Capítulo 36
Cuando Grindelwald volvió a sus habitaciones al terminar sus clases del viernes, Bellatrix estaba despierta. Pero no se movió porque sobre su hombro estaba dormida Eleanor y sobre su pecho Antonio. La chica le dedicó una amplia sonrisa y él sacudió la cabeza ante la imagen de aquel extraño trío. Mientras él organizaba sus libros y pergaminos, Bellatrix despertó a Eleanor con suavidad: "Nell, cielo". Lo susurró con especial cariño para darle celos a Grindelwald.
—Despierta, me has dicho que tenías ensayo con el coro esta tarde...
—Ugg... —gruñó su amiga desperezándose— Es verdad, vamos a cantar en vuestra Ceremonia de Graduación... Aunque no sé si iré porque me obligan a llevar una túnica feísima.
—Pero llevaréis todos la misma, ¿no? –preguntó Bellatrix.
—Sí, pero es que el resto son pobres, que se la pongan ellos. Yo tengo túnicas tejidas por hadas y tiaras con joyas incrustadas, ¡no he pasado años robándoselas a mi madre para que me obliguen a llevar cosas feas!
Bellatrix rio y no se le ocurrió ninguna réplica. Sospechó que Grindelwald seguía queriendo saber quién era su madre, pero no intervino. Eleanor recogió su mochila y quedaron en ir juntas a Hogsmeade el día siguiente. Antes de marcharse le comunicó con firmeza:
—Ni se te ocurra meterte en ninguna otra misión suicida, llevo diecisiete años esperando a tener una mejor amiga para que ahora vayas y te mueras. O dejas de hacer tonterías o te mataré y me quedaré con tus joyas, ¿entendido?
Nada acostumbrada a verla seria y sin estar segura de que bromeara, Bellatrix solo acertó a asentir. Por el rabillo del ojo vio como Grindelwald disimulaba una sonrisa burlona. Estaba disfrutando de que su amiga le diera órdenes contrarias a las de Voldemort... Cuando Eleanor llegó a la altura del profesor, le miró con detenimiento y sentenció: "Quizá al final no tenga que matarlo". Y se marchó como la reina que se consideraba. Tanto Bellatrix como Grindelwald se quedaron con la palabra en la boca, pero incapaces de verbalizarla. Así que fingieron que no había sucedido.
—¿Qué tal han ido las clases?
—Apasionantes –comentó Grindelwald con apatía—. Longobottom ha tropezado con la papelera y eso ha sido lo más interesante de toda la jornada. Y ahora me quedan unas cuatro horas de corregir necedades... Estaré en el salón si necesita.
—¿No puede hacerlo aquí? Puedo ayudarle, si no me aburro, alguien me ha quitado mi varita...
El profesor dudó, pero al final se sentó en la silla junto a ella y con un gesto de varita los pergaminos se acumularon frente a él. Le prestó una pluma y tinta roja y empezaron a corregir en un agradable silencio. Cuando Bellatrix llevaba una decena de trabajos corregidos, el profesor empezó a sospechar:
—¿Les estás bajando la nota a los sangre sucia?
—Por supuesto.
—De acuerdo, pero que no se note.
Bellatrix asintió y siguieron con su labor. Cuando se volvió a cansar por tener que concentrarse en la caligrafía desastrosa de los trabajos, Grindelwald le impidió seguir. Le indicó que durmiera un rato mientras él continuaba. Bellatrix no tenía sueño, así que lo contempló en silencio. Cuando él alzaba la vista, ella apartaba la mirada y fingía observar otra cosa. En una de esas veces, sus ojos recayeron sobre el libro que había estado leyendo.
—Oiga, una pregunta...
—Dime –respondió él sin dejar de corregir.
—Hipotéticamente... una misma persona, ¿podría crear más de un horrocrux?
Grindelwald detuvo su pluma y la contempló en silencio. Respondió muy lentamente:
—Sí, hipotéticamente, si a alguien no le importase convertirse en una especie de espectro en vida altamente desagradable, podría lograrlo. Pero no existen casos documentados. ¿De dónde nace esa pregunta?
—Curiosidad, he estado leyendo ese libro y se me ha ocurrido, quizá son los delirios por la pérdida de sangre. Por cierto... —comentó deseando cambiar de tema— No estoy segura de si sucedió o lo he soñado, ¿anoche me dijo usted que me...?
—Duerma un rato, señorita Black, temo que sus delirios no han cesado.
—¿Cuándo me devolverá mi varita? ¿No confía en mí?
—Eres la primera persona a la que permito entrar en mi habitación, tocar mis libros y dormir en mi cama. ¿Contesta eso a tu pregunta? –inquirió sin dejar de corregir.
Ella asintió en silencio. En su fuero interno le emocionó bastante que fuese así. Una hora después Grindelwald terminó de corregir y sacó su agenda para organizar la semana siguiente. Con bastante nerviosismo, Bellatrix (que había seguido observándole en lugar de dormir) murmuró:
—Oiga... ¿Puedo enseñarle algo?
El mago la conocía tan bien que supo que aquello no era una broma ni un intento de molestarte. Dejó su agenda y asintió. Bellatrix metió la mano bajo las sábanas y sacó un bulto que había mantenido escondido las últimas horas pegado a su cintura. Estaba envuelto en la toalla fría que había empleado antes. Se lo tendió a Grindelwald que lo desenvolvió con cuidado. Lo que había dentro, protegido por hojas de díctamo, era una piedra roja brillante, con muchas aristas y del tamaño de un puño. El profesor la contempló en silencio durante varios segundos. Después alzó la vista con la fascinación patente en sus ojos.
—Conseguiste la piedra filosofal.
—Sí. La escondí en la funda de mi daga, ya la había preparado para que cupiera. También utilicé un hechizo de frío e introduje hojas de díctamo porque es la mejor forma de protegerla durante un traslado –desarrolló ella.
—¿Cómo la conseguiste? Creí que se la llevó el auror jefe ese... Moody.
—Él nunca la tuvo. Voldemort me contó que Flamel nunca se separa de ella y fue parcialmente cierto. Permitió que la llevase Hagrid (porque obviamente tiene más fuerza para protegerla), pero él tomó poción multijugos para transformarse en una bruja y hacer el viaje junto a él.
—¿Cómo lo supiste?
—Me extrañó que hubiesen avisado al guardabosques para una misión que requería sigilo y efectividad. Recordé que Dumbledore confía mucho en él y Flamel solo confía en Dumbledore, así que se fiaría de su criterio. A eso se le sumaba que salieron los últimos de la casa y que el semigigante tonto era la última persona de la que Voldemort sospecharía. Y ya le digo que aun con poción multijugos, Flamel era una bruja muy débil, menuda y temblorosa, no tenía ningún sentido que formase parte del séquito de aurores. Todo eso me hizo sospechar. Así que los aturdí y lo comprobé.
Grindelwald la miraba en silencio, sin dejar de darle vueltas a la piedra entre sus dedos. Le preguntó por qué no se la había entregado a Voldemort. Ella le contó que no quiso marcharse nada más conseguirla porque tenía ganas de matar gente. Pensaba entregársela a Voldemort, pero cuando llegó Él no le brindó ocasión de hablar y encima huyó.
—No estoy segura de que la merezca, me la he ganado yo, de momento me la quedo. Me sobra oro y no me interesa la inmortalidad (menos aún si el precio es estar así de viejo y débil), pero sigue siendo un objeto muy valioso.
—Pero la estarán buscando.
—Hice una copia y volví a guardarla en el bolsillo de Hagrid. Después lo reanimé y él salió huyendo con Flamel dormido (con el hechizo que usted me enseñó). Mi hipótesis es que voló directamente a Gringotts como tenían previsto, depositó la piedra y dio la misión por cumplida. Flamel, el único que habría sabido que era falsa, no despertaría hasta varias horas después. Y con lo que les costó trasladarla al Banco dudo mucho que la saquen de ahí en bastante tiempo...
Grindelwald seguía en silencio, resbalando su mirada de la piedra a su alumna y teniendo claro cuál de las dos le fascinaba más. Al final, con voz grave preguntó: "¿Puedo besarla, señorita Black?". Sorprendida por su formalidad, la chica asintió. El mago se inclinó sobre la cama y la besó con detenimiento mientras le acariciaba el pelo. Cuando terminaron, volvió a sentarse y a estirarse la camisa como si aquello no hubiese pasado. Bellatrix le preguntó el motivo y él se encogió de hombros.
—La inteligencia me causa una gran atracción, también el poder. Y en usted abundan ambos.
Ella asintió con una pequeña sonrisa. Los cumplidos de Grindelwald, cuando eran tan sinceros y directos, seguían poniéndola nerviosa.
—¿Y qué vas a hacer con ella? –le preguntó él.
—No lo sé... Tengo que pensar cómo me será más útil. ¿Qué haría usted?
Él lo meditó unos segundos.
—Tampoco albergo interés en conseguir más oro y confío en no precisar la inmortalidad para cumplir mis propósitos –comentó Grindelwald-. Así que supongo que su opción es la mejor: buscar una buena estrategia para emplearla a su favor. Puede elaborar antes un poco de elixir y guardarlo por si acaso.
Bellatrix asintió pensativa. El profesor le devolvió la piedra y ella la dejó en la mesilla junto a su daga. Grindelwald miró el reloj y comprobó que ya era hora de cenar. Didi había quedado en aparecer con alimentos, así que no había problema.
—¿Quieres que me quede? –se ofreció él— Nadie notará si no estoy en el Gran Comedor.
—¡Ja! –rio la chica con ganas— ¡Lo notarán hasta las baldosas! Es usted lo más agradable de mirar, yo dejé de bajar a las comidas porque me embobaba observándolo y me olvidaba de comer.
El profesor puso los ojos en blanco, pero también dibujó una sonrisa.
—Está bien, bajaré para hacer del Comedor un lugar más bello. Vuelvo enseguida.
Cumplió su promesa. Bellatrix apenas había terminado con las viandas de Didi cuando Grindelwald volvió al cuarto. Estuvieron charlando un rato sobre diversos temas. Pasadas las diez, el profesor murmuró que su herida ya debería estar cerrada y a salvo de peligro. Bellatrix hizo ademán de quitarse la venda, pero lo pensó mejor.
—No puedo, estoy demasiado débil... —murmuró con su cara de cachorrito— ¿Puede ayudarme?
El mago chasqueó la lengua con fastidio, pero se inclinó sobre ella y con sumo cuidado le retiró la venda de la cintura. A Bellatrix se le erizó el vello con el simple contacto de sus manos sobre su estómago. ¡Qué ganas tenía de dejar de ser su alumna y pasar a ser su amante! La herida curada por completo le interesó mucho menos que las caricias de Grindelwald. Él suspiró aliviado de que estuviera perfectamente sana.
—Descanse esta noche y así volverá a estar como siempre –le indicó él.
Ella asintió, lamentando que fuese ya el momento de abandonar su dormitorio, pero él le dijo que por precaución no se moviera hasta el día siguiente. Bellatrix se volvió a tumbar con alegría y le preguntó dónde iba a dormir él.
—No se preocupe, el sofá del salón es...
—¡Me sentiré muy mal si duerme en el sofá! –protestó ella— Duerma conmigo.
—No tiene por qué sentirse mal –la tranquilizó él— ya le digo que...
—¡Vamos, si no tendré miedo! Anoche casi muero asesinada, usted me salvó, tiene que quedarse conmigo para protegerme.
—Temo que soy yo quien debe protegerse.
—La cama es muy grande, cada uno se queda en su lado y ya está –resolvió la joven—. Prometo respetar su virtud.
Tras unos cuantos minutos de debate, Grindelwald cedió. Preparó sus cosas para el día siguiente y volvió con un pijama oscuro igual de elegante que su ropa de salir. "Si es que a este hombre todo le queda de portada..." pensó Bellatrix. Ella se quedó en el lado derecho y Grindelwald se tumbó en el izquierdo, asegurándose de dejar amplia distancia entre ambos. Le dio las buenas noches y apagó la luz. No había pasado medio minuto cuando Grindelwald notó a Bellatrix acomodándose junto a su pecho.
—¿Dónde ha quedado lo de dormir en tu lado? –preguntó sin apartarla.
—Todos los lados son míos, ahí estaba la trampa –respondió ella mientras se acurrucaba entre sus brazos.
—Me temo que soy incapaz de dormir abrazado a alguien, da mucho calor y yo necesito frío –apuntó él sin separarse.
—Yo también (salvo con Nellie, es mi escarbato), seguro que en cinco minutos me muevo y le dejo libre.
El profesor no replicó, permitió que se acomodara junto a él y se arropara entre sus brazos. Bellatrix ronroneó satisfecha y al poco se durmió. Efectivamente, pasados diez minutos se agitó de nuevo y rodó hasta el otro lado. Entonces Grindelwald la echó de menos. Pensó en volver a atraerla, pero supo que no funcionaba así, no con Bellatrix. Si ella quería, volvería y si no, no había nada que él pudiera hacer para impedirlo. Fue incapaz de cerrar los ojos hasta que media hora después, Bellatrix volvió a pegarse a él. La abrazó y cerró los ojos perdiéndose en su calor y su olor favorito.
Por costumbre Grindelwald apenas dormía cinco horas diarias, no necesitaba más. Aún así, aquel día se acostaron a las nueve de la noche y a las nueve de la mañana seguía durmiendo. Abrió los ojos únicamente porque Antonio le pisó el cuello mientras se marchaba en busca de sangre para desayunar. Bellatrix seguía entre sus brazos, había despertado hacía unas horas pero no se había movido para no molestarle. Se entretenía creando animales de fuego que galopaban por la habitación.
—Le gusta dormir, ¿eh? –comentó mirando a su profesor con una sonrisa burlona— Fíjese que ha podido hacerlo doce horas pese a que era "incapaz de dormir abrazado a alguien".
Él la liberó avergonzado y ligeramente enfadado por mostrar así su debilidad. Obvió su pregunta y comentó señalando a un lobo ígneo que sobrevolaba la habitación:
—Esas figuras podrían estar mejor definidas.
—Es verdad. Y si me devuelve mi varita lo estarán.
Grindelwald recordó que le había requisado la varita para que no se marchara. Bellatrix había cogido la que había sobre la mesilla; la suya, la varita de sauco. Sin pensarlo, se la arrebató. A Bellatrix le dolió el gesto. Estuvo a punto de comentar que no fue ella la que la consiguió robándosela a su dueño, pero se calló. Se levantó de la cama, cogió su ropa y se cambió en el cuarto de baño. Guardó su daga en su funda y metió la piedra filosofal en el bolsillo interior de su túnica.
Deseaba marcharse a toda velocidad, sin despedirse, pero no le pareció justo. Pese al mal gesto, la había cuidado muy bien. Así que impostó una expresión neutra y salió del baño. Grindelwald debía estar cambiándose en su vestidor, porque no estaba a la vista. "Mejor" pensó la chica. Observó que le había dejado su varita curva sobre la cómoda, así que la recuperó silenciosamente y comentó en voz alta:
—Muchas gracias por todo, siento las molestias. Que tenga buen fin de semana.
Sin esperar respuesta salió al salón, cuya librería le fascinó y le hubiese gustado curiosear, pero no tenía tiempo si quería una huida rápida. Cruzó la puerta que supuso que era la salida y apareció en el despacho del profesor de Defensa. ¡Con la de veces que había estado ahí y jamás se le ocurrió que el dormitorio estuviese conectado! Una de las láminas de madera de la pared se abría para acceder, pero posiblemente solo funcionaba ante Grindelwald o ante quien ya se hallara dentro. Tampoco se paró a analizarlo. Comprobó primero con un homenun revelio que no hubiera nadie en el pasillo; no sería sencillo explicar qué hacía en el despacho del profesor un sábado por la mañana. Cuando vio que había vía libre, eliminó el conjuro que bloqueaba la puerta.
—¡Bellatrix, espera!
"Mierda" pensó la chica que casi había conseguido huir. Grindelwald ni siquiera había terminado de vestirse: llevaba la camisa sin abrochar, estaba descalzo y su pelo lucía el despeinado de recién levantado. Todo lo cual lo hacía aún más sexy, pero la bruja puso todo su esfuerzo en no pensarlo. Se giró hacia él intentando mantener la expresión imperturbable.
—Lo siento, no he debido actuar así. Ya sabes que soy un poco paranoico con mi varita.
—Sí, lo comprendo –respondió ella haciendo ademán de marcharse.
Pero de nuevo él se interpuso en su camino. La miró con tristeza en sus ojos azules y susurró compungido: "Bella...". La chica sintió cómo sus emociones se revolvían, pero también pensó en la de mujeres y hombres a quienes habría seducido con esa misma técnica. Se cruzó de brazos mirándolo sin inmutarse. Él se revolvió el pelo nervioso y confesó:
—Siempre he sabido que teniendo la mítica varita de sauco... algún día un mago se enterará y vendrá a por ella; siempre existe alguien más poderoso que tú. Hace poco tuve una visión en que alguien me mataba para conseguirla. No estaba tan clara como las otras, no sé cómo sucedía pero...
—Yo jamás haría eso –respondió ella con frialdad.
—¡Ya lo sé, Bellatrix, por supuesto que lo sé! No dudo de ti.
—Ayer le conté lo de mi piedra, se la dejé incluso.
Hizo el comentario para mostrar cuánto confiaba en él, pero entonces cayó en la cuenta de que "su piedra" eran ahora dos piedras. Estaba la filosofal en su bolsillo y la de la resurrección en su dedo anular. De esta última no le había hablado a Grindelwald ni tenía previsto hacerlo. Y por supuesto se cabrearía si alguien intentaba tocarla... Empezó a comprender el acto reflejo de su profesor. Pero no se lo dijo, que se ganara su perdón.
—Por eso te quiero –declaró él sorpresivamente—. Eres importante para mí, Bellatrix, y...
—No tanto como su varita.
—¡Oh, me hiere con sus insinuaciones, señorita Black! –exclamó él con dramatismo— ¿Acaso para ti tu varita no es lo más importante?
—Más importante que usted desde luego que sí.
—Eres tan cruel... —murmuró él con admiración— Y tienes unos ojos tan impresionantes...
—¿Es el cumplido estándar o lo adapta según la persona a la que intenta engañar?
—No suelo precisar cumplidos. La gente simplemente me mira, me escucha hablar y... cae rendida a mis pies –respondió Grindelwald.
"Lo peor es que es verdad" murmuró Bellatrix sacudiendo la cabeza. Alzó su varita y le indicó con un gesto que se apartara de la puerta. El profesor no lo hizo.
—Voy a usar alohomora o crucio, usted decide –le informó ella con apatía.
—Merlín... Te quiero muchísimo, Bellatrix –declaró abiertamente—. Si bien sería un privilegio sentir la maldición torturadora a tu mano... no sé si mi cordura lo resistiría. Y la necesito un tiempo más, al menos hasta que me libre de Albus.
Había tal admiración en su voz que la chica dudó. Solo entonces recordó que llevaba el colgante de plata de esfinge y no se había calentado. O Grindelwald era capaz de engañar a esa magia milenaria o decía la verdad. Ella también le quería; de una forma que no era capaz de clasificar, pero le quería. Aún así, en el fondo de su alma seguía el pequeño resquemor de que todo fuese una trampa, que desde el principio tratase de seducirla para conseguir algo. Dumbledore le aseguró que intentaría "reclutarla", pero por el momento no había hecho nada así. Darle vueltas a todo aquello la agotaba. Le gustaba el duelo, no las intrigas emocionales. Decidió acabar con el debate y rendirse:
—Por favor, estoy cansada.
Eso desarmó al profesor, que abrió la boca dudoso y se apartó de la puerta.
—Yo... —murmuró él— Pensaba invitarte a algún sitio... Ya sabes, pasar el día juntos, hasta ahora solo han sido algunas noches. Siento haberlo fastidiado, no tengo buen despertar.
Cuando se mostraba nervioso y vulnerable aún resultaba más adorable. ¿Sería consciente de ello y lo hacía también para manipularla? No podía saberlo.
—Estoy ocupada, quedé con Nellie para ir a Hogsmeade.
Prestó atención a la reacción de su profesor, pero solo vio en sus ojos cierta tristeza bien disimulada. No se burló de Eleanor ni se mostró celoso; sabía lo importante que era para Bellatrix y lo respetaba. Respondió que por supuesto y le deseó que lo pasaran bien.
—Tengo la noche libre. Y también el domingo –murmuró Bellatrix nerviosa.
El rostro apolíneo de Grindelwald se iluminó y mostró una sonrisa que la chica quiso creer que era genuina. Le preguntó si tenía alguna preferencia respecto al destino. Londres no era muy seguro porque a ella la conocían, pero si deseaba visitar algún otro lugar de Inglaterra...
—También tengo un traslador a París que me prestó Vinda, si eso te gusta más –ofreció él.
—Odio París –declaró Bellatrix—. Es la ciudad más sobrevalorada del mundo. Me gustó Budapest.
—Dónde has estado toda mi vida... —susurró él con ojos brillantes.
Ella iba a responder como de costumbre que no es que no hubiese estado, es que ni siquiera existía. Pero entonces alguien llamó a la puerta.
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