La yaya
La yaya Jacinta era mi preferida. Era la típica abuela del pueblo que te esperaba brazos en jarra con el delantal puesto y un cucharón de madera en la mano cuando llegabas del colegio para darte de comer.
Cuando una se acostumbra a vivir con su abuela, todo es más consentido. Sobre todo, si a tu madre le da por serle infiel a su marido y escaparse.
Ella fue mi gran apoyo siempre en todo. Era extremadamente sensible a mis llantos y penas, y siempre era capaz de hacerme sonreír.
Tanto ella como su hijo compartían dos pasiones: el cerdo y la ganadería.
Aunque ella era más de preparar la comida y comérsela, ya que el trabajo duro, según decía, era para los jóvenes que debían ganarse el pan. Claro que, a mí, Loncha Fina como me llamaba todo el pueblo, no me obligaba a trabajar quitando excrementos de vaca ni cortándoles la cabeza a los cerdos, sino que prefería tenerme en casa para desahogarse con todo aquello que no podía comentar a sus queridas amigas, Encarni y Juani.
A veces, cuando mi padre me mandaba a mí habitación sin cenar, ella me subía un bocadillo del jamón serrano que tenía escondido en la despensa, lugar donde sólo ella y yo estábamos autorizadas a entrar.
En cuanto a su físico, era una mujer de curvas marcadas, sobre todo por las marcas de vejez que despuntaban de todo su cuerpo y los kilos de dulces que se tragaba sin pensar. Benditas fueran sus tartas y torrijas. Tenía la nariz recta y los pómulos caídos. Sus labios eran finos y habían perdido color con los años, pero se veía que en algún momento habían sido hermosos. Lo mismo ocurría con sus ojos miel, que se habían descolorido por el paso del tiempo y los ochenta bien cumpliditos.
Creo que fue la persona más bella que conocí, como debió de serlo en otros tiempos físicamente hablando, pero su arte andaluz, su salero y su gracia seguro que con veinte años eran inexistentes. Seguro que ese peinado con la permanente y teñido de caoba no había sido tan impactante cincuenta años atrás.
Porque así era mi abuela: adorable, graciosa y, sobre todo, loca como no había otra.
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