Capítulo II: Fastidio
Alecto lo recordaba perfectamente. Despertó esa mañana sintiendo un ligero zumbido en la cabeza. El día anterior lo había pasado en cama, enferma. Según su hermano era sólo el estrés, porque ella se obsesionaba con hacer todo bien... Como si fuera algo imposible. Ella sabía bien que el esfuerzo era la clave del éxito. Eso y el talento natural, porque ¿de qué servía el esfuerzo sin el talento?
Si es que ella estaba estresada, era porque sabía que su vida, exitosa u olvidable, dependía únicamente de si misma. Y trabajaba todos los días para que todos ( o los que importaban, más bien) opinaran bien de ella: que era talentosa, inteligente y capaz, mientras los competidores chocaban con sus propios pies tratando de alcanzarla.
¿Dulce? No. ¿Amable? No. Pero eso no tenía ningún valor, en su opinión. Siempre había sido arisca y su padre no le reconvenía. Recordaba sus palabras: Más vale un hombre que te aprecie por tu inteligencia que por tu dulzura.
Mas, cuando se miró al espejo y se vio esas ojeras, recurrió a un hechizo para desaparecerlas. No gastaba demasiado tiempo en su apariencia, pero... A veces la belleza era un arma. Eso le había dicho su padre cuando ella cumplió catorce años. Que si era bella, debía servir de algo. El pensar en ello le generaba una sensación asquerosa en el estómago, desde ese instante. Principalmente porque sentía asco de relacionarse con la mayoría de las personas que conocía; y porque le repugnaba sobremanera que cualquier hijo de vecino la mirara como si fuera un objeto. Desde que su cuerpo comenzó a cambiar, sintió miedo. El sólo pensar que un mestizo o un hijo de muggles pudiera sentir deseo por ella... O un muggle... ¡Que alguien la salvara de vivir una experiencia de ese tipo! Quizás por eso pasaba la vida usando esas túnicas amplias, mientras sus compañeras se bamboleaban por ahí con lo más apretado que encontraban.
Como esa Norah. Su hermano había pasado meses con ella. Alecto veía como todos los chicos la miraban al pasearse por el colegio, incluidos los mestizos y los hijos de muggles. Era un simple objeto para todos ellos, aunque ella fuera sangre pura y esos hombres no lo fueran. Alecto no podía permitir que algo así le pasara a ella. Lamentablemente el uniforme escolar no cumplía con sus expectativas, era la prenda más ceñida que tenía en su guardarropa y la que estaba obligada a usar.
Salió de la sala común de slytherin en dirección a su clase de Encantamientos, esperando llegar a la hora aunque ni siquiera había alcanzado a desayunar. Caminó por el pasillo, seria y sola, como solía pasar su vida. Sola, porque no consideraba necesario tener amigos para ser como quería ser. Seria, porque estar riendo sola hubiera sido una razón para que todos la consideraran loca.
- Permiso- dijo, cuando un chico que venía en dirección contraria se quedo detenido en medio del pasillo. Alecto lo miró apenas, pero sus miradas podían analizar en un segundo. Ravenclaw, séptimo curso, ya que era demasiado alto para ser de quinto y no le había visto nunca en clases. Su mirada fue de extrañeza y hastío por tener que pasar junto a él. ¿Qué hacía quedándose como tonto en medio del pasillo? Se suponía que los ravenclaw eran listos... Caminó a su paso rápido, notando una extraña sensación en la nuca, como si la estuvieran mirando intensamente. ¿Quién la miraba? ¿Ese chico? No miró hacia atrás, porque hacerlo hubiera sido confirmar su miedo o quedar como tonta por pensar que ese muchacho la estaba mirando.
Se fue a paso muy rápido a clase de encantamientos y cuando se sentó, Flitwick ni había llegado. Norah, sentada junto a Amycus, se inclinó hacia ella, dejando una estela de perfume en la nariz de todos al mover su cabello oscuro.
-¿Te sientes mejor esta mañana?- preguntó, con voz dulce. Nunca le había hecho caso antes de que comenzara a ser novia de Amycus. Alecto no le respondió. - Imagino que por eso vienes tan cubierta... No hace tanto frío como para vestirse asi, ¿no lo crees?
Alecto dejó sus libros sobre el escritorio y simplemente miró hacia la pizarra. Sabía que su indiferencia enfadaba mucho a Norah, así que sonrió levemente cuando la chica hizo un ruidito con la nariz y volvió a su posición junto a Amycus. ¿Por qué tenía que opinar sobre su ropa? Ella no hablaba de su perfume barato ni de ese chaleco ajustado que la hacía ver como una prieta. Claro, si tuviera a alguien con quién hablar del tema.
Cuando salió de encantamientos y se dirigió al Gran Comedor, dispuesta a comer todo lo que encontrara, volvió a sentir que alguien la miraba. Esta vez giró la cabeza y al ver a esos dos chicos, frunció el entrecejo. Ya le había ocurrido un par de veces antes. Un par de chicos que se reían y la señalaban. Alguna vez, unos chicos la acorralaron en un pasillo y le preguntaron por qué vestía como monja. Esperaban encontrarla sola para que Amycus no pudiera defenderla. Claro que no sabían que ella podía defenderse muy bien solita.
-¿Qué miran?- les gritó. Uno de los chicos comenzó a reír nerviosamente y el otro sólo se quedó quieto. Lo conocía de alguna parte. ¿Era el chico de la mañana? - ¿Qué miran?- insistió, mientras el que se reía alzaba las manos como queriendo excusarse.
- Yo... Hola- saludó el otro chico con voz suave. Como si se acercara a un animal salvaje. Alecto entrecerró los ojos, esperando que le hiciera la pregunta estúpida de rigor, que pensaba responder con un seco "qué te importa" y un hechizo que lo dejara llorando... - Soy Ezra. ¿Cómo te llamas?
Alecto no bajó la guardia, siguió observándolo con sus ojos verdes, hasta que el chico bajó la vista. Esa reacción le causó cierta gracia, porque estaba acostumbrada a que eso pasara. Nadie la vencía con esas miradas. ¿De verdad, le estaba preguntando su nombre? ¿Acaso había alguien en el castillo que no le conocía?
- ¿Quién se supone que eres tú?- repuso, con altivez.
- Ezra- le recordó él. - Nos conocimos hoy en el pasillo a clase de pociones...
Si a eso se le puede decir conocer... Alecto se cruzó de brazos, notando cómo la voz del chico subía y bajaba de volumen y resopló.
- ¿Qué quieres?- cortó.
El muchacho que estaba junto a Ezra seguía riendo y eso no le gustó. Ezra trató de apartarse de él y se acercó más a ella. Alecto se apartó a su vez de él.
- No quiero asustarte- le dijo el chico- Sólo quiero saber cómo te llamas.
-¿Y por qué?
Ezra apretó los labios y el otro chico seguía riendo... Cuando él habló, Alecto creyó haber escuchado mal.
- Quiero saber cómo se llama la chica que me ha robado el corazón con sólo una mirada.
Elijah rió más fuerte y Alecto suspiró. Definitivamente debía haber oído mal.
-¿Qué?
El muchacho parecía realmente avergonzado, pero se tragó la vergüenza y repitió lo que había dicho antes.
- Quiero saber tu nombre, porque me robaste el corazón.
Alecto sonrió con sarcasmo. Chicos estúpidos y sus juegos.
- Si están haciendo una apuesta... - dijo. Hubiera querido enmudecer al idiota que se reía, con un hechizo, pero Dumbledore estaba entrando al comedor. Ezra tartamudeó y ella no tenía tiempo ni paciencia. - Adiós- dijo.
- ¡E- espera! - pidió el chico, como saliendo de un trance, siguiéndola al comedor. Amycus, que estaba sentado ya en la mesa de slytherin, vio de inmediato al muchacho que estaba molestando a su hermana. - Sólo quiero saber tu nombre... Yo... No te había visto antes y sólo quiero conocerte. ¿Es tan complicado?
-¿Qué pasa aquí?- Amycus se acercó a ellos. Alecto esperó que el chico saliera corriendo al ver a su hermano venir a defenderla. Pero Ezra sólo la miraba a ella.
- Me está molestando, Amycus- le informó ella, con voz dulce. Bastaba con una amenaza de Amycus y ese chico huiría para siempre, como había sucedido otras veces.
- ¿Qué? Yo sólo...- Ezra observó al chico imponente que lo afirmó del hombro. La chica esperó que el ravenclaw se quejara de dolor, pero no hizo ni una mueca.
- Aléjate de Alecto- dijo el slytherin, con voz suave. La chica bajó la vista, resoplando. Ezra, en vez de amedrentarse, sonrió, desconcertando a Amycus. -¿Por qué te ríes, idiota?
- Deja que se vaya- dijo la muchacha, molesta. Amycus dejó al chico, que aún sonriendo, se alejó hacia la mesa de ravenclaw. Después de todo, había conseguido su objetivo. Ahora sabía el nombre de Alecto. Alecto... ¿Alecto? Ella... ¿Ella era Alecto?
-¿Qué fue eso?- preguntó Amcyus y su hermana negó con la cabeza.
- Sólo un estúpido más- respondió.
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