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Capítulo 32

Bellatrix no supo si la comida estaba buenísima o tenía mucha hambre, pero el menú del restaurante de Gizella (tan exclusivo que ni tenía nombre) le encantó. El vino también era delicioso y la animaba bastante a conversar. Grindelwald no hablaba demasiado, pero contestaba a sus preguntas y le daba detalles sobre su vida, así que ella aprovechó:

—¿Ha tenido muchas novias? O... perdón, ¿parejas?

Añadió la segunda parte al recordar a Dumbledore. No estaba segura de si esas cosas se dialogaban durante las citas, pero mientras él no la frenara... Con su voz grave y pausada le respondió:

—Sí, he tenido unas cuantas. Tampoco muchas, mis prioridades siempre han sido otras y poco tiempo me han dejado para el ocio. Contraer matrimonio nunca entró en mis planes.

Ella asintió satisfecha con la información.

—¿Y tú? ¿Alguna relación seria?

—No... Eso no me va, siempre me he limitado a... Bueno, ya sabe –respondió ligeramente ruborizada—. Salvo con Nellie, Nellie es genial.

—Hombre, mi más aventajada alumna... –murmuró Grindelwald con sorna.

—Es mucho más lista que la mayoría –aseguró Bellatrix—. No es mi novia sino mi mejor amiga, pero si hay necesidad, mejor solventarla con alguien de confianza.

—Mientras no tenga que defenderte de un inferius o cualquier otra criatura, me parece correcto —manifestó Grindelwald.

Estuvieron bromeando sobre ese tema y muchos otros más allá del postre. Bellatrix tenía la sensación de que no se atrevía a sacar el asunto que deseaba debatir (su relación), pero si él no lo hacía, mucho menos ella. Supieron que llevaban dos horas de sobremesa cuando la cuenta apareció sobre el mantel. Bellatrix hizo ademán de pagar, pero Grindelwald se lo impidió y la amenazó con inmovilizarla. Eso la indignó:

—¡En el pub irlandés me prometió que la próxima pagaba yo!

—Mentí –sonrió él—. Tengo mis manías, señorita Black, tendrá que asumirlo.

—No me gusta que me invite a cosas como si yo no pudiera pagarlas –protestó ella.

—¿Con el dinero de tus padres?

—No, con el mío.

—¿Cómo lo obtienes?

Bellatrix se encogió de hombros enfurruñada y no respondió. Él suspiró dispuesto a incumplir por ella otra de sus normas.

—Está bien, ven. Hay una terraza en la azotea, invítame a una copa.

—Pero a una copa de verdad, no a una porquería de esas sin alcohol con hierbajos flotando.

—Oiga, señorita Black, por qué insiste en cambiarme, ¡tendrá que quererme como soy! –exclamó él con dramatismo.

Hubo un silencio nervioso (pero agradable) por parte de ambos. Se levantaron y abandonaron el reservado. Mientras caminaban por más pasillos y escaleras, Bellatrix le comentó que ganaba dinero participando durante el verano en torneos de duelo. Solían veranear en Francia y ahí el duelo era más popular incluso que el quidditch.

—Tengo que tomar pociones de envejecimiento temporal para que me dejen participar... Pero vale la pena, siempre gano y el premio suele ser bastante dinero. Con eso y un par de cosas más ahorro bastante, porque tampoco tengo muchos caprichos, ya tengo de todo. Además, la ropa y las cosas para el colegio las pago con el dinero de mis padres, son ellos los que insisten en aparentar, así que deben financiarlo.

—¿Cuándo dices que ahorras con un par de cosas más te refieres a...?

—No se le escapa una, ¿eh? –murmuró Bellatrix— Con lo que más gano es vendiendo sustancias al brujo boticario del Callejón Knockturn.

—¿Qué clase de sustancias?

—Principalmente... veneno de serpiente. Es una serpiente muy valiosa, su veneno es el más poderoso solo superado por el de basilisco. El litro suele estar a unos cien galeones y no sabe la de veneno que suelta ese animal cuando lo ordeñas...

—¿Su dueño sabe que comercias con el veneno de su mascota?

—Nunca se lo he comentado, es un trato entre Nagini y yo. Cuando la deja a mi cuidado yo le consigo alimentos vivos y ella me permite recolectar su veneno. Ya sabe, un negocio de mujer a mujer.

Grindelwald rio entre dientes y murmuró algo como que su cabeza era un universo fascinante. No hubo lugar a más comentarios porque abrió otra puerta y aparecieron en la azotea del rascacielos. Era un espacio diáfano, con varias mesas, sofás y taburetes altos dispersos por los laterales y una isla central en la que cuatro camareros preparaban diversos cócteles. Unas pequeñas velas en forma de estrellas que deambulaban a varios metros de altura suponían toda la iluminación. Solo una valla transparente de cristal mágico los separaba de una caída de más de cien metros. Pero el riesgo merecía la pena pues, de nuevo, las vistas de la ciudad repleta de luces de colores quitaban el aliento.

Había unos cuantos magos y brujas conversando y bebiendo en parejas o pequeños grupos. Grindelwald le explicó que al contrario que en el restaurante, al bar se subía a socializar y por tanto ahí la privacidad se relajaba.

En cuanto se acercaron a la barra, el camarero se dirigió a Grindelwald en alemán. Segundos antes había atendido a una bruja en italiano y a un vampiro en rumano. "Te piden mejor currículum para ser camarero que para Ministro de Magia" pensó Bellatrix. No entendió lo que pedía su profesor, pero estuvo muy pendiente para pagar la cuenta. Se sentaron en una de las pequeñas mesas en una esquina y al poco el camarero apareció con una bandeja con media docena de vasos. Todos tenían tres dedos de un licor entre marrón y dorado. Era Stroh, el ron austriaco que Grindelwald le comentó que olía en la amortentia.

—Hemos pasado de la abstinencia al alcoholismo en una noche, ¿eh? –comentó Bellatrix observando los seis vasos.

—Hay de tres graduaciones, 40, 60 y 80 grados. El camarero me ha preguntado cuál quería y he pensado que ya que lo pruebas, pruébalos todos –sonrió Grindelwald.

Ella asintió también sonriente. El profesor le pasó el vaso de Stroh 40 y brindaron de nuevo. A Bellatrix le gustó el sabor y el ardor, también el intenso olor ligeramente dulzón. Lo degustaron en silencio mientras ella contemplaba el paisaje y Grindelwald la contemplaba a ella. Eso la puso ligeramente nerviosa. Disfrutaba mucho esos silencios cómplices, pero no tanto cuando él la observara con su aire misterioso sin saber en qué pensaba. Buscó un tema de conversación. Vio a su profesor jugueteando con su varita y se lanzó aprovechando que estaba en racha:

—¿Cómo la consiguió?

Grindelwald observó la varita de sauco y permaneció pensativo durante unos momentos. Decidió confesar:

—Se la sustraje a su anterior dueño. Tenía prisa por conseguirla, no tenía tiempo de batirme en duelo con él para ganarme su voluntad. Además prefería que no pudiera identificarme. Por supuesto transcurridas dos décadas me obedece a la perfección.

—¿Por qué tenía prisa?

De nuevo, él dudó.

—Hay algo que no te he contado... Honestamente, hay más de un asunto que no he tratado contigo...

—Lo entiendo, yo también tengo secretos –apuntó ella.

El anillo de los Gaunt que era un horroxcrux, la piedra de la resurrección, el libro de Morgana... sí, había unos cuantos secretos. Él la miró con curiosidad y al final sonrió. No preguntó, sino que elaboró su respuesta:

—Sabrás que hay magos que nacen con dones mágicos...

—Sí, como los que hablan parsel o son legilimentes naturales, ¿no?

—Sí, son buenos ejemplos. En mi caso es otra cosa... —murmuró él bajando el tono— Desde que nací puedo ver el futuro. No a voluntad, pero en ocasiones tengo visiones de acontecimientos futuros.

La chica intentó disimular su sorpresa, principalmente para que no los miraran el resto de clientes. Sin duda Grindelwald era uno de los magos mejor dotados del mundo... Su profesor retomó la explicación:

—A la semana de conocer a Albus tuve una visión en la que nos enfrentábamos, él me derrotaba y... digamos que mi porvenir no resultaba muy halagüeño. Por eso empecé a buscar las reliquias de la muerte: aunque fuese más poderoso que yo, siendo el Señor de la Muerte mis posibilidades de derrotarle se incrementarían... De la piedra y la capa nunca hallé rastro, me surgieron otros asuntos y tuve que interrumpir su búsqueda.

—¿Pero las visiones se cumplen siempre? ¿Se puede hacer algo para evitarlo?

—No se sabe apenas nada de este don, no he conocido a nadie más que lo posea, solo referencias en algunos libros. En teoría en la magia nada es inmutable y todo puede cambiar, pero... La realidad es que todas las que he tenido se han cumplido.

Bellatrix asintió con cierta angustia. La hacía muy feliz que hubiese compartido aquello con ella, pero ahora tenía miedo de que sucediera. Grindelwald debió leer la inquietud en su rostro y se apresuró a tranquilizarla:

—Hace veinte años que tuve esa visión y no ha sucedido, así que es muy posible que fallara en esa ocasión. Además, tengo la situación con Albus bajo control. Ahora confía en mí y en su día hicimos un pacto de sangre para no enfrentarnos, por tanto...

Se interrumpió al ver –pese a la escasa iluminación— como Bellatrix empalidecía. Le cogió la mano sobre la mesa y se dio cuenta de que temblaba.

—¿Te encuentras bien? –preguntó con notable preocupación— ¿Te ha sentado mal el alcohol?

Ella negó con la cabeza y fijó la vista fija en su regazo incapaz de mirarlo. Él insistió. Bellatrix sintió angustia de que se enfadara y no quisiera hablarle. Pensó con horror que si se marchaba y la dejaba sola no tendría forma de volver a Inglaterra. No conocía a nadie en Hungría ni hablaba el idioma, ni podía aparecerse a esa distancia... El profesor se levantó y se colocó junto a ella. Le elevó el mentón con suavidad obligándola a mirarlo.

—Bellatrix, cuéntame qué sucede.

Tras unos segundos, confesó:

—Yo... Yo le expliqué cómo... Le dije a Dumbledore cómo romper un pacto de sangre –susurró profundamente avergonzada—. Fue lo que me pidió a cambio de la información que me dio, no me dijo para qué era y no se me ocurrió que... Bueno, que pudiera afectarle a usted.

¿Y si Grindelwald moría a manos de Dumbledore por su culpa? ¿Y si, aún peor, lo encerraban en cualquier cárcel de por vida? No podría perdonarse jamás... Tras unos segundos de silencio, el mago suspiró aliviado.

—Me habías asustado, creí que te sucedía algo.

—¿Cómo? –preguntó ella desconcertada— Pero si acabo de decir que...

—Ya contaba con que encontrara la forma de invalidarlo, Bellatrix. Por supuesto hubiese sido preferible que no lo hiciera pero... Con tu ayuda o sin ella lo habría logrado, es el maldito Albus Dumbledore –masculló—. Encontraré otra forma, estoy en ello. La visión no se cumplirá.

—Entonces... ¿no está enfadado conmigo? –preguntó mirándolo.

—Ojalá pudiera –masculló él dedicándole una sonrisa burlona—, pero tiene usted esa cara de cachorrito asesino indefenso que...

Bellatrix sonrió por fin y, aprovechando que estaba de pie junto a ella, le abrazó. No estaba nada acostumbrada a ese gesto, pero iba mejorando. Grindelwald le pasó un brazo por la espalda y la estrechó junto a su pecho. La joven estaba muy a gusto en esa posición (y sospechaba que al profesor tampoco le desagradaba) pero al poco escucharon la voz burlona de Gizella:

—Soy también dueña de un hotel a dos calles de aquí, por si necesitáis una habitación.

—¿No podemos hacerlo aquí en medio? –preguntó Bellatrix fingiéndose extrañada— Qué poco prácticos sois en este país...

La mujer profirió una carcajada y Grindelwald sonrió ante su descaro. Se separó de ella y le preguntó a su amiga si quería algo o solo molestar. Gizella le señaló a su acompañante. Era un mago también de unos cuarenta, de piel y ojos claros, labios finos, alto y con un aspecto ligeramente amenazante. Por sus rasgos y vestimenta Bellatrix supuso que era ruso y Gizella lo confirmó:

—Este es el señor Alejandro Skósyrev, un mago ruso. Y eso es todo lo que sé porque no entiendo una puta palabra de lo que dice –masculló la bruja con una amplia sonrisa—. Él tampoco habla una palabra de ningún idioma que no sea el suyo. De no ser porque su apellido es famoso ni lo habría entendido.

—¿Y necesitas más datos para aparearte con él, Giz? –preguntó Grindelwald burlón.

La bruja le dio un golpe en el estómago pero el profesor ni se inmutó ni dejó de sonreír. Mientras, el ruso miraba a Bellatrix con una amplia sonrisa, como si le diese igual aquella reunión en la que no comprendía una palabra.

—No es esa mi intención... Al menos no la principal –murmuró Gizella—. Es Skósyrev, millonario y altamente reputado por sus inversiones en la Bolsa Mágica Internacional. Un amigo común me comentó que estaría interesado en hacer negocios con mi empresa... pero no mencionó este pequeño problema idiomático. Me ha costado media hora solo invitarle a subir a por una copa.

—Estupendo, ¿y por qué compartes esta información con nosotros? –inquirió Grindelwald.

—Tú hablas muchos idiomas, ¿no habrás aprendido ruso últimamente? –preguntó con un ligero tono de desesperación— El camarero sí que sabe, pero no es alguien a quien desee involucrar en mis asuntos...

—No, lo siento, no hablo ruso.

—Yo sí –intervino Bellatrix.

Grindelwald apretó su vaso con fastidio. La chica se dio cuenta de que recordaba ese dato (al parecer recordaba cada palabra que ella le decía) pero no había querido implicarla. Tarde. Gizella la miró como si fuese la última rana de chocolate del mundo.

—¡Estás contratada! –exclamó al momento— ¿Prefieres que...?

—Cálmate –la frenó Grindelwald con aspereza—, si Bellatrix no quiere...

—No, no me importa. En cosas más turbias estoy envuelta –aseguró ella sonriente.

Tras confirmar de nuevo que estaba segura y amenazar a su amiga de muerte si aquello terminaba mal, Grindelwald aceptó. Bellatrix saludó al ruso en su idioma y al momento él abrió los ojos y alzó los brazos emocionado porque alguien le comprendiera. Charlaron durante unos minutos mientras Grindelwald y Gizella los observaban sin parpadear. Al rato Bellatrix miró a la mujer e informó:

—También le han hablado muy bien de ti. Desea invertir en tu cadena hotelera para blanquear el dinero que obtiene con el tráfico de plantas de alihotsy.

—¿Plantas de qué? –inquirió Gizella.

—Alihotsy. Se usa muy diluida como ingrediente en algunas pociones –explicó Bellatrix—. Sus hojas pueden producir histeria, cólera e intentos de suicidio. Por eso están prohibidas y en el mercado negro son de las sustancias más buscadas, sobre todo en Rusia. Pero dice que estés tranquila, sus negocios no te salpicarán, solo quiere un sitio donde invertir el dinero y le gustan tus hoteles y restaurantes.

—Dile que estoy interesada, aquí es bienvenido todo el dinero, nunca preguntamos por su origen. No me gusta discriminar a nadie.

Bellatrix murmuró algo en ruso. Alejandro asintió vehementemente y le estrechó la mano a Gizella. Sin embargo, apenas miraba a la mujer, parecía mucho más interesado en su traductora.

—Pregúntale si puede volver mañana, reuniré a mis socios y llamaré a mis abogados, alguno habla ruso –indicó Gizella.

Bellatrix se lo transmitió y el ruso de nuevo le dio una prolongada contestación. Mientras, Gizella llamó a uno de sus encargados de confianza y le pidió unos papeles con el contrato estándar para ese tipo de negocios. Se los trajo antes de que Alejandro terminase su contestación.

—Dice que estará aquí mañana a las seis de la tarde.

Gizella asintió satisfecha. Se acercó a él y le mostró los papeles del contrato, confiando en que al menos los números los entendiera. Grindelwald aprovechó para murmurarle en voz baja a su alumna:

—¿Ha dicho solo eso? Ha hablado mucho tiempo para una sola frase.

—Bueno... También ha dicho que mis ojos son más hermosos que las coronas de todas las zarinas y que mi pelo es como seda tejida por hadas o... algo así, tampoco tengo tanto nivel. Y que si le hago el honor de visitar San Petersburgo habilitará para mí el Palacio de Invierno y pondrá a mi disposición todos los esclavos que desee cocinar... o asesinar, no estoy segura de ese verbo.

Grindelwald apretó la mandíbula y no respondió. Le pasó a Bellatrix un brazo por la cintura agarrándola con más firmeza que cuando se aparecían. El ruso captó la indirecta, pero aún así, cuando se despidió le dio su tarjeta a Bellatrix. Gizella frenó con disimulo a su amigo y susurró: "No lo mates antes de que lo haya desplumado, Gelly". Seguidamente se despidieron y acompañó a Alejandro a la salida. A Bellatrix le dio cierta angustia comprobar lo posesivo que era Grindelwald. Aunque a una parte de ella le emocionó. Comprendió que más que celos era preocupación: al ruso había estado a punto de asesinarlo, pero con Eleanor (que compartía cama con ella) no manifestaba esos celos. "Todo en orden", decidió Bellatrix.

Gizella volvió a los pocos minutos y le ofreció un talón a Bellatrix por una cantidad exagerada de galeones. La chica no lo aceptó, no le había supuesto ningún esfuerzo la traducción y no quería deberle nada a esa mujer.

—Quédatelo –insistió Gizella— Sospecho que con cualquier otro traductor no habría obtenido un trato tan ventajoso. De hecho, si pudieras venir mañana también...

—Ten cuidado con lo que sugieres –le advirtió Grindelwald con voz gélida.

—¡Era broma! –rio Gizella— Madre mía, Gelly, nunca te había visto así...

El mago le dirigió una mirada de desprecio y le indicó a Bellatrix que se marchaban. Ella asintió aunque lo lamentó, estaba disfrutando mucho de aquella ciudad y no deseaba que su cita terminara. La azotea era el único lugar del edificio que contaba con un punto de aparición, pero Bellatrix se había dejado el abrigo en el reservado. En ese lugar con tantos conjuros de privacidad un accio no funcionaba. Al momento Grindelwald se ofreció a ir a por él. Entonces se dio cuenta de que para eso debía dejarla sola. Se giró hacia ella y le dijo:

—Si sucede cualquier cosa me avi... Disculpa, olvidaba que eras tú. No me avises, mátalos a todos y yo me encargaré de la prensa.

Bellatrix asintió con una amplia sonrisa casi deseando que sucediera. Cuando vio a Grindelwald salir por la puerta, Gizella la miró con gesto indescifrable.

—Si no fuese tan poderoso creería que le has dado algún filtro. Ya podría haber sido así conmigo, otro fénix nos habría cantado...

—¿Estuvisteis juntos?

—Lo intentamos en Durmstrang. Como pareja, como compañeros de cama ocasional... nunca funcionó.

—¿No funcionó lo de ser pareja o no sabíais cómo follar?

Gizella rio y sacudió la cabeza.

—Realmente eres mucho más interesante que tu madre... —murmuró— Tranquila, como amante es excepcional, pero es incapaz de ver en las personas algo más que medios para un fin. O al menos lo era...

—Bueno, yo solo soy su... No sé, no sé que soy, pero no somos pareja.

—Pues está loco por ti, Bellatrix –susurró en su oído justo cuando Grindelwald regresaba—. Ya que no lo quieres, me quedo el cheque –comentó subiendo el tono—. Agradezco mucho tu trabajo, pero creo que es lo justo: tú ya te has quedado a mi Gelly.

Grindelwald puso los ojos en blanco, pero al final sonrió y murmuró una despedida en su idioma natal. Tras eso, ayudó a Bellatrix a ponerse el abrigo y le indicó que iban a aparecerse.

—Pero para volver a Inglaterra habrá que usar el traslador, ¿no? –preguntó ella.

—Quiero hacer una última parada, hay otro lugar que quiero enseñarte. Si no estás cansada, claro.

Ella asintió sin dudar. Cualquier cosa con tal de prolongar esa cita que por ella podría ser como un partido de quidditch sin snitch. 

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