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Capítulo 37

Bellatrix y Grindelwald se miraron ligeramente alterados. ¿Quién estaba llamando a la puerta? Estar en el despacho de un profesor un sábado por la mañana cuando el profesor en cuestión no llevaba ni la camisa abrochada resultaría arduo de explicar. Al menos no habría oído sus voces, el aula estaba insonorizada... Se quedaron en silencio, pero los golpes se hicieron más insistentes. Grindelwald le indicó a Bellatrix que se quedara en un lateral y abrió la puerta lo justo para que se le viera sin permitir el paso.

—Séptima, querida, ¿a qué debo el regalo de tu visita?

Séptima Vector, profesora de Aritmancia: joven, inteligente, guapa y muy estricta... salvo al parecer con el compañero más seductor del claustro.

—Ge... Gellert –murmuró turbada—. ¿Te he despertado? Lo... lo lamento...

—En absoluto, he dormido mejor que nunca.

—Me... me alegro –respondió la mujer con voz entrecortada.

Bellatrix puso los ojos en blanco ante la hipocresía de uno y el atolondramiento de la otra. Aunque a Véctor no podía culparla. Con su habitual estilo de vestir oscuro e impecable Grindelwald imponía mucho, pero con ese aspecto recién levantado resultaba un ápice más humano e incluso más arrebatador. Intentando controlar el acaloramiento que sin duda sentía, Séptima comentó:

—Minerva y yo vamos a ir al Ministerio para comprobar que estén preparando bien las aulas para los ÉXTASIS. Me preguntaba si te gustaría acompañarnos.

—Por supuesto, será un placer.

Bellatrix percibió que su voz sonaba ligeramente servil con un tinte meloso que no usaba al hablar con ella. Quizá era verdad que sí que era especial y a ella no intentaba engatusarla...

—Oh, ¡estupendo! –exclamó la profesora con demasiado entusiasmo— Luego iremos a comer a... Esto... no sé a dónde, me lo ha dicho Minerva y ahora no recuerdo...

—A donde digáis será perfecto. Si me concedes un minuto para terminar de vestirme...

—¡Claro! –exclamó Séptima— Te espero aquí.

Grindelwald le dedicó una amplia sonrisa y cerró la puerta. Como si no hubiese sucedido nada porque cualquier tema se supeditaba a Bellatrix, continuó con la charla anterior:

—Entonces pasaremos el fin de semana en Budapest. ¿A las ocho aquí te viene bien?

—De acuerdo. Pero no quiero ver a su "amiga especial", ¿eh? Busque otro restaurante.

Él rio entre dientes y le contó que Gizella estaba de viaje en Rusia, charlando con el contrabandista al que Bellatrix tradujo. Notó como el mago apretaba los puños ante el mero recuerdo del ruso que intentó ligar con ella. Ambos eran demasiado guapos: era una condena.

—Está bien, pero ¿cómo salgo de aquí? Vector se ha quedado en el pasillo... —señaló Bellatrix.

—¿Has quedado con tu brillante amiga en Hogsmeade?

—Sí, en Honeydukes.

—Usa mi chimenea, puedes aparecer en Las Tres Escobas.

—Ah, muy bien, pues hasta esta noche.

Se encaminó a la chimenea y tomó un puñado de polvos flu sobre la repisa. "Eh, que se le olvida algo, señorita Black" la detuvo él con voz severa. Antes de que pudiera preguntar, Grindelwald la besó. Ella no tuvo quejas, sobre todo porque en esa ocasión tuvo mucho mejor acceso para colar la mano bajo su camisa y familiarizarse con sus abdominales. Bellatrix solía tener las manos muy frías, pero al profesor no debió importarle porque no la detuvo. Cuando no quedó otra que separarse, con aspecto altivo ella le advirtió:

—Intente que Vector no termine también en su cama.

Él mostró una sonrisa torcida y murmuró:

—Te confieso, ma belle, que me gusta más Minerva.

—A mí también. Y sospecho que ella también me preferiría a mí.

Le guiñó un ojo a Grindelwald y desapareció por la chimenea tras escuchar la risa entre dientes de su profesor.

Bellatrix pasó un día entretenido: por la mañana disfrutó mucho con Eleanor en Hogsmeade, donde compraron, comieron y cotillearon porque eso la más joven lo hacía en cualquier parte. Por la tarde Eleanor había quedado con Jasmina y Ben para estudiar sus exámenes junto al lago, así que Bellatrix se quedó en su habitación. Después de repetir la poción para neutralizar el horrocrux de su anillo, sacó la piedra filosofal. La estudió con atención durante largos minutos. Tras familiarizarse con ella, limpió su caldero de la poción anterior y empezó a crear el elixir de la vida eterna. Resultaba sencillo: solo había que sumergir la piedra en agua y realizar una serie de movimientos de varita. Por eso la piedra era tan valiosa.

—Vale, ahora hay que dejarla reposar durante tres horas –murmuró para sí misma tras llenar el caldero.

Transcurrido el tiempo, almacenó en botellas el valioso brebaje. Se puso a fabricar más al momento; no sabía con qué fin, pero pensaba acumularlo. Cuando volvió su amiga, frunció el ceño al ver la docena de botellas sobre el escritorio.

—¿Dónde vas a guardar todo eso? –le preguntó Eleanor que siempre iba a lo práctico.

—No lo sé... —reconoció la chica— Tiene que ser en un lugar seco y oscuro, pero hasta que termine las clases... Además no quiero que mis padres se enteren.

—¿Te valdría la alacena de mi piso? Tengo toda una pared con estanterías vacías. Y ya sabes que mi casa es la tuya, podrías ir a buscarlas cuando quisieras.

—Eres mi salvación, Nell, eso sería perfecto. Será complicado llevarlas, pero...

—¿Crees que mi elfo podría venir como viene Didi?

—Prueba a ver, llámalo.

—¿Duler? –preguntó con voz dudosa.

Segundos después el pizpireto elfo apareció ante su ama emocionado por poder saludarla. Ella le recibió con alegría y le pidió que transportara las botellas a su alacena. La criatura obedeció sin dudar. Bellatrix le avisó de que prepararía más botellas y Duler aseguró que acudiría encantado a por ellas. Ella las iría a buscar cuando tuviera su propia casa o una cámara a su nombre en Gringotts. Les dio las gracias al elfo y a Eleanor. Creyó que su amiga le preguntaría qué era aquel líquido, pero resultó que no le interesaba lo más mínimo. Sus intereses eran muy distintos:

—Vamos a ver: has dormido en la habitación de tu profesor y esta vez estabas consciente, ¿cómo ha ido? Y quiero todo tipo de detalles, desde su pijama hasta en qué lado duerme.

Bellatrix sonrió y satisfizo su curiosidad. Omitió el detalle de la varita de sauco, pero le contó que habían quedado de nuevo esa noche. Aclarados los temas sobre su vida, le pidió que le contara sobre sus citas con Ben y Jasmina y estuvieron largos minutos poniendo experiencias en común. Cuando dieron las siete, Eleanor vio el momento de disfrutar de su actividad favorita:

—¡Hora de vestirte y maquillarte! –proclamó corriendo hacia su armario— Además necesitarás llevar varios conjuntos si vas a pasar el domingo en...

—De verdad que no es necesario...

Huelga decir que su opinión no fue tenida en cuenta. Mientras Bellatrix preparaba su neceser, Eleanor eligió ropa como si fuese a estar dos meses fuera.

—¡Nell, no necesito todo eso! –protestó— ¿En qué circunstancia crees que me puede hacer falta un sombrero de hongo?

—Si vas a una fiesta de San Patricio y no llevas uno harás el ridículo.

—¿Crees que los húngaros celebran San Patricio en abril?

—Ni idea, no he estado ahí, ya me contarás –respondió empaquetando el sombrero.

Bellatrix suspiró y se rindió. Cuando terminó con su equipaje, Eleanor le eligió el conjunto para esa noche: unos pantalones negros ajustados ("Así vais a juego" argumentó) y un top verde brillante con una americana negra entallada. Lo completaron con unos botines negros y después Eleanor la maquilló. "Hoy casi aparentas veinticuatro" declaró con orgullo. La mayor se miró al espejo y abrió los ojos sorprendida.

—Oye, estoy incluso mejor de lo habitual.

—¿Entiendes por qué me gusta ponerme ropa bonita y coronas brillantes? –preguntó su amiga satisfecha.

—No las necesitas, tú eres una reina siempre.

—¡Es verdad! –exclamó Eleanor sonriente— Tengo que marcharme a la cena, Ben y Jas me estarán esperando. ¡Pásalo muy bien!

Le dio un beso en la mejilla y se marchó alegremente. Bellatrix ejecutó el hechizo desilusionador para volverse transparente y salió también. A esas horas aún estaba permitido andar por los pasillos, pero si alguien la viese tan elegante resultaría sospechoso; toda precaución era poca. Alcanzó pronto el despacho de Grindelwald. La puerta estaba entreabierta, así que llamó y entró cerrando tras ella.

—Buenas no... ¡Hola, Antonio! –se interrumpió cuando el chupacabra corrió hacia ella.

Grindelwald, sentado en su escritorio corrigiendo trabajos, alzó la vista para saludarla. Lo que salió de su boca fue una exclamación en algún idioma que Bellatrix no comprendió. Supuso que era húngaro porque parecía que le había nacido muy adentro. Se levantó olvidando por completo los trabajos y la pluma que goteaba sobre ellos.

—Eres lo más perfecto que existe desde que se inventó la maldición cruciatus. Al final tendré que darle las gracias a Albus por obligarme a trabajar aquí...

Bellatrix decidió que era el mejor cumplido que le habían hecho nunca. La animó comprobar que en esa ocasión Grindelwald sí que fue capaz de alabarla como merecía. La besó y acarició durante largos minutos, hasta que al final se separó con visible esfuerzo.

—Vámonos antes de que se nublen mis principios –murmuró él.

La estudiante asintió con una sonrisa, satisfecha de causar ese efecto en él. Mientras él buscaba el traslador, Bellatrix cogió a Antonio para llevarlo también. Grindelwald suspiró pero no protestó porque invitase a su molesta mascota. Activó el traslador y desaparecieron juntos.

Surgieron de nuevo a orillas del Danubio, pero en esa ocasión no cruzaron a Pest, la parte más moderna y urbanita de la capital, sino que se quedaron en Buda. Caminaron por una alameda mientras Grindelwald le contaba historias sobre la ciudad. Media hora después alcanzaron una zona de bosques con un camino que parecía conducir a un castillo medieval. Sin embargo tomaron la dirección opuesta. Llegaron ante una verja con la señal de "Peligro – Alto Voltaje".

—Protección anti muggles –murmuró Grindelwald ejecutando un encantamiento para que la verja reconociera que era mago.

La puerta se abrió y cruzaron. Al otro lado seguían creciendo bosques espesos y zonas rocosas. A la derecha había una construcción similar a un establo y precediéndola una caseta en la que una bruja bastante mayor leía una novela distraída. Al ver a Grindelwald se atusó el cabello blanco en un gesto coqueto y le dio las buenas noches. O eso supuso Bellatrix, porque no entendió una palabra. En Hungría manejaban bien el inglés, pero al ver a Grindelwald no tenían duda de que era de la zona. Intercambiaron un par de frases y la mujer garabateó algo en un memorándum que salió volando hacia el establo.

—El restaurante está en medio del bosque, en toda esta zona no te puedes aparecer, son terrenos privados. Es bastante tramo y no es seguro ir andando –le explicó Grindelwald—. Por eso aquí gestionan el transporte.

—¿Por qué no es seguro? –preguntó ella con curiosidad.

—Pronto oirás por qué –respondió él.

Bellatrix iba a replicar, pero en ese momento un carruaje salió del establo. Era similar a los de Hogwarts, solo que lo conducía una pareja de abraxan: caballos gigantes alados extremadamente poderosos. Grindelwald la ayudó a subir y ella se lo permitió (porque le resultaba agradable contuvo su impulso de subirse de un salto como de costumbre). Él se sentó a su lado y, sin necesidad de cochero que los guiara, la pareja de abraxan empezó a galopar. Conforme se adentraban en los bosques, la oscuridad se hacía más profunda y el paraje más agreste.

Al principio solo se escuchaban los cascos de los caballos y el traqueteo del carruaje. Pero cuando el serpenteante camino empezó a aproximarse a la zona montañosa, otro sonido se le superpuso. Lobos. Bellatrix nunca había oído a los lobos aullar, a los auténticos lobos depredadores de los bosques reclamando su territorio (los licántropos eran mestizos amorfos que para ella no contaban). No se los veía, la oscuridad los amparaba, en cualquier momento una fiera sigilosa podría saltar a su cuello. El vello de la nuca se le erizó con una ligera sensación de temor, pero sobre todo por la emoción; la emoción de contactar con algo tan primitivo, tan salvaje y libre. El lobo era un animal que le fascinaba, no en vano era su patronus.

—Lobos de la estepa –comentó Grindelwald—. A los abraxan los respetan, no podrían con ellos, pero a un humano lo despedazarían. Son demasiado veloces y astutos para cualquier conjuro.

Hasta la voz sexy y profunda del mago sonaba más turbadora en aquel lugar, quizá porque era el único sonido humano en muchos kilómetros. Bellatrix asintió incapaz de decir nada, no quería romper la magia. Antonio se había dormido junto a su pecho, el chupacabra siempre tenía su propia agenda. La bruja casi lamentó cuando llegaron al restaurante, no obstante, este también tenía su encanto y sobre todo ella tenía hambre. Se componía de una docena de cabañas individuales decoradas en maderas y tonos cálidos para proteger del frío exterior. Cada una disponía de su propio camarero y un experto en vinos. Bellatrix no se hacía idea de cuánto costaría el cubierto en un lugar tan exclusivo.

"Me ha costado dieciocho años echarme novio, pero he encontrado uno bueno" pensó satisfecha. Entraron a la cabaña a la que les guió la mâitre y disfrutaron de una cena exquisita. Conversaron de todo tipo de temas pero aún así, de vez en cuando se escuchaba lejanos aullidos que a Bellatrix le erizaban la piel de la emoción. Por supuesto Grindelwald no le permitió ni tan siquiera ver la cuenta.

—Mañana me invitas a comer –ofreció él.

—Mentira, mañana tampoco me dejará pagar –refunfuñó ella.

—¡Es conmovedor lo bien que nos conocemos ya! –exclamó Grindelwald con su sonrisa burlona.

Bellatrix sacudió la cabeza manteniendo la expresión ofendida, pero en el fondo a ella también le encantaba esa sensación. Al terminar tomaron otro carruaje que los esperaba para llevarlos de vuelta a la civilización. Durante el trayecto, la joven apoyó la cabeza sobre el hombro de su profesor que le acarició la espalda distraído. Y con los lobos de fondo... se durmió. Despertó cuando el traqueteo del carruaje se detuvo. Grindelwald la contemplaba divertido. Antonio también la miraba sonriente, satisfecho de que hubiese imitado su sistema de entretenimiento.

—Lo siento –murmuró avergonzada—, dedico tantas horas a entrenar que casi no duermo y...

—No te disculpes –la interrumpió él—. La última vez que viene aquí con otra persona pasó tanto miedo de los lobos (y de varias criaturas más que solo existían en su imaginación) que logró estropear toda la experiencia. Agarró tan fuerte su varita durante el trayecto que la rompió.

—¿En serio? –inquirió ella divertida.

—Oh, sí. A la vuelta un abraxan la tuvo que evacuar volando para más seguridad.

Bellatrix sacudió la cabeza con una sonrisa. Ciertamente eso era peor que dormirse. Caminaron de nuevo hacia el puente y cruzaron al otro lado de la ciudad. Grindelwald le comentó que disponía de una suite en un hotel mágico y a ella le pareció bien (no dudó que sería el hotel más exclusivo de Hungría). Aún así no pudo evitar preguntarle por qué no se alojaba en su casa.

—Hace tiempo que no entro en esa mansión, no tengo buenos recuerdos de mis años ahí –comentó Grindelwald—. Prefiero un hotel donde no haya memorias pretéritas.

—Pero el otro día fuimos al tejado.

—También hacía décadas que no subía, pero deseaba enseñártelo, pensé que te gustaría.

Ella asintió y confirmó que así fue. De nuevo eso hizo que se sintiera especial. Efectivamente el hotel mágico (camuflado para los muggles como un bloque de oficinas de una empresa de transportes) era de estilo clásico, con techos altos, todo tipo de muebles lujosos y adornos dorados. La suite de Grindelwald contaba con tres dormitorios, tres baños con jacuzzi, dos salones, un comedor y dos despachos. La mayoría de habitaciones disponían de enormes terrazas con vistas espectaculares de la ciudad.

—Como observarás, hay tres dormitorios –comentó él con una ligera sonrisa.

Bellatrix entendía por dónde iba, sabía que deseaban lo mismo, pero él no se lo iba a poner fácil. Así que optó por plantearlo como una cuestión práctica:

—Verá, profesor, me he acostumbrado a...

—Puedes llamarme Gellert.

—De acuerdo... Verás, Gellert... Me... No, no puedo, me suena raro tutearle –murmuró ella.

Él rio.

—¿Entiende ahora lo que me sucede, señorita Black?

—Bueno, lo intentaré –decidió Bellatrix, ya que a ella le encantaba la forma en que Grindelwald pronunciaba su nombre—. El asunto es que me he acostumbrado a dormir acompañada. Si me vas a hacer dormir sola en una habitación donde cualquier kappa puede secuestrarme, vuelvo al castillo a acostarme con Nellie.

El profesor abrió la boca para replicar, pero al final reconoció su derrota:

—Está bien, acepto la derrota –sentenció—. Aunque sabrás que los kappas moran en los ríos, resultaría complicado que...

—No presté atención en esa clase. Ese bicho era tan feo que recibió un avada antes de salir de la jaula-burbuja. Toda la clase se quedó sin estudiarlo, pero es que era muy asqueroso, les hice un favor.

—¿Cómo ejecutaste la maldición asesina sin que te vieran?

—Le lancé un crucio no verbal a Longbottom y chilló tanto que toda la clase se giró hacia él. Mientras intentaban averiguar qué le había sucedido, maté al kappa.

Grindelwald la miraba con una fascinación que la hacía sentirse como las criaturas que estudiaba Scamander. No obstante, le encantaba.

—Eres un fenómeno, ma belle... —murmuró él— Pero aún así cada uno duerme en su lado y con el pijama puesto, ¿de acuerdo?

—Perfecto, ¡podemos poner a Antonio en medio! –exclamó divertida.

"Estupendo" rezongó Grindelwald viéndose derrotado de nuevo. Bellatrix deseaba darse una ducha antes de dormir, así que él le indicó cuál era el cuarto de baño más grande.

—Ahora que dice lo del pijama... —comentó ella con mirada inocente— Se me ha olvidado traerlo...

—Estoy pagando todo el mal que he hecho —masculló el profesor.

Con un gesto de su varita, la camisa de su pijama voló hacia ella, le serviría de camisón. Bellatrix la aceptó satisfecha: compartir pijama con Grindelwald también era un buen avance. Comprobó tras ducharse que efectivamente le llegaba hasta medio muslo y le quedaba muy sexy. Grindelwald debió pensar lo mismo porque chasqueó la lengua con fastidio y murmuró algo como "La cárcel no hubiese supuesto tortura tan grande". Ella apenas le escuchó: había deseado que ese fuese el único pijama del mago y por tanto él durmiera sin camisa. Y había tenido suerte.

—¿No tendrá... no tendrás frío así? –preguntó mientras se acostaba en su lado y aupaba a Antonio para colocarlo entre ambos.

—En absoluto, nunca tengo frío –murmuró él apagando la luz tras mirar con odio a su mascota.

—Oiga, si también quiere... quieres dormir sin pantalón por mí no hay problema.

—Te mataría, Bellatrix, te mataría —masculló él.

—Es que me resulta muy curiosa su escala de valores –elucubró ella en la oscuridad—: matar magos, incendiar un paraje natural y liberar dragones una noche cualquiera le parece estupendo; pero acostarse con alguien mayor de edad (que desde luego consiente) es inadmisible.

—En algún punto hay que establecer el límite –comentó son sorna antes de recuperar la seriedad—. Si no me importaras, Bellatrix, y se tratase solo de eso, me daría igual hacerlo. Pero ya te dije que no pienso acostarme contigo estando en una posición de poder sobre ti. Además, ya queda poco para que dejes de ser mi alumna, no es que haya contado los días pero...

—Treinta y tres –le interrumpió ella que sí había hecho la cuenta.

—Treinta y tres días, nueve horas y veintidós minutos –matizó él que obviamente también había hecho la cuenta—, eso pasa a velocidad de snitch.

Bellatrix asintió en la oscuridad y decidió que tenía razón. Reparos morales aparte, si Dumbledore se enterara —porque a cotilla solo le igualaba Eleanor— como mínimo le sancionaría (despedirle no, porque era lo que Grindelwald deseaba). Y Bellatrix no se lo perdonaría. Así que se dieron las buenas noches y cerraron los ojos.

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