Capítulo 6
Sin dudas ni titubeos, Grindelwald comenzó a abordar cuestiones teóricas sobre la magia y la clase privada comenzó. Eran temas que había explicado en clase pero a un nivel mucho más avanzado y más próximo a las Artes Oscuras que a defenderse de ellas. Bellatrix escuchó con atención sin apenas parpadear. Cuando terminó la exposición, le planteó las dudas que le habían surgido y él se las resolvió. Entonces se pusieron con la práctica.
-Supongo que sabe crear un fuego maldito –aventuró Grindelwald
-Sí, sé controlarlo y creo que apagarlo también...
-¿Cree?
-Cuando hago uno no suele ser con la intención de apagarlo.
Grindelwald la miraba con una mezcla de diversión, severidad y curiosidad, como si estuviese estudiando a una criatura que había encontrado en el bosque. Ella no se censuraba: después de lo vivido no veía necesidad de omitir sus tendencias criminales. Él no lo percibía así o prefería no prestarle interés porque no comentó nada. Así que Bellatrix continuó:
-Lo que no consigo es que tome la forma de animal que yo quiero. Siempre intento formar una serpiente, pero nunca queda bien definida...
-Muy bien, veámoslo –indicó él.
La bruja sacó su varita y se dio cuenta de que la mano le temblaba ligeramente. Le recordó a sus primeras clases con Voldemort, muchos años atrás, cuando tenía miedo a fracasar y decepcionarlo. Sacudió esos pensamientos, tomó aire y se concentró.
-Fiendfyre – pronunció con claridad.
Un inmenso fuego demoníaco empezó a brotar de su varita de forma inagotable. Comenzó a consumir el oxígeno de la sala y a conquistarla por completo. Hacía años que no le sucedía, pero fruto de los nervios a Bellatrix le costó controlarlo. Sentía tras ella a Grindelwald, contemplándola con los brazos cruzados tras la espalda, y eso la alteraba aún más. Vio que una de las lenguas de fuego se acercaba peligrosamente y con gran agilidad logró repelerla. A raíz de ello recuperó la confianza y adquirió un control total sobre el fuego. Las furiosas llamaradas devoraban el espacio guidas por su varita pero no se acercaban a ellos.
Tras ella, Grindelwald ejecutó un hechizo de aire frío para paliar el asfixiante calor, pero no hizo nada más. La dejó continuar. Tras unos minutos de familiarizarse con el fuego, cuando por fin lo sintió como una extensión de su varita, intentó darle forma. Logró agruparlo en una línea serpenteante que daba coletazos con rabia, pero no pudo afinar más. Entonces, sitió que el mago pegaba su pecho a su espalda y le cogía el brazo con el que sujetaba su arma. No prestó atención al cosquilleo ocasionado por el contacto, sino que siguió concentrada en el conjuro.
-Movimientos más secos –le indicó Grindelwald casi al oído, cerrando su mano sobre la suya y ayudándola a manejar su varita.
La punta de la gigante llamarada se afinó y el fuego empezó a tomar diferentes tonos del rojo al amarillo. Un minuto después los ojos, la boca y el cuerpo estaban definidos.
-Concéntrese en lo que desea ver –la guiaba el mago sin soltarla.
Se formaron escamas y nacieron colmillos en la boca de lo que ya era un basilisco ígneo. Cuando quedó perfectamente formado, tan real que parecía el propio monstruo envuelto en llamas, Grindelwald se separó suavemente. Bellatrix lo guió por la sala durante varios minutos, como una niña divirtiéndose con su juguete de cuerda. Era la primera vez que dominaba un fiendfyre tan hermoso. Casi olvidó que no estaba sola.
-Veamos ahora si puede extinguirlo.
Se demoró unos minutos porque le daba lástima destruir su obra, pero al final murmuró: "Fiendlocked". Con la misma fuerza con la que habían salido, las llamas empezaron a volver a su varita. No llegaban a quemar el arma ni su mano, pero el esfuerzo y la magia que requería soportar el empuje eran notables. Le tranquilizaba saber que su profesor estaba tras ella, que la frenaría si se descontrolaba. Pero no hizo falta. En escasos segundos del fuego desapareció por completo.
-¡¿Lo ha visto?! ¡Ha sido impresionante! –exclamó la bruja todavía emocionada con su basilisco.
Grindelwald no pudo evitar sonreír al ver su ilusión. A Bellatrix podían regalarle joyas con diamantes para que llevase en una mansión con un centenar de esclavos y no le causaría ninguna impresión. Sin embargo, ver y sentir la magia oscura removía su alma por completo.
-Ha estado muy bien –sonrió él.
-Bueno... En realidad lo ha hecho usted, yo solo lo he creado, eso puede hacerlo cualquiera –reconoció ella.
-Por supuesto –respondió él con tono burlón-, puede hacerlo cualquiera y perecer al segundo siguiente. A mí su varita no me obedece, además, yo suelo formar un dragón. Esto lo ha hecho usted. Únicamente le he echado una mano.
A Bellatrix se le ocurrieron varios comentarios obscenos sobre dónde podía echarle una mano. Pero simplemente asintió con ojos brillantes y le dio las gracias. Después no pudo contenerse:
-¿Puede hacerlo?
-¿El qué?
-Lo de su dragón de fuego.
Grindelwald caminó hasta el centro de la habitación y le indicó que se colocara junto a él. Seguidamente, sacó su varita. Bellatrix siempre se fijaba en ella, era de una madera clara y tenía unas tallas que se asemejaban a racimos de bayas. Nunca había visto ninguna semejante y lo comentó:
-¿De qué es el núcleo de su varita? Nunca he visto una tan trabajada.
-Yo tampoco había visto nunca una varita curva, señorita Black. La verdadera magia solo aflora en seres excepcionales –aseguró guiñándole un ojo.
No le había respondido, pero ella ni siquiera se dio cuenta. Miró su varita curva con renovada devoción. Sentía como si perteneciese a un club muy exclusivo en el que solo estaban su profesor y ella. Y eso era mejor que cualquier otra respuesta... o eso creyó.
Sin pronunciar palabra, Grindelwald dibujó un anillo de fuego azulado en torno a ellos. Se propagó por toda la sala pero por supuesto a ellos no se acercó. Con aquellos gestos propios de un director de orquesta que tanto fascinaban a Bellatrix, empezó a manipular y avivar las llamas. Pronto, un dragón azulado con las fauces abiertas rugía a pleno pulmón. Danzó por toda la sala guiado por los movimientos de la varita e incluso cuando el mago bajó la mano, el fuego siguió cumpliendo su voluntad. La estudiante nunca había visto nada similar, ni siquiera en su maestro. Voldemort era igual de poderoso con ese conjuro, pero no dedicaba un segundo a ejecutarlo de forma bella y armónica como hacía Grindelwald. A efectos de letalidad no servía para nada, pero la imagen era tan hermosa que casi se le saltaban las lágrimas.
-¿Por qué es azul? –preguntó.
Se atrevió a hablar en aquel momento casi místico porque vio que al profesor no le costaba ningún esfuerzo controlarlo, podría haber echado a la vez una partida de ajedrez sin inmutarse.
-Es mi propia versión, se llama protego diabolica. Resulta igual de mortífero, pero solo para mis enemigos: el fuego reconoce tu intención y si eres fiel a su creador no te daña. Aunque a no ser que tu fe sea absoluta, sufres al atravesarlo.
-¿Entonces podría tocarlo? –inquirió ella incapaz de apartar la vista de la criatura ígnea.
-Mejor no arriesgarse, nunca puedes estar seguro de eso -respondió él con cautela.
Bellatrix no le escuchaba, se hallaba completamente hipnotizada. Se acercó lentamente al borde del anillo de fuego y extendió el brazo. Grindelwald empezó a llamarla para que volviera junto a él, pero se interrumpió al ver que le ignoraba. El colosal dragón de fuego se acercó a ella. Su profesor agarraba la varita con firmeza mientras controlaba el maleficio sin dejar de vigilarla. Entonces, la mano de Bellatrix se hundió en la cabeza del dragón y Grindelwald no vio en su rostro sufrimiento alguno. Aquello le fascinó tanto como a su alumna le había fascinado el conjuro.
En su interior, Bellatrix sintió dolor. Era un tormento interno, una especie de maleficio torturador muy desagradable. Pero estaba acostumbrada a los crucios de Voldemort que resultaban más dolorosos. Por eso (y porque vio que físicamente no sufría ningún daño) pudo camuflar el sufrimiento. No apartó la mano hasta pasado un minuto, cuando Grindelwald empezó a extinguir el fuego.
-Ha sido increíble –murmuró la joven sin saber qué más decir, apabullada ante tal despliegue de magia.
-Cuando en un par de clases domine el fiendfyre normal le enseñaré a hacer este. No es más difícil y es muy útil para saber quién está de su parte.
Bellatrix rió entre dientes.
-No será necesario, si lo hiciera yo le aseguro que no lo atravesaría nadie. Ni mis amigos confían en mí hasta ese punto (lo cual está bien, yo tampoco confío en ellos). Como mucho mi elfina Didi, supongo que ella sí...
-¿Y sus padres? ¿Sus hermanas? –inquirió él con curiosidad.
-Mis padres no me quieren –respondió con naturalidad-, ya sabe, en las familias de sangre pura los hijos son un activo más y a mí ni siquiera me consideran especialmente valiosa. Mis hermanas... Cissy es tan diferente a mí en su carácter y ambiciones que no tenemos mucha relación. Y Andy... No estoy segura de que comparta nuestros ideales. Sé que tiene secretos y me los oculta.
-¿Y su amigo, el que le presta libros?
-No, él... Bueno, no tenemos tanta amistad, somos más bien conocidos.
Eso le pareció menos patético que contestar: "Yo le quiero de forma platónica, pero él a mí no. Soy más bien una herramienta a la que entrena para poder usar para matar gente y me parece bien". No lo dijo, pero solo con pensarlo la tristeza la invadió. El efecto estimulante que el basilisco de fuego había encendido en ella empezó a extinguirse. Y su profesor se dio cuenta.
-Es insignificante poseer a un elfo o a todo un ejército, Bellatrix, lo único que importa es el poder. La amistad, la confianza, el amor... valores perecederos que se contaminan y marchitan con facilidad. Pero si eres capaz de controlar la magia y asumir tu naturaleza podrás controlar el mundo tú sola. Muy pocas almas nacen con ese don y tú posees una de ellas. No permitas que te engañen con espejismos y promesas vacías porque todo lo que necesitas ya está en ti.
La bruja no había recibido ningún hechizo petrificador pero el efecto fue el mismo. Solo el hecho de que hubiese pronunciado su nombre ya había generado oleadas de emoción por todo el cuerpo. Esta vez no se debía a que fuese su profesor sexy, sino a que era uno de los mejores magos del mundo quien se lo estaba diciendo. Ni siquiera recordaba a qué venía ese discurso, pero le daba igual. Era el cumplido más bonito que le habían hecho y no estaba acostumbrada, no sabía gestionarlo. También de eso se dio cuenta Grindelwald, que probablemente se arrepintió de su arrebato de sinceridad.
-Ya es tarde. Continuaremos la semana que viene, en caso de que me sea posible.
Bellatrix asintió de forma mecánica y salieron de la sala.
-Buenas noches, señorita Black.
-Buenas noches, profesor –respondió ella.
Le hubiese gustado darle las gracias por toda la sesión, pero no fue capaz de decir nada más. Cada uno se marchó en una dirección y Bellatrix apenas se enteró de cómo llegó a su dormitorio. Su último pensamiento antes de dormir fue que Gellert (en su cabeza había pasado a ser Gellert) le había dado las buenas noches y eso era mucho mejor que las buenas tardes.
Todos los ratos libres que le quedaron esa semana los dedicó a practicar lo que le había enseñado. También a rezar a Morgana porque la semana siguiente pudiese cumplir con su cita. Así fue. Y pese a que siempre comentaba lo ocupado que estaba, a la tercera tampoco falló.
No solo entrenaban, también se les pasaba el tiempo charlando y debatiendo diversos temas. Sobre magia, principalmente; Bellatrix apenas había conseguido averiguar nada de su vida. Sospechaba que compartía sus ideales de sangre, aunque él se cuidaba mucho de utilizar el término "sangre sucia" o manifestar ideas supremacistas. La bruja supuso que era algo que un profesor no podía hacer y menos trabajando para Dumbledore. Pero sí que descubrió algo útil.
-¿Cuál es su segundo apellido? –inquirió el profesor en una de sus citas.
-Rosier –respondió ella-. ¿Por qué?
Tras meditarlo unos segundos Grindelwald le preguntó si era familia de Vinda Rosier.
-Creo que es algo así como mi tía segunda... Pero solo la he visto un par de veces cuando veraneamos en Francia. Creo que vive ahí... pero viaja mucho, no sé. ¿La conoce?
-Sí, somos amigos.
Bellatrix alzó las cejas con interés. Cualquier conexión con su profesor favorito era bienvenida. Él amplió la información con lentitud:
-Trabajamos juntos, tengo negocios por Francia y otras ciudades de Europa. Ella se encarga de gestionarlos mientras estoy fuera.
-Sí que confía en ella... -comentó la chica casi con envidia.
Antes de que pudiera preguntar en qué consistían sus negocios, Grindelwald añadió:
-Se parece usted a ella. Es también una bruja notable, muy inteligente y excepcionalmente her... Y siempre consigue lo que se propone –se corrigió el profesor.
-Sí, mi madre me contó que hizo un gran trabajo para promover la ley de preservación de sangre en Francia –comentó Bellatrix intentando que Grindelwald le manifestara sus ideas.
-Ha hecho muchas cosas grandes –respondió él sin mojarse-. Y ahora vamos con la lección de hoy.
"Ya lo averiguaré otro día", pensó la bruja, "Un momento... ¿Qué adjetivo ha dejado a mitad?". Tuvo que abandonar sus cábalas porque Grindelwald procedió a explicarle varias maldiciones que requerían toda su atención. Después pasaron a la práctica.
Algunos de los maleficios Bellatrix no los conocía y otros no los dominaba, estaban como diez cursos por encima de lo que el profesor les enseñaba en clase. La estudiante se concentraba con sus cinco sentidos y daba lo mejor de ella en cada sesión, aunque a veces no lo conseguía a la primera. En una de esas veces, Grindelwald se la quedó mirando en silencio y eso la puso muy nerviosa. Apartó la mirada y retrocedió inconscientemente.
-¿Me tiene miedo, señorita Black? –preguntó escrutando su rostro, intentando desentrañar sus emociones.
-No... No, profesor –respondió ella con poca seguridad intentando devolverle la mirada.
-Dígame qué le han contado de mí –suspiró Grindelwald.
Ahí la chica ladeó la cabeza desconcertada.
-¿Cómo? Nadie me ha contado nada malo de usted... Aunque tampoco nada bueno, nadie sabe nada de usted.
Era verdad. Bellatrix ni siquiera había averiguado dónde nació. Solo sabía lo poco que él les contó en clase: que estudió en Durmstrang y más adelante profundizó en la magia por su cuenta. Y que tenía buen trasero y un acento muy sexy. Confiaba en ir conociéndolo mejor durante las clases, pero de momento estaba sucediendo al revés.
-¿Entonces qué ocurre, por qué se pone tan nerviosa cuando no lo consigue a la primera? Me mira igual que Antonio cuando lo acerco demasiado a la chimenea.
-¡No le haga eso a Antonio! –protestó Bellatrix.
Grindelwald sonrió pero no añadió nada. Así que a ella no le quedó más remedio que confesar:
-Bueno, me... me da miedo... o más bien respeto que me castigue por hacerlo mal... ¡Que lo comprendería perfectamente, encima de que me dedica su tiempo! Lo asumiré sin problema, es solo que me gusta estar preparada porque así puedo soportarlo mejor...
Tardó un rato en recibir respuesta. Y aunque el tono fue sereno, fue la vez que Bellatrix estuvo más cerca de ver perder los papeles a su impertérrito profesor.
-¿Por qué iba a hacerle daño? ¡Con la de ineptos y criaturas desagradables que hay en el mundo por qué iba a hacerle daño a usted! No le dedicaría mi tiempo si eso fuese contrario a mis deseos.
-¿No? –preguntó ella- Bueno, mis padres y mi... otro profesor me han enseñado que funciona así. Como a veces me cuesta un par de intentos que me salga bien... y en clase siempre me dice que no soy lo suficientemente buena mientras al resto les hace cumplidos... A veces pienso que igual lo dice de verdad porque me cuesta mucho aprender...
Bellatrix se dio cuenta de lo patética que sonaba y se odió a sí misma. No era consciente de las inseguridades que le había creado Voldemort, probablemente para poder manipularla y controlarla mejor. Pero eso ella no lo veía. Entonces recordó el motivo por el que Grindelwald insistía en asesinar a Antonio y abrió los ojos con horror: ella estaba aún más necesitada de afecto que el bebé chupacabra. Y odiaba que fuese así.
-¡Olvídelo, no he dicho nada! –se apresuró a corregirse- Estoy un poco atontada por el encantamiento aturdidor, no pienso nada de eso, en realidad...
-Señorita Bl...
-¡No hablemos más de esto, por favor! ¡Vamos a hacer como que no ha pasado! ¡Si fuese usted un pelín menos poderoso le haría olvidarlo!
Eso hizo reír a Grindelwald. Se acercó a ella y la miró muy de cerca.
-Señorita Black, cálmese. ¿Qué a usted le cuesta aprender? Permítame reírme... A mí también me costó en su día, al igual que a todos los magos y brujas. He conocido a muy pocas personas que aprendan con más rapidez que usted... En realidad solo a uno y es un cansino obsesionado con entrometerse en las vidas ajenas.
Que se burlara de Dumbledore y le comparara con él hizo feliz a Bellatrix.
-Resulta ignominioso manifestar algo tan obvio, pero... si la presiono en clase es porque es usted la alumna más brillante del colegio.
-Bueno, eso es verdad –aceptó ella recuperando la confianza en sí misma-. Pero últimamente siempre saca a Longbottom para las demostraciones.
-Porque no queremos que la gente hable, querida, sería ridículo que alguien creyese que siento favoritismo hacia usted... pero sus compañeros son tan obtusos que podrían pensarlo –aseguró él con una sonrisa burlona-. Le prometo que cuando saco a Longbottom no siento nada, pienso en usted todo el rato... Sobre todo porque usted no balbucea ni se le cae la varita de los temblores.
Bellatrix se echó a reír y finalmente asintió.
-Una última pregunta, si le parece oportuno contestar antes de que ambos finjamos que esta conversación no ha tenido lugar.
-¿Si? –respondió ella más tranquila.
-Cuando ha dicho que si está preparada puede soportar los castigos mejor ¿era una forma de hablar o se refiere a algo concreto?
-Bueno, es algo que he perfeccionado con los años. Usted dice que un buen mago es el que no necesita canalizar su núcleo mágico porque su conexión es absoluta, es uno con su propia magia...
-Así es.
-A mí eso me sirve para preparar mi cuerpo: utilizo la magia que hay en mí y soy capaz de dirigirla a los lugares donde siento dolor. Obviamente no me podría curar una herida, pero si es algo intangible como un crucio logro que mi magia contrarreste parte de ese dolor y así duela un poco menos.
El rostro de Grindelwald volvió a mostrar curiosidad y quizá cierta ira. Bellatrix sospechó que deseaba preguntarle quién la había acostumbrado a recibir crucios; pero a su vez dedujo que ella no deseaba responder. Así que únicamente manifestó su admiración porque ni a él se le había ocurrido ese sistema (quizá porque nunca lo había necesitado). Después se mantuvo en sus palabras y dieron el tema por zanjado.
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