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ESPAÑA. AQUEL PAÍS QUE MANTENÍA A CATALINA CON UNA MUECA DE DISGUSTO cada vez que pasaba fuera de algún museo por el mero hecho de que pensaba »devuelvan el oro« como si tuviera la mentalidad de un niño incel de 15 adicto al shit-posting pero eran simplemente detalles que se guardaba para ella en silencio y no simplemente delatarse como quizás una conquistada resentida porque habían vuelto a latinoamérica de rituales para invocar al dios de la lluvia a costumbres mas civilizadas a países realmente variados de cultura con un idioma en común, era como si realmente visitar las tierras españolas le hicieran pensar en las probabilidades de que la conquista no haya sido realizada.
Las calles de Madrid eran pobladas donde simplemente ella caminaba con sus gafas de sol a medio día mientras que el sudor empapaba su frente y los rayos de sol hacían resaltar su cabello castaño chocolate que se perdía rápidamente bajo la sombra de edificios opacándose y perdiéndose entre la multitud, como si fuera mimetizándose con el ambiente.
—¿Dónde se supone que debía ir...?
Ella miró el papel en su mano y a todos lados frustrada, había tenido que buscar alguna especie de tienda de pasteles que realmente no era una como tal para refugiarse de las altas temperaturas, la cual era una tarea que le serviría cumplir para la noche de ese mismo día porque Madrid como cualquier otra ciudad en el mundo, de noche cambiaba junto a las personas. El calor la estaba haciéndole sudar y su camiseta gris de tirantes de algún estampado de gatitos se le estaba pegando al cuerpo haciéndola inquietarse, logrando entrar a un quiosco que se veía demasiado común y para nada llamativo, ni siquiera diferente a cualquiera que haya visitado en sus tierras latinoamericanas sureñas.
—Hola, estamos cerrados.
—¿Qué?, pero si afuera dice abierto—ella apuntó hacía atrás y se llevo las gafas a la cabeza, pasando sus manos por su rostro para limpiarse sudor de la cara— de hecho el cartel esta volteado.
—¿Qué?
—¿Como que qué?
—Bueno, ya que dices que esta abierto, ¿quieres algo?—habló aburrido— en serio estoy perdiendo el tiempo.
—Agua y de paso, ¿tienes berlines?—ella habló mirando el mostrador, buscando un pastelito.
—¿Berlines?—el chico tras el mostrador pregunto con una sonrisa en grande, demasiado grande que ella dudaba si el hombre frente a ella estaba bajo los efectos de alguna droga— ¿viniste por La Mamalona?
—¿La Mamalona? —ella rascó su nuca y luego asintió al ver el papel en su mano, cayendo en cuenta que había llegado al lugar correcto de simplemente suerte— oh, si... vengo por La Mamalona.
—¿Kitty verdad?
—Sí, la misma.
"Kitty" era el apodo de corredora underground que ella usaba, lo tenía desde los 17, cuando había decidido acompañar a uno de sus amigos a una carrera nocturna y comenzó a meterse en el mundo de las carreras de motos clandestinas a espaldas del mundo sabiendo como cuidarse el trasero, de día era una mujer con un trabajo decente y digno de cualquier mujer experta en comunicaciones y de noche, una motociclista que rompía las barreras de la legalidad y límites de velocidad junto a su casco que nunca se quitaba hasta llegar al lugar donde pasaría la noche.
—Ven, pasa, nos están esperando, por cierto, soy Ricky—se presentó como sí conociera a su máxima celebridad.
El chico le dejó pasar al levantar una pequeña tabla del mostrador y ella le siguió a sus espaldas pasando por una puerta que decía "Solo personal autorizado", dejando ver una especie de taller y alguna canción de alguna estación de radio de rock sonaba tan bajo que apenas podían sentirse las vibraciones si tocabas algo.
—Se que nos contactamos por correo electrónico para armar tu moto para las carreras en Europa, pero joder, no me abstuve a hacer modificaciones de lo que inicialmente sería La Mamalona.
—¿Por qué le llamas La Mamalona?, creí que no tendría nombre...
—Te recomiendo que cierres tus piernas, no vaya ser que te mojes—tomó una sabana blanca y la jaló.
Una Ducati Panigale V4 R en color negro y detalles felinos en rosa que apenas se veían con la luz artificial la hicieron acercarse a acariciar la moto con sus dedos, sus ojos brillaron con fascinación, definitivamente era una moto hermosa y rápida y se notaba que había sido modificada de ruedas hasta los espejos, no dudaba que el motor también fuera otro... era una monstruosidad fantasiosa hecha realidad.
—Si la ves de noche, se vera la silueta de una gata rosa, los ojos se ven en la parte delantera—Ricky apagó la luz, viéndose los detalles en un rosa neón— y si la enciendes, tiene un botón donde tiene luz neón rosa que se proyecta al suelo —explicó prendiendo otra vez la luz del garaje— ¿mola, no?
—¿Qué motor tiene?
—¿Sabes de mecánica?
—No mucho, sé que la Ducati Panigale va a 331 kilómetros por hora por el motor tetracilíndrico o algo así...—ella rascó su nuca— conduzco motos y se lo básico.
—Oh bueno, no tiene ciencia explicarte mucho que cambie y así... —el chico se despeinó el cabello como alguna especie de tic— ten cuidado con ella, no por la velocidad porque hice las pruebas y se que eres tan buena conduciendo, sino porque es delicada, la modifique de arriba a abajo... es como un niño con huesos de cristal.
—Lo sé, y bueno, cuido las motos como si fueran mis hijos.
—¡Genial! —Ricky le dio unas llaves donde colgaba un llavero de Hello Kitty— supuse que te gustaría y bueno, tu casco... también me atreví a hacerte uno.
—¿Un casco para mí?, Ricky...
El chico le dio un casco con orejas de gato afelpadas y tenían en la parte de atrás unos ojos rosas del mismo tipo de pintura de los detalles de la moto.
—Supuse que necesitabas algo para darte ventaja en la carrera.
—Si que eres mi fan, hu—ella alzó una ceja, admirando el casco y las llaves con el llavero de la gata japonesa—
—Bueno, eres de las pocas chicas que han llegado lejos desde esa carrera—el reconoció.
EL SEVEN/11 ESTABA LLENO Y ELLA SE ENCONTRABA COMPRANDO ALGÚN SÁNDWICH Y UN REFRESCO PARA PODER COMER ALGO y pasar algo del calor horrible que hacía en Madrid y ahorrarse gastar en un almuerzo decente y quizás "costoso", hasta que alguien se acercó y tocó su hombro, era como si ser tacaña y ahorrarse unos euros, fuera su peor karma.
—Oye, ¿de casualidad la moto que esta afuera es tuya?
—¿La Ducati negra?, es preciosa, ¿no?—ella reconoció orgullosa.
—Bueno, es que precisamente...—apuntó la ventana sin poder explicar mucho.
Catalina sintió que el corazón le daba un vuelco cuando un Ferrari La Ferrari rojo estaba literalmente botando a Mamalona al suelo y pasándole en parte por arriba al retroceder, aplastándola como si fuera un papel, soltando los productos en su mano y saliendo de la tienda tan rápido que llegó a saltar sobre el parabrisas del monstruo con el logotipo del caballo que estaba matando a su moto, golpeando el cristal con fuerza y gritando improperios, mientras que dentro del cristal polarizado alguien detenía abruptamente el auto y avanzaba hacía delante lento, haciéndola chillar al escuchar como La Mamalona soltaba ruidos raros y una de las ventanas era bajada un poco y solo se oía la voz del conductor.
—¿Qué cojones estás haciendo?, bájate de mi auto.
—¿Qué mierda estoy haciendo?—ella bajó del capo del auto de un salto y se acercó a la ventana un poco baja, dandole un pequeño golpecito— asesinaste a Mamalona, tienes que pagármela.
—¿Quién coño es Mamalona?, ¿estás loca?, no voy a darte niún centimo.—su voz masculina y el acento español era tan marcado que lejos de parecerle atractivo, le irritó.
Catalina sintió la rabia arder por sus venas, esa rabia latina que te ciega y te hace delatar tus raíces más primitivas, esa rabia femenina tan pasional y que en las películas se romantiza hasta el hecho de que una mujer reaccionando así en la vida real se consideraría maniática o que probablemente tenga SPM, esa rabia que solo una mujer como ella podía tener en su interior.
—¡Mi moto, tengo una carrera esta noche y tu arruinaste mi moto!—ella dio un golpe en el cristal sin antes tomar las llaves de la moto de su bolsillo y dejar un piquete en el cristal— ¡págamela!
—No voy a pagar nada, eres una scamer—el respondió a la defensiva.
—Baja de tu maldito pony y mira atrás del culo de tu auto—ella respondió con rabia, sintiendo que faltaba poco para que el colón se le irritara y vomitara sobre el auto— ¿o qué?, ¿eres un cobarde que se esconde tras sus vidrios polarizados y un jodido Ferrari?, ¿Eres un narco?, en Latinoamérica esta lleno de imbéciles como tú... todos iguales, no importa la nacionalidad.
Y la puerta se abrió abruptamente haciéndola retroceder, bajando aquel hombre que había asesinado cruelmente con su Pony Rojo a Mamalona... Carlos Sainz, el piloto español de la F1 de Ferrari estaba ahí, con gafas de sol y una gorra, mirando a su nueva entretención con un brillo opacado por los cristales de espejo de sus Ray-Ban's.
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