Capítulo 28
Fueron pocas lágrimas, pero Bellatrix rara vez las liberaba. Grindelwald era demasiado importante en su vida, todo lo referente a él le afectaba mucho... y eso debía cambiar. Pero decirlo era más fácil que hacerlo. Era muy madura en muchos aspectos, pero por el sentimental nunca se había preocupado y en cualquier caso seguía siendo una chica de dieciocho años. Se limpió el rostro de un manotazo para poder seguir con su vida como si aquello no hubiese pasado... pero no fue posible: no estaba sola en la sala común.
—¡Bella! –exclamó Eleanor que como siempre se había quedado hasta tarde— ¿Qué te pasa?
La chica negó con la cabeza sin ganas de hablar. Se dirigió a su dormitorio y se metió en la cama abrazando al peluche del escarbato. Su amiga le dio cinco minutos de soledad y se acostó junto a ella. Por supuesto Bellatrix seguía despierta, no iba a poder dormir tras el disgusto, pero lo fingió. De nuevo, sin éxito.
—Bella, sabes que nunca te pregunto por tus cosas –empezó su amiga con suavidad—, a no ser que estés triste. Eso no pienso dejarlo estar. Así que me lo vas a contar.
Eleanor era muy dulce, divertida y alocada, pero también sabía imponerse y conseguir lo que quería. Le costó poco que Bellatrix, en un susurro avergonzado, le refiriera la historia. A Eleanor no le llamó la atención ni la parte de los dragones, a esa chica verdaderamente le daba igual todo. Cuando el relato terminó, se quedaron en silencio analizándolo.
—Es comprensible que te haya dolido –la tranquilizó—. Pero ¿qué es exactamente lo que te molesta? ¿Qué te haya manipulado con lo de los dragones para interrogarte sobre su ex? Yo creo que tendrá miedo de que Dumbledore...
—No, eso no. Me duele que me llame tonta, odio que me llamen tonta.
—¡Pero si eres de las personas más inteligentes que conozco, cómo va a molestarte eso!
—No lo sé –reconoció Bellatrix—, pero lo odio. Desde pequeñas a mis hermanas y a mí siempre nos hacen los mismos cumplidos: "Qué guapas, qué elegantes, qué educadas...". Y me molesta. ¿Qué mierda importa que tenga el pelo bonito? ¿Por qué no valoran mi inteligencia como sí hacen con mis primos? Lo único que siempre he tenido es la inteligencia, es lo que me decía mi maestro y por eso lo aprecio mucho... Que Grindelwald no sea capaz de verlo me duele...
—No es que no lo vea, es que estaba jodido y ha querido hacerte daño. Ni siquiera un troll es tan idiota para no ver lo brillante que eres, Bella.
—Empiezo a creer que no lo soy. Me ha engañado y...
—Lo ha intentado y no lo ha conseguido. No le has dicho lo que quería saber, ¿verdad?
—Bueno, no... Pero soy muy feliz cuando estoy con él y... y eso me da mucha rabia. No me pasa con nadie más.
—Es normal, a mí también me sucede. Estoy acostumbrada a salir con tíos peligrosos (pero muy respetuosos porque soy una reina y deben tratarme como tal) que conozco en el Callejón Knockturn –explicó Eleanor—. Así que cuando aquí se me acerca un niño de dieciséis con granos, completamente salido por las hormonas e incapaz de mirarme a los ojos pues... por mucha necesidad que tenga me dejo las bragas puestas.
Eso último hizo reír por fin a su amiga. Al final tomó una decisión:
—Queda muy poco curso, no pienso volver a quedar con él nunca más –decidió.
—Si eso es lo que quieres... —murmuró Eleanor abrazándola.
Bellatrix no respondió. Hundió la cara en su cuello y mientras Eleanor le acariciaba el pelo se quedó dormida.
—¡Por fin viernes! –exclamó Eleanor cuando se despertó a la mañana siguiente— ¿Podremos ir el finde a ver a mis padres? Mamá vuelve mañana de Moscú.
—Claro, pero puedes ir cuando quieras. Ya te expliqué cómo invocar la Sala de Menesteres y cómo manejarte en la tienda de Borgin.
—Ya... Pero mi madre se enfadará si voy sin ti, te considera mucho más responsable y teme que si hago el viaje sola me escape y no vuelva a Hogwarts... Cosa que obviamente puede pasar.
Bellatrix sacudió la cabeza. "Eres un ser único, escarbato" murmuró. Su amiga asintió sonriente y se marchó a desayunar, no sin antes insistir en que la avisara si necesitaba algo. La mayor desayunó uno de los pasteles de Bloody Wonders en su escritorio mientras releía el cuaderno de Morgana. Después se marchó a clase.
El viernes era el día que culminaba con dos horas de Defensa y Bellatrix juzgó que podía saltárselas. En cuanto terminó con la clase de antes de comer, se escabulló a la sala de Menesteres. Estuvo entrenando desde la una y cuarto (comienzo de la comida) hasta las siete de la tarde (final de la cena). Las horas se le pasaban como minutos mientras ponía en práctica todo lo que el libro recogía. Nada le salía a la primera, pero cuando algo fallaba, en el siguiente párrafo encontraba la explicación de cómo solventarlo. Era como si la propia Morgana la estuviese entrenando. Y lo disfrutaba enormemente.
Se hubiese quedado más rato, pero Grindelwald sabía invocar la sala de entrenamiento y podría encontrarla con facilidad. No tenía ningún deseo de verlo. Así que cuando supo que la cena habría terminado volvió a su sala común, el único sitio donde ella podía entrar y su profesor no. Se acomodó en un sofá y charló con Rose durante cinco minutos, su amiga tampoco tenía más tiempo libre.
—No sabes cuánto me arrepiento de haberme apuntado a los ÉXTASIS, no llego a estudiarlo todo...
—Bah, si ese día no nos apetece no vamos y ya está —la tranquilizó Bellatrix—. Nuestros padres pueden permitirse perder el dinero de la matrícula.
—También es verdad... —murmuró Rose recogiendo sus libros— Subo a estudiar a la habitación con los chicos, me ayuda porque ellos van peor y eso me anima. Buenas noches, Bella.
Bellatrix le dio las buenas noches. Entre los exámenes y las misiones con Voldemort, Rodolphus y el resto apenas tenían tiempo ya ni para criticarla. "Que se jodan" pensó mientras abría su libro de Morgana para continuar su lectura.
—¡Mira, Bella! ¡He sacado un Supera las Expectativas en Encantamientos! –exclamó Eleanor cuando apareció poco después— Creo que es la mejor nota que he sacado en esa asignatura...
—Enhorabuena, estoy orgullosa.
—¡Ha sido gracias a ti! Las anotaciones que hay en el libro de Transformaciones que me regalaste me sirven para casi todas las asignaturas.
—Me alegro mucho, Nell.
Eleanor sacó su cuaderno bidireccional oculto dentro del libro de Pociones y se sentó en el sofá. Mientras se escribía con su madre como cada noche, Bellatrix se reacomodó tumbándose con la cabeza apoyada en su regazo y retomó su lectura. Pasaron así varias horas mientras el resto de slytherins se retiraban a sus dormitorios. De vez en cuando Eleanor le refería detalles de lo que su madre le transmitía: estaba de viaje en Rusia recuperando tesoros de los zares.
—Me pregunto si podré robarle la corona de alguna zarina... —murmuró mordisqueando la punta de su pluma.
Bellatrix sonrió aunque apenas la escuchaba. Había leído el libro de Morgana completo varias veces, aunque por supuesto no había tenido tiempo de poner en práctica ni una décima parte. Pero en cada relectura encontraba detalles nuevos, la región mágica de su cerebro se hallaba en continua expansión. Estaba tan centrada en eso que no prestó atención cuando pasadas las doce entró una alumna y se marchó a su habitación sin saludar. Bellatrix apenas la miró para comprobar que era su compañera Rita Skeeter. No sabía qué hacía a esas horas, pero tampoco le interesaba. Ella no era prefecta ni la madre de nadie para andar vigilando. De lo que no se dio cuenta fue de que alguien entró tras de ella.
—¡Pero qué hace usted aquí! –exclamó Eleanor sobresaltando a Bellatrix que se incorporó de inmediato— ¿Cómo ha entrado?
—He usado imperio en la alumna esa que estudia a escondidas para ser animaga. Le he ordenado que me dejase entrar y que no permita salir a nadie de los dormitorios. Quiero hablar con Bellatrix.
Eleanor (que también tenía una forma especial de comprender la realidad) obvió el uso de la maldición imperdonable que sin duda le llevaría a Azkaban y se centró en el otro delito:
—¡Esto es allanamiento de... sala común! ¡Lárguese o lo asesino y será defensa propia!
—Hágalo, se lo ruego. Sería la primera vez que me demuestra que sabe usar la más mínima técnica defensiva. Aunque primero debería coger su varita...
Era verdad. Eleanor estaba amenazando a Grindelwald sin ni siquiera tener su varita. Bellatrix, entre furiosa, nerviosa y un poco intimidada, iba a comentar que a Dumbledore le interesaría saber lo del imperio, pero su compañera se le adelantó. Se puso de pie y se encaró con Grindelwald que las contemplaba a cierta distancia. Tiró del tallo de la rosa que siempre llevaba de colgante y le mostró la pieza de plata terminada en punta.
—¿Sabe qué es esto? –le preguntó a Grindelwald.
—Ilumíneme –respondió él ya no con sorna sino con curiosidad.
—Una flecha de los indios brujos del Amazonas. Si la lanzo contra usted, le perseguirá hasta atravesar su corazón. Ningún conjuro o protección podrá detenerla. Así que yo que usted retiraría la oferta de que le demuestre cómo me defiendo.
Bellatrix atisbó el asombro en el rostro del profesor. Ella jamás había visto esa faceta tan fría de Eleanor, pero sin duda le gustaba. Lentamente, Grindelwald le comentó que no era buena idea amenazar a un profesor.
—¡Oh! ¿Qué va a hacer? Chivarse no puede, porque aquí el criminal es usted –recalcó Eleanor—. ¿Suspenderme? Deme tiempo para fingir que lloro, ¡sé hacerlo!
Sin duda Grindelwald no estaba acostumbrado a ese tipo de mofas. Tenía la varita agarrada pero no había levantado el brazo. No respondió, así que la joven continuó:
—Usted será buen mago, pero en el mundo real eso significa poco. Vivo en la calle más peligrosa del mundo mágico y jamás nadie ha osado tocarme un pelo. Sé defenderme y tratar a los de su calaña. A mí no me engaña con sus perfectos modales y su actitud complaciente, me he tirado a muchos como usted. Así que si molesta a Bella, simplemente le mataré.
Bellatrix tenía la boca abierta de la incredulidad. Por un lado, por la tranquilidad con la que Eleanor estaba amenazando y burlándose de uno de los mejores magos del mundo. Y por otro, porque nunca nadie la había defendido con tal vehemencia. Grindelwald parecía igual de sorprendido que ella. No dejaba de contemplar de reojo la flecha que Eleanor seguía blandiendo entre sus dedos.
—¿De dónde la ha sacado? –preguntó con curiosidad.
—Mi madre quería que supiese defenderme, así que o me enseñaba a luchar durante años... o me regalaba un montón de objetos asesinos aparentemente inocentes. Optó por la segunda opción, es más rápida –explicó la chica.
—¿Quién es su madre? –cuestionó él con genuino interés.
—¡Venga, lo que faltaba! ¡Ahora quiere ligarse también a mi madre! –exclamó Eleanor airada— ¡Está felizmente casada con mi padre! Que por cierto es un hombre muy bueno que cocina muy bien, usted seguro que no sabe hacer ni una tostada... ¡Y guarde la varita, no se atreverá a usarla! Varita grande, pene pequeño, no falla.
El ataque a sus aptitudes culinarias y a sus dotes físicas no lo vio venir ninguno. Grindelwald abrió y cerró la boca un par de veces sumido en la incredulidad. Bellatrix, más pálida que la cera, nunca lo había visto tan descolocado y empezaba a sentirse incómoda. Al final, el mago guardó su varita y templó sus ganas de asesinar a Eleanor. La ignoró, miró a Bellatrix y declaró:
—Deseo hablar contigo. Nunca creí que usaría una maldición imperdonable en una alumna con Albus vigilándome solo para disculparme con alguien pero... aquí estoy.
Eleanor parecía dispuesta a amenazarlo de nuevo, pero Bellatrix la frenó. "Ve al cuarto, Nell, yo me encargo" susurró. Tras cerciorarse de que estaba segura, la chica cogió su libro y el de Bellatrix y se marchó al dormitorio; no sin antes dedicarle a Grindelwald una última mirada asesina. Cuando se quedaron solos, el profesor se sentó en un sillón frente a ella, pero algo alejado para darle su espacio. Ella le miró en silencio con rostro impasible.
—"Eres la chica más hermosa del mundo". Eso es lo que te dije en alemán –murmuró él al fin.
—Me alivia que mi belleza compense mi estupidez –respondió Bellatrix—. No me voy a creer nada de lo que me diga, así que se puede marchar ya.
—Lo merezco, perdí los papeles. No me sucede con nadie, controlo perfectamente mis emociones, solo tú consigues alterarme y por eso dije cosas que...
—¡Vaya, pues ya lo siento! –le espetó Bellatrix con rabia haciendo ademán de levantarse.
—¡No! No digo que sea negativo. Escúchame, por favor –pidió él.
Ella se sentó de nuevo pero la dureza de su mirada no se rebajó.
—Reconozco que llevo tiempo deseando saber qué te pidió Albus a cambio de la información que te diera, pero no fue ese el motivo principal por el que te llevé a ver dragones. Pensé que te gustarían y lo disfrutarías y... sobre todo me gusta pasar tiempo contigo.
—Sí, claro –masculló ella denotando su incredulidad—. A usted solo le interesan sus historias con Dumbledore y...
—Lo que me interesa de Dumbledore es que no se acerque a ti. Ese hombre es un estratega, todos somos peones en sus planes y no duda en sacrificar a nadie. Sabe que tú eres excepcional y por eso sé que intentará utilizarte. No quiero que suceda, no quiero que te involucre en sus planes y te suceda algo.
—Ah, bueno, ¿entonces son celos? A usted alguien no le cae bien y ya está, no puedo hablar con él.
—No seas injusta, Bellatrix, sabes que no es así –respondió él—. A tu amiga Eleanor no la soporto, me resulta irritante y...
—No se atreva a insultar a Nellie. Yo sí sé usar mi varita.
—Y totalmente exasperante –completó él ajeno a la amenaza—. Pero jamás te pediría que dejases de verla porque se preocupa por ti de verdad. Aunque sintiese celos del cariño que le tienes, del tiempo que pasas con ella y de que tenga tu edad y podáis estar juntas sin consecuencias... me lo guardaría para mí porque quiero que siga en tu vida.
Bellatrix empezó a dudar. Su colgante no se había calentado en ningún momento: o le decía la verdad o camuflaba muy bien sus ficciones. Lo que más le llamó la atención fue lo último: era la primera vez que —de forma velada— Grindelwald reconocía que le gustaría poder estar con ella sin tener que esconderse. O al menos así lo interpretó, quizá se equivocaba. Aún así disimuló, no se iba a doblegar fácilmente.
—Quédese tranquilo, Nellie va a seguir en mi vida.
Él asintió con una sonrisa triste. Al rato, con la mirada fija en la chimenea y bajando el tono quizá ligeramente avergonzado (o quizá fingiendo, con Grindelwald nunca se sabía), comentó:
—No creo que seas una cría, eres la persona con la que más disfruto conversando y practicando magia. Tampoco creo que seas manipulable. Sé que no tienes muchas habilidades sociales y reconozco que en ocasiones me he valido de ello, aunque no con el propósito de hacerte daño sino de... Ya me entiendes.
Bellatrix supuso que se refería a que lo hacía para desconcertarla y hacerla sonrojarse con sus insinuaciones sobre casarse y temas similares. A ella también le gustaba, pero antes besar a un dementor que reconocerlo.
—Aunque no te relaciones bien, ejerces una enorme fascinación en cualquiera que te conoce. Y sobre todo, no creo que seas tonta. Creo que eres la persona más inteligente que he conocido y tienes una forma de ver el mundo que me... —se interrumpió y se corrigió— Eres la bruja más brillante del colegio y un día lo serás del mundo entero.
—Gracias por decirme lo que quiero oír –ironizó ella.
No consideraba que la estuviese adulando, al menos no todo el rato. Su colgante no se había calentado como sí lo hizo cuando la noche anterior él le gritó aquella frase. Pero eso Grindelwald no lo sabía. Asintió con cierto dolor, percibiendo que era inútil insistir.
—En su día confié en Albus y le confesé todos mis proyectos. Cuando él decidió retirarse, se aprovechó de la información que le había dado, de los planes que habíamos compartido. Y ahora me cuesta mucho llevar a cabo cualquier proyecto. No quiero que te suceda lo mismo, no confíes en él.
Bellatrix le dedicó una mirada de impostado desinterés y no contestó. Grindelwald seguía contemplando las llamas que consumían las últimas brasas de la chimenea. Al final se pasó la mano por el cabello rubio en un gesto nervioso y murmuró:
—¿Entonces no me vas a dar otra oportunidad? ¿Quieres que me marche?
No, no quería que se marchase; en su corazón deseaba creer que todo era verdad. Además ella fue la primera que insinuó que él se aprovechó de Dumbledore fingiendo estar enamorado. Grindelwald le contó que no fue así y que le dolía que Albus lo creyese. Él no se lo había echado en cara, supuso que era la ventaja de discutir con un adulto. Pero de eso se trataba: él era un adulto con muchas batallas a sus espaldas y ella una chica que no sabía en quién confiar. Así que fue sincera:
—Yo creí que estabas de mi parte –confesó arrepintiéndose al momento de tutearlo—. Ya no sé si realmente ha hecho algo por mí o solo soy un eslabón más de sus planes. No quiero eso. No me importan las amistades cómplices si los términos están claros, pero usted me vendió otra cosa así que...
Grindelwald la miró pensativo y al final se levantó.
—Ven conmigo –le indicó ofreciéndole su mano—. Déjame mostrarte lo que estoy dispuesto a hacer por ti.
Ella le miró presa de un mar de dudas. Quería aceptar, pero persistía la angustia de que la engañara. "Por favor" añadió él casi en una súplica. Tras un minuto de silencio, Bellatrix se levantó y aceptó su mano. Por costumbre, Grindelwald hizo ademán de acercarla a su cuerpo, pero enseguida se frenó sabiendo que ella no lo permitiría. Así que apretando su mano los apareció a ambos. Surgieron en el mismo lugar que la noche anterior y la joven se sintió decepcionada.
—¿Cree que trayéndome a ver dragones otra vez se me va a pasar el enfado?
—He estado pensando en lo que dijiste –comentó Grindelwald con lentitud— y tienes razón. Los dragones son animales demasiado indómitos para vivir confinados.
Hizo una pausa durante la que Bellatrix le miró frunciendo el ceño. Grindelwald ejecutó un encantamiento revelador para cerciorarse de que estaban solos y aclaró:
—No te he traído a ver dragones, Bellatrix. Te he traído a liberar dragones.
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