre horrorizada y embelesada, no comprendían qué estaba sucediendo ni a quién apoyaban. Entre ellos, Voldemort, que se hallaba oculto en el Bosque Prohibido esperando a que sus seguidores hicieran el trabajo sucio.
—¿Y ahora de qué lado está?— masculló el Señor Tenebroso desesperado por los constantes cambios de bando de la que debería ser su lugarteniente. Intentando averiguar algo, con la arrogancia que le hacía creer que le apoyaba a él y sabiendo que Dumbledore no estaba, abandonó su cobijo y se acercó.
Cuando la última bestia murió, Bellatrix decidió dejar clara su postura: Saiph aterrizó sobre una alfombra de cadáveres de trolles, ella desmontó de un salto y se acercó a Grindelwald.
—Eres la diosa de la destrucción — murmuró Grindelwald con ojos resplandecientes de orgullo.
Bellatrix le besó en medio de toda aquella gente aterrorizada que no se atrevía ni a acercarse. Solo uno lo hizo. "Es tu momento" susurró Bellatrix. Grindelwald mostró su sonrisa burlona al ver a un desconcertado Voldemort. Bellatrix se acercó a quien fue su maestro y le espetó:
—¿Qué esperabas? Intentaste matarme, ¡mala persona!
Le dio una bofetada que resonó en el tétrico silencio y se alejó riéndose a carcajadas. Absolutamente todos los ahí reunidos la miraron seguros de que la criatura más extraña que había ahí era Bellatrix. Con la mayor de las incredulidades, Voldemort alzó la varita hacia ella, pero media docena de dragones rugieron al unísono y lo pensó mejor. Bellatrix se reunió con Saiph y volvieron a ascender al cielo donde se veía todo mucho mejor. Entonces empezó el duelo.
Voldemort atacó primero y Grindelwald le devolvió el conjuro. Volaron maleficios, devolvieron maldiciones, tembló el castillo y se agrietó el suelo. Los espectadores gritaron, otros contuvieron el aliento y algunos lloraron por la tensión. Ni siquiera sabían de parte de quién estaban: había una opción mala y otra peor.
El duelo se prolongó casi media hora. Pero pronto Bellatrix tuvo claro que la varita de sauco y la experiencia que incluso Dumbledore compartió con él, hacían a Grindelwald superior. Ya sin horrocruxes y con sus partidarios huyendo y pasándose al bando enemigo, Voldemort lanzó su último avada. Grindelwald lo esquivó y le arrojó un maleficio que envenenó sus órganos a gran velocidad. Rápida pero muy dolorosamente, Voldemort expiró.
—Adiós, Tom —se despidió Bellatrix.
Lo intentó, pero no sintió dolor. Únicamente orgullo porque su maestro había muerto con el maleficio que ella inventó y compartió con Grindelwald.
Empezaron a escucharse ovaciones, aplausos y vítores al vencedor. No de todos: los profesores de Hogwarts seguían ejecutando conjuros protectores y vigilando a Grindelwald aterrados; pero sí de una preocupante mayoría. El Ministro de Magia, que no lo soportaba más, se quitó de la túnica la placa mágica que le otorgaba el poder y el cargo y se la ofreció a Grindelwald. No llegó a recibirla porque alguien lo impidió.
—Por supuesto tenía que hacer una entrada triunfal —masculló Bellatrix con rabia sentada sobre su dragón.
Tras proteger la ciudad entera, Dumbledore no había volado en escoba ni se había aparecido por los métodos tradicionales. Había llegado su fénix Fawkes envuelto en llamas y junto a él, con un aleteo de sus ígneas alas, surgió el director. Se escucharon de nuevo exclamaciones de asombro y aplausos nerviosos, la gente había dejado de comprender la situación hacía bastante rato... Pero si alguien podía arrojar luz, era Dumbledore.
—No se puede decir que no he hecho todo lo que estaba en mi mano por evitar esto, Gellert. Te he ofrecido todas las facilidades para evitar tu aciago destino, pero una y otra vez me has rechazado.
—Al contrario, Albus. Con tus actos me has mostrado que este es el único camino. No puedes seguir obligando a los magos y brujas a vivir ocultos, como monstruos privados de la libertad de ser quienes somos. Solo deseo lo mejor para el mundo mágico, para poder vivir y amar a quien queramos.
Pese a que Dumbledore era el favorito de muchos, el propio director se dio cuenta del efecto que tenían las palabras de su rival. Hasta sus más fervientes seguidores se emocionaban con la idea de revelar la magia al mundo. El arma más peligrosa de Grindelwald era su oratoria. Por eso Dumbledore no le permitió seguir. Le ofreció una vez más entregarse y quien años atrás fuese su amante, recalcó que era él quien le estaba obligando a luchar.
—Confío en que será un duelo limpio —murmuró Dumbledore alzando la vista.
Los dragones se habían disgregado: varios se estaban dando un festín con los cadáveres y otros incendiaban cosas aleatorias. Pero Saiph —y sobre él Bellatrix— contemplaba la escena a varios metros de altura. Aún así, tanto ella como Grindelwald sabían que probablemente no serían capaces de acabar así con el director. Si el dragón abría las fauces hacia él, se aparecería o Fawkes lo salvaría. Quizá incluso era ignífugo, de Dumbledore a Bellatrix no le sorprendería nada...
—Me ofende la insinuación, Albus —respondió Grindelwald con gravedad—. Esto es algo que tenemos que hacer los dos. Lleva pronosticado en nuestro futuro muchos, muchos años.
El director asintió y se disculpó por la insinuación. Era cierto que sabían desde jóvenes que llegaría ese momento, por eso hicieron el pacto de sangre (que el director destruyó). Estaban cerca del Lago Negro, a diez metros el uno del otro; inconscientemente el resto de gente se había alejado. Nadie podía dejar de contemplar la escena sabiendo que aquello sería parte de la historia, pero a la vez, sentían un miedo visceral por lo que pudiera suceder.
Lo que ocurrió a continuación Bellatrix apenas pudo procesarlo. La forma en que se batieron en duelo no fue comparable a nada que hubiese visto antes. Había combatido contra ambos (aunque de forma amistosa) y acababa de ver a Grindelwald derrotar a Voldemort, pero no era en absoluto comparable. Ambos eran muy conscientes de lo que había en juego: sus vidas y las de millones de personas más que se verían afectadas por el resultado. Dumbledore luchaba por su causa, por proteger al mundo mágico de la amenaza que suponía su antiguo amante... Y Grindelwald...
—A él solo le importa él mismo, ser el mago más poderoso... —murmuró Bellatrix— Y hacerme feliz a mí. Va a ganar, ¿verdad, Saiph?
El dragón, notando lo nerviosa que estaba, profirió un suave gruñido intentando mostrarle que él estaba a su lado. Bellatrix lo sabía y era lo único que la separaba de sufrir una crisis nerviosa. Ella derrotó a Dumbledore durante su ÉXTASIS, pero la forma en que él luchó no tenía nada que ver. Los hechizos limpios habían quedado atrás, el director ansiaba vencer y le daba igual el método. Grindelwald no se quedaba atrás, era magistral la forma en que se defendía y hacía sudar a su oponente... Pero Bellatrix temía el desenlace.
—¿Crees que si pierde podremos sacarlo de ahí? —le preguntó al dragón— Porque no lo matará... No creo...
Sería muy complicado. Si vencía Dumbledore, no creía que fuese a matarle, pero desde luego tampoco permitiría que ella lo rescatara. Eso le daba pánico. "No sé cómo viviría sin él" pensó temblando. Empezó a creer que su plan había sido mala idea. Pero... eso tenía que suceder, también estaba segura. Así que intentó despejar la mente y contemplar el duelo.
Dio gracias de estar en el aire: el suelo donde combatían los dos magos estaba agrietado y al rojo vivo, los árboles se habían convertido en bestias que Dumbledore usaba para atacar y Grindelwald conjuraba el agua del lago para crear estacas de hielo que los atravesaban. Era un espectáculo tan bello como aterrador.
—Saiph, ¿aguantas bien? —preguntó Bellatrix con voz temblorosa.
Habían transcurrido cuatro horas y el duelo continuaba. A la joven le preocupaba que su dragón se cansara de sobrevolar la zona, pero el animal estaba a gusto. Hasta él estaba fascinado por el duelo, era la primera vez que veía a esas criaturas enanas hacer algo tan divertido y con tantas luces de colores. Normalmente los despreciaba a todos excepto a su compañera, pero como wiseshadow era muy inteligente y comprendía que lo que sucedía en la tierra no era habitual.
Ambos magos parecían agotados, tenían cortes y quemaduras de los conjuros que les habían rozado o alcanzado y les temblaba todo el cuerpo. Pero se mantenían en pie sin dejar de atacar. No verbalizaban los conjuros, ya no por maestría, sino porque parecían incapaces de pronunciar una palabra.
—¿¡Qué es eso!? —exclamó Bellatrix.
De la varita de Dumbledore surgió una luz blanca cegadora. Pese a sus esfuerzos, se vio obligada a cerrar los ojos y hundir el rostro en las escamas del dragón para no quedar deslumbrada. A todos los magos y brujas que ahí había debió de sucederles lo mismo. Solo los dragones pudieron soportar la luz porque Grindelwald había protegido sus ojos. Pero el conjuro que usó no servía para humanos... Bellatrix lo comprendió: trataba de cegarlo e inmovilizarlo con aquella luz de la que no parecía haber defensa posible, ella no hubiese sabido cómo hacerlo.
Pero Grindelwald encontró la forma: su patronus oscuro lo rodeaba por completo, permitiéndole conservar la visión y apagando las ráfagas níveas que le llegaban. En el momento en que ambos espectros luchaban entre sí, las varitas conectaron y Bellatrix observó como Grindelwald ejecutaba un priori incantatem. El mago oscuro era muy bueno con ese conjuro, capaz de aplicarlo a un hechizo concreto para que la varita de su oponente mostrara cuándo fue la última vez que lo ejecutó. A ella le resultaba fascinante, pero no comprendió su utilidad en esta ocasión.
—¿Qué hace? ¿¡Qué más da que hechizos haya usado Dumbledore!? —inquirió Bellatrix con desesperación— ¡Le derrotará si insiste en...!
Entonces lo comprendió. Grindelwald lo había aplicado a un conjuro concreto: quería saber cuándo había usado la maldición asesina por última vez. De la varita de Dumbledore surgió la última —y única— persona a la que había matado. Grindelwald había actuado a la desesperada, aplicando su astucia para hallar el punto más vulnerable del director. Y lo había conseguido.
—Es terriblemente cruel... —murmuró Bellatrix al contemplar al espectro de Ariadna Dumbledore sonriendo con tristeza a su hermano.
Solo el propio Albus escuchó a la joven decirle que no le culpaba, que en su estado la muerte fue liberadora y él le dio ese regalo. Nadie le escuchó suplicarle que le perdonara, que él ni siquiera deseó usar ese maleficio y a Ariadna asegurarle que lo perdonó desde el primer momento. Pero lo que sí que vieron todos fue como Grindelwald aprovechaba la ocasión para desarmar e inmovilizar a su oponente.
—Es terriblemente cruel... —repitió Bellatrix con una sonrisa incipiente— Es el único hombre sobre la faz de la Tierra con el que podría casarme.
Estalló en carcajadas cuando comprendió que Grindelwald había ganado, que había derrotado al invencible Albus Dumbledore.
McGonagall y Moody corrieron hacia el director, inmovilizado con una cadena de acero mágico maldito. Pero al momento, Vinda junto a una docena de seguidores de Grindelwald los detuvieron, dejando claro que no podían hacer trampas. Tuvieron que asumir que así era, habían perdido. Bellatrix observó cómo los profesores y aurores bajaban sus varitas en un gesto de rendición. Si el director no había podido, nadie podría.
—Has vencido —declaró McGonagall con voz quebrada—, pero por favor, permítele vivir.
Grindelwald la miró impertérrito, pero no respondió. Saiph aterrizó entonces y Bellatrix corrió hacia el mago que la abrazó con toda la fuerza que le quedaba. "Ha sido lo más impresionante que he visto en mi vida" susurró ella. No dijo nada más porque ocultó la cara en su hombro y lloró de la angustia acumulada. "No habría podido sin ti" aseguró él besándole la cabeza. Entonces, ocurrió algo con lo que no habían contado.
Ningún mago o bruja hubiese podido liberar o aparecer a Dumbledore estando preso con las cadenas mágicas... pero un impresionante ave de fuego descendió del cielo directo hacia él.
—Un fénix siempre acude cuando un Dumbledore está en apuros —recordó Grindelwald con rabia e impotencia.
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