Noventa y nueve
No podía ver nada a mi alrededor, solo mis dedos delante de una nube de lágrimas, pero algo que conocía fue colocado en mi regazo.
Eran tus cuentos, todos estaban ahí, frente a mí. Tú nunca los dejabas, así que fue raro y mi primer instinto fue abrazarlos, estrecharlos como si pudiera tenerte de alguna manera.
Me los regalaste, Tess dijo que me los habías heredado para que consiguiera a una princesa, para que no dejara de creer en los finales felices.
¿Cómo podías pensar eso? Yo ya tenía una. En ningún cuento que conozco el príncipe cambia a su princesa, tampoco yo te cambiaría, no importaba que no estuvieras, nadie nunca ocuparía un lugar que fue hecho para ti.
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