Capítulo 8
Llegó diciembre y con él los exámenes del primer cuatrimestre. Bellatrix dedicó todas sus horas libres a estudiar; quería y necesitaba ser la mejor. El primero fue pociones. Gracias a las notas de su madre, el filtro de euforia le salió mejor que el que Slughorn había usado de muestra.
-No se puede competir contra Druella Rosier -se resignó el profesor.
Durante Historia de la Magia no necesitó espiar la mente de ningún compañero: para las familias de sangre pura era muy importante conocer los eventos acontecidos en el mundo mágico, pues era lo único que importaba. En el de Encantamientos no le preguntaron nada que no hubiese practicado a los diez años. El mapa estelar de Astronomía lo completó casi sin pestañear. En Alquimia logró transmutar a la perfección los dos metales que le asignaron en otros más nobles. Para el de Transformaciones fue para el que más estudió.
McGonagall le pidió que usara un hechizo de transformación corporal, los más complejos. Tenía un maniquí ultrarealista con forma humana, pero si quería optar al Extraordinario debía hacerlo sobre su propio cuerpo.
-Únicamente si está segura de ejecutarlo correctamente. Un compañero ha intentado cambiar de color sus cejas y casi pierde un ojo –advirtió la profesora invocando un espejo frente a ella.
Bellatrix sospechó que había sido Longbottom, pero ante McGonagall no se atrevió a burlarse. Empleó el hechizo crinus muto y su pelo se volvió verde y plateado. Como le pareció poco cambio, hizo que en lugar de liso luciera rizado y lo acortó para que quedara a la altura del cuello.
-Nah, esto no me favorece... -murmuró.
Tras varias opciones, al final se quedó con una melena hasta la cintura, morada en el nacimiento con un degradado hasta terminar rosa en las puntas. McGonagall lo analizó con atención. Bellatrix no le caía en gracia, era demasiado conflictiva y arrogante; demasiado slytherin, demasiado Black. Pero era justa como profesora y al final sentenció:
-Muy bien, señorita Black. ¿Ha considerado convertirse en animaga?
-Gracias, profesora –respondió ella que pese a sus diferencias la respetaba-. No, lleva mucho tiempo y dedicación... Muy interesante, pero prefiero profundizar en otras asignaturas.
-De acuerdo –respondió McGonagall-. Ya hemos terminado, puede marcharse.
Bellatrix asintió, recogió sus cosas y se fue satisfecha. No estaría mal ser animaga, podría serle útil en el futuro, pero era verdad que requería un tiempo que no tenía; o artes oscuras o poder transformarse en gato y ella prefería las artes oscuras. Mientras se dirigía al último examen, el de Defensa, caviló qué animal sería: "Supongo que una loba, como mi patronus...". Eso iba rumiando hasta que chocó con alguien que le impedía el paso. No le hizo falta alzar la vista: el perfume fresco con notas salvajes que la envolvió ya le era familiar.
-Disculpe –la frenó el profesor-, esto es el examen de Defensa de séptimo, me temo que se ha equivocado.
Bellatrix alzó la vista frunciendo el ceño.
-Ya sé que soy la mejor y esto es un trámite –susurró-, pero creo que si ni siquiera hago el examen la gente sospechará.
Grindelwald abrió mucho los ojos. Entonces, para sorpresa de Bellatrix, le acarició el pelo. Sintió un escalofrío de placer superior a todos los desencadenados hasta la fecha. Ahí se arrepintió de su elección: si pudiese transformarse en lobo, gato o lo que fuese, Gellert podría acariciarla durante horas sin que nadie murmurara. Pero no podía. Y aún así lo estaba haciendo en medio de un pasillo repleto de alumnos.
-Ha conseguido hacerlo permanente a voluntad y no se mueve ni un pelo... -murmuró él- Ciertamente formidable.
-¡Ah, por Circe, es verdad! –exclamó Bellatrix cayendo en la cuenta de que no había revertido el hechizo.
Sacó su varita y se concentró. En lugar de recuperar su tono, optó por volver su pelo rubio platino casi blanco. Igual que el del mago que tenía delante. Él sonrió sin poder disimular.
-No le queda mal, pero se pierde el maravilloso juego con sus ojos –apuntó Grindelwald.
Lo que Bellatrix escuchó fue: "Te queda maravilloso, amor mío, pero te prefiero al natural porque además tienes los ojos más bonitos del mundo". Sonrió y recuperó su melena lisa y oscura. Él le indicó con gesto galante que entrara al aula y ella se sentó en primera fila junto a Dolohov. Con un movimiento de la varita de Grindelwald, los exámenes se repartieron solos.
-Tienen hora y media –fue todo lo que dijo.
Fue el único profesor que no necesitó recordar que estaba prohibido copiar o hacer cualquier trampa: nadie osaría intentarlo. Todos los alumnos se pusieron a escribir frenéticamente, lo único que se escuchaba era el rasgueo de la pluma sobre los pergaminos. Y de vez en cuando las pisadas de Antonio que deambulaba por la clase. Grindelwald trataba de mantenerlo oculto en su abrigo, pero a veces lograba escapar. Ningún alumno rechistaba, aunque les diera miedo o repelús: dejaban que la criatura vagase a sus anchas.
Bellatrix necesitó menos de la mitad del tiempo. Por supuesto le había resultado sencillo, pero aún así el nivel era mucho mayor que con los anteriores profesores. Como nadie se podía levantar hasta que terminaran todos, apoyó la barbilla sobre su mano y se ensimismó observando al profesor. Grindelwald tenía la vista fija en la pila de trabajos que seguía cercenando con tinta roja. Unos minutos después se frotó los ojos con agotamiento, otro día largo. Entonces contempló a su mejor alumna que se había abstraído con la vista fija en él. Cuando recuperó su atención, Grindelwald hizo un gesto sutil acariciándose la sien. Bellatrix entendió lo qué pretendía. Haciéndolo de forma que él lo notara, penetró en su mente.
-¿Está conmigo, señorita Black?
-Solo en lo que está pensando ahora mismo –aseguró ella.
Sentía que el profesor había levantado barreras en todas sus memorias, aunque no pensaba comprobarlo. La apreciaba más que al resto de alumnos, pero Bellatrix no dudaba que si intentaba ver en su mente algo que él pretendiera ocultar, la mataría ahí mismo. Y no deseaba morir tan joven.
-Espero que el examen no le haya resultado demasiado tedioso.
-¡Qué va, ha sido divertido! Siempre lo es escribir sobre hechizos que pueden matar gente.
El profesor había bajado la vista a los pergaminos y Bellatrix se miraba las uñas, pero ambos intentaban camuflar una sonrisa.
-Se me olvidó recordarle anoche que ya no tendremos más clases particulares hasta el año que viene, puesto que el jueves próximo se celebra el baile de Navidad.
-¡Joder, qué asco, lo había olvidado! –pensó Bellatrix sin poder evitarlo.
-Ese lenguaje, señorita Black.
-No he dicho nada.
-Es literalmente verdad... Así que se lo dejaré pasar –concedió él-. Deduzco que no comparte la ilusión de sus compañeros por el evento.
-No, es muy aburrido. Mis Navidades consisten en que mis padres nos arrastren de un baile a otro; el de Hogwarts, que ni siquiera hay alcohol, aún es peor. Pero... la cosa mejoraría su fuese usted mi pareja –propuso ella lentamente.
Empezaba a ganar confianza con el profesor gracias a sus clases privadas, así que había decidido avanzar en sus flirteos. Sentía cierta zozobra a que la reprendiese por extralimitarse; pero no solo no lo hacía, sino que acostumbraba a seguirle el juego.
-Me halaga, pero temo que no sería apropiado.
Bellatrix, que ya contaba con esa respuesta, respondió mentalmente:
-No se preocupe, se lo pediré a Slughorn. Lleva desde primero suplicándome que me una a su club de frikis, seguro que él no me rechaza.
- ¡Oh, no haga eso! Me vería obligado a matar a Horace.
-¿Qué maleficio usaría? –inquirió Bellatrix mirándolo con ojos brillantes.
Grindelwald carraspeó para ocultar una carcajada y alzó la vista también.
-Su sed de... conocimiento resulta inspiradora.
Un grito ahogado interrumpió su conversación. Bellatrix se giró y descubrió el origen dos filas más allá: Antonio tenía hambre y había decido alimentarse de Longbottom. Se había enganchado a su pierna y succionaba sangre con fruición. El gryffindor se lo intentó sacudir, pero el chupacabra se aferraba bien con sus dos pares de patas. El resto de la clase estaba tan concentrada en su examen que ni siquiera lo escucharon. Bellatrix ocultó su rostro entre las manos porque le estaba costando no reírse. Grindelwald había vuelto a su trabajo: si la víctima no pedía ayuda, no iba a auxiliarlo. Por supuesto el chico no se atrevió a denunciar a la mascota del profesor.
El animal era bebé y necesitaba poca cantidad, eso fue lo que evitó el desmayo de Longbottom. Cuando Antonio se dio por satisfecho, buscó un lugar agradable para echar la siesta. Se acercó a Bellatrix, pero tenía el estómago tan lleno que no pudo trepar. Ella lo alzó a su regazo y se ovilló ahí. Como la conexión mental se había cortado, Bellatrix se entretuvo acariciando al chupacabra. Ella había usado sus habilidades mentales para dialogar con Voldemort a espaldas de otros, pero se preguntó si sería la primera vez de Gellert o ya habría invitado a otras personas a conversar dentro de su cabeza.
-Se acabó el tiempo, suelten las plumas –sentenció el profesor minutos después.
Con otro gesto de su varita, los exámenes se apilaron pulcramente en su escritorio. Bellatrix le entregó al somnoliento Antonio y se marchó con sus amigos. Durante la cena, su mirada se volvió a cruzar con la de Grindelwald. Pese a que sus mesas estaban muy distantes, le pareció que repetía el gesto y Bellatrix se arriesgó.
-¿Puede hacerlo a esta distancia? –preguntó él dentro de su cabeza.
-Sí. Mientras esté en la sala y le sienta, puedo.
-Es bueno saberlo... -respondió él lentamente- Que disfrute del fin de semana, señorita Black.
-Lo mismo para usted, profesor. ¡Y para Antonio!
A Bellatrix le divertía mucho hablar con él delante de cientos de personas incapaces de saberlo. Pero sacudió esos pensamientos y se centró en la comida antes de que Rodolphus acabara con todo. Tras llenar sus estómagos, se reunieron en la sala común para celebrar que habían terminado los exámenes.
-Ahora ya podemos centrarnos en buscar pareja para el baile –comentó Mulciber-, ¿alguno tenéis?
-Yo voy con Jasmina, de sexto –comentó Dolohov-. Digamos que tiene el mismo problema que yo y trata de buscar coartadas para que sus padres no la deshereden.
-No entiendo que nadie vaya con alguien de su mismo sexo, pero a la gente impura sí le permitan entrar –masculló Bellatrix-. Veo mucho peor que sea un baile infestado de sangre sucias... Pero mira, de eso no está bien visto quejarse.
-Tienes razón... ¿Querrás ir conmigo, Rod? –preguntó Rose.
-Me encantaría. Pero nuestros padres querrán que vayamos juntos, ¿no, Bella?
-Sí. Mis padres me han escrito la primera y única carta del año para recordarme que debo ir contigo para dar la imagen de que somos la pareja del siglo –comentó con repugnancia-. Una cosa es que aceptemos casarnos porque es nuestra obligación, pero hacer el imbécil así ya no. Ve con Rose.
Como con Bellatrix nadie discutía, Rodolphus asintió y sonrió a Rose que se puso muy contenta.
-¿Y tú, Bella? ¿Con quién irás? –preguntó su amiga.
-Con alguien que fastidie a mis padres cuando se enteren –decidió-. Mira, para eso sí que serviría un sangre sucia... Pero ni para incordiarlos puedo caer tan bajo, así que no lo sé.
Sus amigos siguieron debatiendo sobre posibles candidatas mientras Bellatrix, tumbada en uno de los sofás, contemplaba la luz verdosa del lago que se reflejaba en el techo. Tenían la mejor zona de la sala común, junto a la chimenea con varios sofás y una mesita. Si había alguien ocupándola, en cuanto entraban ellos la despejaban. El resto de mesas y sillones también estaban repletos de alumnos insomnes, todos charlando, riendo y haciendo planes para el baile. La única persona solitaria era una chica en un rincón muy concentrada en un libro de pociones.
-Oye, chicos, ¿y esa? –inquirió Mulciber señalándola- Siempre está ahí sola y está tremenda.
-Se llama Eleanor, de sexto curso, sangre pura- informó Dolohov-. Sí, es muy atractiva, pero bastante pesada. Habla por los codos y además está bastante loca, como toda su familia. Sus padres nunca se han relacionado con nadie de los Sagrados Veintiocho... Son los dueños de la pastelería del Callejón Knockturn.
Ese último dato captó el interés de Rodolphus.
-¿¡Bloody Wonders!? ¿La que vende pasteles que según los rumores son de carne de muggle? –preguntó emocionado.
-Esa misma –asintió su amigo.
-¡Adoro ese sitio, es mi lugar favorito del mundo! He probado literalmente todo lo que venden y está buenísimo, lo que pasa es que siempre está a rebosar de gente... Y tienen tanto éxito que no hacen envíos, lo pregunto todos los veranos para ver si me pueden mandar algo, pero imposible.
-Te brillan los ojos cuando hablas de comida –suspiró Rose.
-Alguien tiene que ligársela –sentenció Rodolphus con gravedad-. Mulci, ve tú, pídele ir al baile. Si dices que siempre está sola seguro que no tiene pareja.
-Mejor no... Ahora que lo dices es la chica a la que en quinto Crabbe invitó a Hogsmeade y le calentó tanto la cabeza que la plantó antes de llegar a la puerta.
-Qué cerdo –masculló Rose.
Rodolphus lo intentó convencer, pero no hubo suerte, así que tuvo que resignarse y pasaron a analizar otras posibles candidatas. Unos minutos después, Bellatrix volvió a la realidad:
-¡Eh, tú! ¡La de la esquina! –gritó sin obtener reacción- ¡Eleanor... Cómotellames!
Ante eso la chica alzó la vista. Tenía unos grandes ojos color avellana que hacían juego con su melena caoba rizada y su piel pálida. Su figura estrecha se ampliaba solo en el escote y era de estatura media. De hecho, se parecía bastante a Bellatrix.
-¿Quieres ir conmigo al baile?
Sus amigos la miraron como si se hubiese vuelto loca. Sin embargo en el rostro de Eleanor se formó una amplia y genuina sonrisa y respondió: "¡Claro!". Bellatrix asintió y dio el asunto por zanjado. "A mis padres les encantará" murmuró con una sonrisa burlona. Cerró los ojos y se volvió a evadir a un mundo en el que Grindelwald y Voldemort se batían en duelo por llevar su apellido.
No volvió a pensar en el baile hasta que dos días después llegó el correo. Estaban desayunando cuando dos grandes lechuzas aparecieron con un enorme paquete que les costaba sujetar. Lo soltaron sobre la mesa de Slytherin, delante de Bellatrix, que por reflejos ejecutó un protego. Se machó de zumo y comida toda la mesa menos ella. Era un paquete de casi medio metro de alto envuelto en un elegante papel de seda negra con adornos dorados. La estudiante creyó que se habían equivocado, pero la etiqueta llevaba su nombre. No había ninguna nota.
-¿Qué es eso? –preguntó Mulciber secándose el zumo de calabaza de la túnica.
-No tengo ni idea –respondió Bellatrix ejecutando varios conjuros para comprobar que fuese seguro.
-Quizá tus padres te han enviado un vestido para el baile –apuntó Rose.
-Esos no me envían un regalo ni muertos. Lo último fue un set de maquillaje cuando tenía diez años... Lo utilicé para arreglar los retratos de casa.
-No es ropa –aseguró Rodolphus alterado-, huele a comida.
Bellatrix, que seguía certificando que fuese inocuo, comentó que ella no olía nada. El resto tampoco. Pero Rodolphus sí. Entonces distinguió el monograma dorado de una B y una W que lucía el envoltorio. Sus ojos brillaron más que las miles de de velas que alumbraban el Gran Comedor.
-¡ES COMIDA! ¡Ábrelo, Bella, ábrelo! –empezó a suplicar ansioso- ¡Venga, Bella, ábrelo! ¡Bellaaa! ¡BEEELLAAA!!!
Lo único que le libró de recibir un crucio fue que alguien acudió a su esquina de la mesa.
-¡Hola, Bellatrix! –la saludó Eleanor sonriente- Veo que te ha llegado el regalo de mis padres. ¡Se pusieron supercontentos cuando les dije que alguien me había pedido ir al baile!
-Ah... -respondió la bruja sin saber qué decir.
-Si le enviamos una foto, mi padre me ha dicho que puede hacer que la pongan en el Profeta. Es muy amigo del editor.
-Vale... A mis padres les encantará –comentó Bellatrix.
-Perfecto entonces. Espero que te guste. Me voy ya que tengo Transformaciones, aunque con lo mal que se me da tanto da que vaya o no... -continuó su monólogo- Es que yo no necesito estudiar nada de eso, en cuanto termine trabajaré en la pastelería con mi padre. Ya lo hago todos los veranos y me encanta. ¡Se me da genial cocinar, soy muy buena novia! –concluyó guiñándole un ojo a Bellatrix- ¡Que vaya muy bien el día!
Tras eso, se marchó alegremente.
-Morgana, qué he hecho... -susurró Bellatrix- ¡Está más loca que yo!
Se había quedado paralizada, en absoluto acostumbrada a que nadie le hablase con esa alegría y confianza. El resto de slytherins ni siquiera la miraban: tal era el temor y el respeto que le tenían. Algunos la llamaban Medusa a sus espaldas porque si la observaban un segundo de más, podían darse por torturados. Pero al parecer a Eleanor le daba igual su fama. Rodolphus no aguantó más y desgarró el envoltorio. Los padres de Eleanor le habían enviado media docena de sus famosas empanadas de carne, tres pasteles de distintos sabores, una tarta personalizada con su nombre y emblema familiar y varias piezas de repostería. El aroma que los envolvía era delicioso y varios de ellos empezaron a salivar.
-Te quiero muchísimo, Bella –balbuceó Rodolphus a punto de llorar.
-¡Quieto, es todo mío! –le advirtió ella dándole un manotazo- Si yo soy la que se va a acostar con la pastelera, yo soy la que se va a comer esto.
-Eh... Bella... -comentó Dolohov.
-No tienes que acostarte con ella –completó Rose-. Es solo ir al baile juntas...
-Yo creo en las tradiciones: baile, cena y polvo, el pack es ese. Así que me acostaré con ella.
-Pero...
-¡He dicho que me acostaré con la pastelera y me acostaré con la pastelera! –sentenció Bellatrix zanjando el tema.
Salvo para Rodolphus, que seguía a lo suyo intentando atrapar algo:
-¡Cómo no se va a acostar con ella si le ha regalado todo esto! Ya os dije que Bloody Wonders jamás hace envíos. Y se lo pediste solo hace dos noches, menuda rapidez... ¡Por favor, Bella, por favor, dame algo, lo que sea!
-He dicho que no.
-Oh, ¡venga! ¡Te lo suplico, haré cualquier cosa por ti! –rogó casi de rodillas.
Era tan patético que Bellatrix no pudo aguantar más la risa.
-Está bien, Roddy, coge lo que quieras –suspiró.
El "Gracias" no se entendió bien porque Rodolphus ya tenía la boca llena. Mientras veía a su amigo devorar con más ansia que un gigante, tuvo la sensación de que alguien la observaba. Aguantó las ganas de mirar hacia la mesa presidencial. Que su profesor favorito se diese cuenta de que ella también era misteriosa (o al menos lo eran los regalos que recibía) y tenía vida más allá de él.
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