Capítulo 11
Sin necesidad de mirarlo, Bellatrix lo sintió. Era muy alto y delgado, pálido de forma antinatural, con el pelo oscuro y los ojos a juego pese a que a veces centelleaban en rojo. Cuando su discípula lo conoció era más atractivo y menos inquietante. No obstante, seguía causando respeto en cualquier mago y bruja.
-El infame Grindelwald... -murmuró con una voz aguda y suave, tan suave que daba miedo- Veo que se llevaba bien con mi Bella.
Voldemort solía llamarla Bella, pero nunca con un adjetivo posesivo delante. Le dio la impresión de que remarcaba esas dos palabras mientras miraba entre desafiante y burlón al profesor.
-Me honra que haya oído hablar de mí –respondió Grindelwald con una extraña sonrisa-. ¿Y usted es...?
-Lord Voldemort.
Grindelwald alzó ligeramente las cejas como asentimiento y eso fue todo. Ni se saludaron ni se estrecharon la mano ni mostraron ningún signo de cordialidad. Si bien la escena era tensa, la que peor lo estaba pasando con mucho era Bellatrix. Voldemort nunca acudía a fiestas, jamás se lo veía en sociedad. Había empezado unos años atrás a reclutar seguidores, pero actuaba en el más estricto secreto para no llamar la atención del Ministerio. La chica se había imaginado muchas veces un encuentro entre sus dos magos favoritos, pero ahora que lo estaba viviendo no resultaba tan agradable...
-¿Qué hace aquí, Señor? No suele usted venir a fiestas... -preguntó con cautela e intentando sonreír.
-He decidido hacer una excepción... tras ver tu fotografía en el Profeta.
Bellatrix se arrepintió por primera vez de su cita con Eleanor. No se le ocurrió que Voldemort se involucrara en eso, su vida privada le daba completamente igual: mientras siguiese sus enseñanzas y le obedeciera, el resto del tiempo podía hacer lo que quisiera. O eso había creído ella hasta ese momento. No se atrevía a mirarlo, seguía a su lado sin soltarla. Tampoco a Grindelwald, que los observaba impasible y Bellatrix sospechaba que sentía curiosidad.
-Es un movimiento muy inteligente hacer contactos, Bella. La madre de esa chica es una bruja muy cualificada a la que me gustaría conocer en algún momento –murmuró Voldemort.
Aquello sí que dejó en jaque a Bellatrix. ¿Le estaba haciendo un cumplido? ¿Le estaba haciendo el primer cumplido de su vida por ir a un baile con una chica? ¿Estaba borracho Él también? No era posible que Voldemort renunciara a su amada soledad solo para felicitarla por eso... Y no, no era ese el motivo.
-Cuando he visto la imagen he pensado que tenía que venir a asegurarme de que tus padres han sabido... comportarse y no te han hecho daño al enterarse.
-No... No, señor, no se han atrevido –balbuceó Bellatrix atónita-. Muchas gracias por su preocupación.
-Si no me preocupo por mi mejor discípula quién va a hacerlo –siseó él de forma retórica.
-Bellatrix tiene a más gente que se preocupa por ella –intervino Grindelwald con calma.
La aludida apretó los puños. "Que se calle, ¡por favor que se calle!" pensó angustiada. La voz de su profesor que antes le resultaba sexy y profunda ahora la irritaba. No debía enfrentarse a Voldemort, no era inteligente. No tenía ni idea de cuál de los dos ganaría en un duelo. Notaba sus auras mágicas, no lograba distinguir cuál era más poderosa, pero ambas se dibujaban oscuras, vastas y amenazantes. La de Voldemort era densa y aparente, mientras que la de Grindelwald se ocultaba mejor, engañaba más al camuflarse con la luz. Debían estar muy igualados. Lo que también sospechaba era que las insolencias de Grindelwald las pagaría ella. Y eso le daba miedo, era una desgracia navideña con la que no había contado.
-¿Quién, usted? –inquirió Voldemort despectivo- Llevo entrenando a Bella desde que tenía diez años, le he enseñado todo lo que sabe, ¿verdad?
Bellatrix asintió sin dudar.
-Pero usted, un simple profesor de Defensa al que Dumbledore ha contratado porque nadie más quiere el puesto, ya considera que la conoce lo más mínimo.
-Sí, soy profesor de Defensa... Curiosamente el puesto para el que a usted ha sido rechazado en dos ocasiones, ¿me equivoco? –replicó Grindelwald sin alterarse.
Bellatrix pensó en entrar en su mente y gritarle que se callara, pero su maestro lo notaría. Quería que la tierra se la tragara, odiaba aquello. Voldemort estaba en lo cierto: le había enseñado gran parte de lo que sabía y le había dado un propósito a su vida, siempre estaría en deuda con él. Cierto que era muy duro con ella, pero durante mucho tiempo era al único a quien había tenido. Y Grindelwald... tenían una conexión especial que nunca había sentido con nadie, también estaba aprendiendo con él. Pero no hacía ni cuatro meses que lo conocía y no tenía nada claras sus intenciones... No podía ponerse de su parte, pero tampoco quería que sufriera. Se odió a sí misma por sus fantasías en las que ambos se peleaban por ella; lo estaba viviendo y era harto desagradable.
Miró a su alrededor en busca de alguien que la salvara, hasta su madre presentándole a sus estúpidos amigos sería una buena opción. Pero al parecer nadie quería estar cerca de aquellos dos magos, la tensión debía palparse desde Chile. De nuevo, Bellatrix se vio salvada de una forma insospechada. Sintió que alguien penetraba en su mente y le decía:
-He venido con una amiga que tiene ganas de verte, está fuera, sal a saludarla –le indicó Voldemort.
Ella asintió y salió a más velocidad que una snitch. No fue capaz de decir ni una palabra, con salvar su vida tenía de sobra. Corrió hacia la terraza más cercana empujando a cuantos se interpusieron en su camino y salió a los jardines. Una vez fuera, cuando el frío aire nocturno la golpeó, sintió que respiraba por fin. Se sentó en un banco de piedra semioculto entre la maleza y estuvo a punto de echarse a llorar. Ni siquiera tenía claro por qué, pero esa situación no le gustaba.
Estaba intentando tranquilizarse cuando escuchó unos pasos furtivos. No se movió para no delatarse, pero distinguió a Andrómeda. Su hermana salió a la terraza, se aseguró de que no la seguían y se apareció.
-¿Y a esa qué le pasa? –se preguntó Bellatrix- Mira, da igual, yo ya tengo con lo mío.
Otro asunto era que no deseaba involucrar a nadie en sus problemas. Ella había elegido ese camino porque consideraba que era el correcto, pero cada uno debía ser libre de elegir el suyo. Por eso no había querido presentarle a Grindelwald a su primo ni mucho menos deseaba que Eleanor o su familia tuviesen que tratar con Voldemort. Si salía de ellos Bellatrix sería la primera en alegrarse, pero no quería que ocurriera por su causa. Se le acumulaban los conflictos.
Hundió la cara en las manos mientras escuchaba el viento soplar con furia. No volvió a entrar. Se quedó en el jardín durante casi media hora. Transcurrido ese tiempo escuchó unos pasos que reconoció con pesar.
-¿Se encuentra bien? –preguntó Grindelwald acercándose a ella.
-Perfectamente. Váyase –ordenó con rapidez.
-Mira, Bellatrix, sé que...
-Váyase, de verdad –repitió asustada.
-Ese hombre no es más que un ególatra que...
No pudo terminar. Cuando se giró al escuchar un crujido en la hierba fue tarde. Una serpiente descomunal con las fauces abiertas se enroscó en su cuerpo a velocidad sobrehumana. Bellatrix sospechaba que Grindelwald podría matarla o al menos liberarse de ella, pero aniquilar a la amada mascota de Voldemort tampoco parecía buena idea. "Estese quieto" le suplicó Bellatrix metiéndose en su mente, "No mueva un músculo y no diga nada". No supo si por complacerla o porque no tenía otro plan, Grindelwald obedeció.
La chica se acercó a Nagini lentamente dejando claras sus intenciones. Se llevaba bien con ella, le hacía de canguro cuando Voldemort estaba de viaje. Pero desde luego no para darle órdenes... Alargó la mano con lentitud y le acarició la cabeza. La serpiente cerró los ojos y siseó con placer sin reducir el agarre sobre su víctima. Entonces Bellatrix siseó en pársel: "No matar", "Sangre pura", "Enemigo de sangre sucias", "Enemigo de Dumbledore", "Amigo sangre pura", "No matar". Ella no hablaba la lengua de las serpientes, no nació con ese don. Pero Voldemort le enseñó a imitar palabras básicas, principalmente las que necesitaba cuando iban a alguna misión.
La reacción no fue inmediata, pero poco a poco la serpiente liberó al mago. Entonces, se acercó a Bellatrix y se enroscó en su cuerpo. Esta vez quedó claro que sus intenciones no eran asesinas, sino más bien posesivas. Al igual que había hecho Voldemort, dejaba claro que la bruja era de los suyos y nadie iba a quitársela. Bellatrix volvió a acariciarle la cabeza más tranquila. Poco después, apareció el que faltaba. Ignorando a Grindelwald, Voldemort le comunicó a su discípula:
-Mañana por la mañana iré a verte para tratar algunos asuntos, ¿estarás en la mansión?
-Si mis padres no tienen ninguna comida o algún otro evento estúpido... -comentó con hastío.
-No lo tendrán, no para ti. Acabo de hablar con ellos y no es necesario que acudas a ninguna otra celebración. Puedes quedarte en casa estudiando –informó Voldemort.
-¡Muchas gracias! –exclamó Bellatrix con sincera gratitud.
-Entonces mañana nos vemos, Bella –se despidió él.
-Muy bien. Hasta mañana, señor. ¡Adiós, Nagi, que descanses!
La serpiente siseó su despedida, trepó a los hombros de su amo y ambos desaparecieron. Bellatrix soltó el suspiro de alivio que no era consciente de estar conteniendo. Seguía temblando y no era de frío. No sabía qué querría al día siguiente, si preguntarle por sus estudios o más probablemente por Grindelwald. Rezaba a Salazar porque no la torturase, pero de eso nunca podía estar segura.
-¿Habla usted pársel?
Bellatrix había olvidado que Grindelwald seguía ahí. "Sí" mintió sin dar más explicaciones. Él asintió lentamente. Después se acercó a ella hasta mirarla fijamente a los ojos. La bruja echó de menos cuando aquello le provocaba un cosquilleo de emoción y no ahora que lo único que rompía su apatía era el desasosiego.
-Puedo ayudarla, señorita Black, puedo protegerla. No tiene por qué volver a verlo. Es más, incluso... incluso Dumbledore la ayudará si se lo pide –aseguró Grindelwald casi con fastidio-. No tiene que vivir con miedo.
-¿Qué le hace pensar que necesito ayuda? –replicó ella- No le temo, lleva muchos años siendo la persona más importante de mi vida y quiero que siga así. Agradezco su oferta, pero no necesito que nadie me proteja.
Sonó completamente convencida porque lo estaba. Acaso porque le molestaban aquellas peleas de machos alfa para establecer su dominio, o tal vez porque temía que Voldemort o alguno de sus espías los estuviese escuchando. O quizá porque las intenciones de Voldemort las tenía claras mientras que las de Grindelwald y Dumbledore suponían un misterio insondable. En cualquier caso, él se dio cuenta de que no iba a hacerla cambiar de opinión.
-Está bien –suspiró-, pero aún así...
El mago se abrió el cuello de la camisa, se quitó un colgante y se lo puso a Bellatrix. La chica frunció el ceño y lo examinó sin decir nada. Se trababa de una cadena de plata con un extraño símbolo: un círculo entre dos G que englobaba un triángulo y un palo. A Bellatrix le sonaba muy vagamente... Pero entre los nervios y el temor que aún sentía no tuvo paciencia para hacer memoria. Y él no se lo contó.
-Está hechizado: si lo aprieta y ejecuta el conjuro repitiendo invenient me, la encontraré. Y prometo que vendré.
-Yo... Lo agradezco, pero no lo necesito y no puedo...
-Quédeselo solo estos días –la interrumpió él-, cuando volvamos a Hogwarts me lo devuelve. Sé que no lo necesitará, es únicamente en pro de mi tranquilidad personal. ¿Me hará ese favor?
Bellatrix odiaba su forma de hablar y de aparentar que se preocupaba por ella, era tan endiabladamente sexy... Así que sin saber qué decir, asintió. Caminaron en silencio de vuelta a la terraza pues el frío ya empezaba a colarse en sus huesos. Cuando entraron creyó que Grindelwald se marcharía, pero en lugar de eso le tendió la mano y le dijo:
-Baile conmigo.
Ella alzó las cejas sorprendida.
-Creo que eso sería altamente inapropiado –murmuró con ironía repitiendo sus palabras.
-Aunque lo fuese están todos demasiado borrachos para recordar nada –comentó Grindelwald.
Era verdad. Bellatrix contempló la sala de baile. La música que interpretaba la orquesta de cuerda era exquisita, los invitados no tanto: Abraxas Malfoy acompasaba el vals con su mujer en un brazo y la botella de whisky en la otra, los señores Crabble parecía que estuviesen ejecutando una danza de apareamiento para atraer avestruces, Walburga bailaba con un camarero al que tenía espachurrado contra su pecho y parecía estar pasando el peor rato de su vida... Y esos eran los más sobrios. En las fiestas de los Sagrados Veintiocho, paradójicamente, solía quedar patente que la endogamia no daba buenos resultados. Aún así, Bellatrix no estaba por complacerle:
-Le he salvado de morir devorado por una serpiente gigante, creo que ya le he hecho suficientes favores por esta noche.
-Si no la he matado es porque he imaginado que usted le tiene cariño –adujo Grindelwald.
-¡Oh! ¿Y exactamente en qué momento tenía previsto hacerlo? –preguntó ella con fingido interés- ¿Cuándo estuviese a la altura de su esófago o después de que le asfixiara?
-Tengo métodos para defenderme con los que su maestro no puede ni soñar.
-Ya, sí, no lo dudo- masculló ella con hastío, marchándose sin despedirse.
Estaba harta de los grandes magos oscuros que presumían de sus habilidades, se envolvían en una capa de misterio y poder y se ofrecían a salvarla. Eran joven y le faltaban cosas por aprender, lo sabía, pero no era estúpida. Que la dejaran en paz, prefería la condena eterna que soportar sus egos y sus dobleces. Pero no pudo alejarse mucho porque Grindelwald la sujetó por el brazo y la atrajo hacia su cuerpo. Ella iba a maldecirlo en todos los sentidos, pero él (igual que hizo Eleanor la noche anterior) susurró en su oído:
-Nací en Hungría, pero he vivido en muchos sitios, durante los últimos años en un castillo oculto en los Alpes austriacos. Me expulsaron de Durmstrang a los dieciséis porque mis experimentos con las artes oscuras no les parecían apropiados. No considero que los muggles sean inferiores, simplemente tienen... otro valor. Pertenezco a una de las familias de sangre pura más ricas y poderosas de Centroeuropa y soy el último de mi linaje. Nunca me he casado porque no he encontrado a una mujer que además de ser hermosa e inteligente logre hacerme reír y comparta mi forma de comprender la magia.
Bellatrix se quedó bastante sorprendida porque Grindelwald por fin le contara algo sobre sí mismo. Se quedaron bailando en silencio mientras ella analizaba los detalles. Cuando logró procesarlo, preguntó:
-¿Qué valor pueden tener los muggles?
Si Grindelwald creyó que consideraría lo último un cumplido e investigaría por esa vía, se había equivocado. El mago lentamente volvió a acercarse a su oído y susurró:
-Mujer, siempre harán falta bestias de carga.
Ahí la bruja volvió a experimentar un inmenso escalofrío de placer. Asintió sin decir nada. Por dentro sentía una gran euforia: su profesor compartía sus ideales, amaba la magia oscura e incluso le expulsaron por ello (a ella le hubiese sucedido lo mismo si él no la hubiese protegido tras la tortura del ravenclaw en el baño). Era la confirmación que llevaba meses esperando. Pero no lo manifestó, mantuvo los brazos sobre sus hombros y bailó con él mientras su cabeza daba vueltas a todo aquello.
Cuando la melodía terminó, se separaron. Grindelwald miró el reloj y quizá con pesar comentó que debía marcharse. Bellatrix le acompañó a la puerta. Él le deseó que pasara unas buenas Navidades y después, estrechando su mano entre las suyas dijo:
-Prométame que cuando volvamos a Hogwarts todo seguirá igual.
La chica ni siquiera entendió a qué se refería. ¿Qué podía cambiar? ¿El qué quería que siguiera igual? Pero aún así, cansada de tanto misterio, asintió. Él clavó sus ojos azules en los suyos y murmuró: "Recuerde que estaré si me necesita". Le besó la mano con caballerosidad y se marchó.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro