1: Él Dragon Obsesionado Por El Principe.
El trono de los reyes era una obra de arte imponente, un asiento de autoridad tallado en la más pura madera de ébano, decorado con intrincados detalles en oro y piedras preciosas que reflejaban la luz de la sala, creando destellos que asemejaban estrellas en la noche. La estructura alta y elegante del trono imponía respeto, con reposabrazos adornados con figuras de animales míticos que representaban la fuerza y la sabiduría del reino. Dos altos respaldos se erguían a cada lado del trono, como si fueran las alas de una criatura sagrada que abrazaba y protegía a quien se sentaba en él.
Ese día, sin embargo, no eran los reyes quienes ocupaban el trono, sino su hijo, el príncipe Seokjin. Sentado en el centro de aquel majestuoso asiento, Seokjin parecía ser una extensión de la realeza misma. Su porte era digno y su mirada serena, como si la madera y las joyas del trono reconocieran en él la misma pureza y nobleza que sus padres. Su cabello rubio caía en ligeras ondas hasta sus hombros, enmarcando un rostro que exudaba tanto belleza como autoridad, y una corona de oro fino, menos elaborada que la de sus padres pero igualmente imponente, descansaba sobre su cabeza, reluciendo con un brillo etéreo.
El príncipe estaba vestido con un atuendo elegante, una capa de suaves tonos marfil y verde jade que caía en cascada desde sus hombros hasta el suelo, combinando perfectamente con la paz y prosperidad de su reino. Sin embargo, una abertura en su vestimenta, que dejaba al descubierto sus piernas desde las rodillas, añadía un toque de audacia, recordándole a todos que, aunque Seokjin tenía la nobleza de un príncipe, también poseía una chispa de desafío en su interior.
Desde allí, sentado en el trono de sus padres, Seokjin proyectaba una fuerza calma, una mezcla de pureza y firmeza que parecía inquebrantable. Los cortesanos y sirvientes se inclinaban ante él, pero era evidente que no lo hacían solo por su título, sino porque en él encontraban la esencia de un líder en quien podían confiar, un príncipe que honraba el legado de su linaje.
El trono de los reyes era una obra de arte imponente, un asiento de autoridad tallado en la más pura madera de ébano, decorado con intrincados detalles en oro y piedras preciosas que reflejaban la luz de la sala, creando destellos que asemejaban estrellas en la noche. La estructura alta y elegante del trono imponía respeto, con reposabrazos adornados con figuras de animales míticos que representaban la fuerza y la sabiduría del reino. Dos altos respaldos se erguían a cada lado del trono, como si fueran las alas de una criatura sagrada que abrazaba y protegía a quien se sentaba en él.
Ese día, sin embargo, no eran los reyes quienes ocupaban el trono, sino su hijo, el príncipe Seokjin. Sentado en el centro de aquel majestuoso asiento, Seokjin parecía ser una extensión de la realeza misma. Su porte era digno y su mirada serena, como si la madera y las joyas del trono reconocieran en él la misma pureza y nobleza que sus padres. Su cabello rubio caía en ligeras ondas hasta sus hombros, enmarcando un rostro que exudaba tanto belleza como autoridad, y una corona de oro fino, menos elaborada que la de sus padres pero igualmente imponente, descansaba sobre su cabeza, reluciendo con un brillo etéreo.
El príncipe estaba vestido con un atuendo elegante, una capa de suaves tonos marfil y verde jade que caía en cascada desde sus hombros hasta el suelo, combinando perfectamente con la paz y prosperidad de su reino. Sin embargo, una abertura en su vestimenta, que dejaba al descubierto sus piernas desde las rodillas, añadía un toque de audacia, recordándole a todos que, aunque Seokjin tenía la nobleza de un príncipe, también poseía una chispa de desafío en su interior.
Desde allí, sentado en el trono de sus padres, Seokjin proyectaba una fuerza calma, una mezcla de pureza y firmeza que parecía inquebrantable. Los cortesanos y sirvientes se inclinaban ante él, pero era evidente que no lo hacían solo por su título, sino porque en él encontraban la esencia de un líder en quien podían confiar, un príncipe que honraba el legado de su linaje.
Jungkook avanzó hacia Seokjin con la misma calma de siempre, una tranquilidad imperturbable en su andar, como si nada en el mundo pudiera romper su compostura. Sin embargo, Seokjin, sentado en el trono, esperaba con ansias contenidas, sus dedos tamborileando suavemente sobre el brazo del asiento mientras sus ojos seguían cada paso de Jungkook. Había un brillo en su mirada, una anticipación que crecía con cada segundo que el alfa acortaba la distancia entre ellos.
Seokjin sabía que Jungkook estaba acostumbrado a humillarse frente a él, a arrodillarse con devoción y hacer cualquier cosa que él pidiera. Esa vez, sin embargo, no dejaría que la rutina habitual se desarrollara de la misma manera. Cuando Jungkook finalmente llegó al pie del trono y levantó la vista para encontrarse con los ojos de Seokjin, el príncipe no pudo contenerse más. Con una sonrisa apenas perceptible y una intensidad que lo desbordaba, Seokjin se inclinó desde su asiento, tomando a Jungkook por sorpresa. Antes de que el dragón pudiera reaccionar, Seokjin capturó sus labios en un beso, un gesto cargado de deseo y autoridad, como si quisiera recordarle que, al final, el que tenía el poder de decidir cómo se desarrollaría cada encuentro era él.
Para Jungkook, el momento fue tan inesperado como electrizante. El alfa correspondió al beso con igual intensidad, pero sin perder la sumisión con la que siempre se rendía ante Seokjin. El príncipe podía sentir la devoción latente en cada respuesta de Jungkook, cada vez más convencido de que ese poder sobre él le pertenecía solo a él.
Cada encuentro entre ellos estaba cargado de una tensión palpable, un juego de poder en el que Jungkook, con toda su fuerza y orgullo, se despojaba de su imponente figura para humillarse frente a Seokjin. Y era esa sumisión lo que despertaba algo profundo en el príncipe, una mezcla de deseo y fascinación que lo consumía cada vez más.
Jungkook, un alfa fuerte y feroz, se rebajaba sin reservas ante Seokjin. No había límites para lo que haría por él: arrodillarse, someterse a cada capricho, y mirarlo con una devoción tan profunda que hacía que el corazón de Seokjin latiera con fuerza. Para Jungkook, esas muestras de humillación eran un acto de amor; para Seokjin, eran una adicción de la que no podía ni quería escapar.
Seokjin se deleitaba en cada momento, en cada gesto de rendición por parte de Jungkook. En la manera en que el alfa permitía que lo guiara, que lo dominara. Y cuanto más se humillaba Jungkook, más sentía Seokjin que su corazón se entregaba a él, hechizado por la adoración pura en los ojos del dragón. Seokjin sabía que aquel amor, teñido de sumisión y poder, era algo único, algo que solo podía encontrar en los brazos de Jungkook.
Después de aquel beso profundo, Seokjin se apartó lentamente, dejando un leve rastro de su aliento cálido en los labios de Jungkook. Se inclinó un poco hacia él, acercando su rostro al oído del dragón con una sonrisa astuta en sus labios.
—Sé lo mucho que te gusta mi voz, Jungkook —susurró, permitiendo que cada palabra se deslizará lentamente, cargada de intención—. Sabes qué hacer.
El efecto fue inmediato. Jungkook tragó con fuerza, los ojos centelleando de obediencia y deseo. Con sus manos temblorosas pero decididas, empezó a desabrochar su pantalón bajo la mirada expectante de Seokjin, quien permanecía sentado, observando cada uno de sus movimientos con una satisfacción casi cruel. Sus ojos fijos en Jungkook, quien seguía obedeciendo en silencio, como si nada más en el mundo importara excepto complacer a su príncipe.
Justo cuando Seokjin pensaba que él estaba al mando, sintió las manos firmes de Jungkook rodeando sus muñecas. En un solo movimiento rápido y seguro, el dragón desabrochó su propio cinturón y, con sorprendente destreza, ató las manos de Seokjin, asegurándolas en lo alto, sobre el respaldo del trono. La sorpresa llenó los ojos de Seokjin, que apenas tuvo tiempo de procesar lo que sucedía antes de ver a Jungkook inclinarse sobre él con una sonrisa desafiante.
—Esta vez, quiero llevar el ritmo yo —murmuró Jungkook, su voz ronca y llena de autoridad, una chispa de intensidad brillando en su mirada oscura mientras observaba al príncipe con la misma devoción, pero con una nueva firmeza.
Seokjin, aún atrapado entre la sorpresa y la expectación, no pudo evitar sentirse tentado por ese repentino cambio. En ese instante, el príncipe comprendió que, por más que controlara cada encuentro, Jungkook siempre tenía la habilidad de darle la vuelta al juego, llevándolo a un lugar donde el poder compartido se volvía el mayor de sus placeres.
. . .
El sonido de los quejidos de seokjin y gruñidos de Jungkook mientras golpeaba con tanto odio la entrada de SeokJin, el omega tenía lágrimas en sus ojos corriendo por sus mejillas, no podía hacer ruido después de que Jungkook, el dragón le quitará sus bragas se lo puso en la boca pues dijo.
“Tus padres están en una reunión cerca de nosotros, no querrás que ellos sepan que su lindo y precioso hijo es follado por quien menos quieren”
Los cabellos ondulados oscuros caían en la frente de seokjin sus mechones rojos estaban pegados a la frente del alfa mientras una y otra vez golpeaba sus ojos llenos de exitacion lo miraban, el alfa le sonrió de manera cínica mientras dio un fuerte golpe en su próstata que le hizo hacer ojos blancos.
— La princesa de todos estos inútiles es tan linda haciendo ojitos blancos, quien pensaría que el principe seokjin siendo amable y cariñoso con todos sea una perra calienta pollas.— Dio otro golpe que hizo jadear a SeokJin mientras retorcía sus dedos de los pies, estaba a nada de correrse.— Parece que tu coño ama tanto mi polla, mira lo mojado que ya me has dejado.— SeokJin tembló cuando llego otra dura y fuerte estocada.
Finalmente Jungkook sintió sus escamas y su cuerpo caliente, se iba a correr pronto por lo que fue mas duro haciendo llorar a seokjin, finalmente SeokJin se corrio pero Jungkook solamente agarro sus piernas y las puso en sus hombros para poder moverse con más agresividad y finalmente su orgasmo llegó llenando a seokjin con su semen, SeokJin suspiró, Jungkook le quito el cinturón y las bragas de la boca.
Eso le gustaba, le gustaba como SeokJin a pesar de que haria todo por el, SeokJin era sumiso con él.
Después de aquel intenso momento en el trono, Seokjin deslizó su mirada hacia Jungkook, todavía con el rastro de una sonrisa satisfecha en sus labios. Sin decir nada, extendió una mano hacia él, invitándolo a retirarse del lugar. Jungkook, incapaz de resistirse, tomó su mano y lo siguió en silencio, su rostro suavizándose mientras ambos abandonaban el salón principal.
Caminaron juntos por los jardines, un lugar tranquilo y bañado por la luz de la luna. El silencio entre ellos era cómodo, pero había un brillo de anhelo en los ojos de Jungkook mientras miraba de reojo a Seokjin, buscando algún indicio de atención. Finalmente, incapaz de contenerse, se volvió hacia el príncipe y, con un tono casi suplicante, murmuró:
—Seokjin… no tienes idea de cuánto deseo que me mires, que realmente me veas.
Seokjin detuvo su paso, girándose hacia Jungkook con una expresión enigmática. Sabía lo mucho que le gustaba jugar con las emociones del alfa, pero en ese momento algo en la sinceridad de su mirada lo tocó. Sin embargo, en lugar de darle una respuesta directa, Seokjin sólo alzó una ceja, invitándolo a seguir hablando, disfrutando de cada palabra suplicante que salía de sus labios. Seokjin se detuvo bajo las sombras de los altos árboles, cruzando los brazos mientras miraba a Jungkook con una sonrisa que mezclaba diversión y desafío.
—Jungkook —empezó, en un tono casi burlón, inclinando un poco la cabeza mientras lo observaba con intensidad—. Acabamos de tener sexo en el trono de mis padres, y ¿tú crees que eso significa que no te quiero?
Jungkook parpadeó, claramente desconcertado, pero antes de que pudiera decir algo, Seokjin continuó, acercándose un poco más y susurrando con un tono provocador.
—Te amo, pero… —pausó, disfrutando de la manera en que los ojos de Jungkook brillaban ante cada palabra—. Si realmente me deseas, si quieres tenerme por completo, quiero que hagas algo por mí.
El alfa tragó con fuerza, pero en su rostro se notaba la aceptación, una especie de rendición feliz, como si en ese momento no existiera otra cosa en su mundo que Seokjin. Asintió con firmeza, buscando su mirada y sin dudar, preguntó con voz baja y reverente:
—¿Qué es eso que deseas, Seokjin?
Seokjin sonrió, satisfecho al ver la devoción en sus ojos. Sabía que Jungkook haría cualquier cosa que le pidiera, y eso le daba un placer aún mayor.
Cada vez que sus miradas se cruzaban, el deseo entre Seokjin y Jungkook se encendía como una chispa en pólvora seca. No importaba dónde estuvieran: en un rincón apartado del jardín, en algún salón olvidado del palacio, o incluso en los baños, el fuego entre ellos no tardaba en estallar. Pocas veces sus encuentros tenían lugar en el dormitorio de Seokjin, pues el príncipe prefería el riesgo de lo prohibido, los encuentros fugaces y los espacios secretos que aumentaban la intensidad.
En cada rincón, Seokjin tomaba el control, dictando el ritmo de cada caricia y cada suspiro, guiando a Jungkook con una habilidad seductora que desarmaba al alfa una y otra vez. Con una simple mirada o una orden susurrada, Seokjin lograba que Jungkook se rindiera a él, obedeciendo cada deseo del príncipe sin cuestionar. A veces, era en el jardín, donde el perfume de las flores intensificaba el ambiente; otras, en un salón donde los rayos de sol filtraban sombras sobre sus cuerpos, y más de una vez, en algún rincón oscuro y poco transitado del palacio.
A pesar de su fuerza y su naturaleza dominante, Jungkook se volvía completamente sumiso ante Seokjin. En esos momentos, nada importaba más que el placer de ver a Jungkook a sus pies, dispuesto a hacer cualquier cosa que él pidiera. En cada encuentro, Seokjin era quien llevaba las riendas, el verdadero dueño de ese deseo compartido. Jungkook, con cada suspiro, quedaba más rendido a su príncipe, incapaz de resistirse a su control absoluto.
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