Capítulo 47
Grindelwald hizo un gesto con su varita para multiplicar la luz de las velas y poder observar mejor a Bellatrix. El rostro de la chica permanecía impasible, no era capaz de leer sus emociones. No había contado con que le rechazara con tanta rapidez y rotundidad. Y no entendía a qué se refería con lo de que su causa no era la misma.
—¿A qué te refieres? Ambos deseamos el dominio de los magos y brujas –apuntó Grindelwald.
—Sí, el dominio de los magos y brujas... los de verdad, no los que han robado magia.
—¿Hablas de...?
—Los sangre sucia. Son igual o incluso peores que los muggles, al menos los muggles no han robado magia. Voldemort desea exterminar a los sangre sucia, negarles el acceso a la educación y que sean tratados como los seres inferiores que son. Y sospecho que tus ideas no son las mismas.
Grindelwald meditó mucho la respuesta, pero al final tuvo que ser sincero:
—Somos muy pocos, Bellatrix, la proporción es un mago por cada diez muggles y eso incluyendo a sangre sucias y mestizos. Si solo contamos con los de sangre pura, el porcentaje es ridículo. Los necesitamos. Son magos al fin y al cabo, si poseen magia es porque alguno de sus ancestros la dominó. ¿Lo comprendes? Hace falta mucha gente y sin los mestizos y sangre sucia, no podemos.
—Sí, lo comprendo, es lo más realista.
—Sabía que...
—Pero sigo sin compartirlo. Mi maestro piensa acabar con ellos y yo creo en Él.
—Aunque Voldemort fuese el mago más poderoso del mundo (que no lo es) jamás lo lograría solo con la gente de sangre pura. Y ten en cuenta que no todas las familias de sangre pura estarán de acuerdo con él, ni siquiera a ellos los tendrá de su parte. Es una causa perdida, Bellatrix, es imposible que funcione.
—Ninguna causa está perdida mientras haya un insensato dispuesto a morir por ella –aseguró Bellatrix con aparente calma pero fervor en sus ojos—. Tengo muy claras mis ideas, Gellert, y mi visión de lo que debería ser el mundo... y estoy dispuesta a dar la vida por ello.
—Voldemort no lo hará. Él está obsesionado con la inmortalidad, no se sacrificaría ni aunque eso garantizara el éxito de su misión.
—Me trae sin cuidado lo que los demás hagan. Es conmigo con quien debo vivir para siempre y quiero hacerlo en paz con mi conciencia.
Grindelwald ya se dio cuenta la noche en que la fue a buscar durante el robo de la piedra filosofal: Bellatrix no valoraba mucho la vida. Necesitaba la adrenalina y el peligro, morir como una guerrera no le parecía un mal plan. Eran imprudencias típicas de la juventud... pero algo le decía que su opinión no variaría con el tiempo.
—De acuerdo, no te voy a obligar si no quieres, naturalmente. Pero no te unas a Voldemort tampoco, no permitas que te utilice. Es un cobarde, vales mucho más que él.
—Soy una mortífaga, no necesito tomar la marca para ello, lo he sido siempre. Él dio un propósito a mi vida y es realmente poderoso, Gellert...
No era solo eso. Había más motivos que Bellatrix no manifestó: a la causa de Grindelwald no podía aportar nada, ya estaba todo diseñado y organizado; no alcanzaría la fama ni la gloria. Ni siquiera sería su mano derecha, solo su novia. "La novia de"... sonaba terriblemente desagradable, por mucho que amase a ese hombre. Sin embargo, en el caso de Voldemort estaba todo por hacer y ella sería su mayor activo; su nombre sería conocido y temido en el mundo entero.
—¿Por qué no te unes tú a Él? –sugirió Bellatrix aun sabiendo cuál sería la respuesta—Podéis llegar a un acuerdo, repartiros Europa, empezar primero por los muggles y luego los sangre sucia... o al revés. A los dos juntos ni siquiera Dumbledore podría deteneros. Sé que os odiáis, pero podríais uniros por el bien mayor. Ejecutaríamos el juramento inquebrantable para evitar motines.
—No –respondió Grindelwald sin dudar—. No le odio, le desprecio. No te negaré que en el pasado me planteé dialogar con él... pero eso fue antes de enamorarme de una persona a la que ha torturado.
Bellatrix se quedó en silencio por unos segundos, pero enseguida argumentó que lo hacía para estimularla y convertirla en la mejor bruja posible.
—Se puede lograr lo mismo sin causar daño. ¡Por Morgana, Bellatrix, te ha torturado! ¡A ti, a su seguidora más fiel y leal! ¡Qué puedes esperar de semejante ser! –espetó Grindelwald con desprecio— Yo también te he enseñado cosas (sé que no tanto como él, pero no hemos tenido ni un año) y creo que jamás te he hecho daño. Incluso McGonagall o Flitwick... son buenos magos, no a nuestro nivel, indiscutiblemente, pero son diestros y enseñan desde el respeto. Incluso Albus compartió cosas contigo e intentó protegerte de nosotros, ¿me equivoco?
—¿Entonces qué? ¿Me quedo con Dumbledore? ¿Acepto su propuesta de ser profesora? –ironizó ella intentando parecer serena pese a que su discurso la había removido por dentro.
—No, no me refería a... —se interrumpió el mago— ¿Sabes qué? Sí. Quédate con Dumbledore. Visto que estar conmigo no te interesa, prefiero que elijas a Albus. Al menos sabré que estarás segura. Te convertirás en una ficha de su eterna partida de ajedrez, pero tendrás acción, eso te gusta... Y es el mal menor comparado con Voldemort.
Que Grindelwald prefiriese que eligiera al mago que, según sus visiones, un día lo derrotaría, impresionó a Bellatrix. Quiso creer que era sincero, que buscaba ante todo su bienestar. Pero en el entorno en el que se había criado Bellatrix, imperaba la desconfianza: en el fondo seguía albergando el temor de que fuese Grindelwald quien la estuviese manipulando con algún propósito oculto. No sabía qué pensar. No deseaba unirse a un movimiento que trataba por igual a puros y a ladrones de magia, pero pese a que lo había defendido, sabía que Voldemort miraba por su inmortalidad mucho más que por ninguna causa. Y Dumbledore era el favorito de los buenos, no era una opción.
Retomó su whisky con expresión sombría mientras Grindelwald la observaba en silencio. Estaba cansada de grandes magos; cada vez entendía mejor a Morgana, aislándose en una isla y escribiendo un libro que solo una bruja podía abrir...
—¿Quieres estar sola? ¿Prefieres que me marche? –preguntó Grindelwald con suavidad.
Ella tardó en responder, abstraída en sus pensamientos. Él no quiso perturbarla, así que se levantó dispuesto a regresar al colegio para devolverle su espacio.
—No, no quiero.
Con cierta duda, Grindelwald se volvió a sentar. Tomó su mano sobre la mesa y se la acarició con el pulgar.
—Lamento haber sacado el tema, no pretendía entristecerte. Me da igual que no quieras... No, no me da igual, obviamente, pero acepto y comprendo que no quieras unirte a mi causa. Eso no cambia lo que siento por ti.
—¿No estás enfadado?
—No tengo derecho a estarlo como no lo tenía para pedirte algo así. Tienes dieciocho años, Bellatrix, toda la vida por delante. Es demasiado pronto para tomar decisiones de tan profundo calado. Por muy feliz que me hubiese hecho que aceptaras... —reconoció Grindelwald— siento un ligero alivio porque no lo hayas hecho.
Bellatrix frunció el ceño sin comprenderlo. Grindelwald se lo explicó sin tapujos:
—Si te sucede algo, agradeceré no ser el responsable. Por otro lado, aunque no lo comparta, me agrada que tengas tu propio criterio. Mi temor al estar con alguien tan joven era que las dinámicas de poder se desequilibraran, que te manipulara sin ser conscientes ninguno de los dos... pero patente ha quedado que no es así. Cuando tu respuesta es un no, sientes la confianza de dar un no. Supone un alivio a la hora de estar contigo.
Bellatrix le miraba entre la incredulidad y el desconcierto, comprendiendo (y agradeciendo) sus palabras, pero aún así, ligeramente perdida.
—¿Por qué? –insistió— ¿Por qué quieres estar conmigo? Soy una cría y tengo ideas suicidas y absurdas, soy lo contrario a ti.
Él le apretó la mano con más fuerza y clavó en ella sus ojos.
—Porque me haces replantearme las cosas y ver el mundo de otra manera. Eres lo contrario a mí en algunos aspectos, pero en otros, somos tan parecidos que me da miedo. Y lo más sencillo a la par que absurdo es que disfruto estando contigo. Hasta que te conocí, a cada persona le veía una utilidad y cada minuto que les dedicaba constituía una inversión, pero contigo... Me gusta pasear en silencio por cualquier parte, cenar mientras me cuentas tus ideas para crear nuevas maldiciones... Mi parte favorita del día es cuando en la cama, justo antes de dormir, ordenas las razas de dragones de mejor a peor.
Bellatrix sonrió ante lo último ligeramente avergonzada. Seguía sin saber qué temas se consideraban apropiados y cuáles eran extraños. Por eso nunca hacía vida social. Pero con Grindelwald le daba igual, no se censuraba y, cualquier tontería que le contara, él la escuchaba con interés.
—Además me haces reír, aprendo contigo, me contagias una pasión por la magia que olvidé hace años... Y te quiero, Bellatrix.
Ella asintió lentamente, procesándolo. Él se acercó, la levantó con suavidad y ocupó su asiento acomodándola en su regazo. Ella hundió la cabeza en su cuello mientras el mago le frotaba la espalda. "Lo que no entiendo es por qué una chica tan maravillosa querría estar con alguien tan mayor y tedioso" murmuró él. Bellatrix se separó con una carcajada sarcástica.
—¡Por favor, Gellert, ni lo intentes! Sabes de sobra que estás tremendo, tienes un rollo misterioso que vuelve loco a cualquiera y eres uno de los magos más poderosos del mundo. Cualquiera querría estar contigo.
—Viniendo de alguien tan inteligente, ha de ser verdad –respondió Grindelwald con su sonrisa burlona—. Pero a ti eso no te afecta, Bella, ya obtuviste lo que querías de mí, que era que te enseñara. Por mucho que hubiese intentado engatusarte, no hubieses perdido el tiempo con citas, no me habrías aguantado aunque hubiese empleado mis mejores ardides.
Aquello sorprendió a Bellatrix, sobre todo al darse cuenta de que tenía razón. Al principio ansiaba aprender de Grindelwald para poder sorprender a su maestro, mejorar como duelista y estar más cerca de poder derrotarlos. Pero más adelante, empezó a desear que sus prácticas terminasen antes y la llevase a tomar algo a cualquier bar y pasar tiempo con él. No se dio cuenta de cuándo se obró el cambio... Aún así, decidió confesar cuál era su parte favorita:
—Te preocupas por mí –murmuró sin mirarlo—, eso es raro y me gusta.
—¿Cómo que es raro? Es lo mínimo, Bellatrix, seguro que hay más gente de la que crees que se preocupa por ti.
—Para mis padres soy un activo con el que negociar, mis hermanas... Bueno, ellas un poco se preocupan, pero antes van todos sus problemas y aspiraciones. Didi sí, ella siempre me ha cuidado, pero es una elfina... Y Nellie, Nellie es la mejor.
—Al final voy a tener que ponerle un Extraordinario a la peor estudiante que ha pisado Hogwarts –suspiró Grindelwald acariciándole el pelo.
Bellatrix sonrió: de una forma u de otra, Eleanor siempre conseguía sacar buenas notas. Se dio cuenta de que Grindelwald le estaba agradecido a Eleanor por cuidarla; sin embargo, Voldemort trató de separarla de sus amigos... y lo consiguió. Eran actitudes opuestas y la de su novio parecía más noble. Se quedó un rato meditándolo hasta que añadió:
—También me gustas porque eres muy bueno en la cama.
—Oh, en eso puedo cumplir –murmuró con seriedad.
La levantó en brazos y un minuto después estaban en su cama. Cumplió y pasó el examen con Extraordinario, como de costumbre. Después se durmieron abrazados. No volvieron a debatir sobre sus alianzas, querían estar juntos y felices mientras fuese posible.
El miércoles por la mañana, en cuanto se marchó Grindelwald, Bellatrix retomó el cuaderno de Morgana. Había un ritual que deseaba ejecutar, pero resultaba complejo, le llevaría meses poder llevarlo a cabo. Ni siquiera estaba segura del significado de las palabras del conjuro. Optó por visitar a Sabrina para que la dejara releerlo en el libro original. Se apareció en el Callejón Knockturn frente a Bloody Wonders y saludó al padre de Eleanor, que atendía clientes tras la barra. Él hombre la recibió con gran alegría. Tras insistir en que bajara luego a por un paquete de empanadas, le indicó que su mujer estaba en su oficina. La chica le dio las gracias y subió.
—¡Bellatrix! –la recibió Sabrina con un abrazo.
La bruja había vuelto a su atuendo de rompemaldiciones con camiseta y chaleco protector, pantalones y botas de combate.
—Qué alegría verte, Nellie me escribe todas las noches que te echa de menos... Di que menos estudiar, esa niña hace cualquier cosa... ¿Necesitas algo?
—Quería consultar unas páginas del libro de Morgana, si es posible...
—Por supuesto, ven.
La hizo pasar al fondo de su taller y extrajo el libro de su caja fuerte con mucho cuidado. Lo guardaba abierto, pues solo Bellatrix podía volver a abrirlo y no quería molestarla cada vez. La chica buscó el ritual que le interesaba y lo leyeron juntas.
—Esta palabra... —murmuró— significa posesión, ¿verdad?
—Más o menos... —murmuró Sabrina pensativa— Se utiliza en efecto para referirse a un espíritu que posee a una persona, pero también para nombrar a los guardianes protectores y a las energías purificantes que te acompañan. No tiene por qué ser negativo... No creo que aquí lo sea.
—¿Estás segura?
—Nunca puedes estar segura con la magia ancestral. Pero con las molestias que se tomó Morgana para que solo una digna heredera pudiese recibir sus enseñanzas, no creo que incluyera un ritual para maldecirla... —hiló la mujer— Mira, esta última frase del conjuro significa algo como "Cuando te falten las fuerzas, yo estaré ahí". Por eso creo que el ritual es una forma de transmitir su energía, contagiar de su poder... pero no una posesión demoniaca.
—¿Cómo es eso posible? ¿Se quedó como fantasma o algo?
—No, una bruja tan poderosa jamás haría eso. Precisamente por eso, por su enorme poder, no muere del todo. Su energía permanece, su magia, en cierta forma, sigue con nosotros: la liberaría al morir para nunca abandonar el mundo.
Bellatrix asintió procesando la información, tenía sentido. Releyó lo que requería el conjuro, era bastante sencillo:
—Se necesitan cuatro velas de cera de billywig... ¿Dónde se compra eso?
—Aquí al lado. ¡Duler! –llamó Sabrina a su elfo.
—¿Me llamaba señora? –apareció la criatura sonriente.
—Sí, ¿puedes pasar a la tienda de mascotas y conseguir cuatro velas de billywig? Son esos insectos grandes y azules con aguijón, el dependiente te ayudará, dile que vas de mi parte. Toma seis galeones.
—¡Ahora mismo! –exclamó la criatura desapareciendo con un chasquido de dedos.
—Vale... —murmuró Bellatrix sorprendida por su eficacia— Y pone que el ritual debe ejecutarse "En el lugar donde la magia durmió"... Investigaré que puede ser y quizá dentro de unos años pueda...
—Los Bosques Sagrados de la isla de , ya te lo dije. Ahí es donde Morgana murió y donde encontraron su libro.
—¡Ah! Entonces cuando dice que la magia "durmió" se refiere a lo que decías antes, ¿no? Ella murió pero su magia permaneció.
—Exacto, permaneció en letargo hasta que apareciera alguien digno a quien fortalecer. Por lo que dice el conjuro, no es que te vayas a quedar con su magia ni nada similar, sino que formará parte de ti de manera más íntima es...
—Un proceso, como la alquimia –completó Bellatrix—. No trata tanto de aprender a convertir metales en oro como de conocerte a ti mismo, superarte y convertirte en otra persona mejor.
—Así es, así lo entiendo yo.
—Entonces... ¿crees que podré realizar este ritual? Quizá el mes que viene tenga...
—¡Qué mes que viene, podemos ir ahora! No tengo ninguna cita hasta la tarde y la isla está en la costa de Gales, puedo aparecernos. En cuanto vuelva... ¡Duler, ya has vuelto! Justo a tiempo, qué eficaz eres.
—¡Muchas gracias, ama! –exclamó la criatura feliz— Aquí tiene las velas. Si no me necesita más, vuelvo con el amo, la tienda está llena.
—Claro, baja. Gracias.
Duler dejó las velas azules sobre la mesa y desapareció con una enorme sonrisa. Sabrina comprobó que fuesen las velas adecuadas y le preguntó a Bellatrix: "¿Vamos entonces?". La chica tardó un rato en responder, estaba un poco sobrepasada por la rapidez del asunto. Sabrina debió darse cuenta, porque comentó:
—Perdona, yo trabajo a este ritmo: hago las cosas en cuanto surgen o si no, otro se me adelanta. Podemos esperar si quieres pensarlo mejor, avísame unos días antes, no vaya a ser que esté de viaje...
—¡No, no! Sí que quiero ir, pero... ¿Crees que es seguro? Siento que Morgana no me haría daño, pero ¿y si el ritual es demasiado poderoso para mí?
—Se adaptará a ti, la magia siempre busca el equilibrio. Yo no ejecutaría el ritual porque no es mi sangre la que abre el libro y no ambiciono el poder. Tampoco dejaría que mi hija lo hiciera, pero tú...
—¡Ja! Si crees que Nellie va a tocar un libro en cuanto termine Hogwarts, es que no la conoces —comentó Bellatrix divertida.
—Tienes razón –masculló Sabrina con fastidio—, no leerá nada que no sean revistas de moda o repostería.
—Es que no necesita más, Nellie ya es la mejor.
Sabrina sonrió al ver que lo pensaba de verdad. Le repitió que si alguien podía realizar ese ritual, solo sería ella. Y que si en algún momento sentía que algo iba mal, podría detenerse. Eso, unido a su profundo deseo de hacerlo, animó a Bellatrix a aceptar. Metieron el libro y las velas en una mochila de viaje, salieron a la calle y Sabrina las apareció a las dos en la isla de Morgana.
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