Capítulo 33
Grindelwald había insistido mucho en que Bellatrix se agarrase bien a él y en cuanto aparecieron comprendió por qué. Si no perdió el equilibrio fue porque el mago la tenía bien sujeta.
—¡Pero qué hacemos en un tejado! –exclamó dando gracias de llevar sus botas de combate.
—Igual debería de haber preguntado antes si sufres de vértigo —murmuró Grindelwald.
El mago se movía por el tejado con la misma elegancia y desenvoltura que en tierra firme. Se acomodó sin soltar a Bellatrix y ella se sentó a su lado. De nuevo otro punto de vista diferente de la ciudad, pero igual de espectacular. Seguían en el centro de Pest, pues los palacios y edificios singulares los rodeaban. En cuando se aseguró de que no iba a resbalar, Bellatrix le preguntó dónde estaban.
—En el tejado de la que fue mi casa. Era mi lugar favorito, solía aparecerme aquí cuando era pequeño. Ya sabes, cuando empiezas a usar la magia inconscientemente. A mis padres los volvía locos.
A la chica la imagen de un pequeño Gellert escabulléndose al tejado le resultó muy tierna (y eso que odiaba a los niños). Lo que no lograba deducir era qué tal era la relación con sus progenitores. Pronto comprobó que similar a la suya.
—¿Aún viven? –inquirió ella.
—Ni lo sé ni albergo interés en saberlo. Desde luego en esta casa no. Los Grindelwald eran la familia más noble y respetada de Centroeuropa; cuando me expulsaron del colegio les avergoncé tanto que, como te conté, me echaron de casa. No volví a saber de ellos. Heredé sus propiedades y su fortuna según me notificó el abogado de la familia, pero no sé si se debe a que realmente murieron o lo fingieron para desligarse de mí. Si empezaron otra vida en otro lugar, tanto mejor.
Bellatrix asintió lentamente. A ella la mataría renunciar a su apellido, su honor y el de su estirpe lo era todo.
—¿Entonces no tiene ninguna familia?
—Algún primo lejano supongo que me quedará en Alemania, pero no me relaciono con ellos. La única con la que guardé cierta relación fue con mi tía-abuela, Bathilda. La he visitado si he necesitado consejo en algún conflicto personal, es una bruja muy sabia. Vive en el Valle de Godric, en Inglaterra.
Bellatrix asintió sin saber qué responder. Estuvieron unos minutos en silencio, contemplando la noche y las pocas luces que aún la iluminaban. Grindelwald la tenía agarrada de la mano con la excusa de que no resbalase, pero ambos disfrutaban esos pequeños gestos más allá de la prevención de riesgos.
—¿Volverá aquí si consigue librarse del trabajo de profesor?
—No, ahora mi base de operaciones está en mi castillo de los Alpes. Pero dudo que consiga librarme... Si mi contrato acabase en junio con el curso escolar, Albus debería notificármelo ya y no parece por la labor. Temo que no le he convencido de la nobleza de mis intenciones –comentó con ligera sorna.
—Se lo debe porque le ayudó a librarse de los juicios por sus... problemas legales, ¿no? Entonces siempre tendrá eso para poder chantajearle...
—Sí, más o menos así es. En el mejor de los casos, como Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos, Albus podría darme una carta de inmunidad. Son las que otorgan a embajadores, políticos y testigos protegidos y garantiza que nadie pueda juzgarlos. Pero ni siquiera mi proverbial encanto es suficiente para lograrlo –suspiró con dramatismo—. Me conformaré con poder abandonar algún año el condenado Hogwarts...
—Seguro que eso sí lo consigue. Aún queda hasta junio, tiene tiempo.
—Ojalá tengas razón –murmuró el profesor.
Tras otro silencio, con notable nerviosismo, Bellatrix abordó el tema que sospechaba que ambos intentaban evitar. No ganaba nada con retrasarlo y estaba cansada de congojas, quería tener las cosas claras.
—¿Y cuando termine el curso qué haremos? –preguntó titubeante— ¿Qué pasará con... nosotros?
—¿Qué te gustaría que pasara? –preguntó él mirándola.
Ella se encogió de hombros aún más nerviosa.
—Me gusta... me gusta estar con usted –susurró con timidez.
—A mí también. Y me gustaría seguir viéndote. Tanto si tengo que quedarme en Inglaterra como si me voy, podemos mantener la amistad.
—¿Solo amistad?
—No creo que podamos permitirnos más.
—Sé que soy joven, pero en pocos meses cumplo diecinueve y... Bueno, soy mayor, puedo hacer lo que quiera.
—Tu edad es lo de menos, ma belle –sonrió él—. Te vas a casar con Lestrange, ¿no? También te unirás a los mortífagos, no creo que eso te deje mucho tiempo libre.
—Bueno... Sí, aunque lo odie me tengo que casar con Rodolphus, es mi obligación –reconoció ella—. Pero quizá si...
No se atrevió a sugerir que igual sus padres aceptarían que se casase con él. Grindelwald nunca había valorado el matrimonio y no iba a hacerlo ahora con una niña a la que conocía desde hacía pocos meses.
—Si eso te librara de una vida infeliz, me casaría contigo, Bellatrix.
A ella se le iluminaron los ojos como si hubiesen iniciado un fiendfyre.
—Pero sospecho que eso te causaría aún más problemas con tus seres queridos.
—¡No! –replicó Bellatrix al momento— ¡A mis padres les parecería bien! Se enfadarían un poco porque llevan años de tratos con los Lestrange, pero usted tiene dinero y buena posición, así que no costaría mucho convencerlos...
—No me refería a tus padres. ¿Cómo se lo tomaría tu futuro jefe?
El incendio en los ojos de Bellatrix murió de golpe. Horriblemente mal. Voldemort la preferiría muerta que unida a su mayor rival en el campo de las artes oscuras. Jamás lo aceptaría, lo tomaría como una traición. Después de tantos años no le parecía justo hacerle eso a su maestro, ella era muy fiel. Tuvo que aceptar que su futuro llevaba años establecido y así lo había asumido. Pese a sus bromas y flirteos, su relación con Grindelwald no tenía futuro. Ambos lo sabían. Aún así...
—Podrías venir conmigo –sugirió él sabiendo cuál iba a ser la respuesta—. Nadie te torturaría, te cuidaríamos bien.
—No necesito que nadie me cuide –respondió ella con suavidad.
—Tampoco necesitas que nadie te invite a cenar ni te dé la mano, pero eso no ha sido óbice para mí.
La miró con una sonrisa burlona y Bellatrix sintió un cosquilleo melancólico por añorar a alguien a quien todavía tenía junto a ella. Ojalá pudiera marcharse con él, pero no era su lugar. Con Grindelwald, Vinda, Gizella y todos esos adultos que ya lo habían visto todo se sentiría demasiado pequeña. Entre los mortífagos sería la reina y ella quería reinar. No declinó la oferta de su profesor porque ambos sabían cuál era su respuesta.
—Pero estos dos meses que quedan podemos seguir viéndonos, ¿no? –preguntó Bellatrix.
Él tardó en contestar y de nuevo su vista se perdió en algún punto lejano del Danubio.
—Sería mejor no hacerlo. Así evitamos el riesgo de desarrollar algo destinado a perecer –murmuró lentamente.
—Yo puedo asumir el riesgo –respondió confiada.
—No lo dudo, Bellatrix... Pero yo no.
"Ah..." respondió ella sin llegar a entenderlo pero sin atreverse a preguntar. Él debió juzgar que le debía una explicación o tal vez solo dialogaba consigo mismo, pero en voz baja añadió:
—No puedo estar contigo. Me afectas de tal forma que no sé ni cómo saludarte, no soy capaz ni de decirte que estás preciosa. A mí eso nunca me sucede, no necesito encerrarme en mi despacho para tranquilizarme, es la gente la que se altera al verme, nunca al revés.
Ante aquello, Bellatrix se quedó sin palabras. La ilusionó hasta tal punto que le entraron ganas de dar saltos de emoción por el tejado; pero a la vez le angustió ejercer esa influencia en un profesor a quien dejaría de ver en unas semanas. Como no sabía qué decir, comentó con renovada timidez:
—Pero... Me ha contado que ha tenido varias parejas...
—Sí, las he tenido, pero nunca había sentido nada, nunca me había enamorado.
—¿Quiere... quiere decir que... que de mí...? –balbuceó ella.
Grindelwald la miró y aunque la luz de la luna apenas permitía distinguir sus ojos azules, ella intuyó un destello de tristeza.
—Digamos que yo no tengo la fortuna de que mi amortentia huela a serpiente mojada –confesó él—. De hecho no olía a nada que no fueses...
No terminó la frase. Bellatrix comprendió de golpe por qué Grindelwald le pidió que se alejara para oler la amortentia: su olor y el de la poción eran el mismo. Aquel día ni se le pasó por la cabeza, pero no se culpó por ello: sonaba demasiado descabellado. Nunca había visto a su profesor tan vulnerable y jamás se le ocurrió que pudiese sentirse así. Nadie se había enamorado nunca de ella (la admiraban, la temían y Eleanor incluso la quería), pero enamorarse como en las novelas que leía su padre a escondidas, jamás. Que el primero fuese uno de los magos más poderosos del mundo la hizo experimentar una vorágine de emociones que no supo identificar.
—Si eso le hace sentir mejor... —empezó nerviosa— No tengo ni idea de a qué huele una serpiente mojada.
Grindelwald la miró con repentino interés frunciendo ligeramente el ceño.
—¿Quieres decir que...?
—Que no me pareció apropiado confesar que olía el perfume de mi profesor favorito, no quería que pensara que le hago la pelota para que me apruebe... —comentó intentando bromear para rebajar la magnitud de la confesión.
Ante aquello, Grindelwald soltó una carcajada. Eso animó a Bellatrix, le gustaba verlo reír. Él le apretó la mano con más fuerza, pero no dijo nada. Al rato pareció tomar una determinación: si ya estaban los dos hasta el cuello, por hundirse un poco más poco podían perder. O eso quiso pensar. "Tienes razón, debemos aprovechar las semanas que nos quedan" declaró. Y seguidamente, la besó. Fue más suave y calmado que su primer beso, pero igual de intenso y apasionado. Solo que al terminar, Bellatrix protestó:
—¡Oiga, no puede hacer eso!
Él entendió que no era justo que de repente cambiara de opinión como si nada. "Tienes razón, lo lamento, yo..." empezó a disculparse. Bellatrix lo calló agarrándolo de las solapas de la chaqueta y besándolo. Grindelwald lo comprendió: no le molestaban sus cambios de idea, sino que fuese él quien tomara el control y decidiera cuándo besarla. No pudo evitar sonreír y seguidamente declaró con gravedad:
—Creo que no he comprendido del todo su punto, señorita Black, si fuese tan amable de repetírmelo...
Bellatrix rio también y le volvió a besar. Le encantaba cuando él la acercaba a su cuerpo y le frotaba la espalda con sus manos fuertes y firmes. Y cuando le acariciaba el rostro y le apartaba los mechones de pelo que caían sueltos. También disfrutó cuando le susurró al oído que era preciosa y que ningún hombre estaría nunca a su altura. Por supuesto Bellatrix no perdió la oportunidad de meterle mano bajo el abrigo, aunque su sugerencia de aceptar la oferta del hotel de Gizella fue denegada.
—No va a suceder nada mientras sea tu profesor, Bellatrix. Sé que eres mayor de edad y puedes hacer lo que desees, pero no quiero que suceda estando en una posición de poder y responsabilidad sobre ti.
—Vale... —aceptó ella que deseaba respetar sus principios— El diez de junio terminan las clases y es la Ceremonia de Graduación. ¿Tiene algo que hacer esa noche?
Grindelwald sonrió y respondió:
—Siempre estoy altamente ocupado... Pero procuraré hacerte un hueco.
—Está bien –murmuró Bellatrix—, espero que valga la pena esperar...
—Me resulta de mal gusto presumir de ello, pero... recuerde que poseo la varita más poderosa del mundo, señorita Black –susurró en su oído.
Eso hizo reír a Bellatrix que asintió satisfecha. Él la atrajo por la cintura para aspirar su olor favorito y ella apoyó la cabeza sobre su hombro. Fantaseó en su mente con un futuro juntos sin guerras ni matrimonios concertados, solo con asesinatos por placer y el posterior sexo de celebración. Cuando dieron las cinco de la mañana, Grindelwald murmuró de mala gana que debían regresar. Era viernes y a las nueve ambos empezaban las clases. Bellatrix asintió, lamentando tener que separarse de él, pero sabiendo que era mejor empezar a acostumbrarse. El profesor sacó de su bolsillo la taza que actuaba como traslador y medio minuto después reaparecieron en su despacho.
Todo resultaba mucho más tenso e inseguro de vuelta en el castillo. Antes de marcharse, Bellatrix le miró y solo fue capaz de murmurar un "Gracias". Él le guiñó un ojo y le indicó que intentara dormir unas horas. La estudiante asintió.
Sin embargo, dormir era lo último que le apetecía. Lo que deseaba era correr y chillar de felicidad, había sido una cita increíble con un hombre maravilloso al que adoraba. ¿Qué más daba que el propósito hubiese sido confirmar que no tenían futuro? Los valiosos recuerdos que habían creado ya nadie podría quitárselos. Pensó en subir a la Sala de Menesteres a entrenar para calmarse, pero Grindelwald tenía razón, mejor procurar dormir algo. Pese a su euforia, intentó no hacer ruido al entrar a su dormitorio. Fracasó:
—Cuéntamelo todo –murmuró Eleanor adormilada mientras encendía una vela.
Bellatrix sonrió profundamente agradecida, compartirlo con su amiga lo hacía todo más real. Se desmaquilló con un conjuro, se puso el pijama y se acostó con ella. Abrazadas en la cama le relató la velada entreverando vergüenza y emoción por todo lo vivido. Le parecía surrealista: hacía diez minutos estaba sentada en un tejado de Budapest metiéndole mano a su profesor de Defensa. A su amiga le encantó la historia y se alegró por ella como nadie más lo haría.
—Quédatelo como amante. Aunque te tengas que casar con otro y cada uno viváis vuestra vida, siempre podéis quedar alguna noche y repetir. Eso es aún mejor que casarse, así no se pierde la magia.
Bellatrix sonrió pensando que no era un mal plan, quizá algo egoísta por su parte, pero... no era mal plan. Su amiga volvió a cerrar los ojos y ella la imitó. Sería el cansancio físico tras tantas horas de actividad, el agotamiento emocional o la necesidad de escapar al mundo onírico donde todo era factible, pero finalmente se durmió también.
Fueron poco más de tres horas de sueño, pero aún así la euforia le sirvió a Bellatrix como estímulo y se levantó todavía sonriente. Además, era viernes, lo cual significaba clase doble de Defensa para terminar el día, ¡su plan favorito!
A medio día se quedó en su habitación ensimismada con el libro de Morgana. Eleanor volvió de la comida y de tomar el sol con su amiga Jasmina cinco minutos antes de las clases de la tarde. Mientras preparaba su mochila, le dijo a Bellatrix:
—Deberías salir con Mr. Sexy todas las noches, hoy estaba mucho más sonriente. Me ha felicitado por un encantamiento levitador y eso que casi incendio la clase.
—¿Cómo vas a incendiar la clase con...? –se interrumpió— Es igual, te veo muy capaz. De todas maneras no creo que sea por mí, seguro que...
—Oh, por favor, ¡no seas ingenua! ¿Por qué va a ser, porque ha descubierto que siendo rubio platino todos los colores le sientan bien? –inquirió su amiga burlona— Por cierto, esta noche volveré tarde, he quedado con Ben.
—Muy bien, Nell, pásalo bien.
Su amiga le dio un beso en la mejilla y salió a toda velocidad hacia los invernaderos. Bellatrix también cogió su mochila y subió al aula de Defensa para las dos últimas horas del día. Al ver a su profesor experimentó un cosquilleo mezcla de emoción y vergüenza por las confesiones de la noche previa. Él evitó su mirada, pero supuso que sentía algo similar. Quizá deberían haber respetado su regla y no haber acabado con una botella de vino y tres vasos de ron cada uno...
Aún así la clase resultó agradable. Ya habían dado todos los contenidos del curso y habían comenzado el repaso ante la proximidad de los ÉXTASIS. Los estudiantes estaban muy nerviosos y tenían diversas dudas sobre teoría y hechizos prácticos. Así que Grindelwald dedicó la primera hora a la parte teórica y en la segunda despejó el aula para que cada uno practicase los hechizos que le suponían dificultad. Bellatrix estaba entretenida practicando su cuerda de fuego cuando el profesor se acercó a ella:
—Con más suavidad, señorita Black –murmuró colocándose tras ella y colocando su brazo sobre el suyo para guiarla.
Ambos sabían que su ejecución era perfecta, pero si así podían semiabrazarse en medio de una clase, Bellatrix no tenía quejas. Mantuvieron la posición bastante rato, casi sin ver las espirales de fuego que danzaban ante ellos. El resto de alumnos estaban tan centrados en sus propios conjuros que a nadie le extrañó que la alumna más aventajada necesitase tanta ayuda. Cuando un par de gryffindors se quedaron atrapados en un minitornado y otro slytherin se aturdió a sí mismo, a Grindelwald no le quedó más remedio que atenderlos.
—Los suspenderé por interrumpirnos –masculló.
Bellatrix dibujó una pequeña sonrisa y siguió practicando sola. Estaba perdida en sus recuerdos (porque practicar magia convencional no le requería la más mínima concentración) cuando notó que su piel ardía. Ahogó un grito que por suerte pasó inadvertido y metió la mano al bolsillo interior de su túnica. El galeón encantado por Voldemort para comunicarle sus citas casi quemaba. Lo comprobó: quería quedar con ella sola esa misma noche. Parecía urgente y serio. Hasta la fecha las misiones a las que había acudido con sus compañeros habían sido peccata minuta: más un entrenamiento que una labor real, para ella había sido como comerse una rata de chocolate. Pero tuvo la sensación de que esa vez sería diferente.
Entonces se le ocurrió otra aterradora posibilidad: ¿Y si se equivocaba y no se trataba de ninguna misión? ¿Y si Voldemort se había enterado de lo suyo con Grindelwald? Quizá alguien los había visto en Budapest y...
—¿Cuándo tenemos que ir? –la interrumpió alguien a su lado.
Rodolphus se había dado cuenta de que tenía entre manos el galeón encantado. Bellatrix lo guardó y le informó de que su maestro solo deseaba verla a ella. Su compañero la miró sin ocultar la envidia y cierta incredulidad.
—¿Qué? –le espetó ella— ¿Crees que me lo invento porque me siento amenazada por vosotros? ¿Que soy tan imbécil como para desobedecerle?
—Hemos mejorado mucho más que tú.
—Porque teníais (y tenéis) muchos kilómetros para mejorar –ironizó ella— y porque yo ni siquiera he empezado a esforzarme.
—¿En qué te esfuerzas exactamente? Porque el Señor Oscuro te hace demasiados cumplidos, igual es...
Rodolphus no terminó la frase porque cayó al suelo inconsciente. Grindelwald había desviado un hechizo para proteger a Longbottom y había impactado "accidentalmente" en el joven Lestrange.
—Vaya, qué lástima –murmuró el profesor—. Vamos a dejarlo descansar, mejor que se recupere de forma natural. Prosigan.
El resto de la clase continuaron practicando con Rodolphus inconsciente en un lateral. Grindelwald miró a Bellatrix con gesto interrogativo y ella asintió manifestando que todo estaba bien. Él continuó con el resto de estudiantes. Bellatrix intentó concentrarse pero sabía que esa noche le esperaba una reunión poco agradable...
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