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|10|El comienzo del gran viaje

El sonido de sus zapatos resoban junto las olas del mar –que chocaban en el enorme acantilado debajo de la mansión– y los pájaros hacían notar su misma presencia al revolotear entre los árboles frondosos que envolvían el gigantesco y colorido jardín de los Marcovaldo. Sin duda era otro día precioso, donde el viento salado movía con suavidad los rizos rojizos de la cabellera de quien era considerada la doncella de Portorosso.

Siempre con un porte elegante y ejemplar, que lograba ocultar esa enorme incomodidad que la devoraba lentamente. Solos sus delicadas manos mostraban si intranquilidad, apretando con fuerza el puño del paraguas blanco que la protegía del sol del mediodía. Su sonrisa tan pequeña, disfrazaba con éxito lo aburrida que estaba. Ya más de media hora recorriendo los mismos rosales y girasoles de su padre, y aquel príncipe seguía alardeando de su fortuna y belleza. ¿Es acaso que solo habla de él y lo afortunada que era ella?

Dejo salir un suspiró cansado mirando con frustración como él seguía caminando y hablando. No podía creer que compartiría su vida con él, ni siquiera le había preguntado sobre ella o sus planes. Sentía la enorme tensión en sus espaldas con tan solo pensar que su padre la esperaba para felicitarla por su próximo compromiso. Si tan solo el supiera sus sentimientos por el bibliotecario de la ciudad...

Levantó su mirada, perdiendo de vista al pecoso príncipe. Por alguna razón sintió un alivio enorme, que no lo pensó dos veces para cerrar su paraguas y recoger las telas de ceda de su vestido. Huyendo por el sendero contrario por donde se dirigían con anterioridad. Necesitaba un descanso. Camino y camino sigilosamente, tampoco quería cruzarse con su padre que la regañaría por ser irrespetuosa con su invitado, pero las cosas salieron peor para ella al escuchar unas voces discutiendo al lado de su casa. Lentamente el ritmo de sus pasos bajó al identificar la voz de su amante:

–Déjame pasar, estúpido, necesito hablar con la doncella de Portorosso.

Al acercarse noto como Ercole le gritaba al asistente de Alberto; quien se mantenía firme delante de él.

–Ya le dije, señor, que la señorita Marcovaldo se encuentra en un asunto muy importante con su majestad –exclamó con seriedad el rubio–. Y si no da media vuelta y se retira, tendré que llamar a los guardias.

Visconti gruñó mirándolo con desprecio, pero termino liberando un suspiro de rendición.

Per favore, necesito que ella esté enterada de la desaparición de Luca, es su...–se quedó callado bajando su mirada con pesar– es la persona más importante de nuestra vida. Que sé que ella quiere cortar el contacto conmigo, pero en serio ella tiene que saber que sé que Luca jamás se suicidaría...él no es así.

–¿Es todo lo que quiere comunicar? –preguntó bajando un poco la guardia, pero cruzando sus brazos en una postura firme.

Ercole volvió a suspirar, rascando su nuca con pesar.

–Sí, es todo...solo le deseo lo mejor en su matrimonio.

La pelirroja aun escondida entre los muros de la casa, tapo sus labios para no delatarse mientras que sus ojos se cristalizaban de nuevo. Ella tampoco creía que Luca se suicidaría, pero al recordar todo lo perdido, volvió a espiar a su antiguo amante, observando como este se iría sin hacer más escándalo, Giulietta quería detenerlo y estuvo a punto de hacerlo si no fuera que sintió como la jalaban del brazo.

Asustada miro a su cazador, poniéndose pálida al ver los ojos verdes opacos del príncipe –pero esta vez se veían más oscuros de lo normal–; él parecía furioso clavando sus uñas en el antebrazo de la dama.

–¿Cómo te atreves a ignorarme así? –escupió con repudio su alteza, soltando bruscamente el brazo de la mujer– Esto fue un insulto para mí y mi familia.

–Yo...–miro sus ojos sintiéndose extrañada, ella recordaba como describían el tono tan vivo de ellos en periódicos y a viva voz de su ciudad. El príncipe pudo notar como ella analizaba su mirada, tomando como alerta y desviando su rostro como si estuviera aún más ofendido por su acto. No obstante ella terminó agachando su mirada, creyendo que solo era cosa suya, sobo su antebrazo herido, cuya marcas de uñas tardarían en desaparecer– Mis disculpas mi señor, termine quedándome atrás de nuestra conversación al atorarse mi vestido.

–Ese no es el comportamiento para una futura reina –metió sus manos en los bolsillos de su costoso pantalón y observo a lo lejos la pequeña ciudad costera–. Tendré que hablar con su padre, tal vez este matrimonio no valga la pena.

Sin moverse ni detenerlo simplemente se quedó observando como el príncipe volvía a la mansión. Esperando la decepción de su padre y su gente. Estaba tan acabada con tantos pensamientos que terminó derrumbándose en aquel pequeño escondite, sin darse cuenta que el asistente del príncipe la mirada con pesar, jamás había visto a su majestad actuar así y mucho menos con alguna doncella.

[...]

Tras cada paso que daban entre los callejones estrechos de Santa Cecilia, el príncipe hechizado no podía dejar de ver por los pequeños huecos entre las casas aquel mar tan azulado como vivo. El viento movía las telas de su capa y el olor a agua salada lo tranquilizaba un poco, después de tantos problemas un momento de paz era lo que más anhelaba. Volvía a sentirse libre.

Una pequeña sonrisa se instaló en su rostro al ver en las calles principales a un par de niños jugar entre ellos.

–No sabía que podías sonreír –la voz burlona del mesero, provocó que rápidamente su paz se fuera al carajo mostrando de nuevo un semblante frio y molesto.

No le dio ninguna respuesta y solo adelantó sus pasos. Escucho la pequeña risa de Luca a sus espaldas, acción que hizo que blanqueara su mirada y cubriera aún más su rostro con el gorro de la capa. Paguro se acercó rápidamente a su lado y lo miro con una sonrisa maliciosa.

–Oh, vamos, te ves sonriendo.

Alberto chasqueó la lengua y volvió apresurar sus pasos, ignorando la presencia de la bestia verde-azulada. Luca volvió a reír en bajo caminando a su lado, él al contrario del príncipe miraba con emoción los puestos de comida e ingredientes frescos, teniendo un olfato aún mejor para apreciarlos desde su escondite. Desearía caminar por las calles principales como Miguel; quien se detenía a saludar o ver algunos de los artículos que vendían. Pareciera que todos conocían al joven chaman, saludándole y sonriéndole con alegría. Algo que cautivo por completo la atención del joven mesero al ver como el chamán volteaba a verlos con una enorme sonrisa al mismo tiempo que alzaba lo que había conseguido para comer en el camino.

A pesar de la oscuridad de los callejones y el color de sus escamas, Alberto logro notar de nuevo aquel ligero sonrojo en las mejillas ajenas.

–¿Qué te tiene más atontado de lo normal? –esta ocasión Scorfano se burlón de la expresión ajena, dejando ver una sonrisa divertida al igual que burlona en su rostro.

–¿Ahora sí que sonríes, idiota? –exclamó con molestia.

–¿Sera por toda la baba que dejas caer por ese chaman de cuarta?

–No lo llames así, Miguel ha sido muy amable con nosotros.

–Algo debe de querer como para hacer este viaje con dos bestias –insinuó colocando sus brazos detrás de su nuca y mirando al cielo sin mucho interés.

Luca hizo una mueca desviando la mirada al suelo, era cierto que el chamán no había dado un precio, pero tampoco parecía interesado en algo.

–...sí quiere dinero, tierras o un reconocimiento, se lo daré, solo quiero volver a mi cuerpo –murmuró lo último con determinación, algo que cautivo por completo al contrario.

–Aun si vuelves a tu cuerpo, ¿te casarías con la doncella de Portorosso?

Alberto lo miro de reojo y suspiró.

–Creí que lo habíamos dejado claro. Tu chica seguirá disponible para ti si es lo que deseas.

–No la quiero para mí –musitó.

Obtuvo una mirada curiosa y cuando el príncipe abrió ligeramente su boca para interrogar, ambos se alertaron con terror al sentir un peso encima de sus espaldas. Abrazándolos con los hombros –y con una enorme diferencia de altura– Miguel rio ante su reacción, pasando rápidamente en medio de ellos para colocarse adelante. Se le notaba confiado y eufórico, a comparación de aquella mañana en la que se conocieron.

De la mochila saco dos piezas de pan y se las lanzó sin pensarlo; Alberto la atrapó con facilidad mientras que un apenado Luca le costó atraparlo, era claro su enorme falta de condición física. Aun si al pararse de nuevo, termino aún más sonrojado al ver de nuevo el único hoyuelo de la mejilla del moreno. Al ver aquella reacción el príncipe solo blanqueo su mirada antes de darle una mordida feroz al bocadillo. Jamás pensó que algún día comería algo proveniente de un mercado de pueblo de lugar de las delicias que preparan en su castillo. No estaba mal para sus estándares.

–Ya conseguí un mapa y nuestro tren llegara dentro de poco así que tendremos que apurarnos y ser de los primeros en abordarlo –exclamó con liderazgo el chamán volviendo acomodar su mochila en su espalda.

–¿Así que no falta mucho para romper el hechizo? –cuestionó con asombro el mesero mirando al más alto.

La sonrisa de Miguel se borró al instante, poniéndose algo nervioso.

–Eh...no –aseguró.

Ambas bestias compartieron miradas cuestionables, y rápidamente Alberto se olvidó de su pan y con claro enojo dio un paso adelante.

–Entonces, ¿Cuál es el plan? ¿Cómo hallaremos a ese tal Bruno? –acorraló al chaman con una de las paredes del pequeño callejón– ¿Acaso tienes un plan?

–Alberto, tranquilízate –suplicó Luca colocando su mano en su hombro con intenciones de alejarlo del contrario, también estaba desilusionado ante aquella respuesta, pero también fue culpa de ambos por ilusionarse ante una rápida solución.

–¿Cómo quieres que me tranquilice cuando puedo perder a mi reino? No podemos ir buscando a lo tonto por toda Italia –escupió apartando bruscamente la mano ajena de su cuerpo.

–Por favor, tranquilícense –miro a Alberto con seriedad en lo que se incorporaba y sacudía sus prendas–. Nadie tiene idea donde este Bruno, pero sí sé por dónde comenzar. Así que arreglasen por nos iremos a donde empezó la leyenda; iremos al Encanto.

Ambas bestias se miraron inseguras mientras que Miguel les mostraba un mapa que indicaba el lugar. Ambos suspiraron rendidos y aceptaron el plan.

[...]

El portazo que dio el príncipe resonó entre los largos pasillos de la mansión Marcovaldo, encerrándose de nuevo a su alcoba principal. A pasos pesados y furiosos lanzo y pateó todo lo que tenía en frente. Maldiciendo en latín al verdadero heredero al trono, volteó a verse en el espejo del tocador notando lo mismo que la doncella noto. Sus ojos verdes se volvían café, volvió a gruñir con furia. Golpeando con el puño cerrado la superficie de está importándole una mierda la sangre que comenzaba a resbalarse en sus nudillos, si no encontraba al príncipe todo su plan fallaría. Se le acaba el tiempo. No tenía opción que utilizar su influencia con el mas allá.

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