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|| II ||

|02|Un príncipe encantador

Al escuchar ese "halago", el joven de piel pálida frunció el ceño con molestia –al mismo tiempo que sus mejillas agarraban un bello carmín– sorprendiendo al príncipe al momento que su mano fue apartada groseramente y él mismo se pusiera de pie para adentrarse a pasos furiosos devuelta a la cafetería, sin decir absolutamente nada, ni siquiera una disculpa siendo que él tenía la culpa.

El asistente del príncipe no tardó en aparecer preocupado por la reacción de su majestad, pero antes que preguntara si estaba todo bien, él pecoso incorporó su postura firme; sin saber cómo reaccionar. Solo se acomodó su gorra irlandesa y comenzó a retomar su camino como si nada hubiera pasado. Simplemente siguió su camino mientras jugaba con los acordes de su ukelele, sintiendo la primera vez el rechazo de una dama. Y lo peor de todo fue rechazado por una mujer fea, pero con unos ojos peculiares. Un tono castaño claro, que no le faltaba mucho para ser de un tono miel.

Ciccio se acercó a él, extrañándose de su comportamiento.

–Su majestad, ¿se encuentra bien? –preguntó en un murmullo para que no llamaran la atención, por no decir que ambos apenas huyeron de los fotógrafos y periodistas que esperaban ansiosamente la llegada del príncipe. Tenían la suerte de su lado al ver que nadie sabía cómo lucia él.

–No lo sé –respondió con seriedad en lo que se escabullían por los rincones de la ciudad pesquera.

No obstante no pudo evitar voltear cada cierto rato hacia atrás donde estaba la cafetería. No le gustaba ese sentimiento que una mujer se le resista, pero también tenía su orgullo y no dejaría que eso lo haga regresar. Al fin de cuentas; ella se lo pierde.

Cerró sus ojos y comenzó a tocar una de las melodías que se sabía de memoria. Volviendo a sonreír de manera divertida al ritma animado de un intento fallido del jazz. Se sentía tranquilo al tener un poco de espacio personal y lo único que quería era ser libre al igual que divertirse, por no decir que le sonreía a cada una de las damiselas que lo miraban con interés. Provocando que su asistente blanqueara la mirada ante su comportamiento de casanova. Pareciendo que lo ocurrido en aquella anticuada cafetería quedara en el olvido.

El recorrido era tranquilo y relajante, algo que incluso vino bien para el rubio tras estar días largos en alta mar, pero rápidamente paró sus pasos al notar que de nuevo estaba caminando solo. Volteó a todos lados en búsqueda del príncipe, extrañándose al instante de ver que él estaba parado a unos pasos atrás con una expresión de desconcierto y ladeando un poco su cabeza. Ciccio se acercó a él, notando como su majestad estaba observando un viejo mosaico encima de una de las viejas fuentes que escondían los callejones. Este mostraba una bestia marina de tonos purpuras y dientes afilados. Alberto enchino su mirada al ver los detalles de esta, ya era el décimo monstruo que se encontraba en el camino.

–¿Por qué hay tantas imágenes y esculturas de bestias marinas? –preguntó en un tono bajo y curioso.

–Portorosso es el lugar de las criaturas marinas o al menos aquí nacieron varias leyendas antiguas de ellas, señor. Los monstruos marinos son parte muy importante en su folclor. Gracias a ellos existe el gran carnaval de las vestías.

–¿Les temen? –inquirió volteando a ver al mayor.

–Al contrario, los alaban, son símbolos de riqueza y suerte en especial cuando los retratan bajo la estrella del atardecer –explicó calmado apuntando aquella estrella que resaltaba en uno de los mosaicos.

–¿Admirar una bestia horrible? –negó levemente.

–Príncipe Alberto, debe comprender que es parte de su historia y creencias –lo miro con seriedad–. Usted como parte de la realeza debe comprenderlo mejor que nadie.

Obtuvo un suspiro como después, desvió su rostro al no querer admitir que él estaba en lo cierto. No tuvo de otra que comenzar a caminar de nuevo con la mirada pensativa mientras que sus dedos jugaban con los acordes de su instrumento. El rubio negó ante el comportamiento del príncipe imperativo, simplemente cómodo su traje y lo siguió. Sin darse cuenta de que el callejón no estaba del todo solo, dejando ver una figura sonriente escabulléndose por las sombras.

[...]

Un tic furioso apareció en el ojo izquierdo de Paguro al escuchar como desde la barra seguían burlándose de él. Apretó su agarre de su bandeja su se acercó a la barra para golpear en la cabeza a Guido con la misma bandeja; obteniendo una queja por parte de él.

–Oh, vamos, preciosa, no te enojes –se burló el chef con un tono "coqueto" mientras se apoyaba en el borde del umbral de la cocina.

Furioso Luca ignoro su comentario al igual que su mirada lasciva –ya le había rechazado varias salidas a ese asqueroso hombre que solo lo aguantaba por su trabajo–. Ercole al ver eso se puso de pie y en silencio tomo a Luca de los hombros para hacer que el menor pasara a la cocina sin tener que pedirle permiso al chef. Paguro lo agradecía internamente, su amigo se había hecho cargo de cuidar su espalda, razón por la que lo llevaba y recogía de sus trabajos, siendo más de una ocasión donde un pescador u hombre ha intentado aprovecharse de él.

Un suspiro salió de los delgados y rosados labios del menor. Solo se recargó en la pared vigilando de reojo al asqueroso jefe de su amigo mientras observaba su periódico. Luca simplemente le restó importancia, era lo que más odiaba de su cuerpo; al nacer y crecer en un ambiente de poca comida y por los trabajos de sus padres siempre estuvo bajo la sombra agarrando un tono blanco que se volvió pálido con los pasos de los años, haciendo que su sonrojo natural fuera como un rubor. Tampoco ayudaba tener sus pestañas largas y sus labios rosados. Aún recuerda cuando Ercole lo conoció al ser atacado por un ebrio en uno de los callejones en plena madrugada cuando iba camino a casa: admitiendo que creyó que se trataba de una mujer indefensa. Siempre se maldijo a si mismo por tener una mala suerte en la genética. Y no ayudaba en nada que no sienta ninguna atracción por alguna mujer y si por...

–Debiste golpearlo –sugirió Visconti con seriedad y con la mirada fija en su diario.

–No puedo arriesgar mi estatus –comentó decaído mientras terminaba hacer las ultimas capas del tiramisú.

–Debiste dejar que yo lo golpeara.

Él rio en bajo, por más que quisiera defenderse por sí mismo su musculatura y reputación no lo ayudaban en nada. No podía manchar su imagen por recriminar a cualquiera que se sobrepase. Que para su desgracia no eran pocos.

–No entiendo porque pareces mujer a simple vista, cuando uno te ve mejor se nota a lenguas que hombre –comentó Guido adentrándose a la cocina para tomar las nuevas órdenes en su bandeja.

–Creo que es el hambre y porque no le da el sol –explicó Ercole–. Desde que lo conozco varias mujeres envidiaban su figura.

Luca blanqueó su mirada, era uno de los mejores cocineros y no probaba su comida. Tomó una cucharada del postre que preparaba y se lo arrimo a su "guardaespaldas", que de mala manera se agachó a un poco para probarlo.

–No se siente el sabor del café –opinó.

Asintió y se dispuso a corregirlo.

–Odio que crean que soy una mujer.

–Bueno, tendrás que acostumbrarte o podrías empezar a comer de más –sugirió Guido antes de salir de la cocina.

–O que te dé el sol –añadió el hombre del bigote.

–Podrás mejorar todo lo que sea, pero lo enano nunca se te quitara –habló el cocinero en lo que volteaba los panqueques en la parrilla.

–No soy enano, mi maldito problema es que estoy rodeado de postes de luz –gruñó en lo que esparcía el cacao en polvo y café molido sobre el postre.

–Por no decir que toda tu familia es de baja estatura –comentó su amigo.

Queriendo dejar el tema de lado tomó todos los postres y salió para exponerlos sobre la barra, donde más de uno ya lo esperaba. Todo su enojo se esfumo cuando la clientela halagaba sus creaciones. El día transcurría con normalidad como si el incidente con aquel hombre no hubiera pasado. Entre él y Guido repartían los desayunos para los trabajadores.

No fue hasta que ambos meseros y parte de la clientela voltearon curiosos al ventanal donde pareciera que una multitud caminaba o corría con prisas hacia el puerto. Luca ladeo con extrañes su cabeza al ver como mujeres parecían querer desmayarse mientras se apresuraban a bajar las calles mientras que otras se paraban para verificar que sus cabelleras o vestuarios estuvieran perfectos.

–Al parecer el barco del príncipe llego –comentó sin pensar el castaño de su lado.

Antes de que Paguro reaccionara y volviera a su trabajo, se sobresaltó al escuchar la del local abriéndose. Todos se quedaron en silencio al ver la gran e imponente figura del alcalde, vestido siempre con sus mejores trajes, que a pesar de la ausencia de una de sus extremidades Massimo Marcovaldo daba miedo como también seriedad en cualquier lugar donde este. Luca esbozó una risa al verlo.

Buongiorno, signor Marcovaldo –saludó con respeto guiándolo a una de las mesas disponibles al lado de la cristalera.

El hombre soltó una elegante carcajada dándole una palmada al joven que vio crecer junto con su hija.

–Luca, hijo, ya te he dicho a ti y tu madre que no me digan señor.

–Sabe que eso jamás pasara –dijo sonriente acercándose al hombre con menú y un plato del postre que preparo momentos atrás–. Justamente estaba pensando en mi mejor gustador cuando lo hice, la casa invita.

–Tú siempre tan amable, se nota que quieres tu propina.

Obtuvo una risa como respuesta, tenía una muy buena relación con el padre de su mejor amiga. Incluso varios por durante toda su infancia y adolescencia aseguraban que él y la dama Marcovaldo terminarían juntos. En lo que se disponía en prepararle su expreso al alcalde, la puerta se abrió de nuevo y esta vez con más fuerza, siendo esta vez un hombre de piel oscura que le abría la puerta a una bella y elegante mujer pelirroja de cabello corto; cual era adornado por una preciosa diadema negra con pedrería, portaba un vestido de alta costura liso y de tonalidades magentas. Todos los hombres del lugar comenzaron a babear ante la presencia de la doncella de Portorosso, todos, menos Luca y Ercole; el menor le sonrió con tranquilidad mientras que su amigo simplemente se puso de pie, tomó su sombrero colocándose y sacó su billetera para dejarle un par de liras junto con la propina para su amigo.

–Ya me largo, vendré por ti al acabar tu turno.

Riendo suavemente asintió, sabía que él no soportaba la simple presencia de Giulietta y lo mismo pasaba con ella que su expresión de paz y elegancia fue interrumpida al soltar un gruñido al verlo. Visconti solo la ignoro y paso de largo de ella con intenciones de volver a su trabajo. Ella lo siguió con la mirada, siempre tenía problemas con el mal trato que el bibliotecario de la ciudad. No obstante eso no interpuso su felicidad al ver a su mejor amigo. Olvido un momento su estatus para correr a lanzarse en los brazos de Paguro; quien apenas pudo atraparla y casi provocaba que ambos cayeran al suelo. Él la abrazó con fuerza, sonriendo al olfatear aquel aroma a flores que siempre tenía ella.

–Luuu, te necesitaba, hay muchas cosas que debes enterarte –exclamó ella con dramatismo dejándose caer de espaldas en brazos de su amigo.

Él rodeó la mirada con diversión antes de guiarla a sentarse con su padre e ir por la misma orden que ella siempre pedía cuando lo visitaban. Giulia tomo asiento y observo con asombro lo delicioso que se veía el tiramisú, tomo un trozo con la cuchara –sin ni siquiera preguntarle a su padre– y lo probó sonriendo como si fuera una niña de nuevo al sentir los fuertes sabores.

–¿Y qué tenías que contarme? –preguntó desde el otro lado de la barra en lo que servía expreso bien cargado en las dos tazas de porcelana.

–Adivina, ¿quién será el nuevo rey del carnaval de las bestias? –inquirió con una sonrisa felina mientras abrazaba el brazo de su padre.

–¿Por sexto años consecutivo? Guao, estoy sorprendido –bromeó en lo que le entregaba sus expresos.

–¿Enserio, crees que fue una sorpresa?

Massimo negó en silencio la conversación de ambos jóvenes, tomó su taza y antes de darle un sorbo miro al muchacho de reojo.

–¿Por qué no le cuentas la verdadera noticia, Giulietta?

–No creo que sea necesario, papá –su sonrisa empezó a borrarse lentamente hasta mostrar una mueca incómoda.

–¿Hay otra noticia? –cuestionó Luca ante el cambio repentino en la actitud de la pelirroja.

Giulia no miro a nadie solo agarró una gran porción del tiramisú para intentar calmarse. Su padre al ver que ella no lo diría, carraspeó la garganta y acomodo el saco de su traje.

–Me alegra anunciarte con antelación, que estuve en varios tratados y negocios con el rey de Maldonia; donde dejábamos en claro la gran alegría y honradez que nos daría que nuestra adorable Giulietta se comprometiera con el príncipe Alberto. Me imagino que tu madre estaría dispuesta en crear un vestido digno para una princesa.

–Papá, no –talló con fastidio su rostro, queriendo evitar el tema de su compromiso con un hombre que ni conocía.

–Oh, vaya –Luca no sabía por dónde mirar sentía la vergüenza e incomodidad de su mejor amiga–, tendría que hablarlo con ella; sabe que mi madre haría lo que fuera para hacer el vestido perfecto para su mejor clienta. Ella le tiene un gran aprecio a Giulia y estaría realmente feliz volver hacerle un vestido como los que tenia de niña.

–No ayudas, Lu –inquieta siguió comiendo del postre alejándolo de su padre que ni le ha dado un probado–. En verdad no estoy segura en casarme con un príncipe: ya no tengo seis años cuando la señora Paguro nos contaba esos cuentos infantiles.

El menor rio.

–Diría que estoy sorprendido por la noticia, pero la verdad es que no me sorprende en lo absoluto, digo, eres una de las doncellas más importantes de todo el norte de Italia, ya me imaginaba que te casarías con alguien más o igual de importante que tú.

–Además que no he pasado más de una década rechazando cualquier oferta tentadora de cualquiera que pidiera la mano de mi niña. Si elegí al príncipe es porque su unión traería más bien a la ciudad.

Rendida dejó salir un suspiró cansado y en completo silencio mantuvo su postura firme y educada. Luca intentó sonreírle, consiguiendo tan siquiera una mueca que intentaba ser una sonrisa.

–Tal vez no sea tan malo –susurró tratando de subirle el ánimo.

–Si tú lo dices –se encogió de hombros en lo que jugaba con su cuchara con el ultimo pedazo del postre–, por lo menos dime que iras a la fiesta de disfraces.

Ahora el que hizo una mueca fue el menor; quien desvió la mirada, provocando que la pelirroja golpeara la mesa con su mano al levantarse.

–¡LUCA PAGURO!

–Sabes que tengo que trabajar y...

No logró continuar al momento en que ella saca a fuerza la billetera de su padre y con ello toma un enorme faje de billetes para después golpearlos contra el pecho de su amigo.

–Estás contratado –le aclaró furiosa–, vas a entregar un cargamento de estas delicias –levantó su plató– y te disfrazaras para la fiesta. No acepto un no –murmuró lo ultimó en un tono amenazante antes de tomar el único brazo de su padre para obligarlo a levantarse–. Vámonos, papá, hay muchas que hacer para la llegada del príncipe.

–Pero...–fue todo lo que dijo el hombre antes que su propia hija se lo llevara arrastrando fuera del local sin darle la oportunidad de que le diera la última probada al tiramisú.

Como entraron, salieron siendo seguidos por la servidumbre de la doncella. Guido quien presencio todo se acercó a su compañero preocupado al ver que se quedó congelado abrazando todos esos billetes contra su pecho.

–Luca, ¿estás bien? –musitó preocupado.

Él solo bajo la mirada parpadeando un par de veces para ver el dinero, sonriendo en grande mientras sus ojos se cristalizaban de la emoción, volteó a ver a su colega y expresó con alegría y tristeza:

–L-lo logre, al fin poder conseguir mi restaurante, Guido –habló con un doloroso nudo en su garganta–. Esto es más que suficiente para el primer pago.

El castaño al escucharlo sonrió en grande y lo abrazó con fuerza alzándolo del suelo al mismo tiempo que giraba su mirada al chef y le sacaba la lengua. El hombre se quedó con la boca abierta dejando caer su cigarrillo sobre el huevo que cocinaba. Luca solo se dejó abrazar por su compañero, sintiéndose realmente feliz de su logro.

[...]

Observo su reloj de bolsillo alterándose al ver que se le hacía tarde. Ciccio comenzó a estresarse horriblemente al no tener idea en donde se escabulló el joven príncipe esta vez; lo último que recuerda era que se distrajo en lo que se ubicaba en las calles para trazar una ruta que los llevara a la mansión de los Marcovaldo y cuando volteó el pecoso desapareció de su vista –de nuevo–. No podía gritar su nombre ante el riesgo de ser descubierto, así que simplemente mientras intentaba mantenerse calmado y no matar a su majestad por comportarse como un niño al cual no puede mantener quieto. Siguió buscándolo entre los callejones.

Siendo una lástima que iba a dirección al puerto que estaba a varias calles de la plaza principal donde el joven príncipe se divertía con unos viejos músicos, tocando con emoción la mandolina mientras animaba a las jóvenes parejas a bailar con alegría aquella melodía contagiosa. Los viejos pescadores que tocaban sus instrumentos lo guiaban a seguirles el ritmo, a lo que Alberto no se negaba y simplemente se divertía bajo las miradas de varias mujeres hermosas que bailaban con grandes sonrisas. Él no les prestaba atención, solo quería divertirse, pero rápidamente su alegría se esfumó al escuchar las campanadas de la iglesia más cercana dándose cuenta que se le hacía tarde para su encuentro con los Marcovaldo.

Rápidamente le entrego su mandolina a su dueño original y tomó con prisas su ukelele y se despidió de los músicos con una encantadora sonrisa para luego salir corriendo calles arriba donde juro ver la silueta de su rubio asistente adentrándose a uno de los callejones. Sin querer ser regañado, no hizo preguntas solo corrió hacia donde lo veía escabullirse.

–¡Ciccio, espérame, amigo! –le gritó desde la entrada del callejón, pero solo pudo ver al rubio adentrándose a los callejones más oscuros.

Se mordió el interior de su mejilla, sintiendo un mal presentimiento; cual prefirió ignorar. Encamino por el estrecho callejón sintiendo más curiosidad que miedo al ver como entre más se adentraba había más adornos y símbolos extraños. Volvió a ver la silueta de su asistente escabulléndose a lo más oscuro, sin duda parecía ser su compañero, pero jamás lo ha visto huir así de rápido –más que nada porque él era el que huía del rubio–. Sin darse cuenta termino adentrándose a lo que era un hostal abandonado y oscuro. Levantó la mirada notando como la luz del sol era obstruida por varias enredaderas cuales colgaban lo que pareciera ser muñecos.

Extrañado se adentró más al lugar notando un enorme árbol en medio del patio, seco y con lo que parecía ser espadas clavadas en la corteza del tronco. Lentamente se acercó más para ver las espadas notando que una de las espadas estaba clavada sobre dos cartas de tarot: El enamorado y la estrella.

Frunció el ceño y cuando estaba a punto de tocar la espada escucho una voz cantarina como masculina a su espalda:

–Príncipe Scorfano, que sorpresa tenerlo aquí.

Alberto levantó su vista encontrándose sobre el barandal del segundo piso como la silueta de un hombre fuerte y fino lo miraba con un pequeño vaso en su mano.

–Lo estaba esperando.

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