Noventa y ocho
Jamás me defraudaste, te habías ido ya y seguías intentando que los demás disfrutaran la vida. Sólo tú podías hacerlo sin siquiera intentarlo. Sé que podrías haber movido montañas si hubieras querido.
Me senté en una silla el día de tu despedida. Como eras alguien llena de alegría, pediste que te hicieran una fiesta repleta de colores, dulces y pasteles. No soportabas el negro. Tu fotografía estaba en el centro, y tú estabas guardada en una cajita.
Había perdido a mi mejor amiga, a la niña que quería, a la única persona que me comprendía. Ya no estabas, ya no te vería, no te escucharía.
Era como estar en una pesadilla, una que terminaría matándome del dolor desde adentro.
El nudo en mi garganta me estaba quemando, las lágrimas no apagaban ni un poco mi sufrimiento.
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