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Capítulo 39

Cuando el mago que había insultado y amenazado a Grindelwald, desesperado por su pasividad, le lanzó un hechizo aturdidor, Bellatrix se hartó. Le dio igual hallarse en la zona mágica de una ciudad que no era la suya cuando se suponía que estaba en Hogwarts. Alzó su varita y proclamó:

—Bueno, ¡hasta aquí!

Desvió el hechizo que volvió contra su atacante y se desmayó, desarmó a sus acompañantes y les lanzó a los tres un conjuro para evitar que pudieran gritar. Seguidamente hubo una ronda de crucios no verbales para que los espectadores no supieran de qué conjuro se trataba. Mientras se retorcían de dolor en silencio, la joven creó una bandada de cuervos que atacó a quienes los jaleaban y los obligó a dispersarse. Tuvo que contenerse porque disfrutaba en exceso con aquello.

—Joder, menuda diosa –murmuró la chica francesa que se había puesto de su parte.

Le guiñó el ojo a Bellatrix y se marchó también. "Mira, he ligado" pensó la estudiante halagada. No obstante, no tenía ganas de más jaleo o de que alguien la descubriera. Grindelwald reaccionó por fin agarrándola por la cintura y apareciéndolos a los dos. Surgieron en un callejón de un barrio bohemio de las afueras. Bellatrix no aguantó ni dos segundos:

—¡Pero bueno, a ti qué te pasa! –se encaró con él— ¡¿Por qué no has hecho nada?!

—Porque quería dejarte disfrutar a ti –replicó él con su sonrisa burlona.

Bellatrix puso los ojos en blanco, aunque era innegable que había disfrutado impartiendo justicia...

—¿Y si no llego a estar yo?

—Alguien hubiese ocupado tu lugar, créeme. Me sucede esto casi cada vez que aparezco en alguna zona mágica de Hungría, Alemania, Austria, Bulgaria...

—¿Y eso te gusta? ¿Te pone que la gente te defienda o algo así?

—Solo cuando lo haces tú, ma belle –susurró en su oído atrayéndola hacia sí.

Bellatrix sintió un escalofrío de placer, pero se esforzó en ocultarlo. Él la besó como forma de darle las gracias; ella no protestó pero tampoco se esforzó mucho. "Ven, vamos a comer" murmuró tomándola de la mano. Caminaron por un par de calles hasta llegar a un restaurante italiano. Bellatrix le había comentado que la comida italiana era su favorita y él lo recordaba. Eso la hizo feliz, aunque de nuevo disimuló. El restaurante estaba casi vacío y la decoración ambientada en la Toscana resultaba muy evocadora. El encargado les brindó una calurosa bienvenida (sin duda otro mago dispuesto a dar su vida por la causa de Grindelwald) y les guió hasta una terraza interior en la que solo había una mesa ya dispuesta para ellos.

—Nuestro mejor vino, invita la casa –comentó el hombre reapareciendo con una carísima botella de vino blanco.

Les sirvió la bebida, tomó nota de su pedido y se retiró. Pese a que estaba segura de que no improvisaba, de que había diseñado y reservado todo aquello para ella, Bellatrix seguía con el ceño ligeramente fruncido. No obstante, Grindelwald no parecía tener prisa.

—¿Me lo vas a explicar? Mi maestro no hubiese tolerado semejante ridiculez...

La mención a Voldemort hizo que el rostro del mago se tensara como no se había tensado durante los insultos de los increpadores.

—Hay formas más eficaces de ganarse a la gente y demostrar tus teorías que la violencia, Bellatrix. Si los hubiese atacado, hubiese confirmado que soy violento y solo busco el caos, pero así, los que han quedado en evidencia han sido ellos.

—¿Entonces lo has hecho para que no se entere Dumbledore?

—En absoluto, Albus no es problema –comentó quitándole importancia con un gesto de la mano—. El dueño del principal periódico de Centroeuropa está emparentado con mi familia y es totalmente fiel a mí. Si publica alguna noticia, lo hará de forma que si Albus la lee, me felicitará por mi gran talante. Lo he hecho para que la anécdota circule, para que la gente vea que solo busco la concordia y lo mejor para los magos.

Lo último sonó profundamente sarcástico. Bellatrix asintió lentamente intentando comprenderlo. Sabía que ese era el estilo de Grindelwald, ganarse a la gente con su encanto y su labia, pero era tan opuesto al suyo que le costaba asimilarlo. Debía funcionar, porque pese a que llevaban acusándolo de crímenes desde su etapa escolar, ahí estaba, paseando en libertad por todo el mundo... No necesitaba mantenerse en la sombra como hacía Voldemort.

—Bueno... Supongo que tiene sentido, a la larga igual es mejor... –murmuró ella finalmente.

—En cualquier caso, jamás haría nada que te pusiera en peligro –remarcó él con gravedad-. Los hubiese matado en medio segundo de haber sido necesario.

Bellatrix asintió un poco más animada.

—Enséñame insultos en alemán, por si vuelve a ocurrir –le pidió cambiando de tema.

Él sonrió y la complació. En cuanto llegó la comida Bellatrix se lanzó a devorarla: torturar siempre le daba hambre. Por su parte, Grindelwald, una vez comprobado que no estaba enfadada con él y más o menos comprendía su forma de actuar, dejó de hablar. Respondió a las cuestiones que le planteó Bellatrix y la escuchó con atención, pero no aportó mucho más. Ella no se dio cuenta hasta que terminaron de comer. Pasearon por aquel pintoresco barrio en dirección al río y sintió que el mago estaba algo circunspecto y más callado de lo habitual. Además intuía en sus ojos cierta tristeza que esa mañana no estaba ahí.

"Quizá me he pasado", pensó compungida, "Creerá que le considero inferior a Voldemort o algo así...". No obstante, sintió que no era eso, ya habían hablado y aclarado ese tema. Le gustaba eso de Grindelwald: no se guardaba las cosas, las compartía con ella y le ayudaba a comprender su visión. Voldemort simplemente la torturaba sin explicarle nada. "¿Será porque le han insultado?" caviló. Tras darle varias vueltas eso fue lo mejor que se le ocurrió, así que probó:

—Respecto a lo de antes... no... no deberían afectarte las tonterías que te dicen. No eres un monstruo ni ninguna otra de las cosas absurdas que han dicho.

Él volvió a la realidad y la miró casi con ternura. Le pasó un brazo por la cintura y ella apoyó la cabeza en su hombro mientras caminaban lentamente.

—La desaprobación de los cobardes es el elogio de los valientes –aseguró él—. Que me consideren un monstruo es todo un cumplido viniendo de tan descerebradas criaturas.

—¿Entonces qué pasa? ¿Por qué estás tan callado?

Él tardó un rato en responder, pero al final lo hizo con sinceridad:

—Porque he tenido que aceptar a la fuerza que por mucho que mi mente se empeñe en fantasear con lo imposible, no sucederá nunca. Y así es mejor.

—¿Sabes cuando Nellie dice que hablas raro? Tiene razón.

Grindelwald sonrió. La tomó de la mano y le indicó que iban a aparecerse. A Bellatrix le ilusionó abrir los ojos y verse de nuevo en el tejado de la infancia del mago. Ese lugar era ya especial para ambos. Se acomodaron como la vez anterior y Grindelwald ejecutó un conjuro de eclipse para que el sol de la tarde no les diera directamente.

—Pasar tiempo contigo está siendo un regalo del que no soy merecedor –comenzó él—. Y aunque he dedicado más horas de las que reconocería bajo tortura a buscar la forma de prolongarlo, sé que no puede suceder. Lo de hoy me lo ha confirmado. No viviría en paz obligando a estar a mi lado a alguien que ha removido en mí sentimientos que ignoraba poseer.

—¡Pero no me obligas a nada! –exclamó ella— Yo también lo paso muy bien y me gustaría seguir pasando tiempo juntos... Estoy empezando a replantearme lo de Rodolphus, creo que puedo librarme del matrimonio. Ganaré dinero y poder por mí misma, no necesitaremos a los Lestrange.

—No dudo de que lo harás, ma belle, y te ruego de nuevo que no te cases con él. Pero conmigo tampoco. Sí que soy un monstruo y mis intenciones no suelen ser... Mira, Bellatrix, no quiero que sufras, la sola idea de ello me desquicia. Creo en mi causa y lucharé mis batallas, porque qué hombre sería si renunciara por temor. Pero he tenido suficientes visiones como para saber que es más que posible que no termine bien.

—¿Ha tenido alguna sobre mí?

—No, sobre ti no, pero eso es lo de menos. De mis posibilidades dudo, pero de Voldemort tengo la certeza de que no alcanzará el éxito. Si te pudiera pedir algo, Bellatrix, te suplicaría que te alejaras de los dos. De Voldemort... y también de mí.

—No puedes –contestó ella al punto—. No puedes pedirme eso y no lo haré. Ninguna de las dos cosas.

—Lo sé –respondió él cogiéndola de la mano intentando calmarla—, lo sé. Pero tú no necesitas a nadie para reinar, procura recordarlo.

"Qué decepción de vida" masculló Bellatrix contemplando el borde del tejado con repentino deseo. Nunca había tenido ideas suicidas y en ese momento tampoco... al menos no de forma seria. Pero haberse esforzado tanto durante toda su vida, tanto estudio, tantos logros, tantos sacrificios... para al final no poder tener lo que quería le resultaba desquiciante. Y muy injusto.

—La última vez que estuvimos aquí ambos llegamos a esta misma conclusión –recordó Grindelwald unos minutos después—. Pero decidimos alagarlo hasta que terminara el curso y tengas que hacer frente a tus (autoimpuestas) obligaciones.

Bellatrix asintió, lo recordaba perfectamente.

—¿Sigues queriendo que sea así? –preguntó él.

Ella caviló en silencio por unos segundos.

—Fuiste tú quien dijo que cuanto más durase esto, más te costaría recuperarte. ¿Ya no es así?

—Oh, sí, sigue siendo así –respondió él que con un gesto de varita deshizo los conjuros del pelo y los ojos de Bellatrix–. Sé que aunque conquiste todas mis metas, pasaré el resto de mis días echando de menos tus ojos, tu arrogancia, tu fuerza y tu forma de desaprobarme porque no uso crucio todo lo que debería.

La joven no pudo evitar sonreír ante lo último.

—Pero también sé que me arrepentiré si desperdicio uno solo de los días que desees compartir conmigo.

"No me extraña que se gane a la gente sin sacar la varita, qué bien habla el condenado" pensó Bellatrix casi con rabia. Pese a que se daba cuenta de ello, los escalofríos de emoción los sentía igual. Tardó un rato en responder, pero al final le confirmó que se mantenía en el pacto inicial: podían estar juntos hasta que su boda con Rodolphus y su afiliación a los mortífagos resultaran imperativas. Se sentó en su regazo sin ningún miedo, pues sabía que pese a estar en precario equilibro sobre un tejado, él no la dejaría caer. Y así sellaron el pacto besándose y metiéndose mano; ella le metía mano, él no pasaba de acariciarle el pelo y el rostro para desesperación de la chica. Después se quedaron abrazados en silencio.

—Qué rabia que sea ya domingo tengamos que volver al estúpido Hogwarts... —masculló ella contemplando el atardecer sobre el Danubio.

Grindelwald consultó su reloj.

—Sí, debo aparecer por la cena para que el resto de profesores no sospechen. Aunque Albus sigue en América hasta el martes, temo que Minerva o cualquier otro actúen de espía para él.

Bellatrix asintió con pesar.

—Aún así, podemos dar un último paseo antes de volver. Y después de la cena, si ves que tantas horas sin mí se te hacen insoportables, puedes venir a tu lado de mi cama.

La chica le dio un golpe cariñoso en el hombro por su arrogancia, pero le pareció un buen plan. Iban a levantarse cuando una lechuza dorada se detuvo ante el mago y le tendió una carta. Bellatrix reconoció en el remite el nombre de Gizella, la amiga especial de Grindelwald en cuyo restaurante estuvieron la primera vez. Él le había contado que estaba en Rusia por negocios, pero aún así había conseguido inmiscuirse. Desplegó la misiva sin ocultársela; no era necesario puesto que estaba en húngaro. Bellatrix solo vio que eran un par de párrafos de frases incomprensibles para ella. El mago la leyó y una sonrisa se formó en sus labios. Bellatrix no quería ser celosa, pero aquello era imposible. Él debió darse cuenta.

—¿Quieres leerla? –preguntó con sorna.

Con un gesto de su varita, la carta se tradujo y se la pasó. Ella no dudó un segundo en invadir su privacidad.

Mi querido Gelly:

Me ofende que hayas ido a Budapest justo cuando no estoy yo, una no se puede fiar de semejante embaucador... Ya he oído que has montado otro de tus números en el centro, no puedes dejar de ser el centro de atención ni un solo día, ¿eh? Aún así enhorabuena, me lo ha contado alguien del Ministerio cuyos ideales eran opuestos a los tuyos y, sin embargo, tenía grandes palabras para ti por tu forma de actuar. Cómo se nota que no te conoce...

Por cierto, me han contado que estabas con una rubia de ojos verdes. Me decepcionas, Gelly, creí que la princesita asesina te duraría más. Si no te conociera diría que noté en ti eso que los humanos llaman amor. En cualquier caso, siempre es mejor el dinero y tengo que seguir robándoselo a los rusos.

Un abrazo, manipulador arrogante.

Giz.

Bellatrix se mordió el meñique nerviosa al ver los términos con los que la bruja hablaba de ella. Sobre todo el hecho de que le dijera a Grindelwald que le pareció que la amaba. Aún así se recompuso y preguntó cómo podía haberse enterado de algo sucedido hacía tan solo unas horas.

—Giz tiene contactos por todo el mundo, habrá sido alguien por las chimeneas para conexiones internacionales del Ministerio... O con cualquier instrumento mágico de doble dirección: espejos, cuadernos... ya sabes.

La joven asintió recordando el cuaderno con el que Eleanor se comunicaba con su madre. Volviendo a la carta, añadió altiva:

—No me gusta lo de princesa asesina.

—A mí me encanta –respondió burlón—. Me contaste que de pequeña odiabas que te apartaran del duelo y te relegaran a actividades estúpidas como el canto y la danza. Conmigo no será así, puedes asesinar a todo el que desees mientras yo te observo de brazos cruzados.

La chica le miró frunciendo el ceño sin entender si aquello era malo o bueno. "Bah, le gusta que asesine gente, es lo que le pido a una pareja" decidió internamente. Grindelwald guardó la carta y los apareció de nuevo. Bellatrix se sintió ligeramente decepcionada al verse de nuevo a la orilla del Danubio donde surgían siempre, había esperado un sitio nuevo. No obstante, en esa ocasión no subieron por las escaleras. El mago dio cuatro toques de varita a dos de las piedras que componían la pared y se abrió una pequeña grieta. Pasaron por ella y entraron a un embarcadero.

Resultó que en esa ciudad los magos tenían sus propios barcos invisibles para los muggles. Bellatrix lo contempló sorprendida. Con su sonrisa de superioridad habitual, Grindelwald comentó:

—Buenas noticias, señorita Black: además de suites en hoteles y restaurantes, palacios y castillos por todo el mundo y pijamas, también poseo un yate.

La joven se echó a reír y sacudió la cabeza. Ya nada le sorprendía en ese hombre. Ni siquiera que supiera pilotar un barco le extrañaba. La condujo hasta una elegante embarcación plateada y la ayudó a subir. Grindelwald pasó unos minutos ejecutando los conjuros necesarios para que se condujera solo y esquivara a cualquier embarcación turística que pudiera cruzarse. Una vez terminó, el yate zarpó suavemente hacia el Danubio.

Subieron a la cubierta principal para contemplar una imagen tan bella que resultaba casi irreal, con ambas partes de Budapest mostrando su magnificencia en cada orilla. No había ninguna otra embarcación. Bellatrix cerró los ojos mientras el último sol de la tarde acariciaba su rostro y una suave brisa la envolvía. Empezó a pensar que quizá se había equivocado y Narcissa tenía razón: podría acostumbrarse a esa vida de lujos.

—¿A cuántas mujeres has traído aquí? –preguntó.

—A ninguna a la que haya permitido tocarme el trasero.

Bellatrix sonrió satisfecha y no apartó la mano de donde la tenía. Con la otra mano, acarició la barandilla perfectamente pulida, era un yate magnífico.

—Si llegáramos a mar abierto triplicaría su tamaño –comentó Grindelwald—. Se adapta al lugar y a las circunstancias.

—¿Cuánto cuesta algo así? –preguntó ella fascinada— Si es que pagaste por él...

—Es de mal gusto hablar de dinero, ma belle, y también de rapiñas.

—Mis padres no opinan lo mismo –murmuró ella—. Lástima que no vengan a la ceremonia de graduación, si te conocieran no nombrarían a los Lestrange nunca más.

—Lo sé, causo ese efecto –se jactó él—. ¿Pero cómo que no van a acudir? Según tengo entendido todas las familias asisten y ha de ser el padre o la madre quien le dé el diploma a su hijo.

—En teoría así es. Pero mis padres no vendrán, están muy ocupados con sus fiestas y negocios. Además, pese a que los fundadores lo plantearon como un símbolo del traspaso del legado mágico de padres a hijos, en la actualidad es otra ocasión para presumir y chismorrear.

—¿En qué sentido?

—La subdirectora presenta a la madre o padre con sus méritos, por ejemplo: "Bellatrix Black. Le entrega el diploma su madre: Madame Druella Rosier Black, Premio Fin de Carrera, ganadora dos veces de la Orden de Merlín y nombrada bruja del año por la Organización Mundial de la Magia". O algo semejante... En caso de que mi madre tuviese alguno de esos títulos, que no es así. De joven ganó premios internacionales como pocionista, pero no considera que sean los suficientes como para imponerse al resto de padres. Y mi padre siempre se ha dedicado con éxito a los negocios, pero la clase de negocios por la que no dan premios, sino años de cárcel.

—Entiendo. Compiten entonces por quién posee más méritos, ¿no? Pero, por ejemplo, los padres muggles no tendrán ninguno.

—Exacto, ahí está la gracia, imagínate tener los mismos títulos que los padres de un sangre sucia... Además hay supersticiones de que el éxito de quien te presenta repercutirá en tus logros futuros. Hay familias que incluso buscan a magos triunfadores y los contratan como padrino o madrina de sus hijos para esa ocasión.

—Ah, ya veo. Todo es apariencia en este mundo.

Bellatrix asintió sin ganas de debatir sobre temas académicos. Estaba en un yate surcando el Danubio con el mago más peligroso y sexy que había conocido, no necesitaba más. Como adivinando sus pensamientos él le pasó un brazo por la cintura y comentó divertido:

—Yo ni siquiera tengo el graduado escolar.

—Tienes un puñetero barco, ¿qué más quieres?

—Ese lenguaje, señorita Black.

—Inexplicablemente me pone cuando me llamas "señorita Black" –comentó besándolo con cierta agresividad—. Luego recuerdo que a mis hermanas las llamas igual y se me pasa.

—No lo hago, me parece una blasfemia que compartan contigo ni que sea el denominativo.

—¿Las llamas por su nombre? –preguntó extrañada.

—No. Reconozco que al igual que al resto de alumnos, apenas les presto atención. Si necesito llamarles la atención les digo "Usted", "La del fondo" o "La que está junto al babeante señor Malfoy".

Bellatrix se echó a reír al comprobar que hasta Grindelwald se daba cuenta de lo poco sutil de la adoración de Lucius por su hermana. Cruelmente le hizo ilusión que ni siquiera a sus hermanas les tuviera consideración, solo a ella. Con un gesto de la varita de Grindelwald apareció una botella de champán frío y dos copas. El mago había desterrado por Bellatrix su costumbre de no ingerir alcohol. La bebida se sirvió sola y brindaron a su salud mientras navegaban el Danubio intentando alejarse juntos de cualquier responsabilidad.

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