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Príncipe hechizado

Mi maravilloso caballero me observa con una perezosa media sonrisa dibujada en sus llenos y bien formados labios. Es dueño de unas abundantes y sedosas ondas de rubio cabello que forman una cascada alrededor de un rostro pálido en el que destacan unos enormes y traviesos ojos verdes. Su mano diestra sujeta la mía con una delicadeza que no hace sospechar su costumbre a empuñar espadas que segan la vida de malhechores y monstruos de todo tipo.

He de reconocer que los nervios me comen porque sé lo que está a punto de suceder y no puedo dejar de pensar que es mi primera vez. ¿Y si lo hago mal? ¿Y si le muerdo? ¿Y si le estornudo en la cara? ¡Cielos, eso último no, por favor! Sin embargo, mi príncipe (que se llama Gadhael, aunque eso poco importe) no parece advertir mi inquietud, puesto que se inclina hacia mí y... y...

¡Y yo me despierto porque algo duro acaba de golpearme en plena cara!

—¡Toma! —exclama una irritante voz que conozco demasiado bien—. ¡La mosca Eustaquia vale cien puntos!

Entorno los ojos y siento cómo, poco a poco, la ira calienta mis mejillas. Con cara de estreñido, el gremlin de mi hermano pequeño da saltos por todo el aposento mientras, triunfal, agita un matamoscas de madera y grita que ha vencido al monstruo final. Entonces se detiene y me mira con el susto pintado en su cara de diabólico mapache.

—¡Oh, no! Parece que esa no era su verdadera forma... ¡Se está convirtiendo en un ogro escupe-pus!

Furibunda, intento echar mano de lo primero que pillo para lanzárselo a esa cabezota hueca decorada con rizos rubios, pero, cuando me quiero dar cuenta, vuelvo a estar sola en mi habitación... Bueno, en realidad no porque ahora me acompaña un tremendo dolor de nariz.

En fin, que a vosotros el que tenga un hermano insufrible os ha dado igual porque os habéis quedado en mi maravilloso nombre, ¿verdad? Eustaquia, sí, princesa del Reino Lavanda. No pienso explicar el motivo, que creo que es como bastante evidente. Además, hablábamos de mi nombre, que es lo importante aquí. ¿Qué puedo decir? Creo que a mis padres lo de poner nombres no se les daba demasiado bien, y digo creo porque nunca he querido preguntarles de dónde lo sacaron, no vaya a ser que me traumatice todavía más.

Total, que la cosa no empezó y acabó conmigo, no. Mi hermana gemela, Filomena, huyó hará cosa de un año, tras robar el joyero de mi madre. Yo, al principio, pensaba que era porque no aguantaba a nuestro hermano, pero más tarde me enteré de que padre la quiso casar con un conde como veinte años mayor que ella y que parecía que se bañara en aceite; esto último lo sé porque cuando Filo se dio el piro, pues... No obstante, tengo un piquito de oro para lo que me interesa, así que sigo tristemente soltera, pero de eso ya hablaremos luego. En fin, que los últimos rumores que me llegaron acerca de mi querida hermana afirmaban que se había cambiado el nombre y que estaba trabajando de criada para una bruja ricachona con dos hijas tan feas que <<grotescas>> se debe de quedar muy corto a la hora de describirlas. Pobrecilla.

La siguiente es Isidra, dos años más joven que yo, que tengo dieciocho, aunque seguro que ya lo he dicho. Las criadas cotorrean que es bastante mona, con sus tirabuzones cobrizos y sus risueños ojos verdes, pero me temo que están muy cegatas si no ven esas horrorosas pecas que le afean la cara. Además, Isidra es rara de narices, que se pasa el día en el bosque estudiando y dibujando plantas y animales. Pobrecilla ella también.

Finalmente, está Desiderio: tonto perdido, pero príncipe heredero por la sencilla y absurda razón de haber nacido hombre. Podría escribir toda una enciclopedia explicando por qué Desi no tiene remedio, pero, como la protagonista de la historia soy yo, me limitaré a contaros el motivo por el que me ha atizado con un matamoscas, que, además, es su tontería más reciente. Resulta que, hace un par de semanas, oyó hablar de un campesino que se jactaba de ser el único capaz de matar siete moscas con un solo golpe de cinturón; desde entonces, y cito textualmente: <<¡voy a superar a ese mamarracho matando once, que es el doble!>>

Sin comentarios, ¿verdad?

Bueno, pues esos son mis hermanos, y que conste que solo os he hablado de ellos porque quería ilustrar lo cazurros que son mis padres con eso de poner nombres. Veeenga, os lo cuento: papá se llama Raigmundo y mamá Francisca, pero todos la conocen como Paca... Esperad, que tengo que frotarme mi dolorida nariz porque creo que se me está ocurriendo una idea: ¿y si nuestros nombres son una venganza porque ellos también crecieron traumatizados con los suyos?

En fin, ¡qué más da! Lo único que me tiene que importar de mis padres es que me alimentan, financian todos mis caprichos y me proporcionan un cómodo y lujoso hogar hasta que encuentre al príncipe de mis sueños y me case con él. Eso sí, tiene que ser lo bastante maleable como para que la que en verdad gobierne sea yo, claro, que ya es hora de que las cosas empiecen a hacerse bien.

—Hermanita, ¿necesitas que te despierte otra vez?

Bufo, ¿de verdad se ha atrevido a volver? Sí, sí, oiga, ahí lo tiene, asomado al umbral y mirándome con esa sonrisilla de duende perverso tan suya; en serio, cuando Desi sonríe con las comisuras hacia abajo da muy mal rollo.

—¿Se puede saber por qué mi doncella te ha dejado colarte en mi aposento?

—Fácil, so cabezahueca: ¡ella es una simple criada y yo el futuro rey, ja ja ja! Y ahora espabila, que tengo hambre.

Suspiro y me levanto al tiempo que maldigo a mis padres por tener la estúpida costumbre de no empezar ninguna comida (ya sea desayuno, comida o cena) hasta que no estamos todos sentados a la mesa. ¡¿Y qué más dará?, digo yo!

—¿Te importa? ¡No pretenderás que baje en camisón!

Mi hermano hace una mueca de fastidio, pero termina por comprender que tengo razón. Es normal, puesto que me sucede con bastante frecuencia, ¿sabéis?

Bueno, pues eso, que diez minutos después estoy divina de la muerte y lista para seguir al gremlin hasta el amplio comedor, presidido por una enorme mesa repleta de manjares con demasiadas calorías, pero, como yo nací bajo la estrella del codiciado don de no engordar, pues como que me importa bien poco. Cosa curiosa, la verdad, ya que me acuerdo de que la pobre Filomena siempre tenía que seguir estrictas e insípidas dietas. Supongo que, ahora que se pasa el día frotando el suelo con un paño húmedo, no tendrá que preocuparse por eso y podrá comer todo lo que le apetezca. Ni tan mal, ¿no?

—¡Pero hija! —exclama mi madre al verme—. ¿Qué te ha pasado en la cara?

—Pregúntale a Desiderio, aquí presente.

—¡Eh, eh! —Desi alza las manos en señal de paz—. Que yo no he hecho nada, es culpa de Eustaquia por soñar cosas raras y entusiasmarse. Yo, como buen hermano pequeño que soy, corrí en su ayuda cuando oí el golpe y me la encontré tirada de bruces en el suelo, con las sábanas enredadas en los pies. Muy indecoroso, lo sé.

Boquiabierta por el estupor, observo cómo, con toda tranquilidad después de haber soltado semejante mentira, el muy sinvergüenza toma asiento y se sirve un pastel de crema que no tarda en engullir.

—¡Pero que eso no es cierto, leñe! —me veo obligada a protestar, vistas las expresiones en los rostros de mis padres—. ¡Que me ha pegado con un matamoscas en toda la cara! Isidra —miro a mi hermana, que, en esos momentos, bebe delicados sorbitos de té de su taza, la cual sostiene con el dedo meñique estirado—, tu aposento está al lado del mío; de ser verdad lo que dice Desiderio, deberías haberlo oído.

Ella deposita la taza en el platillo de porcelana y me lanza una mirada culpable.

—Lo siento, Eustaquia, hoy me he levantado temprano y he ido a dibujar al bosque.

¡Condenada cría! ¿Cómo diablos se las arregla para que ninguna disputa familiar la salpique? Parece que viva en un mundo aparte.

—Eustaquia. —Mi cuerpo se pone firme sin que yo le haya dado permiso; cuando padre usa ese tono tan autoritario y te mira con tanta seriedad, da bastante miedo, la verdad. Supongo que se debe a que es el soberano de Reino Lavanda y a que sus ojos son de un azul poco cálido—. Eres la mayor, da ejemplo a tus hermanos pequeños.

Me muerdo la mejilla para no replicar y tomo asiento al lado de Isidra. Se me ha quitado el apetito. ¿Cuántas veces habré oído esa frase que me resulta tan injusta? ¡Qué asco ser la hermana mayor! No os hacéis una idea de las broncas y reproches que me he tenido que tragar por culpa de ese mocoso que, ahora que mis padres no le están prestando atención, me observa con cara de ser un gato que acaba de merendarse un canario. ¡Pero será posible! ¡Madre, padre, dejad de miraros de esa forma tan repulsiva y centrad vuestra real atención en Desiderio!

Pues nada, oye, que parece que me voy a tener que tomar la justicia por mi mano, aunque, ahora mismo, no se me ocurre la manera. Bueno, quizá si como algo, sea capaz de pensar mejor.

Tenía razón: tras llevarme algo de alimento al estómago, se me ha ocurrido una fantástica idea que requiere de toda mi maestría como espía, puesto que el primer paso consiste en seguir a Desi sin que se dé cuenta. Bueno, la verdad es que no es muy complicado; cuando mi hermano se sumerge en sus mundos imaginarios y se convierte en un todopoderoso caballero que mata hidras con un solo golpe de mandoble, ya puede estar a menos de diez metros de la tarima desde la que se lancen los fuegos de artificio durante las Fiestas Grandes, que no alzará la cabeza para mirar. Esa admirable capacidad de abstracción también le funciona cuando duerme y me da mucha rabia, ¿sabéis? Porque yo soy de las que se despierta con el pedo de una mosca. Pero no vamos a hablar de moscas, que todavía me duele la nariz.

Total, que, tras pasarse gran parte de la mañana haciendo el imbécil, Desiderio se deja caer a la sombra de un fresno y suelta un largo suspiro.

—¡Jolín, qué cansado es esto de seguir el rastro a los goblins cuando los hombres que te acompañan son unos verdaderos inútiles y uno tiene que hacer todo el trabajo él solo! Bueno, creo que su campamento está cerca, así que voy a reponer fuerzas antes de masacrarlos a todos.

Y dicho esto, va y se queda dormido de la misma. ¡Qué tío! Yo no soy muy de juegos de rol en vivo, pero creo que eso de bajar la guardia tan cerca del enemigo no es muy de recibo.

En fin, que lo importante es que a mí me viene de perlas porque no tengo más que acercarme y hurgar en sus bolsillos hasta dar con lo que busco: una pequeña bolita de oro, el tesoro más preciado de mi hermano. Él asegura que es un moco mágico de trol que da buena suerte; yo creo que, de ser verdad, la criatura debió de dárselo a cambio de su inteligencia, si es que alguna vez la tuvo. Oye, eso explicaría muchas cosas... ¡Pero que me estoy desviando, leñe, que la bolita no es un moco de trol y Desiderio debió de caerse de la cuna al poco de nacer!

Muy resuelta y convencida de que perder la condenada bolita será un castigo bien merecido, alzo el brazo y la lanzo al estanque. Al segundo siguiente estoy tirándome de los pelos porque la quiero recuperar, pero no sé nadar. A ver, no me malinterpretéis, que mi hermano no me da ninguna pena; lo que pasa es que acabo de caer en la cuenta de que, siendo de oro puro, me hubiera venido muy bien a la hora de largarme al igual que hizo Filomena; si permito que mis padres me encuentren marido, terminaré desposada con el viejo más rico y decrépito del reino, que en nada se parecerá a mi amado Gadhael, modelo de esculturas, el mejor bardo de Reino Lavanda y mercenario durante la primavera, cuando, se desconoce la razón, a los monstruos les da por reproducirse cosa fina; y, claro, necesitan más comida.

Total, que maldiciéndome estoy cuando oigo un chapoteo procedente del estanque y, al mirar, veo a un Repugnante Animal Nacido del Abismo que, con sus asquerosos ojos bulbosos, me contempla sentado sobre una hoja de nenúfar. Isidra los llama RANAs, supongo que para abreviar.

—Hola —croa, provocándome un escalofrío. ¿Es que también hablan?— Pareces triste. ¿Qué te ha pasado?

Estoy tentada de dar media vuelta y huir, pero se me acaba de ocurrir una idea.

—Sí... Es que... —Clavo la mirada en el suelo y dejo caer los hombros con abatimiento—. Mi bolita de oro, que me regaló mi abuelita antes de morir, se me ha caído al estanque, pero no sé nadar.

—¡Oh, pobrecita! Yo puedo recuperarla por ti a cambio de que seamos amigos, ¿aceptas?

—¿De verdad lo harías? —Pongo mi mejor sonrisa de esperanzado agradecimiento y doy un par de pasos en dirección al estanque—. ¡Muchas gracias, Rep... RANA!

La abominable criatura no tarda en cumplir con su parte del trato y, en cuanto siento el peso de la bolita en la palma de mi mano, le doy un manotazo y echo a correr de regreso al castillo. Tengo una huida que planear.

—¿Dónde se habrá metido Desiderio? —se pregunta mi madre mientras las criadas terminan de servir la mesa—. ¡Espero que no aparezca rebozado en lodo, que si tenemos que esperar a que se ponga presentable, se nos va a quedar fría la comida!

—¡¡Eustaquiaaaa!!

—¡Desiderio, hijo, que no estás cuidando cabras! —le regaña madre cuando le ve entrar en el comedor con los puños apretados y sus azules ojos echando chispas.

—¡Devuélveme mi bolita! —exige Desi, haciendo caso omiso de nuestra madre, que intercambia una mirada perpleja con su esposo.

—Eustaquia. —El color huye de mi cara cuando mi padre me taladra con esa inquietante mirada de búho tan suya—. ¿Qué está pasando aquí?

—¡Nada! —me apresuro a responder, esforzándome por parecer terriblemente ofendida y dolida por las acusaciones de mi hermano—. Desi ha debido de perder su bolita de oro mientras jugaba y ahora me culpa a mí de habérsela robado en venganza por la discusión de esta mañana.

—¿Es eso verdad, Desiderio?

—No. No quería tener que humillarte así, hermanita, porque, muy en el fondo, te quiero, pero... —Mi hermano se lleva la mano a la nuca y, cuando, segundos después, la extiende ante nosotros, veo a ese horrible Repugnante Animal Nacido del Abismo sentado en su palma—. Cuéntales lo mismo que a mí, ranita.

Estoy tan petrificada que soy incapaz de pensar una idea genial con la que salvar la situación, así que no me queda más remedio que escuchar cómo la asquerosa criatura narra mi vil fechoría, según sus palabras. ¿Así que me vio? ¿Y, si sabía que le estaba mintiendo, por qué me ayudó? ¿De verdad quería mi amistad? ¿Para qué? Bueno, ¿qué más da? Si era por soledad, ya tiene la de mi hermano.

—¡Pero, Eustaquia, hija! ¿Por qué te has comportado de esa forma tan cruel con tu hermano?

—¡Porque se lo merecía! Pero después me arrepentí, ¿eso no cuenta?

—Eustaquia, como soberano de Reino Lavanda y como tu padre, siento vergüenza ajena por tu comportamiento para con esta amable ranita. Has sido una desagradecida y has faltado a tu promesa. Así pues, habrás de cuidar de la ranita hasta que yo vea que has aprendido la lección.

—¡¿Qué?!

¡No, no y no! ¿Tener siempre cerca a ese repugnante y pestilente ser que come bichos tan asquerosos como son las moscas? ¡A saber cuántas enfermedades tiene! ¡Que no, que no, que padre debe de estar de broma! Aunque, ahora que lo pienso, jamás, en mis dieciocho años de vida, le he oído hacer una broma.

—¡Padre, os lo suplico! Pediré perdón a Desiderio... de rodillas, si hace falta... y prometeré que jamás volveré a coger su bolita...

—Desiderio, coloca a la rana junto a tu hermana. Ahora es nuestra invitada y tiene derecho a compartir nuestra mesa y nuestras viandas. Sé bienvenida a mi castillo, ranita.

—Muchas gracias, Majestad —croa la criatura mientras mi hermano obedece y, tras depositarla en la mesa, toma asiento a su derecha.

—Vamos, Eustaquia, sírvele un poco de sopa a nuestra invitada.

Resoplo y me cruzo de brazos, la barbilla bien alzada.

—Que yo sepa, estos... animales comen moscas, padre, y Desiderio es ahora el experto en cazarlas.

—Bueno, teniendo en cuenta que habla, a mí no me sorprendería que su dieta sea igual de amplia que la nuestra —interviene Isidra. ¡Ya está dándoselas de listilla! ¡Con lo bien que estaba calladita y en su mundo!

—Eso es verdad. —Nuestro padre le sonríe con un cariño y un orgullo que a mí jamás me ha mostrado—. Además, si solo pudiera comer moscas, ya nos lo habría hecho saber, ¿verdad, ranita?

—Puedo comer de todo, Majestad. —El Repugnante Animal Nacido del Abismo me mira con sus feos ojos amarillos—. ¿Seríais tan amable de servirme, princesa Eustaquia?

—Por supuesto.

Haciendo de tripas corazón y tan rápido que nadie se lo espere, agarro a la criatura y la lanzo al interior de la salsera. En el agua seguro que nada de maravilla, pero en algo tan denso como la salsa de miel y melaza, dudo que lo tenga tan fácil.

—¡Pero, hermana! —exclama Isidra, con la cara descompuesta, mientras se apresura a salvarle la vida al Repugnante Animal Nacido del Abismo. Acto seguido, empieza a limpiarlo con una servilleta, sin dejar de mirarme, horrorizada—. Pobrecita, ¿estás bien? ¿Puedes respirar?

—¡¡Eustaquia, a tu aposento sin cenar!! —brama mi padre—. ¡Y ya hablaremos de esto por la mañana!

Me fastidia tener que obedecer porque me muero de hambre, pero también es cierto que ha merecido la pena solo por ver la expresión de espanto en el rostro de ese condenado bicho. Espero que, para mañana, padre se haya pensado mejor lo de ser su niñera.

Estoy cepillando mi preciosa y larga melena rubia cuando escucho que alguien llama a la puerta de mi aposento. Sí, sí, ya sé que esto es tarea de las criadas, pero es que todas son unas inútiles que no hacen más que darme tirones y yo no tengo ningún interés en quedarme calva, así que me toca hacerlo a mí.

—Adelante.

La puerta se abre con un susurro e Isidra entra en mi habitación, en compañía del engendro, claro está. No, no me refiero a mi hermano, que Desi lo tendría muy complicado para sentarse en el hombro de mi hermana.

—¿Estás segura de que no prefieres dormir en mi aposento?

—No, no, vuestro padre lo ha dejado bien claro: es Eustaquia quien ha de cuidar de mí.

Antes de que Isidra pueda replicar, nuestra invitada baja al suelo y, con un par de potentes saltos, alcanza mi cama. Dejo caer la mandíbula, ¡de eso ni hablar!

—¡Ni por un solo segundo te creas que vas a dormir ahí!

—¡Oh, claro que sí! Vuestra cama es lo bastante amplia para los dos; además, la almohada es muy cómoda. ¿Relleno de plumas de cisne?

—¿Cómo lo sabes? —exclamo, atónita, pero no tardo en sobreponerme—. En fin, que me importa un pepino. Isidra, coge un cojín y ponlo en el suelo, lo más alejado posible de la cama. Ahí es donde vas a dormir.

Mi hermana no se mueve, así que, irritada, dejo el cepillo sobre el tocador, dispuesta a cumplir con la tarea yo misma. ¡Hay que ver...!

—Princesa Eustaquia, ¿me dais un beso de buenas noches?

Me quedo helada, los dedos rozando el cojín.

—¡¿Pero qué estás diciendo?! —grito un segundo después—. ¡Con el asco que me das, Repugnante Animal Nacido del Abismo!

—¡Eustaquia! ¡Primero la intentas ahogar en la salsa y ahora le dices esas cosas tan horribles! —me regaña Isidra, con los brazos en jarras—. ¡No tienes corazón!

—¡Está bien! Dejaré que duermas en mi cama, pero no pienso darte un beso.

—Bueno, vos sabréis, pero sabed que, en realidad, soy un apuesto príncipe al que una malvada bruja hechizó y que necesita el beso de una princesa para volver a ser humano. ¿No queréis ser vos esa princesa?

¿Un príncipe hechizado? Eso suena a cuento de hadas, la verdad, pero también es cierto que es el primer animal parlante del que tengo noticia en Reino Lavanda... Espera, espera. Ha dicho que es un <<apuesto príncipe>>, ¿no? Y seguro que está soltero, que a saber cuánto tiempo lleva convertido en rana. Más vale que no mucho, que no quiero tener que casarme con un cincuentón decrépito. Porque ese es el plan, ¿no? En agradecimiento por haberle liberado, me desposará y me llevará a un precioso castillo situado en un reino lo bastante alejado del mío como para no tener que volver a ver a mi hermano nunca más.

Respiro hondo. Vamos, Eustaquia, ¡que el premio es suculento!

—¿Aceptáis, princesa?

—Sí, acepto.

A pesar de mis palabras, mi cuerpo se muestra reticente a aproximarse al supuesto príncipe hechizado, así que es él quien se me acerca y salta al hueco de mis manos. ¡Ay, pero qué asco! ¿De verdad voy a hacerlo? ¿De verdad voy a posar mis delicados labios sobre esa piel rugosa, viscosa y llena de estrías? Bah, venga, Eustaquia, deja de pensar y simplemente hazlo.

Vuelvo a respirar hondo, cierro los ojos y deposito un rápido beso sobre la espalda del animal, pero no sucede absolutamente nada.

—¡Me has engañado, bicho inmundo!

—Para nada, para nada —replica la criatura con tranquilidad—. Ha sido culpa vuestra por no darme un beso en condiciones. <<Besar>>, princesa, no <<rozar con los labios.>>

—¡De acuerdo! —exclamo, furibunda—. ¡Pero, si no quieres terminar formando parte de la comida de mañana, más te vale estar diciendo la verdad!

—¡Eustaquia!

—¡Tú a callar, enana!

Resoplo y, esta vez, le doy un beso de verdad. Entonces, una extraña brisa salida de la nada me alborota el cabello y, al abrir los ojos, veo ante mí al joven más bello y perfecto que los dioses hayan creado jamás; es hasta más guapo que Gadhael, lo cual consideraba imposible. Melena negra como ala de cuervo, piel de alabastro, ojos del color de la miel, labios llenos y seductores... ¡Y menudo cuerpo, dioses, que encima está como su madre le trajo al mundo!

—Soy Yeifeth, príncipe heredero de Reino Rubí —se presenta, esbozando una media sonrisa juguetona que hace que mi corazón aletee más rápido incluso que un colibrí. ¿Y acaba de decir Reino Rubí, las tierras más ricas del continente? ¡Menudo braguetazo, Eustaquia!— Gracias por liberarme, princesa Eustaquia, pero no tengo la más mínima intención de casarme con vos, mala víbora.

Pestañeo varias veces seguidas y abro la boca, pero no salen palabras de entre mis labios, solo puedo contemplar cómo Yeifeth coge la sábana que cubre mi cama y se envuelve con ella.

—Pero... pero... —consigo balbucear—. Pero es así como funciona, ¿no? Como en los cuentos de hadas...

—En los cuentos de hadas, las princesas tienen buen corazón. —Yeifeth atraviesa el aposento hasta quedar frente a mi hermana, cuyas manos toma entre las suyas—. Como vuestra hermana Isidra, a quien tengo la intención de desposar si vuestro padre y, por supuesto, ella me dan su consentimiento. ¿Os gustaría, princesa Isidra?

—Me encantaría.

VOZ EN OFF: Y así, Isidra se convirtió en la reina consorte de Reino Rubí. Desiderio llegó a ser rey y, en cuanto a Eustaquia, dicen que se volvió loca y que pasó el resto de sus días besando ranas con la esperanza de que alguna fuese otro príncipe hechizado.

Retelling participante en la <<Antología: Felices para Siempre>>, que podéis encontrar en el perfil de AntologiaLight

¡Id a darle amor! ^^

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