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Capítulo 76

Uno de los sillones del despacho de Bellatrix giró lentamente y en él, acomodada cual reina, estaba Eleanor. Por desgracia el sillón cogió impulso y siguió girando hasta que Bellatrix lo frenó. Mareada, Eleanor saltó a tierra y la abrazó. Bellatrix la abrazó también con fuerza, hacía meses que no veía a su mejor amiga y, ahora que tenía a Grindelwald, ella era a quien más echaba de menos. En medio del abrazo, Sweeney se dejó caer y aterrizó sobre ellas. El escarbato se frotó afectuosamente contra Bellatrix, recordaba que fue ella quien le salvó y le entregó a su dueña. La bruja le acarició la cabecita.

—¡Qué hacéis aquí! ¿Cómo habéis llegado?

—Tu novio nos invitó. Tenías razón, le queda superbien el pelo así. No sé cómo es posible que esté más bueno que hace cinco años... pero lo está.

—Pero, ¿cuándo lo has visto? —inquirió Bellatrix emocionada y desconcertada.

—Esta mañana, ha venido a buscarme al spa.

—¿Qué spa?

—¡El mejor hotel-spa del mundo! —exclamó Eleanor exaltada— Está en Galtic, un pueblo mágico a las afueras de Viena.

—¿Qué hacías ahí? —preguntó Bellatrix ansiosa.

—Espera, te lo explico desde el principio —murmuró Eleanor acomodándose en el sofá.

Bellatrix se sentó a su lado con Sweeney en su regazo y la joven empezó su relato:

—Este año no íbamos a hacer nada por Navidad. Mis padres están agotados, han tenido mucho trabajo y solo querían descansar unos días. Suelen irse a algún sitio bonito, pero ya te digo que este año no han tenido ni un día libre para buscar un viaje. Yo a veces voy con ellos y otras me quedo con la persona con la que esté saliendo en ese momento... Pero como los vampiros no celebran la Navidad, descarté a Julia. Por cierto, te manda saludos.

—Vale, bien. Sigue, sigue —respondió Bellatrix impaciente.

—Hace unas semanas a mi madre le llegó una invitación para pasar las Navidades en el mejor hotel mágico austriaco con spa, tiendas y restaurante de lujo en Galtic. Era un regalo de Grindelwald.

Bellatrix abrió los ojos sorprendida, no tenía ni idea de aquello.

—La única condición era que yo me tenía que quedar en su castillo para estar contigo; lo cual hizo muy felices a mis padres, porque podían tener unas buenas vacaciones lo suficientemente cerca de mí para celebrar juntos el día de Navidad, pero sin tener que aguantarme todos los días. Me quieren, pero a veces se cansan de entretenerme —comentó Nellie divertida.

—Entonces, ¿te quedas estas dos semanas? —preguntó Bellatrix ilusionada.

—¡Sí! Llegamos ayer al hotel y pasé todo el día en el spa. Hoy tu novio me ha venido a buscar y me ha traído aquí. ¡Me ha aparecido y no me he mareado nada! ¡No sabía que fuese tan buen mago!

Bellatrix se echó a reír y confirmó que se rumoreaba por ahí que Grindelwald era buen mago. Estaba profundamente emocionada de que hubiese hecho eso por ella, que hubiese pagado las vacaciones a la familia de su mejor amiga para hacerla feliz. Jamás pensó que nadie haría algo tan generoso por ella.

—¡Esto es impresionante! —exclamó Eleanor cuya vista oscilaba de un lado a otro.

—¿El castillo? Sí, el paisaje es...

—¡No, no! El paisaje bien, pero lo impresionante es tu vestido —la interrumpió Eleanor acariciando el terciopelo.

—Me lo regaló Gellert, lo diseñaron para mí las hadas oscuras de los bosques de Bucarest —sonrió Bellatrix.

—Maldita sea, tenía que habérmelo ligado yo... —masculló su amiga.

Bellatrix se echó a reír. Le pregunto si había desayunado y Eleanor negó con la cabeza.

—Estupendo, yo tampoco. Vamos al comedor y...

—¡Primero quiero ver mi habitación! Mi cuñado me ha dicho que me han preparado una.

—Ah... Pues no lo sé, yo no tenía ni idea de esto... Espera... ¡Armin!

El elfo de los Grindelwald apareció. Bellatrix no solía llamarlo nunca: la criatura solo hablaba alemán y eso era una barrera importante. Aún así, su amo debía de haberle dado indicaciones, porque sin esperar la petición, les indicó con un gesto que lo siguieran.

Mientras recorrían los sinuosos pasillos, Bellatrix intentó enseñarle a su amiga las tres palabras básicas para pedirle cosas a Armin, pero Eleanor no tenía interés en ello. Llevaba demasiados meses sin cotillear y cualquiera era buen tema:

—El otro día Duler me pidió permiso para quizá en el futuro quedarse embarazado.

—¿¡Perdón!? —inquirió Bellatrix asqueada.

—¡Quiere tener hijos con tu elfina Didi! —exclamó Eleanor divertida— Pero a largo plazo, de momento se están conociendo. Tienen unos doscientos años cada uno, no se van a meter prisa ahora...

—No entiendo por qué te hace tanta gracia, esto es rarísimo, ni siquiera sabía que los elfos pudieran... hacerlo.

—¡Oh sí! Y se quedan embarazados los varones. Eso debería ser así siempre.

—Vamos a hacer como si este tema no hubiese existido. Has creado imágenes en mi mente que ningún pensadero va a lograr eliminar —respondió Bellatrix sintiendo un escalofrío.

El tema de la cópula élfica se cortó ahí: Armin se detuvo ante una habitación en el pasillo contiguo al de Bellatrix y Grindelwald. Abrió la puerta con un chasquido de dedos y tras indicarle a Bellatrix que le avisara si necesitaba algo, desapareció.

Pese a que llevaba varias semanas viviendo en Nurmengard, a Bellatrix todavía le quedaban decenas de cuartos por explorar. De cualquier modo, ese dormitorio no se parecía a ninguno de los que había visto: paredes en púrpura con cortinas de seda negra, muebles lacados en negro y una intricada lámpara de araña de oro. La cama era grande y alta, con dosel y muchos almohadones de pluma. Eleanor lo contempló todo fascinada y al poco exclamó:

—¡Es el mejor cuarto del mundo! ¡Quiero quedarme a vivir aquí!

—Me encanta tu entusiasmo, Nell —sonrió Bellatrix.

—¡Es que es verdad! ¡Mira, hasta Sweeney está feliz!

La felicidad del escarbato consistía en correr de un lado a otro buscando la forma de alcanzar la lámpara dorada. A Bellatrix le hacía mucha ilusión enseñarle el castillo, presentarle a los dragones, volar con ella por los Alpes... pero sospechó que le iba a costar sacarla de ahí. Iba a proponerle la visita guiada cuando su amiga profirió un nuevo chillido. Venía de una puerta lateral que imaginó que era el vestidor. Así era. De él colgaban una docena de exquisitos vestidos absolutamente perfectos para Eleanor. Bellatrix sospechó que Vinda debía de haber sido la encargada de preparar aquello.

—Quiero casarme con Grindelwald —sentenció Eleanor babeando ante cada prenda.

—Yo me casaré con él —corrigió Bellatrix, pero su amiga no la escuchó.

—Me parezco a Bella —murmuraba para sí misma—, quizá si hago poción multizumos de esa puedo engañarlo y quedarme con él para que me compre vestidos y mansiones y...

Aquello empezó a preocupar a Bellatrix; aunque poco peligro había con alguien que ni siquiera conocía el nombre correcto de la poción... Aún así se acercó a su amiga y la miró a los ojos:

—Tú te quedas los vestidos. Yo a Gellert. ¿Comprendido?

La joven refunfuñó y al final asintió. Bellatrix le ofreció enseñarle el castillo, pero Eleanor tenía prioridades:

—¡Antes me tengo que probar toda esta ropa!

Lo hizo. Se probó cada vestido, cada capa y cada accesorio del vestidor. Mientras, el revoltoso Sweeney correteaba por todas partes intentando introducir en su bolsa cuantos más objetos brillantes pudiera. Bellatrix los contempló divertida, pensando que eran sin duda la pareja perfecta. A su amiga todos los vestidos le sentaban como hechos a medida y eso la hizo todavía más feliz. Cuando por fin terminó, Eleanor lucía un vestido con el que perfectamente podría haberse casado, pero Bellatrix la conocía de sobra como para intentar hacerla cambiar de opinión. Así que hicieron la visita guiada de esa guisa.

Disfrutaron correteando de un lado a otro del castillo durante varias horas, a Eleanor le encantó cada rincón y Bellatrix seguía descubriendo estancias y pasadizos que nunca había visitado. A la hora de comer le presentó a Vinda y a Abernathy. La francesa la saludó con exquisita cortesía mientras escuchaba su incesante parloteo; Bellatrix sospechó que en su interior se estaba preguntando si todo estaba bien en la cabeza de Eleanor. Abernathy babeó por ella desde el primer momento. Pasó toda la comida pidiéndole que le contara cosas sobre su pastelería, su trabajo, sus aficiones y cualquier tema que le interesara. A la invitada le encantaba hablar, así que le complació con gusto.

—No me importaría tirármelo —fue la valoración que Eleanor le hizo a Bellatrix cuando se despidieron de ellos—. Tu tía es algo rarita, pero su ropa es fabulosa.

Bellatrix rio y no le pareció mal. Por la tarde salieron a los bosques y le presentó a Saiph y al resto de dragones. Eleanor los contempló con fascinación, casi con la misma con la que había analizado los vestidos... casi. Cenaron en uno de los balcones, con los hechizos de calor que Grindelwald le había enseñado a Bellatrix. Y por la noche salieron a ver las estrellas; más bien Bellatrix miró las estrellas mientras su amiga parloteaba sobre los cotilleos retrasados. Cuando se pusieron al día, Eleanor murmuró:

—¡Uy, qué frío hace aquí!

—Pero si he usado los hechizos de...

—Estoy acostumbrada a trabajar en un horno y sudar como un pollo, pasar frío es antinatural en mí —comentó Eleanor sonriente—. ¿Vamos a la camita?

—Claro —respondió Bellatrix.

Se dio cuenta de que con cada persona tenía unos rituales y debía cumplirlos: con Grindelwald contemplaban las estrellas y con Nellie cotilleaban en la cama. Amaba ambos planes. Fueron a la habitación de invitados, se cambiaron de ropa y se acurrucaron juntas.

—Ven aquí, pequeñín —llamó Eleanor a su escarbato—. Está acostumbrado a dormir conmigo, no te importa, ¿verdad?

—Claro que no —sonrió Bellatrix revolviéndole el pelaje—, pero que no se entere Antonio, se pondrá celoso.

Sumergidas bajo varias mantas, empezó el interrogatorio:

—¿Cuándo os casáis?

—No sé, sigo sin tener prisa, solo quiero estar con él.

—Sí, eso está muy bien... Pero Mr. Sexy es muy rico y cualquiera puede...

—No me interesa su dinero, Nell.

—No, claro, te interesan su trasero y su supervarita, pero aún así...

—¡Nellie! —protestó Bellatrix entre risas.

—¿Te lo ha pedido? ¿Lo habéis hablado?

—No, desde que volví no hemos tocado el tema. Pero es que está muy centrado en sus planes, prefiero que acabe con eso antes de distraerse con bodas y fiestas...

—Está bien... Supongo que tiene sentido. Además, sabe que lo asesinaré si se acuesta con otra así que...

—Nell, soy yo la que está acostada con otra en este preciso momento —replicó Bellatrix divertida.

—¡Pero no es "otra"! ¡Soy yo! ¡La incomparable Eleanor, dueña del mundo y del universo!

—No puedo rebatir ese argumento. Buenas noches, escarbato.

—¡Buenas noches, Bella! —exclamó abrazándola con cariño— Buenas noches, mi pequeño ladroncito.

Bellatrix escuchó a Eleanor darle a Sweeney su beso de buenas noches. Pese a todas las joyas y vestidos bonitos, el mejor regalo que le habían hecho era su mejor amigo.

El resto de la semana desarrollaron todo tipo de actividades: investigaron el castillo, salieron a volar entre las montañas, pasaron un par de días en el hotel-spa en el que se alojaban los padres de Eleanor y cotillearon sobre todos los temas existentes. Bellatrix adoraba a su amiga y disfrutaba mucho con ella, aún así no podía evitar cierto temor: no saber si Grindelwald estaba bien o si le habría sucedido algo con los vampiros le quitaba el sueño. Se suponía que era una reunión cordial para establecer alianzas, pero esas criaturas eran muy impredecibles.

No podía enviarle cartas, no era seguro, así que no tenía forma de saber de él. Ya no ansiaba que volviese antes del día de Navidad, le bastaba con que regresase sano. Pero se esforzaba en disimular ante su amiga, quien no paraba de bromear para hacerla reír.

—¡Podemos decorar esto por Navidad!

—No creo que a Gellert le haga mucha gracia... Y sinceramente a mí tampoco, Nell, no me gusta la Navidad.

—¡Pero a mí me hace ilusión! —exclamó la chica.

—Bueno, entonces lo hacemos... Pero no tenemos adornos ni nada...

—¡Entonces tenemos que ir a comprar! Podemos ir al pueblo ese con la boutique esa tan grande...

—¿Lo de decorar es una excusa para ir de compras? —inquirió Bellatrix frunciendo el ceño.

—¡Uy, no se me había ocurrido! Pero si te hace ilusión, vamos de compras, ¡claro que sí! Coge tu escoba, prefiero montar contigo, si no me canso más y luego no me puedo probar tanta ropa.

Bellatrix se echó a reír al comprobar una vez más lo manipuladora que era su amiga. Pero aceptó. Camufladas con varios conjuros, volaron hasta el pueblo que le había gustado a Eleanor. Al día siguiente se quedaron en el castillo para descansar... cada una a su manera.

—¡Hola, Sweeney! ¿Qué haces aquí?

El escarbato nunca visitaba la sala de entrenamiento a la que Bellatrix acudía todas las tardes (esa rutina no la perdonaba). Eleanor en ocasiones la acompañaba y otras se quedaba conversando con Vinda sobre moda o con Abernathy sobre cualquier tema. En esa ocasión, la pastelera no estaba con ella, así que no entendía por qué su escarbato sí. Lo cogió en brazos y él frotó la cabeza contra su cuello. Cuando en uno de los despachos se encontró a Vinda sola, sospechó por qué Eleanor había mandado con ella a su mascota: no deseaba que Sweeney viera a su madre hacer cosas traumáticas. Solo a Abernathy le quedarían traumas.

—Pobre diablo, se nota que la adora y Nellie solo quiere divertirse un par de tardes —comentó Bellatrix.

Salió con Sweeney a los bosques a saludar a los dragones. Cuando en la cena se reencontró con su amiga, esta le comentó que había pasado una tarde muy entretenida con el mago americano. Bellatrix no quiso detalles.

El día veintitrés Eleanor habló con sus padres por los cuadernos bidireccionales que ella y su madre siempre llevaban. Como querían celebrar juntos la cena de Navidad, quedaron en que la tarde siguiente el matrimonio acudiría a Nurmengard. Bellatrix conectaría temporalmente la chimenea a la suite de su hotel.

—Voy a hacerlo ya para tenerlo listo para mañana —comentó Bellatrix esa tarde—. La red flu de estos países es más compleja que la de Inglaterra.

—Muy bien, cielo —respondió Eleanor que estaba eligiendo el menú.

Mientras Bellatrix peleaba con los complejos conjuros de la chimenea, Armin apareció en el salón y se dirigió a ella. Le dijo algo en alemán de lo que la bruja solo comprendió dos palabras: "Amo Grindelwald". Fue suficiente para que saliera corriendo. Le faltaban todavía cinco escalones cuando el mago oscuro, que acababa de llegar, alcanzó el pie de la escalera. Se lanzó sobre él sin pensarlo. Grindelwald la atrapó y la abrazó sin ningún esfuerzo. Sospechando cuál había sido su temor, murmuró:

—Estoy bien, Bella, todo ha ido bien. Te prometí que vendría a tiempo.

Bellatrix se separó ligeramente escrutando su rostro para asegurarse de que decía la verdad. Cuando confirmó que así era, deslizó las manos a su cuello y le quitó el elegante pañuelo.

—Ni un solo mordisco... —comentó Grindelwald fingiendo tristeza— Creo que deberíamos remediarlo.

Bellatrix rio y le besó.

—¿Y Antonio? —preguntó cuando se separaron por fin.

—Lo he dejado en el bosque, ha venido hambriento. Rodeado de vampiros no ha tenido acceso a mucha sangre: se la quitaban toda. Pronto tendrá frío y vendrá. Disfrutemos hasta entonces de la paz de... ¿Qué diablos es esto?

Del botón del puño de la chaqueta de Grindelwald colgaba algo. Algo vivo y con nombre propio.

—Es Sweeney, el escarbato de Nellie —los presentó Bellatrix divertida.

—No soporto a mi mascota como para soportar a las del prójimo —masculló el mago intentando sacudírselo.

Como no lo consiguió, se rindió: con un gesto de varita duplicó el botón dorado de su chaqueta y se lo entregó al animal. Sweeney no lo aceptó, sino que se deslizó por su brazo hasta alcanzar sus hombros y después su cuello. Bellatrix se echó a reír al ver cómo el animal se abrazaba a él con desmesurado afecto.

—¡Le gustas! —exclamó— ¡Quiere estar contigo, tienes un don con los animales!

El mago intentó negarlo y librarse del animal; fracasó en ambos frentes. Miró a su novia y suplicó:

—Mátame, Bellatrix. Te lo pido como regalo de Navidad.

La chica iba a responder, pero entonces apareció Eleanor:

—Vaya, vaya... No te basta con robarme a mi más mejor amiga, también quieres a mi hijo... —comentó altiva.

—Oh, sí, ¡yo soy quien lo está robando! —replicó Grindelwald alzando los brazos para demostrar que ni siquiera lo estaba tocando.

Eleanor se acercó e intentó recuperar a Sweeney. No fue posible. El animal estaba muy feliz con su nuevo amigo.

—Está bien, te dejo que seas su canguro, pero solo porque me conseguiste todos esos vestidos bonitos.

—Cortesía de Vinda. Si de mí dependiera, hubiese dispuesto usted del uniforme de la planta de sanación mental del hospital.

—¿Por qué? —preguntó Eleanor extrañada— No quiero ser sanadora.

Antes de que Grindelwald pudiera replicar que su rol sería el de paciente, Bellatrix los interrumpió para evitar la disputa:

—¿Podrías mirar la chimenea, Gellert? Quería conectarla con la suite del hotel de los padres de Nellie para que vengan a cenar mañana, si te parece bien, pero me está costando entender cómo funciona...

—Ahora se lo encargo a Armin. Tengo que ponerme al día con Vinda, puedes seguir con tu inefable amiga.

Bellatrix asintió. Aunque Vinda hubiese elegido la ropa, las órdenes estaba muy claro quién las daba. Pero Grindelwald preferiría la muerte a reconocer sus buenas acciones. Al igual que quería que su novia disfrutase con su mejor amiga (sabía que la había añorado) y no deseaba entrometerse. Bellatrix se acercó a él y le pasó los brazos por el cuello.

—De acuerdo, pero esta noche me lo cuentas todo —le pidió.

Grindelwald asintió y la besó en la mejilla. Eleanor los contemplaba con una enorme sonrisa. Cuando se separaron, el mago carraspeó y le indicó a la invitada:

—¿Tendría la bondad de liberarme de esto?

Lo intentaron. Eleanor y Bellatrix intentaron recuperar a Sweeney, pero ni con palabras, ni con mimos, ni con objetos brillantes fue posible.

—Nunca creí que mi don para conquistar a cualquier criatura se volvería contra mí —masculló el mago alejándose por el pasillo con el escarbato sobre su hombro.

—Vamos a buscar a Antonio —murmuró Bellatrix—. Como encuentre a Sweeney con Gellert, lo asesinará, es muy celoso.

Eleanor asintió, no deseaba que le sucediese nada a su escarbato. Aún así, estaban siendo unas Navidades maravillosas.

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