Capítulo 42
El fin de semana Bellatrix llevó a Eleanor a visitar a sus padres, eso siempre hacía feliz a su amiga. A ella le encantaba charlar con Sabrina, consultar el libro de Morgana y ver los nuevos tesoros que había adquirido. El sábado durmieron en el piso de Eleanor y el domingo volvieron al castillo. La más joven pasó el día estudiando con sus amigos y Bellatrix se dedicó a entrenar en la Sala de Menesteres. Apenas hizo un par de pausas para comer. Cuando volvió a las mazmorras, eran las doce de la noche. Le extrañó escuchar la voz de Eleanor en la sala común; era habitual que estuviera despierta, sin embargo, nunca contaba con un interlocutor.
—¿Nellie? ¿Con quién estás...? –se interrumpió al ver quién estaba sentado en un sillón frente a ella.
—¡Hola, Bella! Estoy conociendo mejor a mi cuñado, dice que tiene palacios por todo el mundo y que me regalará uno cuando os caséis.
—Eso no guarda parecido alguno con lo que le he dicho –replicó Grindelwald con gravedad.
Bellatrix se echó a reír ligeramente nerviosa por la asunción de Eleanor de que se casarían. El profesor tampoco parecía saber cómo manejar a la díscola alumna de sexto.
—Bueeeno, ¡este peluche se va para su estuche! –exclamó Eleanor levantándose— Buenas noches, Bella, avísame si tengo que matarlo.
Tras eso, se marchó alegremente al dormitorio. Bellatrix no supo bien cómo reaccionar, no esperaba ver a Grindelwald y menos en su sala común. Él le ofreció la mano y los apareció en su despacho. Pasaron a sus habitaciones, se sentaron en el sofá y el profesor hizo aparecer dos vasos de whisky. A Bellatrix le sorprendió:
—¿Ahora bebes whisky?
—Es una ocasión especial –informó él—. La deliberación de Albus ha concluido y me ha informado oficialmente de que estas son mis últimas semanas como profesor. Toma como un acto de buena fe mi supuesta investigación y entrega de la piedra y le vale como pago por haberme eximido de diversos juicios. He conseguido... siendo justos, has conseguido que vuelva a confiar en mí.
—¿De verdad? –preguntó Bellatrix con los ojos brillantes.
Él asintió con una sonrisa y ella le abrazó (sin soltar el whisky y con bastante torpeza porque no tenía costumbre). Grindelwald, que como tenía fuerza abrazaba muy bien, le devolvió el gesto y reiteró su agradecimiento. Le contó que había sucedido esa misma mañana y estaba deseando contárselo, por eso fue de noche a su sala común confiando en encontrarla. En lugar de Bellatrix, se topó con Eleanor, que no perdió la ocasión de interrogarlo.
—Logro intimidar a alumnos, profesores y a todo el que se cruza en mi camino –murmuró Grindelwald—, pero a tu amiga no la impresiono en absoluto.
—No, a Nellie le da todo igual –sonrió Bellatrix.
Grindelwald puso los ojos en blanco ante la desesperación que le provocaba Eleanor. Después se levantó, extrajo un pequeño paquete de un armario y se lo tendió a Bellatrix. Ella lo aceptó y le preguntó que era.
—Una pequeña muestra de gratitud –respondió él simplemente.
—No creo que nada en ti sea pequeño –murmuró ella desgarrando el envoltorio.
No vio la expresión de su profesor porque se quedó embobada con el regalo. Al principio creyó que era una figurita de un dragón —precioso, en tonos verdes oscuros y negros—, pero entonces el objeto alzó el vuelo, se posó sobre su muñeca y se enganchó a ella extendiendo las alas. Era un brazalete con forma de dragón. Estuvo segura de que era una pieza única, hecha a mano y probablemente por encargo expreso de Grindelwald. Le costó expresar su gratitud, la ponía muy nerviosa recibir regalos.
—Es precioso, muchas gracias. No tenías por qué... —murmuró con timidez.
—Por supuesto que sí. Quería que tuvieras algo mío... algo que quisiera regalarte por voluntad propia, me refiero; no como cuando por mi arrogancia le tuve que entregar mi valioso chivatoscopio a una alumna que pensé que tenía los ojos bonitos y nada más.
Bellatrix sonrió al recordarlo. Sacó el chivatoscopio que llevaba en su bolsillo y le aseguró que lo cuidaba muy bien. Y que por supuesto no se lo devolvería jamás, era de sus objetos favoritos. Él fingió sentirse dolido, pero después sonrió y la besó en la mejilla. Se quedaron en silencio mientras Bellatrix acariciaba su brazalete con la cabeza apoyada sobre el hombro de Grindelwald.
—¿Crees que con un hechizo de fuego podría...?
Sin darle tiempo a terminar, el mago tocó la cabeza del dragón con su varita y al momento este emitió una llamarada.
—Sí que puede producir fuego. Si presionas las alas, se soltará de tu muñeca y si presionas la cola, volará por la habitación.
—¡Hala! –exclamó Bellatrix emocionada- ¡Mira, Antonio!
El chupacabra, que acababa de volver del bosque embadurnado de la sangre de la cena, correteó por la habitación intentando atrapar el objeto. Bellatrix estuvo jugando con él hasta que Grindelwald le indicó que era muy tarde y debían acostarse. Al día siguiente era lunes y no quería que tuviese sueño por su culpa. Podía dormir con él y la aparecería en su habitación a las seis para que nadie los viera. Bellatrix le dijo distraída que luego iría, estaba ocupada examinando los encantamientos que poseía su brazalete. El profesor insistió, pero la chica no le hizo caso.
—Si vienes, te presto la camisa de mi pijama –se rindió él.
Cuando Bellatrix comprendió que eso le permitía dormir con un Grindelwald sin camisa, se levantó de un salto y corrió a la cama. Dejó en la mesilla su brazalete-dragón, activó el hechizo despertador y se acurrucó junto al pecho de Grindelwald. El la abrazó, Antonio se escurrió hasta colarse entre ambos y Bellatrix deseó quedarse así para siempre.
El mes de mayo transcurrió a velocidad frenética. Pronto alcanzó su última semana, la última para los alumnos de séptimo: les daban vacaciones antes que al resto para que pudieran prepararse los ÉXTASIS. Podían quedarse en el colegio, pero la mayoría se marchaban a sus casas, ya que esos exámenes se realizaban en el Ministerio. Bellatrix estaba muy tranquila a ese respecto: había estudiado mucho y se había preparado a conciencia los diez exámenes a los que se presentaría. Aún así, el lunes tenía la tutoría de orientación que ofrecían los profesores, principalmente para ayudarles a calmar los nervios y darles los últimos consejos.
—Pero tú no necesitas que nadie te tranquilice –replicó Eleanor cuando se lo comentó.
—Ya, pero elegí de tutor a Gellert –comentó con una sonrisa.
—¡Ah, eso tiene más sentido! Pregúntale cómo lleva lo de mi palacio.
Bellatrix prometió hacerlo. En las últimas semanas apenas había visto a su profesor favorito: aunque Albus confiaba en él, no querían ser descubiertos y estropearlo todo justo al final. Salvo la aparición, el resto de métodos para encontrarse en el castillo eran rastreables y solo Grindelwald podía aparecerse ahí. Así que se echaban de menos y por eso a la chica la ilusionaba la tutoría. Se presentó en el despacho media hora antes, pero su tutor no tuvo quejas.
—Buenos días, señorita Black. Supongo que estará usted en extremo angustiada con los exámenes, todos los profesores me han reprochado la locura que fue apuntarla a tantos...
Ella iba a responder que vaya tontería, pero decidió seguirle el juego.
—Tienen razón, estoy asustadísima. No como, no duermo e incluso mis ganas de torturar se han reducido... Si eso no es síntoma de que me estoy muriendo... ¿Qué va a hacer para ayudarme? –preguntó poniendo mirada de cachorrito.
—Deja de mirarme así –ordenó él intentando sin éxito no mirarla.
—¿Así cómo? –inquirió ella ladeando la cabeza sin variar un ápice su expresión.
—Venga aquí ahora mismo, señorita Black.
La chica se levantó, rodeó el escritorio y se sentó en su regazo. Él la besó de forma posesiva, con cierta rabia por no poder controlar lo que su alumna provocaba en él. Ella metió las manos bajo su camisa y disfrutó del agradable calor de su cuerpo. Al final tuvieron que separar sus lenguas, pero Bellatrix no se movió. Grindelwald le preguntó ya en serio si tenía alguna duda y ella negó con la cabeza. Así que le dio las indicaciones generales.
—Recuerda que tendrás exámenes mañana y tarde, y que algunos también tienen parte práctica que se realiza por separado.
—Uff qué pereza –murmuró Bellatrix que no deseaba hablar del tema. —Mira, te he traído algo –murmuró atrayendo su mochila con un accio.
Sacó un antiguo libro de genealogía familiar y Grindelwald lo contempló con curiosidad. Bellatrix pasó las páginas con suavidad hasta llegar a un intrincado árbol genealógico que se remontaba a la Edad Media. La chica puso el dedo en el apellido más reciente, "Potter":
—Creo que te interesa visitar a esta familia.
—¿Por qué motivo? –inquirió Grindelwald.
Bellatrix siguió el recorrido de los ancestros de los Potter hasta remontarse a un nombre: Ignotus Peverell. El mago abrió los ojos sorprendido.
—En las familias de sangre pura es muy frecuente pasar objetos valiosos de padres a hijos –explicó Bellatrix—.Hay posibilidades de que los Potter conserven la capa de invisibilidad de Ignotus... Poco te cuesta colarte en su casa y comprobarlo. Sé que no necesitas ningún objeto para hacerte invisible, pero me dijiste que las reliquias te ayudarían si llegaras a enfrentarte a Dumbledore.
Grindelwald asintió con vehemencia.
—¿De dónde has sacado este libro? Busqué información sobre los hermanos Peverell y nunca encontré nada.
— Ya te lo he dicho: herencia familiar. Claro que no encontraste nada, solo los más selectos de los Sagrados Veintiocho tenemos estos libros tan completos y bien documentados. Y jamás se prestan ni se venden por cuestiones de orgullo. Este lleva desde el 1600 en la familia Black, se actualiza solo y no existe ninguna otra copia. Me lo trajo mi elfina.
—Joder, cómo te quiero, Bellatrix –masculló el mago.
—¡Eh, ese lenguaje! –le regañó ella.
Él rio entre dientes y contempló la página de nuevo.
—¿Cadmus Peverell aparece en algún lugar?
Sí que aparecía: ligado a los Gaunt, cuyo anillo llevaba Bellatrix con la piedra de la resurrección engarzada.
—Se menciona, pero ninguna de las familias que descienden de él han sobrevivido, ya lo he investigado y nada –respondió Bellatrix pensando que en cierto modo era verdad—. Ahora pasemos a otro tema: el viernes es la ceremonia de graduación y esa misma noche me voy del colegio. ¿Qué harás tú?
—¿Cómo que qué haré yo? Continuar dando clase al resto de insufribles alumnos durante la semana que queda. Y a la siguiente tengo que estar en el Ministerio para ser testigo experto de los ÉXTASIS con el resto de profesores.
—Me refería por las noches. Puedo conectar la chimenea del salón de la Mansión Black a la de tu despacho, eso te deja sin excusas para plantarte en mi casa la primera noche en la que deje de ser tu alumna... Y esta vez sin pijama.
Él mostró una ligera sonrisa y una mirada indescifrable. Después respondió lentamente:
—¿Me presentarás a tus padres o directamente los sorprendo en su salón?
—Están de viaje. Visitando a unos parientes en Gales hasta dentro de tres semanas. Una excusa como cualquier otra para no venir a mi graduación –masculló la chica-. Además, "casualmente" olvidaron enviar las autorizaciones para que al menos pudieran venir mis hermanas...
—Lo siento –respondió Grindelwald que no entendía como sus padres podían no estar orgullosos de ella.
—Bah, así tengo la mansión para mí sola, merece la pena. Andy y Cissy no terminan el colegio hasta dentro de dos semanas, lo cual nos deja siete largos días de soledad... Vendrás, ¿verdad? –preguntó en voz baja contemplando sus ojos azules.
Él la estrechó junto a su cuerpo y susurró en su oído: "Te lo prometo, ma belle". Ella sonrió satisfecha y el resto de la tutoría mantuvo el mismo tono.
El martes a mediodía Bellatrix estaba contemplando su habitación cuando entró Eleanor.
—¿Qué haces, cielo?
—He pensado en redecorar esto para ti, ya que al año que viene te la quedarás tú.
—Eso si no consigo huir... —masculló Eleanor.
—Ya te enseñé cómo hacerlo –sonrió Bellatrix.
Eleanor asintió satisfecha, el colegio se le hacía más soportable si podía visitar su casa a través del armario evanescente. Estuvieron haciendo cambios en el mobiliario y la decoración para que se adaptara más a los gustos de la joven. Después se tumbaron juntas en la cama.
—¿Y tus padrinos? –inquirió Eleanor— ¿No pueden venir ellos a tu graduación?
—Mis padrinos son mis tíos. Con Walburga me llevo bien, pero están demasiado ocupados con sus hijos: el mayor, Sirius, es un terremoto que no para de sembrar el caos y los tiene locos. Y Regulus es muy dependiente y se pasan el día mimándolo, eso también les roba mucho tiempo. Pero me da igual, me entregará el título McGonagall y ya está.
—Mmm... —murmuró su amiga- Creo que McGonagall también está enamorada de mí.
Bellatrix se rio sin poder evitarlo y después echaron una siesta juntas antes de volver a sus clases. Por la tarde, Bellatrix tenía pociones. El profesor estuvo repasando las que podían pedirles en los EXTASIS y después los repartió en grupos para que las elaboraran. Bellatrix se puso con Rose y Dolohov. Ella se encargó de la poción (no permitía que ninguno metiera la varita, solo podían estropearla) y sus amigos cotillearon mientras.
—Por lo que he oído –susurró Dolohov—, igual yo tengo más oportunidades con Mr. Sexy que vosotras.
Bellatrix casi dejó caer el néctar de belladona. Se recompuso y preguntó con calma a qué se refería.
—El otro día estaba con Rod entrenando junto al lago y vimos a Dumbledore y a Grindelwald paseando por el Bosque Prohibido.
—¿Y qué? –inquirió Rose— Yo he visto a McGonagall y a Slughorn paseando por los invernaderos y espero que semejante reina no se conforme con tan poco.
Sus amigos sonrieron. Pese a ser mestiza, la subdirectora tenía el respeto y admiración de todos sus alumnos.
—Ya, pero ellos dos iban muy agarrados –apuntó Dolohov—, demasiado agarrados... Y la cara de Grindelwald no la vi, pero Dumbledore estaba más sonriente que nosotros la semana pasada cuando ganamos la copa de quidditch.
—¡Cuida, Bella, que rebosa!
La aludida consiguió equilibrar la poción antes del desastre, pero estuvo a punto de ser su primer fracaso del año. Grindelwald la quería –o eso decía—, seguro que lo de Dumbledore no era correspondido. Aunque era un gran mago, Bellatrix entendía su atracción por él. Y lo de pasear por el bosque sonaba muy romántico e inusual para los profesores... Sacudió la cabeza y decidió que debía confiar en él; a ella la había llevado a lugares mucho más románticos que un bosque con arañas y escregutos.
—¡Hola, cielo! ¿Pasa algo? –preguntó Eleanor cuando se encontraron esa noche.
Bellatrix dudó, quizá era mejor no darle importancia, seguro que no era nada... Aún así se lo contó, debía aprovechar que ahora disponía de una mejor amiga.
—¡Uy, sí, yo también los he visto! –comentó la joven— Estaba en Herbología y mi hongo saltarín se ha escapado dando saltos. Cuando lo perseguía, los he visto por el corredor charlando muy sonrientes.
—¿Grindelwald también sonreía? –preguntó Bellatrix intentando fingir que no le importaba.
—Sí, ya sabes, su sonrisa encantadora que hace que todas mis compañeras tengan que cambiarse de bragas después de clase.
—Bueno, es igual... Lo veré el jueves en clase supongo que... Bueno, no sé, no será nada –murmuró Bellatrix.
No obstante, se equivocó. El miércoles a la hora de comer, Eleanor apareció con una nota que el profesor de Defensa le había pasado discretamente durante la clase. Era para Bellatrix. Le pedía que esa noche a las once saliese al pasillo donde casi los pilló Slughorn una noche, quería llevarla a tomar algo. A la chica le ilusionó que hubiese encontrado la forma de tener una cita, aunque le extrañó que se arriesgara ahora que Dumbledore apenas se separaba de él.
Grindelwald ya la esperaba a la hora indicada y los apareció sin decir nada.
—Te echaba de menos –aseguró él besándola en cuanto reaparecieron.
En esa ocasión Bellatrix sí que reconoció el lugar: el lago Ness, el mismo lugar en el que tuvieron la primera cita fuera del colegio. Caminaron bordeando el lago mientras se ponían al día de lo sucedido las dos últimas jornadas. La chica no mencionó el asunto que la inquietaba. Acudieron al pub irlandés cuyo camarero era amigo de Grindelwald y se sentaron en la terraza. Fue él quien sacó el tema:
—Albus está más pegajoso que Antonio –suspiró mientras el chupacabra ronroneaba dentro de su chaqueta—. Desde que le di la piedra, parece haber olvidado nuestro turbulento pasado...
—Algo he oído.
—¿Sí? Tu amiga Eleanor, intuyo. En clase no hace una a derechas, pero los cotilleos no se le escapan.
—No fue ella, os han visto excesivamente juntos más personas –comentó Bellatrix disfrutando de su whisky.
—¿Y eso te ha hecho dudar? –preguntó él mirándola a los ojos.
—No. Nellie me explicó que seguramente le sigues el rollo para sacar beneficio. Lo cual, según Nellie, resulta rastrero y triste, pero no es motivo para tener celos.
El profesor se quedó con la boca a medio abrir por la crudeza de Eleanor y de Bellatrix al relatárselo tal cual. Al final sonrió y sacudió la cabeza.
—No es exactamente así... Tengo que "seguirle el rollo", como tu docta amiga sentencia, porque me ha firmado por fin el contrato de rescisión. Resultaría muy ingrato retirarle la palabra ahora que he conseguido mi propósito.
—Sí, supongo...
—Aunque reconozco que quizá Albus se ha extralimitado en su entusiasmo...
Bellatrix frunció el ceño y le miró fijamente.
—Creo que se siente solo en Hogwarts –murmuró el profesor—. En cualquier caso, le he frenado en cuanto ha intentado deslizar su mano más allá de mi espalda.
—Como te toque el culo, lo mato –sentenció Bellatrix.
Grindelwald sonrió y le aseguró que no tenía de qué preocuparse. Le había recordado a Dumbledore el dolor que supuso para ambos su relación en la juventud y ninguno de los dos deseaba revivir aquello. No le había dicho que estaba con alguien para que no sospechara que se trataba de una alumna, pero aún así, el director había comprendido el mensaje.
—¿Pero se ha enfadado porque lo hayas rechazado?
—No, en absoluto –respondió Grindelwald—. Sabe que es muy inapropiado colocarme en una situación tan incómoda y que funcionamos mejor como amigos. Está eufórico con eso, con haberme recuperado del lado oscuro. Es muy inteligente, pero le pierde el corazón.
Bellatrix asintió ya más tranquila.
—Quién lo iba a decir... —murmuró divertida— Podrías denunciar al mago más famoso del país por acaso laboral...
Rieron juntos y estuvieron bebiendo casi hasta el amanecer, sabiendo que aquella sería su última cita como alumna y profesor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro