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Prólogo.

El reino de Seokjin era una obra de la naturaleza en su máxima expresión, una tierra bañada por la luz del sol que filtraba entre árboles de hojas doradas y praderas llenas de flores que se mecían suavemente con la brisa. Cada rincón parecía cuidadosamente diseñado por la misma naturaleza, con fuentes cristalinas que brotaban de entre las piedras, formando arroyos que recorrían los jardines del palacio, llenando el aire con el suave murmullo del agua. Era un reino donde la paz reinaba, y las personas caminaban con sonrisas en los rostros, reflejando la tranquilidad que emanaba de sus tierras.

Seokjin, con su cabello rubio y coronas de hojas entrelazadas, encarnaba la esencia de ese lugar. Sus ojos reflejaban la calma de los lagos y su porte irradiaba una nobleza natural, casi etérea, que lo hacía ver como un príncipe salido de un cuento. Sus ropajes, suaves y claros, decorados con tonos de verde y dorado, lo hacían parecer uno con el entorno, como si él mismo fuera una extensión de la naturaleza que le rodeaba. Su presencia era la personificación de lo que un omega debía ser en su reino: tranquilo, bondadoso y digno de respeto. Era el príncipe ideal, el orgullo de su gente.

A diferencia de la serenidad de Seokjin y su reino, el dominio de Jungkook era un contraste abrasador. Su reino se extendía bajo cielos teñidos de rojos y anaranjados, con volcanes activos que escupían fuego y lava, llenando el aire con un olor metálico y una constante neblina cálida que parecía envolver cada rincón. Las tierras estaban marcadas por desiertos de rocas negras, y el fuego era parte de la vida misma; desde las antorchas que ardían día y noche hasta los minerales incandescentes que sobresalían del suelo. Este era un reino de dureza y brutalidad, donde la ley la dictaba la fuerza, y la piedad era una debilidad.

Jungkook, con su cabello oscuro y mechones rojos que recordaban a las brasas ardientes, era el reflejo perfecto de su reino. Su piel, marcada por cicatrices, hablaba de batallas y victorias, de una vida en la que cada herida contaba una historia de conquista y supervivencia. En su mirada, ardía una intensidad feroz, y su presencia imponente exigía respeto y sumisión. Su forma de ser era tan cruda y directa como su reino: un alfa que no dudaba en humillar a cualquiera que se interpusiera en su camino, que gobernaba con un puño de hierro y un corazón endurecido por el fuego.

Así, mientras que Seokjin parecía una brisa suave en un día de primavera, Jungkook era el estallido de un volcán en plena erupción. Ambos eran príncipes, pero de mundos completamente opuestos. Uno representaba la paz, la armonía y la naturaleza; el otro, la fuerza, el caos y la destrucción. Y, aun así, había algo inevitablemente magnético en su encuentro, una atracción entre dos fuerzas que, aunque opuestas, parecían estar destinadas a entrelazarse.

.  .  .

Era un día como cualquier otro en el próspero reino de Seokjin. Los jardines del palacio brillaban con colores vivos, y el aire estaba impregnado del dulce aroma de las flores. Seokjin, vestido con su traje ceremonial, caminaba entre los árboles del jardín real, disfrutando de la paz que siempre encontraba en su hogar. Sin embargo, algo diferente se percibía en el ambiente, una energía intensa y desconocida que hacía que las hojas parecieran estremecerse.

Mientras caminaba, notó una figura imponente al final del sendero, casi camuflada entre las sombras de los árboles. Se detuvo, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda al ver al extraño, cuya presencia parecía desafiar la misma armonía del jardín. Era un joven de mirada penetrante y aire desafiante, con una capa oscura que caía como una sombra a su alrededor. Seokjin supo de inmediato que no se trataba de un visitante cualquiera; aquella figura solo podía ser el príncipe dragón, el temido Jungkook, cuya reputación de poder y brutalidad lo precedía.

Los ojos de Jungkook, oscuros y llenos de una intensidad poco común, se posaron en Seokjin como si hubieran estado esperándolo. Había en su mirada algo entre admiración y desafío, y Seokjin sintió un latido acelerado en su pecho, mezcla de cautela y fascinación. Jungkook avanzó hacia él, cada paso parecía hacer vibrar la tierra bajo sus pies, como si la misma naturaleza se sometiera a su voluntad.

—Princesa… —la voz de Jungkook, profunda y envolvente, rompió el silencio con una suavidad engañosa, y Seokjin sintió sus mejillas arder ante el título, que era tanto una burla como un cumplido.

—Es "príncipe", en todo caso —respondió Seokjin, alzando el mentón con dignidad, sin permitir que aquel dragón lo intimidara. Pero su voz traicionaba una pizca de curiosidad; había oído hablar de él, de su ferocidad y su capacidad de dominar a sus enemigos, pero verlo en persona era otra cosa.

Jungkook esbozó una sonrisa apenas perceptible, como si disfrutara de aquel pequeño desafío.

—Como prefieras, príncipe —respondió con un tono que parecía deslizarse entre el respeto y la burla—. Pero debo decir que, al verte, resulta difícil creer que seas alguien a quien se le puede negar nada.

Seokjin sintió que el aire se volvía más denso a su alrededor, pero no retrocedió. En cambio, lo miró con una mezcla de desdén y curiosidad.

—Y tú eres el famoso Jungkook, el príncipe dragón —dijo, sin perder la compostura—. He oído muchas cosas sobre ti. Cosas terribles, en su mayoría.

Jungkook sonrió, una sonrisa afilada, como si disfrutara de la fama que lo precedía.

—Quizás no todo lo que has oído es cierto. O quizás soy aún peor de lo que imaginas.

Seokjin lo miró con detenimiento, tratando de descifrar los matices ocultos en sus palabras. Había algo en Jungkook, una mezcla de poder y misterio, que lo atraía como un imán, aunque sabía que acercarse demasiado podía ser peligroso.

—Si es así, ¿qué haces en mi reino, príncipe Jungkook? —preguntó con un toque de desafío en su voz.

—Solo quería ver por mí mismo si los rumores sobre ti eran ciertos —respondió Jungkook, inclinándose ligeramente hacia él, como si estuviera compartiendo un secreto—. Dicen que eres el príncipe más hermoso de todos los reinos, pero nadie me dijo que también tenías una lengua afilada.

Seokjin sintió una mezcla de orgullo y diversión. Aquella conversación, cargada de insinuaciones y de rivalidad implícita, era más emocionante de lo que esperaba.

—Espero que la vista haya satisfecho tu curiosidad —respondió Seokjin, enarcando una ceja con una sonrisa desafiante.

Jungkook lo miró con intensidad, como si estuviera grabando cada detalle en su memoria.

—No del todo —murmuró, en un tono tan bajo que parecía un susurro—. Pero supongo que habrá tiempo para más encuentros.

Y, sin más, Jungkook retrocedió, desapareciendo entre las sombras de los árboles, dejándolo con la sensación de que aquel encuentro había sido solo el inicio de algo mucho más grande. Seokjin lo observó marcharse, sin poder evitar una sonrisa de satisfacción. Aquel dragón, temido y respetado por todos, había venido hasta su reino solo para verlo, y eso despertaba en él una sensación peligrosa pero tentadora.

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