Capítulo 54
Bellatrix sintió una profunda desazón, pero no quiso precipitarse, debía de ser un malentendido. La conversación entre los dos magos en el aula contigua prosiguió, ajenos a que ya no era privada.
—Unas semanas, unos meses... lo que haga falta, Gellert. Tienes que seguir con Bellatrix hasta que averigües cómo me ha derrotado.
—La ha entrenado Voldemort, así es como lo ha hecho –respondió Grindelwald.
—Sí, es lo más probable, pero tenemos que saber qué le está enseñando. Tú lo has visto, eso era magia ancestral en su más puro estadio, ha llegado incluso a succionar mi propia magia para utilizarla ella. Nunca he visto a Voldemort hacer eso, ni siquiera tengo claro si yo podría hacerlo.
—Tampoco has luchado nunca contra él. En cualquier caso, Albus, si tienen algún tipo de arma secreta no me lo va a contar –replicó Grindelwald con ligera irritación—. No lo ha hecho hasta ahora, así que no lo hará.
—Oh, amigo mío, tengo gran fe en tus capacidades; principalmente en tus capacidades de seducción. Has conseguido que confíe en ti, que te escuche y te haga caso e incluso que se enamore de ti.
—Sigue prefiriendo a su maestro; no por ser un gran mago, sino porque fue su mentor y le prestó atención cuando nadie más lo hizo.
—Estoy seguro de que con tu zalamería serás capaz de superarlo. A Voldemort lo conoce desde hace más de una década, contigo no lleva ni un año y ya te adora.
—No tanto, Albus, tiene más que ver con el morbo de ser su profesor y ser poderoso... Pero ahora que ella misma te ha derrotado, intuyo que le resultaré bastante menos interesante.
—Tonterías. Confía en ti, es lo máximo a lo que se puede aspirar. Te entregó la piedra filosofal, Gellert.
Hubo unos segundos de silencio tras los que Grindelwald respondió:
—Me la entregó para que te la diera a ti.
—Sí, sí, para lo que sea –respondió el director quitándole importancia—. La cuestión es que te la entregó a ti, no a Voldemort.
—Pero lo hizo para... porque...
—¿Porque te quiere? –completó Dumbledore con sorna— La compadezco, yo estuve ahí.
—¡Otra vez no, Albus! –exclamó Grindelwald alterado.
—Tienes razón, me retracto, dejemos el pasado descansar. Ahora tenemos el presente: nuestro trato fue que me ayudaras a detener a Voldemort a cambio de tu libertad. Diseñaste una estrategia perfecta al ganarte a la única discípula que ha tenido, pero...
—Ya he cumplido –le interrumpió exasperado—. No lo hemos derrotado, pero te he ayudado, te devolví la piedra y te he contado todo lo que sé. Ya te digo que Bellatrix lo estima más que a mí, nunca me cuenta nada referente a él. Creo que ni a ella misma le interesa, solo quiere aprender magia de los mejores. No nos necesitas a nadie, Albus, Voldemort te teme y no te costará derrotarlo.
—Es cierto que has cumplido bien hasta ahora y cuentas con mi eterna gratitud. Y en cuanto a que puedo derrotarlo, es cierto... O era cierto hasta ayer. Ahora tiene de su parte a la única persona que me ha vencido.
—En primer lugar, no te has esmerado como si hubieses luchado contra Voldemort; si usaras magia oscura, la vencerías sin problema. Y en segundo, Bellatrix le robó la piedra porque no estaba de acuerdo con su plan. Así que no la tiene de su parte, no es una mortífaga.
—Exacto, todavía no lo es, estamos a tiempo de salvarla. En concreto tú. Tienes que conseguir que te elija a ti. Haz lo que haga falta. Pídele que se case contigo o...
—¡Por Circe, Albus, que tiene dieciocho años! ¡Es una cría! –exclamó Grindelwald profundamente asqueado— ¡Enfréntate a Voldemort, derrótalo y cada uno hacemos nuestra vida en paz!
Hubo una breve pausa.
—¿Sigues queriendo la carta de inmunidad para ser judicialmente intocable?
—Ya sabes que sí –masculló Grindelwald.
—Cuando Voldemort esté en Azkaban, te la firmaré. Tendré que convencer a todo el Wizengamot, pero sabes que lo haré aunque me cueste. Ambos tenemos que poner de nuestra parte. Se trata de evitar una guerra, Gellert.
Dejaron de escucharse voces, unos pasos recorrían agitados la habitación, posiblemente los de Grindelwald. Dumbledore suavizó el tono, hablándole casi con el afecto de un amante:
—La clave es Bellatrix y lo sabes, te diste cuenta desde el principio. Busca la mejor estrategia, confío en ti. Tal vez debamos dejar que se una a los mortífagos: cuando la haya marcado, Voldemort la tratará peor y ella se dará cuenta. Así aún te... apreciará más y podremos detenerlo.
—¿Y ella qué? ¿Terminará en Azkaban también como resultado de nuestras intrigas?
—¡No me digas que le has cogido cariño a la chica! –exclamó Dumbledore ligeramente divertido.
Grindelwald profirió un suspiró de exasperación.
—Albus, se supone que tú eres el bueno. ¿Estás dispuesto a sacrificar a una alumna de dieciocho años?
—Lo soy. Precisamente por eso hacemos esto, por el bien mayor. Salvaremos miles de vidas. Solo tienes que conseguir que te cuente qué magia ha empleado para luchar así... y lograr que deje a Voldemort. A partir de entonces serás libre para siempre. ¿De acuerdo?
La aquiescencia debió ser gestual porque Bellatrix no escuchó nada. Solo a Dumbledore darle las gracias con renovada alegría. Tras eso, oyó como uno de los dos abandonaba la sala a toda velocidad y poco después le seguía el otro. Bellatrix se quedó inmóvil, completamente paralizada. Notaba como mil emociones encontradas se agolpaban en su mente para abrirse paso, pero en ese momento no sentía nada. Era como si le hubiesen lanzado un maleficio petrificante. Temblaba ligeramente, una lágrima había resbalado por su rostro en algún momento, pero no tenía conciencia de ello.
Le costó casi media hora que su cerebro transmitiese la orden de moverse. Cuando lo logró, salió del cuarto y recorrió los pasillos a esa hora casi vacíos. Tomó la chimenea y apareció en la Mansión Black.
—Tiene la comida en el salón, señorita Bella –la saludó su elfina.
—No tengo hambre –respondió en un susurro exento de toda emoción.
Subió a su habitación y se encerró en el cuarto de baño, necesitaba una ducha para eliminar el sudor y el cansancio del duelo. Bajo el chorro de agua caliente, empezó a llorar. Lágrimas de rabia, de impotencia, de dolor, de tristeza... hubo de todo. En algún momento se echó a reír por haber sido tan estúpida, había caído en el truco más viejo del mundo. "El amor es una debilidad", por algo se lo repetía siempre su maestro. Grindelwald la había utilizado y se sentía sucia, sentía un enorme asco de sí misma. Estuvo casi una hora bajo el agua como si eso fuese a llevarse su vergüenza. Después, decidió liberar su rabia.
Cogió su varita y se dirigió a ala este, la más decrépita e inestable de la mansión. Pasó largo tiempo chillando, destrozando cosas con maleficios y otras con sus propias manos. Se hizo sangre y heridas, pero empezó a sentir un pequeño alivio. Cuando se quedó sin fuerzas, al menos la furia había mermado.
—Señorita Bella... —murmuró Didi asustada por su humor— Ha venido a verla su... tutor.
Bellatrix abrió los ojos con horror. Lo último que necesitaba en aquel convulso día era una cita con Voldemort. Pero obviamente no podía echarlo...
—Hazle pasar y dile que estoy en la ducha, que ahora salgo.
La elfina asintió y desapareció. La chica se cambió de ropa a toda velocidad y se curó las heridas causadas por sus accesos de ira. Respiró profundamente mientras se dirigía al salón intentando parecer calmada. Voldemort la esperaba en el sofá con gesto indescriptible. Ella le saludó con impostada alegría y manifestó su sorpresa por su visita.
—Quería contarte que los Lestrange finalmente casaran a Rodolphus con la hija de los Macnair. Tú puedes disfrutar de tu vida como mortífaga sin cargas familiares.
—¡Muchas gracias! –exclamó Bellatrix con sinceridad.
Charlaron de eso un par de minutos más y seguidamente Voldemort le preguntó qué tal habían ido los ÉXTASIS. Ella respondió que sin más, muy fáciles y nada interesantes. No quería contarle que había derrotado a Dumbledore, le daba miedo lo que pudiera suponer: desconfianza en el mejor de los casos y, en el peor, muerte. Eso era perfectamente factible: Voldemort temía a quienes pudieran hacerle sombra, si Bellatrix había logrado vencer a su más temido rival, probablemente también podría con él. Y difícilmente correría ese riesgo...
—¿Y el de Defensa? ¿Cómo ha ido la prueba práctica?
—Bien, ya sabe. Me han pedido el patronus, el hechizo firma... Esas tonterías –respondió ella empezando a inquietarse.
Voldemort asintió lentamente. Después, comentó como si nada:
—¿Y lo de que has derrotado a Dumbledore tienes previsto contármelo?
Bellatrix empalideció. ¡No podía ser que hubiera circulado la noticia! Los ÉXTASIS eran estrictamente confidenciales, los resultados solo se le comunicaban al alumno. Viendo su desconcierto, Voldemort reveló su fuente:
—Augustus Rookwood es una de las últimas incorporaciones a mis mortífagos, me viene muy bien tener espías en el Ministerio.
Ahí encajó el puzle: por eso el secretario se burló cuando contó la historia sobre su hechizo firma, sabía que no era ese; también le sorprendió su patronus, la magia oscura de los seguidores de Voldemort solía impedir que lograran ejecutarlo; por eso fue desagradable con Grindelwald... Voldemort le había aleccionado sobre cómo tratar a cada uno y le había dado detalles sobre Bellatrix. Eso enfureció a la chica, ¿por qué permitía que un simple seguidor le hiciera pasar momentos incómodos en el tribunal? Se lo preguntó de forma indirecta:
—Ah sí, casi ha hecho sospechar a Moody con sus insinuaciones sobre mi hechizo firma y todo eso –comentó sin disimular su desprecio hacia Rookwood.
—Es competencia sana, Bellatrix –sonrió Voldemort.
"Le gusta que compitamos y discutamos entre nosotros, es evidente" pensó Bellatrix cansada ya de juegos. Él le pidió que se lo contara y ella lo hizo sucintamente:
—Su amigo hizo que tuviera que pelear contra Dumbledore y le vencí.
Por mucho que tratara de controlarla, su furia amenazaba con brotar. Tras su triunfo sobre el director, Voldemort le imponía un poco menos. No lo mostraba, pero esperaba que en su interior sintiese renovado respeto e incluso cierto temor hacia ella. Ya no era una niña a la que sus padres despreciaban y no tenía otra cosa que ayudarle con sus planes. Voldemort lo debió notar, pero si eso lo alteró, tampoco lo manifestó.
—¿Cómo lo hiciste, con qué hechizos?
—No lo sé, la verdad. Fueron muchos hechizos, duró más de tres horas y al final, como ya le habrá contado su amigo, me desmayé. Al despertar ni siquiera recordaba haber ganado, así que no le puedo decir más.
—No es mi amigo, es un mero seguidor. Tú eres la única especial.
Bellatrix tuvo que contenerse para no reír: Voldemort dándole una grajea mala y otra buena. Ahora que veía que estaba impermeabilizada ante sus amenazas, probaba con halagos. Grindelwald ya había recorrido ese camino hasta el final y la había engañado. Pero nunca más. Aún así, optó por seguirle el juego, no quería más discusiones.
—Usted me ha enseñado desde pequeña. Dumbledore es un ridículo que cree en el amor y esas tonterías, obviamente es mucho más débil que usted. Por eso pude vencerle, porque estoy acostumbrada a entrenar con el mejor.
Era una jugada inteligente: Voldemort siempre manifestaba que era el mago más poderoso del mundo, no podía desmentir sus propias palabras ni mucho menos admitir que Dumbledore era superior. Pero entonces tampoco podía replicar y reconocer que con lo que él le había enseñado, no sería suficiente. Se quedó en silencio con la tensión evidente en su pálido rostro. Al final tuvo que aceptar la respuesta.
—¿Y cómo vas con Grindelwald?
—Ahí voy –respondió con desgana—. No creo que resulte una amenaza, no está a lo que está. Tiene a Dumbledore todo el día encima y creo que eso le influye, se ha ablandado y no creo que tenga planes concretos ni nada eficaz. Pero sigo en ello para ver si hubiese algo útil.
La última parte era una mentira que no pensaba cumplir: no quería pasar ni un minuto más con Grindelwald. Sin embargo, si lo manifestaba así, ya no podría retrasar su afiliación a los mortífagos. Ahora estaba más convencida de unirse, aunque solo fuese por fastidiar a los dos profesores, pero no quería tomar esa decisión en un día de rabia. Prefería no cerrarse ninguna puerta de momento. Necesitaba calmarse y estar a solas para reflexionar.
El desprecio sincero con el que habló de Grindelwald convenció a Voldemort, que sonrió por fin.
—Cuando creí que te casarías con Lestrange, tenía para ti un regalo de bodas muy especial –comentó sacando de su bolsillo una copa de oro—. Quería que la guardases en Gringotts, pero no en la cámara de tu familia, solo me fío de ti.
—Voy a alquilar mi propia bóveda –aseguró Bellatrix—. Hasta ahora guardaba mi dinero en casa, pero con el premio de Hogwarts y las revistas que me han escrito para ofrecerme colaboraciones ya tengo suficiente para tener una propia. Además yo tampoco me fio de mis padres. Iré mañana mismo.
—Perfecto entonces, asegúrate de que te dan una protegida por dragones. Aquí tienes.
Bellatrix examinó la copa de oro y vio grabado el familiar tejón de la casa Hufflepuff. Empezó a sospechar de qué se trataba. Estaba dándole las gracias cuando Voldemort miró su muñeca con fastidio y maldijo:
—He mandado a tus compañeros a una misión y ya me están llamando, ¡qué inservibles son! A ver si terminas con lo de Grindelwald y te puedes unir ya, te necesito –aseguró levantándose para marcharse—. Me tengo que marchar, hablaremos pronto, Bella.
Salió de la mansión y se apareció sin decir palabra. Bellatrix se quedó en el sofá con la copa en su mano. Poco después sintió su ya familiar latido.
—Genial, otro horrocrux –masculló.
Se sintió muy especial cuando le entregó el anillo de los Gaunt. Ahora, al darse cuenta de que se los prestaba, quitaba y devolvía según considerara su comportamiento, lo que sintió fue fastidio. Eran como premios, pero a la vez un servicio de almacenaje: Voldemort no tenía cámara en Gringotts y no podía abrir una si deseaba mantener el perfil bajo. Se lo encargaba a ella porque el banco era el segundo lugar más seguro del mundo mágico. Un buen lugar para ocultar algo tan valioso.
Volvió a su habitación y guardó la copa en un cuadro encantado que le permitía ocultar objetos dentro del propio lienzo. Contempló su habitación y vio sobre su mesilla el brazalete del dragón que Grindelwald le regaló. Durante un segundo pensó en quemarlo, pero era precioso, no merecía la pena.
—Al menos se gastó oro en engañarme... —comentó con sorna.
Se sentía un poco menos tonta con esos detalles: no la había engatusado cualquiera, sino un profesional, le hubiese podido pasar a cualquiera... Ya le sucedió al propio Dumbledore. Pasó entonces a la habitación de invitados donde se quedaba Grindelwald.
—Didi –llamó a su elfina.
—Dígame, señorita Bella.
—Ayúdame a recoger todo esto, el invitado se marcha hoy. No te esmeres, simplemente lo metemos todo en su maleta y ya está.
La criatura asintió y trabajaron juntas utilizando la magia para guardar la ropa, los libros y los efectos personales del mago. Bellatrix sintió un nudo en el estómago cuando metió sus pijamas, varios de los cuales había compartido con ella. ¿Cómo podía haber sido todo mentira?
—¿Esto es de él o de usted, ama?
La chica cogió el marco que la elfina le tendía. Era la fotografía de ambos el día de su graduación, Grindelwald la había enmarcado y la tenía en su mesilla. Recordó lo maravilloso que resultó aquel día en el que se acostaron por primera vez.
—Vete, Didi –le ordenó apresuradamente—, no te necesitaré el resto del día.
La elfina salió justo a tiempo para permitir a Bellatrix llorar en soledad. Grindelwald parecía genuinamente contento de estar con ella en esa imagen, lo había parecido en cada momento que estuvieron juntos. No podía ser tan buen actor...
Empezó a argumentar contra sí misma. Quizá era como en las novelas cursis que su padre leía a escondidas: Grindelwald aceptó el encargo a ciegas, su intención fue utilizarla, pero cuando la conoció se enamoró de ella. Tal vez era cierto que la quería, igual sus promesas de cuidarla y protegerla no estaban vacías... Aún así todo seguía cimentado sobre una mentira, la había engañado durante demasiado tiempo y no podía perdonarlo.
—Le contó lo de la piedra filosofal, podrían haberme encerrado de por vida y él se lo contó a Dumbledore...
Bueno, le contó que ella se la sustrajo a Voldemort, no la involucró en la noche del crimen... También la había defendido ante el director para que no fuese a Azkaban, diciendo que ella no estaba interesada en unirse a los mortífagos. Quizá sentía remordimientos por manipularla. Estuvo un buen rato dándole vueltas, sentada sobre la cama contemplando la fotografía casi sin verla. Al final decidió que daba igual, había perdido su confianza y se sentía profundamente utilizada. Aunque Grindelwald hubiese actuado bajo imperio (sabía de sobra que no era así) la había hecho sentirse estúpida al oír cómo hablaba de ella y eso no pensaba tolerarlo.
Si no se había lanzado a asesinar gente y quemar casas con el deseo de arder ella también era porque se aferraba a lo positivo: había derrotado a Dumbledore. Seguiría practicando y en pocos años...
—Los mataré a todos –murmuró.
Ni siquiera pensó ya en Grindelwald o Dumbledore. "Todos" abarcaba a toda la humanidad (con la excepción de Eleanor y su familia). Se sacudió las lágrimas y la nostalgia del primer amor que le había destrozado el corazón y terminó de llenar la maleta. Como símbolo final para romper con él, introdujo el chivatoscopio, el regalo que él le hizo por ser la mejor de la clase. Ambos le tenían mucho cariño y era la forma en que él la localizaba siempre; ya nunca más. Después, utilizó la chimenea para aparecer en la suite que Grindelwald seguía poseyendo en el hotel mágico del centro. La dejó en el suelo sin miramientos y volvió a su casa.
Estuvo un rato debatiendo si revocar el acceso de Grindelwald a la mansión para que la maldición de los Black le impidiera entrar. Pero decidió que no, antes quería hacerle sufrir; aunque solo fuese un rato, aunque fuese un minuto, necesitaba hacerle daño. Así que se sentó en un sillón y esperó.
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