Treinta y nueve
Te quitaste el gorro y te quedaste mirando a la nada. Te limpiaste las lágrimas y dijiste que no entendías para qué habías nacido si ibas a morir tan pronto. No podías comprender por qué solo habías llegado para darle dolor a los seres que amabas. Me confesaste que preferías partir para que ellos dejaran de sufrir y tú también.
Me dolió que dijeras eso porque, aunque suene egoísta, yo te necesitaba y tú parecías no verlo. Tenía miedo de que te dieras por vencida.
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