Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 79

Grindelwald no respondió a la carta de Dumbledore. No tenía nada que decirle y no iba a correr el riesgo de ser rastreado; era imposible, su sistema era infalible, pero conforme el conflicto se acercaba, sus paranoias se acrecentaban. Incluso con Bellatrix estaba más distante. Ella lo achacaba a sus preocupaciones y a que trabajaba casi dieciséis horas diarias. Dormir juntos era el único lujo que se permitía.

Un día a primeros de marzo, apenas había comenzando a asomar el sol, cuando Armin los despertó. El elfo de los Grindelwald jamás molestaba, era incluso más discreto y silencioso que el resto de sus congéneres (quizá porque su amo también lo era), así que verlo ahí no fue buen presagio. De mala gana por la interrupción en su privacidad pero también sorprendido, Grindelwald le preguntó que sucedía. La criatura respondió en alemán y Bellatrix comprendió algunas palabras. Su novio se lo explicó mientras se vestía a toda velocidad.

—Giz está haciendo una llamada urgente por la red flu internacional. Si se arriesga a llamarme con lo vigilada que está ahora esa red, es que es importante.

Bellatrix asintió aturdida, se acababa de despertar de forma abrupta y no le gustaban los sobresaltos a esas horas. En un parpadeo, Grindelwald había abandonado la habitación. Ella se quedó un rato más intentando centrarse. Por lo que sabía, Gizella estaba en Ámsterdam. Al ser una bruja de negocios, tenía también contactos por todo el mundo y siempre disponía de su propia conexión a la red flu internacional. Solía enterarse de las noticias antes que nadie. Por eso Bellatrix supuso que tenía algo que contarles. Y así fue.

Cinco minutos después, Grindelwald salió del salón y se cruzó a Bellatrix que había acudido en su busca. El rostro del mago siempre impasible lucía ahora una mezcla extraña de sentimientos. Se lo resumió a su novia antes de que preguntara:

—Voldemort ha atacado el Ministerio de Magia Británico, ha comenzado su guerra.

Bellatrix abrió los ojos sorprendida. Observó como Grindelwald acomodaba a Antonio en su abrigo, cogía varios trasladores y su capa de viaje y se preparaba para salir.

—¿A dónde vas? ¿Vas a participar? ¡Quiero ir contigo!

—No voy a ir, no es mi batalla. Que se maten entre ellos y eso que me ahorro. Solo busco información. Volveré en cuanto pueda.

Besó a Bellatrix con rapidez y se marchó sin darle tiempo a decir más. Quien sí debió de marchar con él fue Vinda, pues salió apresuradamente pocos minutos después. Bellatrix se quedó sola, todavía sin procesar lo ocurrido y altamente desconcertada.

—¡Armin!

El elfo apareció al momento. Bellatrix le preguntó con lo que sabía de alemán si había alguien más en el castillo y la criatura negó con la cabeza. Abernathy se había marchado un par de días antes a una misión y ahí no residía ningún otro aliado. No supo qué hacer. No tenía trasladores, si necesitase viajar lo haría con escoba o con los dragones, aunque de día resultaba demasiado arriesgado... Debería esperar a la noche. Tampoco estaba segura de a dónde ir, Grindelwald le había asegurado que él no iba a ir a Londres y regresaría pronto.

Como no se le ocurrió qué hacer, pasó el día practicando magia y escribiendo a sus contactos a ver si alguien podía contarle algo. Llegó la noche y nadie había regresado a Nurmengard. Salió de la fortaleza y se dirigió a los bosques donde moraban los dragones. Los observó durante varias horas, eso siempre la tranquilizaba. Ni Saiph ni ningún otro hicieron amago de querer viajar, así que lo tomó como una señal de que no era el momento. Cuando le entró sueño, durmió con ellos como cuando habitaban en los bosques.

Llegó la mañana, volvió al castillo y, a excepción del elfo, seguía desierto. Desayunó y volvió con los dragones. Una pareja acababa de tener crías y siempre venía bien una varita para ayudar a cuidar a los cachorros. Pasó el día muy entretenida con eso, aunque la angustia y la desesperación por no saber lo que estaba sucediendo iban creciendo. Y con ellas, la rabia hacia Grindelwald.

—¡Quién se cree que es para ningunearme así! ¡Llevo aguantándole todas estas semanas de mal humor, ayudándole con sus historias y ahora es incapaz de contar conmigo cuando llega la diversión!

Una de las crías de dragón la miró ladeando la cabeza y otro gruñó mientras le mordisqueaba un dedo; Bellatrix lo tomó como gestos de aprobación. Estaban todos de acuerdo.

Cuando de nuevo llegó la noche, Saiph se ovilló junto a la entrada de una gruta en uno de los picos más altos. Bellatrix se acomodó en el hueco que quedaba entre su cuerpo y su cola y contempló las estrellas. En eso estaba, cuando el lobo huargo de Grindelwald la informó con su voz de que ya había regresado y la esperaba en el salón.

—Ahora que espere él —murmuró Bellatrix.

Pensó en hacerle esperar hasta la mañana siguiente, pero tenía mucha curiosidad por lo ocurrido. Y también por montarle un buen numero por el abandono. Así que una hora después, le dio las buenas noches a Saiph y regresó al castillo.

Grindelwald estaba intacto, impasible y en absoluto sorprendido por su frialdad. Le resumió que, por lo que había investigado a través de varios informantes, Voldemort iba bastante bien gracias al apoyo de diversas bestias mágicas.

—¿Entonces va ganando? —preguntó Bellatrix.

—Sí, va ganando. Llevan tres días de batalla, hay enfrentamientos en las calles, muchos edificios destruidos y quienes no están luchando, están ocupados desmemorizando muggles.

—Eso es bueno, ¿no? —aventuró Bellatrix— Si él puede con Dumbledore, nosotros que tenemos muchos más seguidores...

—Voldemort tiene algo con lo que ni siquiera Albus contó —respondió el mago lentamente mirándola a los ojos.

—¿El qué? —insistió ella con tono todavía amargo.

—Un ejército de lisoviks.

Bellatrix tragó saliva.

—Ya sabes —continuó Grindelwald—, esos monstruos con forma de anciano y cuernos de macho cabrío que pueden provocar tormentas, arrancar árboles y endemoniar a pueblos enteros... Esos monstruos a los que tu amigo ruso Alejandro controla con plantas de alihotsy.

Bellatrix entendió al momento la actitud distante de Grindelwald y retrocedió inconscientemente.

—Bueno, habrá decidido prestárselos a Voldemort para ayudarle... —murmuró.

—Oh... ¿Y quién crees que ha podido ayudarle a tomar esa decisión, Bellatrix?

—¿Insinúas que he sido yo?

Él no respondió. Se acercó más a ella (que se mantuvo firme y se obligó a sostenerle la mirada) y sin previo aviso introdujo la mano en el bolsillo de su capa.

—¡Eh! —protestó Bellatrix molesta por la intrusión.

Fue tarde, Grindelwald ya tenía entre sus dedos el galeón encantado que le dio Voldemort; el galeón encantado con el que se comunicaba con Voldemort. El mago murmuró un conjuro de comprobación: en la superficie de la moneda apareció la fecha de la última vez que Bellatrix había modificado las inscripciones. Cinco días antes.

—Le avisaste de que era el momento —adivinó Grindelwald.

—Yo no...

—Hazme el único favor de no insultar a mi inteligencia negándolo.

Bellatrix guardó unos segundos de silencio. No podía haber deducido que se comunicaba con Voldemort solo porque los monstruos del ruso le estuviesen apoyando... Además, la actitud distante había sido previa a la guerra en Inglaterra. Grindelwald debió de sospechar por dónde circulaban sus pensamientos, porque se lo aclaró:

—Lo sabía, por supuesto. Sabía que le apoyarías a él. No hasta hace unos meses, quise creer que de verdad le habías abandonado, que podías amarme únicamente a mí... ¿Recuerdas el día siguiente al de Navidad? Estaba leyendo el cuaderno que me regalaste y tuvimos una conversación durante la cual tuve una visión.

Bellatrix lo recordó: él no quiso contarle de qué se trataba, solo le dijo que algo referente a la guerra.

—Te vi apoyándole. No ahí, no en persona, pero sí sentí que te comunicabas con Voldemort, le comunicabas mis movimientos y le aconsejabas sobre su guerra. Quise creer que era otra visión errónea. Estaba seguro de que no recibías lechuzas suyas ni hablabais de forma alguna... Entonces recordé que el día en que casi nos mata, te entregó el galeón por si decidías unirte a él. Y lo hiciste. Nunca necesitaste tomar la marca, tú siempre has sido una mortífaga.

En eso último, Bellatrix estaba de acuerdo. El resto también verdad y no tenía sentido negarlo. Así que únicamente preguntó:

—¿Y qué vas a hacer?

Grindelwald la contempló en silencio, intentando buscar en sus ojos alguna pista de lo que se fraguaba en su mente. Pero no la halló. Bellatrix siempre fue buena mentirosa.

—Matarte.

—No serías capaz —respondió Bellatrix, que sabía que mentía por el colgante y porque lo conocía.

—Deseo serlo con todas mis fuerzas —manifestó él—. Dime al menos por qué lo has hecho, creo que merezco eso. Supongo que sigues firme en tu creencia de que no vale con condenar a los muggles, también los sangre sucia deben perecer... ¿Pero merece la pena traicionarme por ello? Sabes que has jugado con ventaja, te he querido de verdad.

—¿Me has querido? ¿Ya no? —preguntó Bellatrix con lentitud— ¿Y crees que yo no te he querido?

Grindelwald la observaba en silencio sin contestar. No llevaba su varita en la mano, pero tampoco la tendría muy lejos... Viendo que no iba a obtener respuesta, Bellatrix se quitó el anillo con el que le pidió matrimonio.

—¿Quieres que te lo devuelva?

—No. Te dije que era tuyo y es tuyo. Soy un hombre de palabra.

Ella volvió a ponérselo, no deseaba devolverlo. Pasaron los segundos y les siguieron los minutos. Antonio sobrevoló la sala con su alfombra voladora, pero al ver lo tenso de la situación, dio media vuelta y desapareció. Ellos dos siguieron mirándose. Hasta que al final, la coraza de frialdad de Grindelwald se agrietó y le volvió a preguntar, esta vez con el dolor patente en la voz:

—¿Qué he hecho mal? ¿Por qué le has elegido a él? ¿O acaso nunca tuve ninguna posibilidad?

—Era la única forma.

—¿De qué?

—De ganar.

—Voldemort no podrá derrotar a Albus, tenlo por seguro. Será al revés, con horrocruxes o sin ellos, Albus acabará con él.

—No —respondió Bellatrix llanamente.

—¿No? ¿Crees que Voldemort tiene alguna posibilidad?

—No. Creo y necesito que seas tú quien lo mate.

Grindelwald no mostró sorpresa por el nuevo giro, pero al final le preguntó a qué se refería. Bellatrix expuso su plan:

—Dales un par de días más. Los lisoviks de Alejandro son complicados de derrotar, excepto Dumbledore y un puñado de aurores, pocos magos más podrán hacerlo. Los americanos apoyan a Gran Bretaña, pero no tanto como para inmiscuirse en sus guerras; lo mismo con el resto de aliados que tengan en Europa, ningún país necesita más problemas. Así que estarán solos.

—Albus se centrará en proteger a la gente, no luchará hasta que no quede otra opción.

—Mejor aún. En un par de días, Voldemort irá ganando de forma amplia y en Inglaterra estarán desesperados. En ese momento, vamos y los matamos. Saiph y yo acabamos con los lisoviks en cinco minutos y tú matas a Voldemort. No le quedan horrocruxes, los destruí todos.

—¿Y qué? ¿Fingimos estar de parte de Albus?

—Ni por asomo. No fingimos nada, exponemos la situación: somos la única opción. Una vez derrotado Voldemort y viendo que lo hemos logrado nosotros cuando ni el Ministerio es capaz, sus seguidores se unirán a nosotros. Y del bando contrario... muchos se rendirán, no querrán otra guerra con un enemigo al que claramente no pueden derrotar. Puedes dar uno de tus discursos si quieres, aclarar que eres muy distinto a Voldemort y quieres la estabilidad que solo se logrará con tu visión... Eso ya como prefieras.

—Todavía quedará Albus.

—Sí, será su última opción... Y será entonces cuando tengas que matarlo. Como bien dijiste, cuando lo consigas, con o contra su voluntad, el mundo entero se plegará ante ti.

Se miraron a los ojos de nuevo en un silencio que se prolongó casi un minuto. Grindelwald comprendió que lo había planeado bastantes meses antes; probablemente desde que él le dijo que necesitaba ganar el favor de Gran Bretaña, pues América actuaría como indicaran los ingleses.

—¿Qué le dijiste a Voldemort?

—Que seguía creyendo en su visión y le mandaría aliados a cambio de que protegiera a mi familia. Como no le costaba nada, no tuvo quejas. Le pedí a Alejandro que mandase ahí a sus monstruos y él obedeció. Eso hizo que Voldemort recuperase su fe en mí, pero tampoco hemos vuelto a hablar. Cuando le avisé de que llegarían los lisoviks protegió la mansión Black y declaró la guerra. Y en eso debe estar.

—¿Por qué me lo ocultaste? ¿Por qué lo hiciste todo a mis espaldas?

—Porque estabas ocupado... y no me lo hubieras permitido.

—Yo siempre...

—No hubieses permitido que contactase con Voldemort y lo sabes. Ni siquiera con Alejandro, el ruso al que quisiste matar varias veces solo porque me dio las buenas tardes...

—Te invitó a visitarlo a San Petersburgo donde habilitaría para ti el Palacio de Invierno y te regalaría todos los esclavos que desearas. También alabó tus ojos y tu pelo y todo esto nada más conocerte. Eso es bastante superior a darte las buenas tardes.

—Joder, qué memoria tienes... —masculló Bellatrix.

—Deberías habérmelo contado.

Bellatrix ladeó la cabeza y puso su cara de cachorrito triste. Grindelwald desvió la vista evitando mirarla. La chica pensó en defenderse, en alegar que deseaba ayudarlo y le daba miedo que saliera mal. Pero optó por atacar:

—Tú deberías haber confiado en mí, no creer tan fácilmente que te había traicionado.

—¿Qué hubieses creído tú con los indicios de los que disponía yo?

—Que... que... ¿Que me estabas preparando una fiesta sorpresa?

Grindelwald la miró alzando una ceja con escepticismo. Bellatrix optó por abandonar la frialdad y la impostada seguridad:

—Gellert, estamos en guerra. No va a pasar, pero podríamos morir... No quiero estar mal contigo. Quiero que confíes en mí y... necesito que me quieras.

La respuesta no tardó mucho: "Sabes que te confiaría mi vida y nunca podría dejar de quererte" murmuró el mago atrayéndola junto a él y abrazándola. Bellatrix se refugió en sus brazos y cerró los ojos. Eso era incluso mejor que una guerra. Estuvieron así hasta que la chica preguntó:

—¿A ti lo de discutir también te ha puesto cachondo o solo soy yo?

—Eres solo tú, por supuesto —respondió él altivo—. Pero me voy a sacrificar y te voy a hacer el favor. Me debe una, señorita Black.

Antes de que Bellatrix pudiera protestar ante esa mentira del tamaño de Hogwarts, Grindelwald ya la estaba besando y los había desnudado a ambos con un hechizo no verbal. Se olvidaron de batallas, enemigos y traiciones, solo se necesitaban el uno al otro y no había nada más que desearan en ese momento.

Durante casi dos días fue así. Pero al final, hubieron de prepararse: Grindelwald contactó con sus aliados para avisarles de sus movimientos y Bellatrix se reunió con Saiph para ver si estaba preparado. Esa madrugada, empezaron el viaje que cambiaría sus vidas.

—Ten mucho cuidado —advirtió Bellatrix.

—Siempre lo tengo. Nos vemos ahí, Bella. Que tengáis buen viaje.

La chica asintió y Saiph rugió. Besó a Grindelwald, trepó al lomo del dragón y este alzó el vuelo. Tras él, volaban media docena de sus compañeros, los más beligerantes; el resto prefirieron quedarse en los Alpes, les encantaba aquel lugar. Grindelwald observó sus siluetas alejarse. Él mismo había ejecutado los conjuros para protegerles los ojos, el único punto vulnerable de los dragones. Cuando desaparecieron, ofreció su brazo a Vinda:

—¿Preparada?

—Desde hace años —sonrió la francesa.

—¿Y tú, criminal?

Antonio, con su alfombra enrollada entre sus patas, saltó al bolsillo de Grindelwald. Así, tomaron el traslador y partieron a un Londres que poco se parecía al que el profesor conoció cinco años antes.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro