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Capítulo 67

No les permitieron pagar en el restaurante: en cuanto se corriera la voz de que la pareja de moda había cenado ahí, les lloverían las reservas. Grindelwald estaba acostumbrado a ese trato; Bellatrix también, pero por amenazas y temor, no por respeto y admiración. El cambio le resultó extraño (y no enteramente satisfactorio). Decidieron dar un paseo junto al río para disfrutar de la calma nocturna.

—Creo que deberíamos de ir a la cita con tu querida Eleanor.

—Sigo enfadada con ella... Creo —murmuró Bellatrix.

—En una semana volverá a Hogwarts y no debería hacerlo mientras estés enfadada con ella.

Bellatrix frunció el ceño. Grindelwald tenía razón, ella también lo sentía así, pero sospechó que había algo más. Le preguntó por qué ese repentino interés en ir a la fiesta. Él puso una sonrisa falsamente inocente y al final lo reconoció:

—Siempre he querido aliados vampiros.

—Le sacas provecho a todo, ¿eh? —masculló Bellatrix.

—Y que lo digas. Pensé que de Hogwarts no iba a sacar nada positivo y aquí estamos —sonrió él— ¿Quieres ir entonces?

—Vaale... —aceptó Bellatrix finalmente— Pero vamos andando, tras el día tan raro que llevo prefiero que me dé el aire.

—Yo también, gracias a tu tía. ¿Qué clase de demente llama 'té' a una mezcla de whisky, ron y ginebra?

—Sigue siendo mejor que las porquerías que bebías antes de conocerme —sonrió ella.

—Antes de conocerte... Qué época tan oscura, los treinta y siete años más terribles de mi vida.

Bellatrix puso los ojos en blanco ante el impostado dramatismo, pero no le importó porque sentía que había verdad en sus bromas. Sin previo aviso, él la tomó por la cintura y la besó. En medio de la calle, con transeúntes pasando a su lado sin entender lo difícil que había sido encontrarse para dos almas tan oscuras. Se interrumpieron cuando Antonio asomó en el bolsillo de Grindelwald y Bellatrix decidió que estaba celoso. Ante la desesperación del mago, lo besó a él también.

—Me supone un profundo dolor hacer esto, pero creo que es lo mejor: te regalo a Antonio. Quédatelo —sentenció Grindelwald tendiéndole al animal.

—¡Oh, muchísimas gracias! —exclamó Bellatrix viendo como el mago se emocionaba— Peeero... jamás separaría a mi pareja favorita, soy cruel, pero no tanto. El gran amor de Antonio eres tú.

—Maldita sea —masculló el mago viendo como el animal volvía a colgarse de su cuello.

—¡Te salvó la vida!

—¡Y cuánto tiempo debo pagar esa deuda! —exclamó Grindelwald— Yo lo he mantenido con vida muchos años sin él hacer nada para merecerlo.

—¿Recuerdas la primera vez que hablamos los dos solos, la primera vez que me tocaste?

—Sí.

—¿Y recuerdas que...?

—Vale, ya sé a dónde vas —refunfuñó Grindelwald.

Fue aquel día en que él la ayudó a estudiar su aura mágica junto al Bosque Prohibido. Estaba buscando a su mascota que se había acomodado con Bellatrix. Fue Antonio quien consiguió que se acercase a ella fuera de clase. Y conociendo a ese animal, quizá fue intencionado... "Está bien, has salvado el pellejo una vez más" masculló Grindelwald acomodando a Antonio de nuevo en su bolsillo. Le pasó un brazo por la cintura a Bellatrix y continuaron caminando.

Estaban ya cerca del club cuando un hombre se quedó mirando al mago oscuro. La bruja agarró la varita bajo su manga por si precisaba una solución rápida.

—¿Grindelwald? —inquirió este.

—Novak, cuánto tiempo —respondió Grindelwald en alemán.

Eso fue lo único que comprendió Bellatrix, el resto de frases escaparon a su entendimiento. Dedujo que ambos magos se conocían, porque se dieron un apretón de manos y conversaron con interés. Enseguida Grindelwald se lo presentó:

—Este es Luka Novak, un compañero de Durmstrang. Es de Eslovenia, habla inglés lo mismo que yo sirenio, pero es un tonto útil de buena familia —le explicó sin dejar de sonreír.

Seguidamente, en su idioma, le aclaró a Novak que Bellatrix era su novia. Ella murmuró una de las frases de presentación en alemán que había aprendido y Novak respondió en inglés con más entusiasmo que acierto. Los dos magos continuaron hablando unos minutos. Bellatrix trató enterarse de la conversación. De Novak no entendía casi nada, pero de Grindelwald sí que captaba algunas palabras. Comprendió que él tenía un cargo importante en el Ministerio alemán y le interesaba conocer los planes de Grindelwald. Cuando escuchó la palabra "vampir" en boca del esloveno, dedujo que él también iba al club de vampiros. Grindelwald la puso al día:

—Él también va al Fangtasia, al parecer hay un congreso de vampiros en Londres este fin de semana y los más viejos y poderosos están aquí. A muchos magos les interesa hacer tratos con ellos.

—Ah, pues dile que nos acompañe.

—¿Seguro? Puedo deshacerme de él —respondió Grindelwald mientras Novak los miraba sonriente.

—Mmm... Esa idea me pone mucho... —murmuró ella— Pero déjalo para más tarde.

Grindelwald camufló su sonrisa y los tres se pusieron en camino. Novak intentó hablar en inglés para integrar a Bellatrix, pero la chica solo quería que se callase y escuchar lo sexy que era el acento alemán de su novio. De todas maneras, Grindelwald intervino poco: estaba tan centrado en acariciarla y susurrarle burlas sobre Novak que apenas le prestaba atención a él.

Pronto llegaron a la bulliciosa Shaftesbury Avenue. El número 137 correspondía a una discoteca de varias plantas. A la entrada del local, una mujer rubia vestida de cuero examinaba a cada cliente y le indicaba a qué planta acceder. Bellatrix supo por su aura mágica que era vampira.

—¿Magos, verdad?

—¿Cómo lo sabe? —inquirió Novak con curiosidad.

—Vuestra sangre. Huele muy bien —respondió ella con una sonrisa burlona—. Bajad al sótano, esa puerta de ahí.

Se trataba de una puerta mágica camuflada en la pared que solo aparecía ante los magos. Bellatrix le preguntó si alguna vez mandaba a algún muggle al sótano.

—Eso contravendría las leyes de convivencia de seres mágicos —comentó la vampira con tono monótono—. Aunque si algún muggle despistado se equivoca... nadie rechaza la comida gratis.

Bellatrix rio y comentó que acudiría al local con más frecuencia. La vampira le guiñó un ojo e hizo pasar a los siguientes. Ellos tres bajaron por unas escaleras de piedra en cuyo pie un letrero de neón indicaba "Fangstasia". Bellatrix había estado en un par de bares frecuentados por vampiros, pero nunca en uno diseñado por ellos. Su estilo era más parecido al de los muggles, pero aún así le gustó: paredes y techos de piedra, color negro y escarlata, música moderna, camareros atractivos con poca ropa, bailarines en plataformas aéreas que se movían a velocidad inhumana... Resultaba cuanto menos curioso.

—Allá está tu amiga —indicó Grindelwald señalando la barra—. ¿Estarás bien sola?

—Claro —respondió ella—. Solo una cosa: quítate el pañuelo del cuello.

—¿Por qué? —preguntó él mientras desenroscaba la prenda— Es un diseño único, me lo regaló Vinda y hace juego con el chaleco.

—Ya, pero necesito que todo el mundo vea que estás pillado —murmuró acariciándole las pequeñas mordeduras que llevaba en el cuello.

Grindelwald rio entre dientes:

—Pienso decir que son obra de un minidragón.

A su lado Novak señaló una mesa con dos hombres y una mujer que conversaban entre sí. Aparentaban unos cincuenta años, pero sus gestos, sus maneras y sus ojos parecían multiplicar su edad; Bellatrix dedujo que eran los vampiros que les interesaban. Los dos magos se acercaron para presentarse y ella cruzó la sala hasta llegar a la barra. Ahí estaba Eleanor, frente a un vaso de whisky que revolvía sin tocar. A su lado Julia sí que disfrutaba del alcohol (al parecer lo prefería incluso a la sangre). No obstante, no parecían tan felices como la noche anterior, sobre todo Eleanor.

La vampira fue la primera que la distinguió entre la gente y avisó a su pareja. Eleanor alzó la vista al instante. Bellatrix se encontró con su mirada y se sintió nerviosa, no sabía cómo reaccionar en esas circunstancias. No hubo problema, su amiga se ocupó. Saltó del taburete y corrió hacia ella:

—¡Bella! —exclamó abrazándola— ¡Menos mal que has venido! Siento mucho lo que dije, ya sabes que solo digo tonterías y...

—No te preocupes, da igual.

—¡No da igual! No quiero que estés enfadada conmigo —aseguró cogiéndola de la mano para volver junto a Julia.

—No me he enfadado... Bueno, sí. Sé que es una tontería, pero me ha molestado. Tengo días peores en los que las cosas me afectan más y...

—Es natural —intervino Julia—. A cada uno le afectan las cosas de una forma diferente y lo que a mí me da igual, quizá a ti te duele y viceversa. No somos nadie para juzgar lo que le afecta a cada uno —murmuró la vampira acariciando su vaso de licor.

—Ya... Bueno... —murmuró Bellatrix incómoda tras el análisis psicológico.

—¿Me perdonas entonces?

Bellatrix asintió con una sonrisa nerviosa. Eleanor la abrazó de nuevo y le dio un beso en la mejilla. Se sentaron junto a la vampira y pidieron sendos whiskys.

—¿Has venido sola? —preguntó Eleanor.

Antes de que Bellatrix pudiera responder, Julia se le adelantó:

—No, el rubio buenorro está por aquí.

—¿Cómo lo sabes? —inquirió Bellatrix.

—Su sangre huele excepcionalmente bien; la vuestra también, no os ofendáis, la sangre pura siempre huele muy bien. Pero tengo debilidad por los centroeuropeos (alemanes, húngaros, búlgaros...): son metódicos, ligeramente soberbios, rígidos... pero muy caballerosos y buenos amantes. Y todo eso está en su sangre.

Eleanor asintió satisfecha con la explicación. A Bellatrix, sin embargo, le llamó la atención. Había leído lo suficiente sobre vampiros para saber que había que ser muy sabio y experimentado para distinguir tantos matices en la sangre. Con educación, le preguntó si le importaría decirle su edad.

—Tengo veintitrés años —respondió Julia con seguridad.

—¿Desde hace cuánto? —inquirió Bellatrix—Físicamente no aparentas más, pero...

—Bah, no creas, mi mentalidad tampoco es mucho mayor. Pero ser psicóloga o sanadora mental, como lo llamáis vosotros, me ha hecho conocer la mente humana en profundidad. Además bebo mucho y eso me ayuda a ver las cosas con claridad.

—¿Cómo funciona eso? —preguntó Eleanor con interés— Creía que los vampiros no comíais ni bebíais.

—No lo necesitamos, pero podemos hacerlo. En cuanto la bebida o el alimento llegan a nuestra garganta, se convierten en ceniza y desaparecen. Pero como el gusto está en la boca, lo disfrutamos igual.

—Entonces no puedes emborracharte porque el alcohol no llega a tus órganos —apuntó Bellatrix.

—No, técnicamente no debería poder... —reconoció Julia— Pero como te he dicho, todo está en la mente y te aseguro que yo me emborracho en cuerpo y alma. Aunque ahora con Ellie no lo necesito —sonrió Julia.

Eleanor sonrió ampliamente y la besó. Parecían genuinamente ilusionadas. Cuando terminaron de besarse, Bellatrix se disculpó por el interrogatorio, supuso que no le haría gracia que le preguntaran por su naturaleza. Pero Julia le aseguró que en absoluto: estaba acostumbrada a fingir interés por las tonterías de sus pacientes y era agradable que por una vez se interesaran por ella.

—Oye, ¿conoces a esos? —preguntó Bellatrix.

Julia miró la mesa que la bruja señalaba: los tres vampiros habían invitado a Grindelwald y a Novak a sentarse con ellos y conversaban con interés. El mago esloveno parecía ligeramente nervioso, le costaba integrarse. En contraste, la actitud de Grindelwald era completamente relajada, lucía su sonrisa encantadora y los vampiros lo escuchaban con respeto. "Ese hombre sabe ganarse hasta a los muertos" pensó Bellatrix.

—El rubio es Erik, es sueco y es lo más viejo que hay en toda la ciudad —apuntó Julia—. Es muy poderoso: cuanto más viejo, más fuerte es un vampiro. La rubia es su compañera, Pamela, su mano derecha, es unos cientos de años más joven pero muy inteligente. Son los dueños de este local y de muchos más. Al tercero no lo conozco personalmente, pero sé que es el líder de varias guerrillas de vampiros.

—¿Guerrillas? —inquirió Eleanor.

—Las que se enfrentan a hombres-lobo, magos u otras especies cuando hay revueltas —apuntó Julia—. En cualquier caso, tu novio les ha caído bien, Bellatrix. Lo respetan y le escuchan, que ya es mucho dado el desprecio que los vampiros suelen sentir por los magos...

Bellatrix asintió satisfecha. Pronto Eleanor proclamó que ya estaba bien de charla.

—¡Hora de bailar! —exclamó.

Las otras dos chicas no se sentían lo suficientemente borrachas para ello, pero dio igual porque la joven las arrastró igual. Lo único que no consiguió Eleanor fue que abandonaran sus copas. Así que bailaron las tres sin dejar de beber ni de reír. Eleanor era la que mejor se movía y más sentido del ritmo tenía; Julia se adaptaba bien a ella; y Bellatrix tenía el don que consideraba más útil: beber sin derramar una gota mientras danzaba y saltaba. Disfrutaron en un caos armónico de las canciones de rock mágico que el vampiro dj fue pinchando. Cuando sonó una más lenta, Bellatrix decidió darles intimidad:

—Trae esto, a ti no te sirve —murmuró la bruja quitándole el vaso a la vampira.

—¡No puedes usar esa información contra mí! —protestó Julia.

Aún así, aprovechó que tenía las manos libres y le pasó a Eleanor los brazos por los hombros. La joven la agarró con fuerza y bailaron juntas mientras Bellatrix las observaba disfrutando del whisky. Un joven vampiro la invitó a bailar, ella iba a rechazarlo, pero no fue necesario:

—Lo lamento, caballero, es mía —le informó Grindelwald pasándole un brazo por la cintura.

Pese a la música, el mago oscuro no necesitaba alzar la voz, se le entendía perfectamente. Su piel y sus ojos eran tan claros que hubiese podido pasar perfectamente por un vampiro; similar le ocurría a Bellatrix con su palidez aristocrática. La joven permitió con una mueca de enfado que el mago le quitase el vaso y colocó sus brazos sobre sus hombros. Empezaron a deslizarse suavemente al ritmo de la música.

—No soy tuya —murmuró ella.

—Sí que lo eres. Cuando un vampiro permite a un humano probar su sangre, ese humano pasa a ser de su propiedad. Como notarás en mi cuello, tú y yo ya cruzamos ese puente hace tiempo. Así que eres mía. Asúmelo a la velocidad que quieras, amor —la informó Grindelwald con su sonrisa arrogante.

—En primer lugar, siento comunicarte que no eres un vampiro. En segundo, solo te he mordisqueado un poco, nada de sorber tu sangre. Y en tercero, tampoco es que me lo hayas permitido: si consigo hacerlo es porque tú estás ocupado con... otras cosas —comentó Bellatrix burlona.

—No pienso tolerar tan bajas insinuaciones, señorita Black —declaró en con voz grave—, o se retracta o me veré obligado a...

La joven pegó su cuerpo al de él mientras las manos del mago seguían sobre su cintura. Grindelwald perdió completamente el hilo. Tenía demasiado control sobre su cuerpo y emociones como para reaccionar fisiológicamente estando en público, pero aún así, Bellatrix sabía cómo afectarle.

—¿Qué decías? —le preguntó mirándole con su carita de cachorrito inocente.

—¿Eh? —replicó él aturdido.

—Algo de que te verías obligado a nosequé —intentó ayudarlo ella.

—A regalarte mi castillo y mi oro, supongo.

Bellatrix rio y le besó. Él hizo lo propio. La bruja apoyó la cabeza sobre su hombro y susurró: "¿Ha ido bien con los vampiros?".

—Estupendamente. Se unirán a mi causa, les he prometido que podrán alimentarse de los muggles con total libertad y ha sido como si rejuvenecieran quinientos años. He quedado en reunirme con ellos más adelante. Novak también me apoyará, está fomentando las políticas antimuggles desde su puesto en el Ministerio Alemán.

—Mmm... —respondió la chica que estaba muy a gusto en esa posición.

No hablaron más, continuaron deslizándose juntos por la pista de baile disfrutando de su compañía. Cuando la canción terminó, Eleanor, que estaba cerca comentó:

—No bailas mal para ser tan estirado.

—Soy excepcionalmente hábil en todo lo que hago —le respondió Grindelwald.

—Pues como yo —declaró Eleanor con amplia sonrisa.

—Excepcional puede estar segura de que lo es —murmuró el mago.

Eleanor se lo tomó como un cumplido y le agradó tanto que le ofreció bailar con ella. Grindelwald la rechazó de inmediato. Dio igual, Eleanor lo arrastró a la pista, ella nunca se cansaba ni aceptaba una negativa. De mala gana, el mago tuvo que complacerla. Bellatrix y Julia los observaron divertidas, al menos los primeros segundos.

—Mierda —masculló la bruja.

—Hacen mejor pareja que con nosotras —constató la vampira.

Bellatrix asintió de mala gana. Eleanor era una bailarina sobresaliente y para Grindelwald era mucho más sencillo porque no se distraía con su cintura, sus ojos, su escote o sus insinuaciones como le sucedía con Bellatrix. Hasta los vampiros los observaban con admiración. "A cada uno se nos da bien una cosa, centrémonos en lo nuestro" murmuró Bellatrix invocando una copa para ella y otra para Julia. Brindaron juntas y fingieron indiferencia cuando sus parejas volvieron.

—No ha estado mal —reconoció Eleanor—, pero mejor parar antes de que te enamores de mí.

—Ya es tarde para eso —respondió Grindelwald—. Sucedió en la primera clase, cuando le pedí que me mostrara cómo aturdía a su compañero y en lugar de sacar la varita le arrojó un libro a la cabeza.

—¡Y funcionó! —exclamó Eleanor orgullosa— ¡Tuvo que ir a la Enfermería con una herida sangrante!

Bellatrix y Julia se echaron a reír. Eleanor era una criatura única, no había duda. Al final se despidieron y Grindelwald y ella se marcharon. A la salida, Erik, el vampiro más poderoso, les cortó el paso. Pese a tener más de dos siglos de edad, aparentaba unos cuarenta: rubio, más de metro noventa, cuerpo musculoso y su sola mirada inspiraba temor. Parecía un vikingo sueco y quizá en otra vida lo fue.

—¿Ya os marcháis? —preguntó con una sonrisa indescifrable.

—Así es —respondió Grindelwald agarrando a Bellatrix con fuerza—, ha sido un privilegio conoceros. Estaremos en contacto.

—Lo mismo digo —murmuró él—. Aunque no me has presentado a tu humana.

—¡No soy la humana de nadie! —protestó la chica.

—Esta es Bellatrix —la presentó Grindelwald de mala gana—, los magos y brujas no acostumbramos a establecer jerarquías de pertenencia.

Erik tomó la mano de Bellatrix y la besó con galantería. La chica se lo permitió, pero notó como el mago oscuro se tensaba.

—Entiendo que quieras quedártela para ti... —murmuró el vampiro sin apartar la vista de la bruja— Hay algo excepcional en esta chica. Hubiese creído que eras uno de nosotros, es como si tu magia perteneciese a un alma mucho más antigua, a una bruja legendaria...

La joven no estaba segura de hasta qué punto Erik distinguía la influencia de Morgana en su magia, pero aún así disimuló bien.

—Es normal. Pertenezco a la más noble extirpe de magos de Inglaterra y probablemente del mundo entero. Yo SOY una bruja legendaria.

La sonrisa del vampiro se hizo más amplia y Bellatrix empezó a ponerse nerviosa. "Si me dejaras probar tu sangre..." murmuró él. La bruja detuvo con discreción la mano de Grindelwald dispuesto a sacar su varita. Estaba alterada y sentía cierto temor, pero su sangre era lo más sagrado y además estaba algo borracha... Así que replicó:

—Ni aunque vivieras otros tres mil años merecerías semejante honor.

—He matado a centenares de brujas y magos que se negaban a compartir —replicó Erik.

—¿Sí? Yo he matado pocos vampiros —comentó Bellatrix con indiferencia—. Lo veo insignificante, o sea, es como apuñalar un cadáver, ¿para qué desperdiciar mi tiempo? Los vampiros son solo mosquitos gigantes.

Pese al orgullo que sintió, Grindelwald temió por primera vez por sus vidas. Erik miró a Bellatrix fijamente con expresión amenazante; la chica no se achantó. Al cabo de casi un minuto, el vampiro se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Tienes una humana muy divertida, Grindelwald.

—No te sirve de nada ser tan viejo si eres así de idiota, Erik —comentó burlona Pamela, su compañera vampira apareciendo a su lado—. Está claro quién de los dos es el dueño.

—Tú me caes mejor —comentó Bellatrix con tono etílico—. Si un día me desangro, te daré mi sangre a ti.

La vampira sonrió mostrando los colmillos y Erik se apartó para que pudieran salir. Ya fuera del Fangtasia, Grindelwald tomó la mano en la que Bellatrix llevaba el anillo de los Black:

—Dime que es plata corrosiva.

—Por supuesto. Supongo que el de tu familia también —respondió ella recibiendo su asentimiento—. Se los puede matar con plata, pero también con fuego: un buen fiendfyre y nos quedamos solos.

Esa idea excitó tanto a Grindelwald que los apareció a ambos en la mansión y sin perder tiempo dedicaron el resto de la noche a devorarse.

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