Capítulo 57
Grindelwald no era dado a visitas sentimentales ni a rememorar nada relacionado con su familia. Aún así, cuando tenía un problema cuya solución le resultaba indescifrable (generalmente de carácter emocional), acudía a su única familiar viva: su tía-abuela Bathilda. Hacía años que no la visitaba, pero ese día, desesperado porque no entendía lo que le sucedía con Bellatrix, optó por preguntarle a ella. Aunque solo fuese por edad (casi noventa años) era muy sabia. Además era historiadora y autora de varios libros, la comunidad mágica la respetaba.
Tras muchas dudas y con cierta rabia, apartó su orgullo y se apareció en el Valle de Godric. Llamó a la puerta que tardó varios minutos en abrirse. Bathilda le miró entrecerrando los ojos, como si le costara reconocerle. Pero al poco exclamó:
—¡Gellert, dichosos los ojos de centauro muerto que te ven!
El mago frunció el ceño ante tan peculiar bienvenida. Pasó a la casa y vio que todo estaba desordenado, parecía que nadie hubiese limpiado en semanas. Pero lo que más le extrañó fue su tía. Su comportamiento era extraño y sentía su aura mágica ligeramente alterada. Para asegurarse, ejecutó un finite. Bathilda parpadeó varias veces y preguntó desorientada:
—¿Qué...? ¿Qué ha ocurrido? ¡Gellert, cielo, qué...!
—Alguien te tenía bajo imperio —dedujo él intranquilo.
Antes de poder responder, un estruendo en la puerta de entrada le hizo dar un salto a ella (pese a su edad) y un respingo a él. Sin perder tiempo en explicaciones, el mago le indicó que no volviera hasta que él no la avisara. Seguidamente, la obligó a aparecerse en casa de un hermano de su difunto marido. Grindelwald, con la varita alzada y sin temor porque sabía que ese momento llegaría, salió a recibir al invitado.
—Haber llamado, te habría abierto... Qué poco corteses sois los mestizos —comentó con una sonrisa.
La respuesta de Voldemort fue lanzarle furioso un maleficio que él desvió sin esfuerzo.
—Has usado el encantamiento tabú sobre la expresión "ojos de centauro muerto", ¿verdad? Y luego usaste imperio en mi tía para obligarla a avisarte cuando viniera a verla...
—Bella me contó que es tu única familiar y era la mejor manera de atraparte sin que tengas a Dumbledore para esconderte detrás.
El rostro de Grindelwald se ensombreció. ¿De verdad Bellatrix le odiaba tanto? No, confiaba en ella ciegamente. Se repuso y replicó con calma:
—No mientas, Ryddle, Bella no te contó nada. Aparezco en los libros de genealogía mágica y a Bathilda le encanta hablarle de mí a todo el mundo. ¿A tu padre le gustaba hablarles de ti a sus amigos muggles?
La única respuesta de Voldemort fue apretar los puños. No podía permitir que le hiciese perder los estribos. Se miraron en silencio, con las varitas chisporroteando en sus manos. Había tanto odio en esa habitación, en esos dos magos, que hubiesen podido iluminar con él cien campos de quidditch.
—Si ya has terminado de decir ridiculeces... —comentó Voldemort en un siseo— No hay sitio para dos Señores Tenebrosos, eres una sombra de lo que seré yo y empiezas a estorbarme con tu intento de robarme aliados.
—Eres tú quien intenta robar a los míos.
—Vamos a solventar esto como adultos. Tú mueres y yo conquisto el mundo.
—Altas palabras para tan bajo cobarde —sentenció Grindelwald.
Esas fueron las últimas bravatas de ambos. Lo siguiente fue una tormenta de hechizos cruzados. Grindelwald notó que pese a las bombardas que rebotaban contra las paredes y los escombros que caían, los muros de carga y el techo no cedían. Sin duda Voldemort, cuando apareció para hechizar a Bathilda, preparó el lugar para el duelo. También lo insonorizaría, así nadie los detectaría. Quería matar a Grindelwald, pero no alertar a los aurores. Su nombre seguía siendo desconocido para la mayor parte del mundo mágico y hasta tener un ejército amplio, prefería que así fuera.
Estuvieron más de una hora intercambiando maleficios y curándose a toda velocidad de los que recibían. Se resguardaban tras los pocos muebles que quedaban sin destrozar o tras montones de escombros y usaban sus mejores conjuros. Ninguno se planteó huir, ambos ansiaban asesinar al otro. Grindelwald no dejó de sonreír. Quizá con otra varita hubiese sido más emocionante, pero con la de sauco, la balanza se inclinaba continuamente a su favor. No quiso alargarlo, con un enemigo tan taimado no podía correr riesgos: en cuanto vio la ocasión, se preparó para lanzar la maldición asesina. Voldemort se dio cuenta, él también notaba su inferioridad. Entonces murmuró algo.
Grindelwald ni siquiera lo oyó. Dentro de esas cuatro paredes, las explosiones y los muebles derrumbándose ahogaban cualquier sonido. Una densa humareda lo cubría todo. Ni vio ni oyó al reptil hasta que fue tarde. Cuando Nagini se abalanzó sobre él, por acto reflejo utilizó un morsanguis; el conjuro más avanzado para matar serpientes. No funcionó. No entendió el motivo del fallo, pero tampoco pudo buscarlo, pues cayó al suelo. Se arrastró hacia atrás para apoyar la espalda sobre la pared, la única opción sería huir. Pero no quería... y el mordisco sangrante que tenía en el pecho le confirmó que era tarde.
—El veneno de serpiente causa la despartición en cuanto intentas moverte —se jactó Voldemort con una sonrisa horripilante—. Va a matarte y lo último que vas a ver seré yo. Y quiero que sepas que es un placer, Gellert.
Grindelwald temblaba, notaba el veneno extendiéndose por su cuerpo y la herida no dejaba de sangrar. Ni se le ocurrió intentar alzar su varita: Voldemort no lo permitiría. Él no sabía que poseía la varita invencible y moriría más tranquilo sabiendo que no se la robaría. La serpiente gigante seguía a escasos metros de él, dispuesta a atacar de nuevo en cuanto le dieran la orden. Grindelwald ocultó su arma tras él, entre los escombros de una librería y miró a Voldemort con desprecio.
—Has ganado haciendo trampas, típico de cobardes —le espetó obviando que él hubiese actuado igual en caso de poseer una serpiente (aparentemente) inmortal.
—Lo importante es ganar. Y yo siempre gano. Ahora... ¡Nagini, mata! —ordenó Voldemort.
Grindelwald cerró los ojos y pensó en Bellatrix. Era la única persona a la que había querido, la adoraría en cualquier vida. Su mayor remordimiento mientras la serpiente se acercaba como a cámara lenta fue saber que le había fallado.
—¡No! —bramó alguien abriendo la puerta de entrada también con gran estruendo.
Llegó al salón jadeando, justo a tiempo para crear un escudo de plata frente a Grindelwald contra el que se estrelló la serpiente. Pero Nagini no sufrió ningún daño. Miró a su amo furibunda, esperando la siguiente orden. Bellatrix corrió hacia Grindelwald y se arrodilló junto a él. Cuando vio la herida y notó como temblaba, empezó a llorar. Voldemort los contemplaba con curiosidad y casi diversión.
—¿No era solo un plan, Bella? ¿No lo consideras débil e insignificante?
—¿Por qué haces esto? —le preguntó ella mirándole por fin y tuteándole sin pensarlo— ¡Sois muy poderosos, juntos acabaríais con los muggles y los sangre sucia mucho antes!
—Puedo hacerlo solo perfectamente —se jactó Voldemort.
—Ambos teméis a Dumbledore —continuó Bellatrix sin escucharle—. ¡Podríais matarlo sin ningún problema!
—Lo haremos tú y yo, Bella. Cuando te unas a mí.
—No me uniré si lo matas.
—Ya está muerto. Pero llegas a tiempo para ver a Nagini rematar la faena. ¡Nag...! —empezó a dar la orden.
—¡No! —le interrumpió Bellatrix— ¡No quiero matarla, pero lo haré si se acerca!
Voldemort soltó una carcajada. Grindelwald, con las escasas fuerzas que le quedaban, susurró: "Huye. Ese bicho no muere". Bellatrix no se giró a mirarlo, mantuvo su varita alzada ante Nagini. En cuanto Voldemort completó la orden —seguro de que ningún conjuro traspasaría la gruesa piel del reptil—, la chica levantó el brazo izquierdo y arrojó su arma. Justo en el momento en que la serpiente abrió las fauces, el pequeño puñal de plata entró en su boca y desgarró su garganta. El veneno de basilisco actuó de inmediato: solo quedó un montón de cenizas y el puñal que, con rapidez, Bellatrix recuperó. Voldemort profirió un chillido espeluznante, incrédulo ante la muerte de Nagini.
—Te lo he advertido —murmuró Bellatrix arrodillándose de nuevo junto a su exprofesor y buscando algo para taponar la herida.
—No es posible... ¡No es posible! ¡Es un truco! Ningún arma ni conjuro puede destruirla...
—Claro que se puede, me informé hace meses de cómo destruir un horrocrux.
La expresión de sorpresa y temor de Voldemort resultó digna de retrato.
—Te admiro y te aprecio, por eso he cuidado de ellos como si fuesen mi propia alma. Pero tú eres incapaz de... De cualquier cosa en realidad —murmuró Bellatrix decepcionada.
Porque le seguía queriendo, seguía queriendo a los dos aunque de formas diferentes. Voldemort parecía paralizado de la rabia y el estupor de que hubiese descubierto su plan. Mientras, Antonio había salido de su bolsillo e intentaba mantener la sangre dentro del cuerpo de su amo: su magia de chupacabra le permitía controlar el fluir de la sangre, pero no tanto como para salvarle la vida a un moribundo. Aún así, intentaba absorber el veneno (inocuo para él) y mantener la sangre dentro del cuerpo. Bellatrix no conocía ningún conjuro que pudiera sanar algo así, lo intentó sin éxito hasta que Voldemort reaccionó por fin.
—Has matado a Nagini para salvarle a él —siseó furioso—. ¡Después de todo lo que he hecho por ti!
—No has hecho nada por mí, todo lo haces por ti. Siempre he sido una herramienta, siempre lo he sabido y me ha parecido bien. Pero si no empiezas a respetarme...
—¿Con quién crees que estás hablando, Bellatrix?
—Con alguien que nunca ha vencido a Dumbledore —respondió con apatía.
Pese al dolor, Grindelwald rio entre dientes orgulloso de su alumna. Voldemort no estaba tan contento... Le lanzó un maleficio que ella desvió sin esfuerzo. A Él le sorprendió. Bellatrix había mejorado mucho ese último curso gracias a diversas fuentes y Él no era consciente de hasta qué punto. Intentó serenarse de nuevo y lo consiguió. Lentamente, con sus finos labios casi inexistentes, sonrió.
—Si me derrotas, le permito vivir. Si te derroto yo, lo matas tú.
Bellatrix lo meditó. Podía ser una trampa, una mentira, era lo más probable. Pero no tenía otra opción. Y ahora tenía un punto a favor: Voldemort empezaba a pensar que ella era indispensable para su causa. La necesitaba.
—Le permites vivir dándole el antídoto —apostilló ella que conocía bien sus trucos.
—Está bien. Pero tú te unirás a mí y tomarás la marca.
—De acuerdo.
Ambos asintieron. Bellatrix se quitó la capa, la dobló y la utilizó para presionar sobre la herida de Grindelwald y retrasar el escape de la sangre. Él discretamente deslizó a su mano la varita de sauco. "Te obedecerá" susurró. Sí, era probable que lo hiciera: le había desarmado un par de veces durante sus prácticas y también le había permitido utilizarla en varias ocasiones. Bellatrix agradecía el gesto, pero aún así la rechazó. Los grandes magos necesitaban una varita invencible, pero las grandes brujas... ellas solo necesitaban su talento. Morgana estaba de su parte.
O eso esperaba. Quizá no aparecía hasta que se quedara sin fuerzas y con Voldemort dudaba mucho que hubiese opción: Él no jugaba limpio, no permitiría un duelo elegante y prolongado como Dumbledore. Pero ya era tarde. No iba a permitir que matase a Grindelwald, prefería morir defendiéndolo, como una guerrera.
—Sin imperdonables, Bella, no quiero hacerte daño. Sigues siendo importante para mí.
La chica asintió aunque no le creyó. Pese a todo, seguía sintiendo un cosquilleo cuando su maestro le decía que la apreciaba de algún modo. Él no le dio tregua: le lanzó un maleficio tras otro que ella fue desviando y rechazando. Le costaba mucho esfuerzo, era muy poderoso y no se andaba con miramientos. Era completamente diferente a Dumbledore: se basaba únicamente en la potencia y la agresividad, no le concedía pausa. Pero Bellatrix no se quedó atrás.
No se centró en ejecutar los conjuros con elegancia y precisión como con Dumbledore, sino que atacó con todas sus fuerzas, su rabia y sobre todo un inmenso odio y deseo de causar daño; no estaban netamente provocados por Voldemort, pero habitaban en ella desde hacía tiempo. Y le sirvieron de combustible. El Señor Tenebroso se dio cuenta de que no había calibrado bien sus fuerzas. Él atribuyó la victoria sobre el director a un golpe de suerte, a que Dumbledore no se esforzó para favorecer a su alumna. Ahora veía que estaba equivocado. Lo que estaba haciendo Bellatrix era algo que Él no le había enseñado, varios de los conjuros los desconocía. Debía haberlos aprendido con Grindelwald. Consideró aquello semejante traición (o así lo argumento contra sí mismo para no reconocer que era pura envidia) que incumplió su propia norma:
—¡Avada kedavra!
Grindelwald profirió un grito con descarnado dolor. Llevaba todo ese rato intentando sujetar su varita para ayudarla, pero las manos no le respondían. Así que sin que pudiera evitarlo, el hechizo impactó sobre el pecho de Bellatrix. Ni Morgana explicaba cómo detener la maldición asesina. Lo que sí enseñaba era aquello que tanto fascinó a Dumbledore: cómo canalizar la magia de tu oponente y usarla a tu favor. Y eso hizo Bellatrix. Absorbió parte de la magia de Voldemort y su cuerpo la utilizó como protección. La maldición le causó un profundo dolor y una herida abierta justo debajo de la clavícula. Pero, ante el estupor de ambos magos, no la mató.
—¡Oooh! —exclamó Bellatrix con voz dulce— ¡Me quieres tanto que no has tenido la fuerza suficiente para hacerlo bien!
Ese fue el efecto que causó, como un crucio mal ejecutado que no torturaba sino que lanzaba por los aires a la víctima. Voldemort y Grindelwald estaban doblemente estupefactos ante el hecho de que hubiera fallado y, sobre todo, de que no deseara hacerle daño. Bellatrix no les sacó de su error. Sacudió la cabeza y el rencor copó sus ojos: su maestro había intentado matarla. La adrenalina palió cualquier dolor. La Bellatrix mortífaga demente tomó su lugar. Con sonrisa maniaca y un burlón tono infantil añadió:
—¡Vamos a ver si a mí me pasa lo mismo con mi hechizo favorito! ¡Crucio!
Voldemort había lanzado miles de crucios en su vida, pero nunca había estado al otro extremo de la varita. Y comprobó que dolía. Mucho. Demasiado. Quizá porque lo estaba ejecutando una maestra del maleficio, pero en cualquier caso no pudo ahogar el grito de dolor. Bellatrix no deseaba matarlo, sabía que era turbio y patético, pero no imaginaba un mundo sin su maestro y no quería que los defensores de los sangre sucia triunfaran. Pero sí quería liberar su rabia y devolverle todos los crucios que había recibido. Así que...
—¡Crucio, crucio, crucio! ¡Vamos, Tom! Parecías muy fuerte y valiente cuando lo usabas tú, ¿por qué ahora eres un bebé llorón?
—¡No me llames Tom! —bramó enfurecido mientras le lanzaba maleficios menores arrodillado y retorciéndose de dolor.
—¿Prefieres Tomy? ¿O Tomás? También sé lo de tu padre, creo que lo sabemos todos... ¡Y aún así sigo apoyándote, si es que soy imbécil! ¡Crucio!
Cuando temió empezar a causarle daños cerebrales severos, Bellatrix se detuvo. Voldemort era cruel, no la quería, pero su familia tampoco y Él al menos le había enseñado magia. Y alguien tenía que acabar con los sangre sucia. Él era un líder nato y tenía planes, podría hacerlo. Bajó su varita mientras Voldemort se ponía en pie de nuevo. Tenía curiosidad por ver su reacción. Creyó que sería un nuevo ataque de rabia, pero se equivocó. El mago oscuro la miró lentamente, como si la viese por primera vez, y cambió radicalmente de estrategia.
—Has crecido, Bella... Ya no eres la niña a la que le fascinaba verme matar sangre sucias... Fui muy duro contigo, lo sé, pero no me arrepiento: mira la gran bruja en la que te has convertido. No te hubiese dedicado tanto tiempo si no te creyese capaz de grandes cosas, no lo hice con nadie más.
Su voz sonaba débil y rota tras los crucios, pero también había bajado la varita. Aquello desarmó a Bellatrix, que ya no sabía qué creer. Voldemort se sujetó el brazo con dificultad y prosiguió:
—Quiero que te unas a mí, voluntariamente. Serás mi segunda, mi lugarteniente, nunca te haré daño y tendré en cuenta todas tus opiniones. Haremos el juramento inquebrantable si eso te da más seguridad. Piénsalo bien, Bella. Nadie más comparte nuestra visión, solo tú y yo podemos convertir este mundo en un lugar mejor. Te estaré esperando.
Tras decir aquello, le arrojó algo a Bellatrix que ella atrapó al vuelo y desapareció. La chica se quedó inmóvil por unos segundos. Abrió la palma de su mano y comprobó que se trataba del galeón encantado para comunicarse con él. Ella no había esperado recibir el antídoto, pero tampoco imaginaba ese desenlace. Los lloriqueos de Antonio la sacaron del trace. Guardó la moneda en un bolsillo y corrió de nuevo junto a Grindelwald. Le costaba mantenerse despierto y no lograba hablar. Probó todos los conjuros que se le ocurrieron, pero ella nunca fue buena con la magia sanadora.
—Necesitamos ayuda —susurró intentando contener las lágrimas.
La necesitaban, pero no sabía a quién acudir. No podía aparecerse con Grindelwald, él moriría en el viaje. Pero le daba miedo dejarlo solo en ese estado. El mago la agarró de la muñeca con todas las fuerzas que le quedaban tomando la decisión por ella. Así que no se movió, se quedó a su lado sin dejar de probar conjuros pese a que ambos sabían que no funcionarían.
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