Cuarenta y dos
Nos quedamos dormidos hasta que la enfermera Mildred nos llevó adentro para recibir el medicamento. Volviste a quedarte dormida en la silla y te contemplé.
Te amaba, Lili, por Dios que lo hacía. Con tu carita pálida y las ojeras debajo de tus ojos, no importaba si tenías cejas o cabello, tampoco si eras delgada y menuda. Yo amaba que me miraras, amaba que me hablaras, amaba cualquier cosa que viniera de ti.
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